10 dic 2013

El Pozo del Prado del Boticario, por Inés Camaro

Nuestra común amiga - y ya colaboradora habitual - Inés Camaro ha continuado su investigación sobre la familia de D. Manuel Carbajo. Les dejo directamente con la historia:


    Quizás no eran más que unos matasiete de tres al cuarto, de esos a los que sólo el vino les da valor suficiente para acometer sus fechorías. Dicen que estuvieron en la Venta de Manzanal, jugando a las cartas y haciendo correr el jarro hasta que se les acabó el dinero y el dueño los puso en la calle con cajas destempladas. Caía ya la noche. En la Villacastín Vigo intentaron atracar a unos caminantes, pero el botín que reunieron fue tan escaso que sólo sirvió para azuzar sus ínfulas de valentones.

    Al poco de seguir la carretera divisaron a su derecha una casa de buen porte en medio de un prado, algo alejada del barrio más cercano. Pensaron que aquel sí sería un golpe fácil – y provechoso. Se fueron por ella.

    Y antes de cruzar la cerca, desde la ventana más alta una voz imponente les dio el alto y sonaron cuatro disparos. Una mujer pidió auxilio desde la parte trasera. Enseguida se encendieron luces en el barrio cercano. Alguien tocó la campana de la iglesia. Un grupo de vecinos, unos a medio vestir y otros sólo en camisa, se echaron a la calle con tornaderas y fachones ardiendo. Dicen que los matasiete no pararon de correr hasta más allá de Las Portillas.


    El hombre que desde la ventana realizó los disparos al aire era el teniente de la guardia civil D. Manuel Carbajo; la casa en medio del prado, la que él construyó para vivir en Triufé junto a su familia. Esa noche comprendió que podía contar con sus vecinos para lo que necesitase de ellos. Corría el primer tercio del S.XX.

    Como ya he contado, Don Manuel fue destinado a Cuba poco antes de la pérdida de ésta y estuvo preso. A su regreso conoció a Maria Oterino Sotillo, vecina de Triufé, y en 1900 se casó con ella en la iglesia de San Lázaro, en Zamora. El 13 de Diciembre de 1903 nació su primera hija, Lucía, que apenas dos años después murió de anginas, en el puesto Martínez de Avila, cercano a la Sierra de Gredos. El 10 de Enero de 1906 nació su hija Rosario en Tábara (Zamora) y el 6 de Mayo de 1908, también en Tábara, el primer varón: Manuel Alfonso, uno de los protagonistas de nuestra historia.

    Pero todavía la familia tuvo que pasar por otra dolorosa pérdida: el 30 de Enero de 1909, en la casa cuartel de Manganeses de la Lampreana, falleció su esposa María. D. Manuel quedó viudo con una niña de 3 años y un niño de 8 meses. Difícil situación. Maria Cruz Oterino, la hermana pequeña de la fallecida, se trasladó junto a ellos para ocuparse de los niños. Y no tardó en surgir algo más, porque el 9 de Septiembre de 1909,  la nueva pareja contrae matrimonio en la misma Iglesia de Manganeses.


    Maria Cruz le dió su primera hija, Victorina, el 11 de Marzo de 1911, y el 10 de Agosto de 1913 nació Luís, el otro protagonista de esta historia. La familia estaba destinada entonces en Villardeciervos.

    María era Triufé, María era Sanabria, y creo que fue ella quién pidió el regreso a Triufé; pero el pueblo tenía que sufrir una transformación para que poder convertirse en el ideal, en el sueño de alguien, y D. Manuel emprendió con ganas el cambio que ya he contado en otra entrada.

    La casa se empezó a construir en los primeros años 20, pues a su llegada residieron antes en otra, propiedad de la familia de María, que resultaba muy pequeña para los cuatro hijos y el matrimonio. El lugar elegido fue el Prado del Boticario, con una situación magnífica pese a quedar un poco apartado.


    Desde el primer momento, los hijos varones se habían incorporado a la escuela de Triufé, que entonces era sólo para hombres. Las niñas debieron esperar hasta que entró en funcionamiento la nueva escuela mixta. Como tantos otros padres, la ilusión de D. Manuel era dar a los chicos estudios superiores, enviarlos a alguna academia militar para que siguieran sus pasos o alcanzaran mayor graduación; pero al cumplir los catorce años, Manuel, el hijo, se negó a seguir estudiando. El padre pensó que la forma de hacerle cambiar de idea era enseñarle lo que es un trabajo duro, y lo mandó a picar piedra en la cantera que les surtía para la casa. No contento con ello, también le colocó de aprendiz de carpintero en Paramio – probablemente con el maestro al que encargaron las puertas y ventanas. Entre tanto, Luís también terminó la escuela y tampoco quiso continuar los estudios, con lo que igualmente se incorporó a la obra.

