29 sept 2013

Cuitado

 
  Marcelino veía estampas donde los demás sólo barruntaban sombras. Marcelino escuchaba a las piedras y se abrazaba con los árboles. Marcelino reía cuando era feliz y lloraba cuando le hacían daño. Y preguntaba por todo lo que no entendía.

  En la mañana corría desnudo por los praos y se bebía el rocío de las flores. Perseguía a los pajarillos como si él también pudiera volar. Marcelino conocía cada nido y cada madriguera, cada voz y cada huella. Y los entendía.

  Todos los críos del pueblo eran amigos de Marcelino. Todos querían jugar en su equipo. Los mozos, galleando, le tiraban piedras desde el sagrao. El curilla coadjutor había intentado instruirle en la doctrina, con tanta paciencia como poco éxito. Marcelino nunca supo cómo era un pecado; nunca concibió el infierno.

  Lo encontraron un día junto a la carretera. Despatarrado, con un tiro en la cabeza. Nadie – salvo, tal vez, su asesino – supo porqué lo mataron.

  Eran tiempos difíciles. Fue uno de tantos.

_ o O o _



  Pero hay quien cuenta que la historia no acaba así: que el final, tal y como fue, debe ser explicado de otra manera.

  Dicen que Marcelino fue denunciado y que lo llevaron para el castillo de la Puebla, entre risotadas y vergazos. Dicen que lo denunció el cura párroco de la aldea vecina, uno que andaba crecido en aquellos días y que le tenía inquina por una peral que el chico le pelaba cada año.

  Y dicen que la ti Consolación, la abuela del cuitado, que sólo se tenían el uno a la otra y la otra al uno, fue a hincarse de rodillas ante el cura y pedir misericordia. Y que el tonsurado le dijo que él no sabía de políticas y que si se habían llevado al Marcelino sus razones tendrían. Que por más que rogó, lloró y porfió, la abuela no tuvo más respuesta.

  Dicen que a Marcelino, junto con otro grupo de presos, lo sacaron de su celda una noche para llevarlos al penal de Zamora. Dicen que antes de dejar Sanabria ya eran todos muertos.

  Dicen que la ti Consolación se fue para el cura párroco y lo maldijo: Antes que llegue mi hora, yo te veré pasar por la puerta de mi casa llevado entre cuatro y el Santísimo Cristo por delante.

 
_ o O o _



  Pasaron los años. El cura párroco ya no era el hombre que fue, por más que él lo creyera. Una tarde, pese a amenazar tormenta, como era su costumbre bajó al huerto de las frutales a reposar la merienda; y fue allí, y sólo allí, que le vinieron unos cólicos horribles que lo vaciaron de dentro afuera.

  Cuentan que entre cataplasmas y ungüentos la sobrina y algunos vecinos lo llevaron para la Puebla, pero ya no tuvo salvación posible y antes de pasar la puente había entregado su alma.


  Cuentan que al día siguiente, cuando el coche fúnebre salió de la villa para el entierro en su querido pueblo, se desató la tormenta anunciada; y con tanta fuerza que en pocos minutos todos los caminos se hicieron lodazales. Cuentan que el chauffeur, buscando los vericuetos por dónde llegar, dio con la aldea más cercana, aquella en la que vivió Marcelino, y allí se atolló sin remedio. Cuentan que cuatro hombres hubieron de calzarse los cholos y así, precedidos por un monaguillo con el Santísimo Cristo, hicieron el camino hacia el pueblo de al lado.

  Y dicen que en la última casa junto al camino, desde el corredor asomada, muy anciana y casi sin fuerzas, antes que llegase su hora la ti Consolación alcanzó a ver cumplido su presagio.


A Azarías, Santo Inocente.

18 sept 2013

Leandro Rodríguez, de Sanabria


Leandro Rodríguez, nacido en Trefacio en 1934, es uno de los mayores expertos mundiales en la obra de Miguel de Cervantes Saavedra - también de los más controvertidos. Ha tenido, y tiene, una vida intensa y productiva, llena de asombrosas aventuras por Sanabria, Portugal, España y el resto de Europa, en las que cruzó su camino con los personajes más variopintos: de esos que salen en los libros de Historia y también de los que nunca lo harán. Pero... se niega a escribir sus memorias: dice que no son cosas de contar en público. No seré yo quien traicione su confianza.


