13 abr 2013

Una experiencia: De lobos por Sanabria

 

El sol se eleva poco a poco sobre el bosque a nuestra espalda. En el valle, un grupo de ciervas ramonea junto al camino. De repente, un poco más allá, un corzo sale a la carrera de entre la espesura. Una cierva levanta la testuz: parece indecisa. Pronto rompe a correr también y el grupo la sigue. Algo está pasando. Sí: allí, justo en el límite donde empieza la vegetación, un lobo las sigue en posición de acecho. Las orejas de punta, la cola y la cabeza gachas, pasos cautelosos... Lo han descubierto antes de lo previsto. Corre hacia las ciervas, pero no parece muy convencido. Se para al poco en medio del camino. Ellas también, a una distancia prudente. No se pierden de vista. El uno y las otras parecen jugar al despiste, sólo el corzo ha puesto tierra por medio sin más contemplaciones.


Por fin las ciervas, sin apresuramientos, vuelven a internarse en la espesura. El lobo las mira, casi con melancolía. Valora sus posibilidades. Quizás hasta chasquee la lengua y se encoja de hombros con indiferencia. Sigue por el camino con ese correr sin correr tan suyo, ese trotecillo que a leguas lo diferencia. Justo en la cumbre se detiene. La luz perfila su pelaje con un halo dorado. Mira hacia atrás. Hacia donde estamos nosotros, aunque no pueda vernos – o sí. Después desaparece tras la ladera.


Nosotros, en nuestra atalaya, nos resistimos a apartar los ojos de los prismáticos. Sólo cuando estamos convencidos de su marcha definitiva nos miramos unos a otros y sonreímos. ¡El lobo, en su propio territorio, en su propia vida! Sin trampa ni cartón. Toda una experiencia.

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Esa misma noche nos reunimos junto al fuego de la chimenea. José Luis nos cuenta la historia del Litri, el Emperador de los Mastines de la Sierra de la Culebra(1). Durante años fue el más bravo defensor de los rebaños y tuvo ocasión de demostrarlo en multitud de enfrentamientos contra el lobo. Pero el lobo, amigos, es un animal que “las guarda” y el Litri, nuestro Emperador, también conoció sus Idus de Marzo.


Una tarde, cuando ya las ovejas enfilaban las calles de la aldea y los pastores barruntaban su merecido descanso, dos lobos se dejaron ver por la retaguardia del rebaño, buscando debilidades en la vigilancia. Enseguida los vio el Litri y una vez más, una entre tantas otras, se lanzó al ataque sin dudarlo ni un momento. Los lobos salieron escopeteados como alma que lleva el diablo y sacaron alguna ventaja, suficiente para que al llegar al cauce del Riguiriato uno de ellos pudiese emboscarse entre los matorrales antes de la llegada del mastín. Y así fue: el primer lobo continuó su escapada bien a la vista, el Litri saltó el riachuelo tras sus huellas y por último, el emboscado los siguió a los dos. Se llama La Tenaza Lobuna.


En un huerto de berzas los lobos se lanzaron contra el sorprendido Emperador, el uno de frente y el otro a sus espaldas. Fue una épica batalla que sólo acabó con la llegada de los vecinos: los lobos huyeron. En el campo, el Litri quedó herido de muerte y ya no tuvo salvación.

Incluso al calor de la chimenea es difícil no sentir un cierto estremecimiento con la historia.

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Durante largo tiempo en la guerra entre lobos y humanos ningún contendiente pidió ni obtuvo cuartel. En un lugar de Sanabria de cuyo nombre no quiero acordarme – y sé que más de un vecino lo agradecerá – hace años capturaron al lobo en una trampa. Era costumbre entonces pasear a la fiera por las calles del pueblo para que sufriera el escarnio de sus víctimas. En mala hora a alguien se le ocurrió despellejar al lobo vivo y soltarlo en una era, puesto a merced de los estacazos y las vejaciones. En el momento de la verdad, cuando debía empezar la “fiesta”, nadie levantó su mano contra un animal que moría de dolor simplemente con el roce del viento sobre la carne viva. Los vecinos se miraron unos a otros. Los estadullos, las tornadeiras cayeron al suelo. Una mujer dijo “pobre bicho”. Alguien fue a casa, trajo la escopeta y descerrajó un tiro en la cabeza del lobo.

En aquel pueblo nunca más se volvió a hacer escarnio del lobo.


No digo que hoy el lobo sea mirado con simpatía por todos; pero todos hoy asumen que su supervivencia es necesaria y la convivencia, posible. El lobo y el mundo rural siguen tan ligados como siempre. Como en tantos otros sistemas naturales, se ha demostrado que los dos antiguos enemigos necesitan uno del otro para sobrevivir.

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Estas notas son fruto de mi asistencia al programa “De Lobos por Sanabria”, organizado por Llobu Ecoturismo y Medioambiente y Hospedería El Pico del Fraile. Yo vivo en Sanabria: mis caminos se han cruzado con los del lobo en más de una ocasión. Tampoco es la primera vez que acudo a un avistamiento organizado. He salido cargado con telescopios, prismáticos y objetivos prestados para volver a casa desilusionado porque no he visto al bicho, pero tampoco los guías se han esforzado en enseñar nada de lo que hay alrededor. También me han llevado a ver al lobo a los cebaderos cinegéticos, lo que no deja de ser una práctica perversa y, probablemente, perjudicial para la conservación de la especie tal y como es: salvaje.


La experiencia es muy distinta en este caso. Primero, porque te internas por completo en el entorno natural del lobo: puedes tener un encuentro y puede que no, pero en todo momento sabes que estás andando sobre sus huellas, viendo lo que él ve y percibiendo lo que él percibe cada día. Te sientes en sus zapatos. Estás en sus territorios, tratando de molestar lo menos posible – no en un espacio preparado, lo que puede ser poco mejor que un zoo. En segundo lugar, las esperas en sí no son más que una parte del programa: tan importantes como ellas son las charlas sobre la especie y su situación real, la historia de su relación con los humanos, las entrevistas con ganaderos que viven en primera línea los conflictos de la convivencia día a día, los recorridos interpretativos por caminos tradicionales... incluso los cuentos nocturnos junto al fuego, medio adormilados por la fatiga tras una jornada bien aprovechada.


La singularidad – y en mi opinión, también el acierto – de los programas ofrecidos por Llobu y Hospedería radica en haber sabido compatibilizar un escrupuloso respeto del animal salvaje y la riqueza del medio en el que vive con la importancia, tanto cultural como ecológica, de su relación con el hombre. Y esto es lo que marca la diferencia entre una excursión y un acercamiento, serio pero también ameno, a la realidad actual del lobo ibérico.


Y sí, la Hospedería patrocina este blog desde su nacimiento y yo acudí al programa como invitado... pero, de verdad, vale la pena ;)

(1) Historias recogidas por José Antonio García Díez en el imprescindible “El Lobo. Historias y Leyendas”