    Cuando se acabó la construcción de la casa, D. Manuel preguntó a sus hijos si habían cambiado de parecer, pero ellos seguían en sus trece: de estudiar, nada de nada. Entonces D. Manuel subió la apuesta: tenían que construir un pozo.

    La nueva casa tenía mucho terreno donde hacerlo, era una gran finca llena de buenos árboles: nogales, manzanos, ciruelos, perales... todos ellos con buena sombra. Pero D. Manuel decidió que no habría de hacerse allí, si no en otra finca, a unos ciento cincuenta metros de la casa, donde no había sombras y, si algún día sacaban agua, tendrían que pedir permisos para llevar el agua hasta la casa. Y allí comenzaron Manuel y Luís a picar con pico y pala, que en aquellos tiempos era el modo de realizar ese trabajo. Cuando fueran profundizando algunos metros y ya no pudiesen tirar fuera la tierra con la pala, pondrían unos palos como soporte para colgar una roldana y con un cubo y una soga sacarían la tierra poco a poco. Con sólo un metro hubieran podido plantarse y decir a su padre que estaban dispuestos a complacerle aceptando su propuesta de ir a la academia, pero no fue así y siguieron picando. Las chicas les traerían agua de alguna fuente con el botijo para calmar la sed. Además de tierra, encontrarían piedra y tendrían que poner algún barreno para traspasarla.


    Mas de ocho metros tiene el pozo: no parece mucho, pero, para hacerlo con esos medios, es una barbaridad. Imagino sus manos llenas de llagas por el roce de los mangos de las herramientas y el roce de la soga al subir la tierra con el cubo, todo su cuerpo dolorido por el esfuerzo. Y, tal vez, un poco de amargura en el alma. Seguro que cuando sonaban los cohetes y las campanas repicaban por la fiesta de algún pueblo, a ellos no les quedarían fuerzas para ir y caerían rendidos al terminar el día. Y si alguna vez se acercaron un rato al baile de cualquier pueblo, seguro que por la mañana a la hora señalada tendrían que estar en el pozo picando, pues conociendo a D. Manuel seguro que les diría: “El que vale para ir de fiesta, también vale para trabajar” También tendrían que ayudar en las tareas de la siembra, la siega y la maja de la cosecha, que en aquellos tiempos aún se hacía a manal, y la siega de la hierba de los prados y la recogida de la fruta y las patatas y, como no, la matanza del cerdo. Los trabajos habituales cada temporada. La construcción del pozo les llevó mucho tiempo; pero, si no se rindieron en el primer metro, después ya era cuestión de amor propio.

    Por fin salió suficiente agua al encontrar una vía y se decidió no continuar más, entonces volvieron a la cantera a extraer piedra para antivar el pozo. Esa tarea la hicieron los profesionales de la construcción. Para cuando remataron el pozo los chicos ya habían comprendido que la vida que les esperaba en el pueblo era muy dura. Para entonces las niñas Rosario y Vitorina habían terminado en la escuela. D.Manuel no había previsto para ellas estudios superiores, porque tampoco podía permitirse pagar la carrera a los cuatro. Pero Dª Maria dijo que, si era necesario, vendería todas sus propiedades para que ellas tuvieran las mismas oportunidades.

    Y las niñas se fueron a estudiar. Rosario estudió farmacia y ejerció su profesión en el pueblo cercano de Mombuey. Victorina estudió Magisterio. En Febrero de 1928, Manuel partió para el Establecimiento industrial de Ingenieros de Guadalajara y en noviembre del mismo año Luis ingresó en el colegio de Guardias Jóvenes.

    Con el tiempo, Luis y Manuel alcanzaron cargos de alta responsabilidad en Vigo y Coruña, uno en la Policía y otro en las Aduanas Portuarias, ambos con el grado de capitán. Eran como su padre: rectos, honestos, inamovibles en lo que consideraban de justicia. Se dice que en muchas ocasiones trataron de sobornarlos para que hicieran la vista gorda ante la llegada de algún cargamento del que algo no se quería declarar; pero, por muy abultado que fuera el sobre, ellos les contestaban que si pensaban llevar a cabo semejante acción, pusieran cuidado de que ellos no los vieran, porque de ser así iban "p´alante". Supongo que esta actitud suya les haría crearse enemigos, pero eso no hizo variar ni un ápice su integridad moral.

    D.Manuel murió en Diciembre de 1937. Ese día llegaron a Triufé gentes de muchos lugares y se preguntaban entre ellos qué sería lo que había llevado a algunos hombres de mundo a terminar sus años en Sanabria. ¿Quién sabe? Tal vez el amor, tal vez esta tierra,  que te atrapa ¡¡Quizás!!