Este verano he tenido la ocasión de dialogar a menudo con él y con su esposa Josette: pocas veces me he encontrado con personas de tanta capacidad, entusiasmo e ilusión. Conversaciones de esas que hacen salir lo mejor de ti mismo; porque ellos te escuchan y te hacen pensar, replantearte tus obviedades sin imponer otras nuevas. Y siempre manteniendo un clima de camaradería y buen humor, de ganas de hacer cosas y de hacerlas bien. Pero ¡ojo!: el que vaya a enfrentarse a Leandro - y nunca faltará quién, dada la heterodoxia de algunas de sus posiciones - debe llevar bien estudiados y fundamentados sus argumentos, porque es posible que él ya los haya repensado unas cuantas veces. Leandro puede ser un rival muy duro: es un curtido litigante; animado, además, por un espíritu travieso - esa retranca tan de la tierra. Le salva su empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, y su firme convicción negociadora.


Él dice que, como catedrático, su misión no es amontonar discípulos, sino forjar maestros. Yo guardo como un tesoro los ratos que hemos compartido.



"Comprendí que el léxico se aprendía siguiendo los caminos, las costumbres, la historia y geografía por donde el héroe hace su caminería o andadura. Volví a leer comentarios eruditos, constaté que algunos no encajaban con el significado que el autor había querido ofrecer y pedí a lectores y a lectoras me informaran qué palabras y expresiones les parecían de difícil comprensión. Con las dificultades en las manos recordé el dicho de Cervantes, "la lengua sobre quien tiene poder el vulgo y el uso". Debía conocer el vulgo y el uso de los lugares donde se desarrolla el libro y tomando en una mano la callata de mi padre, por caminos sin camino, andurriales, sierras, poblados... de Sanabria, preguntaba y escuchaba el significado que personas escogidas por su notoria herencia cultural sanabresa y no habían aprendido el castellano en las aulas, daban a palabras y expresiones. Con elocuente delicadeza sanabreses y sanabresas desgranaban respuestas, recuerdos y memoria. Con una cesta de palabras acudí al pueblo, aldea, Cervantes. Los habitantes, sin excepción, me abrieron sus cocinas y saber. Mi maestro, el agustino Manuel Ramos y otras personas me condujeron a casa de la señora Emilia, amiga de mi madre, y desde sus 98 hasta los 104 años, con cariño, paciencia y sabiduría me orientaba [...]
El Palomar de Cervantes

[...] - Ese señor Don Quijote se parece a tío David.
- ¿Cómo?
- Ambos tenían ama, sobrina y un palomar, ayudaban a los necesitados, eran hijos del rico del lugar, se oponían a los orgullosos, practicaban Consejos de Crianza, vivían en una casa con puerta falsa que da al corral... Tío decía expresiones como las de ese señor Don Quijote.
- ¿Había leído el Don Quijote de la Mancha? - le pregunté.
- Nunca le oí hablar de él - me respondió [...]

[...]En Cervantes hablé sobre el lenguaje con Baldomero Llamas, limpia fuente de la que confío beber. Dialogué con Pura, ejemplo de tesón e iniciativa solidaria, nacida y criada en Santiago de la Requejada, donde había sido pastora. Me informó que desde que cobra la pensión de ancianidad ha comenzado a estudiar la gramática y a leer el Don Quijote de la Mancha.
- Tengo que decirte -  me dijo - que el Don Quijote sólo lo podía escribir un sanabrés."

Leandro Rodríguez - Léxico en el Don Quijote de la Mancha y Cervantes de Sanabria (Editorial Semuret, 2004)
Parte en ruínas de la llamada Casa del Escritor en Cervantes. Está en venta: ¿alguien se anima a restaurarla?