    Victorina murió joven. Su hija Carmina y dos gemelos más, acompañados por una nodriza, pasaron un tiempo en el pueblo, pero los gemelos también fallecieron y la incompatibilidad de caracteres entre abuela y nieta obligó a la niña a regresar con su padre. Dª. María murió en 1962, también en diciembre, a los 72 años de edad - su marido le llevaba 17 años. Dª. María vivió en esa casa veinticinco años sola. Algunas mujeres del pueblo me han contado como, cuando eran jovencitas, alguna noche iban a dormir a la casa para que ella no estuviera sola. Su hija Rosario, farmacéutica en el pueblo de Mombuey, alguna vez se la llevó con su familia, pero a Dª Maria no le gustaba estar en una casa con "servicio"... Decía que allí mandaban todos menos su hija y que eso no iba con ella. ¡¡Tenía bastante carácter!! Yo creo que el vivir sola se lo acentuó más.


    Cuando era niña, mi madre me mandaba a llevarle alimentos de nuestra pequeña tienda, y tengo bonitos recuerdos de mi estancia en aquella cocina al amor de la lumbre, cuando Dª María me mostraba una estampa del Buen Pastor que sacaba de debajo de la toquilla, al lado del corazón, y me decía: "Mira que guapa es mi Carminica", esto ya era en sus últimos años. Me gustaba el olor a manzanas y harina que había en la casa, y ella siempre nos daba caramelos - Si la encontraba en cama mamá bajaba a asearla. Mamá nos dijo que siempre que pasáramos por su puerta le preguntásemos cómo estaba, creo que todos nos preocupábamos por ella. También estaba un hombre llamado Manuel "el portugués", que por encargo de sus hijos le segaba la hierba de los prados y le hacía algunos trabajos. Fue Manuel el que un día se la encontró muerta. 


    Yo era pequeña y no entendía porqué D. Manuel había obligado a sus hijos a hacer esos trabajos tan duros. En aquel tiempo, los maestros y padres decían que “la letra con sangre entra”, pero D. Manuel utilizó este método para convencerlos -" El trabajo duro" - Entonces la autoridad de los padres era incuestionable, y a ningún hijo se le ocurría pensar en irse de casa. Con el tiempo yo he comprendido que, cuando somos jóvenes, solemos pensar que ya lo sabemos todo, y no es así: a esa edad la firmeza de los padres es necesaria, pues ellos por su experiencia saben que pasamos toda la vida aprendiendo y aún así muy poco es lo que aprendemos. Discrepo si a veces los medios que se utilizan para convencer son justos. Lo que Manuel y Luís hicieron se convirtió en un reto para todos los que somos de Triufé, pues siempre que nos asignaban una tarea difícil de realizar, alguien venía a decirte: "Si tuvieras que hacer un pozo como los hijos del teniente, sabrías lo que es trabajar". Esto nos llevó a estar siempre intentando superar ese reto. Por eso yo digo que ese fue el pozo que todos hicimos de una manera u otra. Y el pozo sólo fue un medio para un fin. Allí se forjó el carácter de aquellos jóvenes, de los que su padre llegó a sentirse orgulloso.

   
    Algunas veces, cuando miro la casa y el pozo, pienso lo que supuso de esfuerzo y sacrificio para ellos; no sé si no será por eso que volvieron poco por el pueblo. O tal vez es que cuando echas raíces en otro lugar es difícil volver.

    Al morir Dª Maria la casa se la quedó Luís, acordando una cantidad a compensar con sus hermanos. La reparó un poco y a ella venia con sus hijos en los veranos. Un calendario de 1985 que pude ver en una visita reciente me hace pensar que ese fue el último año que vinieron.


    Cuando era niña soñaba con encontrar una lámpara maravillosa a la que le pediría un único deseo: que aquella casa volviera a tener vida, niños corriendo por el prado, algunas ovejas con sus corderillos diseminadas aquí y allá, las gallinas escarbando bajo los nogales y la cabra saltando por las paredes, las cuerdas llenas de ropa secándose al sol y el humo saliendo por la chimenea. Esa era la casa de los sueños de Manuel y Maria y, de algún modo, de los míos - pero es que yo soy una soñadora, y en la vida hay dos clases de personas: unos son los que crean sueños y otros cuentan dinero persiguiendo sus sueños.

La niña que no debió ser III - de Inés Camaro Sánchez.

P.D. Mi agradecimiento a Víctor López, Julián, Juno, Delfina Sotillo Sotillo, Marcelino, Antonia y Áurea Ramos Losada. Y, sobre todo, a Manuel Ramón Carbajo, Emilio Jose, Maria Cristina y Ana Marta, sin cuya ayuda este relato no habría sido posible.