La intención de esta entrada no era hablar del Quijote Sanabrés - ya lo hemos hecho y seguro que volveremos sobre el tema - sino de Leandro; pero como creo que se generará alguna discusión permítanme que les presente un pequeño documento:

En el Capítulo IV de la Segunda Parte, el Caballero le pide al bachiller Sansón Carrasco que "le hiciese la merced de componerle unos versos que tratasen de la despedida que pensaba hacer de su señora Dulcinea del Toboso, y que advirtiese que en el principio de cada verso había de poner una letra de su nombre, de manera que al fin de los versos, juntando las primeras letras, se leyese: Dulcinea del Toboso". Carrasco respondió que lo haría, aunque comenta la dificultad de encajar las iniciales en las métricas castellanas, por lo que "procuraría embeber una letra lo mejor que pudiese". La Primera Parte del Libro, Capítulo LII, finaliza con unos sonetos y epitafios en versos castellanos, escritos por Los Académicos de Argamasilla, que dan noticia de "la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura del mismo Don Quijote". Hermenegildo Fuentes, autor que comparte con Leandro la teoría del Quijote Sanabrés, descubrió en ellos el siguiente acróstico:

Imagen montada a partir del facsimil de la edición de 1605, disponible en la Biblioteca Nacional

EL ES EN SANABRYA

¿Interpretación forzada o la penúltima travesura (descubierta) de Miguel de Cervantes Saavedra?

Pd. Creo que ya he compartido este enlace alguna vez, pero si quieren ver en acción a Leandro, Pura, Horacio y otros ilustres sanabreses pueden hacerlo en Cuadernos de Paso:

3 sept 2013

Madre Comarca

“¿Qué he hecho yo para que me trates con tan poco respeto? Si hubieras buscado mi amistad, si mostrases interés en lo que tengo para ofrecerte, yo te habría pagado ciento por uno. Pero vienes a mi casa y me insultas: no preguntas por mi familia, no preguntas por mis campos ni por mis cosechas. No. Llegas y te quejas de los servicios. De los caminos, de no sé qué de la cobertura. De todo eso que nunca te ha preocupado cuando estabas lejos. De eso que, quizá, hasta has dicho que convenía recortar porque no merece la pena invertir según dónde.

“No te importa el nombre del árbol que te da sombra, tampoco el del pájaro que arrulla tus despertares. Rompes la quietud de cada instante. Violentas mis humedales para remojar tus posaderas agostadas de tanta poltrona.  Te quejas del frío y te quejas del calor. ¿Acaso no has aprendido que para cada cosa hay un tiempo y todo tiene su tiempo? Ya casi no recuerdo la última vez que viniste a tomar café en una tranquila tarde de invierno; y eso que tus padres crecieron bajo mis faldas. O bajo las de otra como yo.

“Te entiendo. Tu
paraíso es otro, allí donde tienes tus negocios y tus juguetitos. Te has creído que la vida te va bien y no me necesitas. Y ahora vienes a mi y pides “¡Entretenme!”. Y pides sin ningún respeto. No como un hijo. No como un amigo. Haces tu fiesta – que no las mías – y piensas que todo se puede comprar con treinta monedas.

“Algún día, y puede que ese día no llegue, acudirás a mi y buscarás mi consuelo. O sustento. Y, quizá, lo que he sido ya no exista y creas que todo lo ha arrastrado tu tormenta.

“Pero, de una u otra manera, yo seguiré aquí. Yo sé quién soy y rocas más orgullosas que tú son ahora polvo molesto en mis senderos.

Amigos: ahora tenía preparado un bonito y sentido discurso sobre El Regreso y Lo Mal que están los Blogs: pero nos lo vamos a ahorrar.

Así que, sin más, llega el final del verano y Desde Sanabria inicia una nueva temporada. ¡Bienvenidos todos los que permanezcan a la escucha!


Nota: Por si queda alguna duda, el cuentecillo del principio no es un homenaje ni una versión: es un plagio descarado del famoso diálogo de “El Padrino”, de Puzzo y Coppola.