(viene de aquí)
Pasaron algunos años. Martín tuvo varios hijos con su esposa portuguesa, pero no le sirvieron para atemperar su carácter. Por el contrario, una vez asegurada la descendencia abandonó sus deberes conyugales y cayó en la depravación más disoluta. El solar de los Losada menguaba a ojos vista ante el empuje de los Pimentel, que, jugando con tino sus bazas en la corte, medraban en su poder a costa de los antiguos rivales. Belarmina y su madre habitaban la casa como fantasmas: cumplían sus funciones con diligencia, pero buscaban siempre los rincones donde no ser vistas y evitaban la presencia de su señor. Esperaban su momento.
Belarmina trabó gran amistad con el anciano Sisebuto, un antiguo monje que cumplía las funciones de escribano de la familia. Sisebuto, que había conocido y apreciado grandemente a Tirso, trasladó el cariño del padre a la hija y se divertía enseñando a la joven las primeras letras, a lo que Belarmina atendía con afán. Un día, al entrar en la biblioteca, Belarmina encontró a su maestro inclinado sobre un libro lleno de incomprensibles símbolos, que cerró de inmediato al percatarse de su entrada. Era un volumen de gran tamaño, encuadernado en negra piel con grabados de oro.
“¿Qué leéis con tanta atención?” -preguntó ella- “Nunca había visto un libro como éste”
“Oh, nada importante” -dijo él, colocándole al tiempo en una estantería un punto aparte- “Un antiguo manuscrito de algún loco que jugó con cosas prohibidas entre los mortales. Pero ven, quiero ver cómo lees las Vidas de Santos...”
Belarmina hizo como que no le daba mayor importancia e inició las lecturas que les eran comunes. Mas esa misma noche, cuando todos dormían, volvió con un candil sordo en busca del libro oculto. Le costó mucho discernir que versaba sobre una ciencia llamada alquimia y la forma en la que es posible tratar y mezclar los elementos para obtener esencias diferentes.
Volvió la noche siguiente y la otra y la otra, fascinada por unos conocimientos crípticos que sólo con gran trabajo conseguía asimilar. Luego se ofreció para las tareas que le permitían salir lejos de los muros de la fortaleza y hay quien dice que entonces buscó ensimismada plantas, hierbas y minerales como las reflejadas en el libro. Ni siquiera a su madre puso al corriente de sus quehaceres.
Y cuentan, oh, príncipe, que una tarde de otoño martín de Losada volvió a casa tras una montería, ahíto de vino y juergas, solicitando de inmediato un baño para aliviar su abotargamiento. Y Belarmina, que como sabemos llevaba ya un tiempo evitando a su señor, se unió al grupo de servidores que prepararon la tina de agua caliente, los lienzos y los aceites. Y dicen que aún ahuecó su escote e incluso le dedicó miradas intencionadas mientras Martín se despojaba de sus ropajes, y que él fue sensible a sus encantos.
“Me resultáis conocida, mujer” -dijo, entrando en el agua- “Y me están dando ganas de darle un vistazo a eso que escondes a duras penas bajo la camisa”
“Sabéis que estoy aquí para serviros, mi señor” -dijo ella, con prometedora sonrisa “Permitidme que os regale con estas sales que harán vuestro baño más... vigorizante”
Y cuentan quienes lo vieron que Belarmina sacó entonces de su regazo un pequeño atado, del que vertió en el agua así como unos cristales amarillos que parecían brillar como el oro. Y que el agua de inmediato borboteó y humeó, y el Losada daba gritos pavorosos “¡Me quemo, me quemo!” y trataba de salir de la tina, pero la carne se le caía a trozos y crepitaba y borboteaba y humeaba... hasta que, en pocos minutos, sólo quedaron los huesos. Y Belarmina contempló la horrorosa agonía de su violador sin separar la vista ni un instante, y al final dijo, con voz clara y firme: “Este felón ha visto en vida lo que otras sólo veremos tras la muerte”
El final de la historia, mi señor, es, como tantas otras veces, incierto. Hay quien asegura que al amanecer siguiente, Belarmina, tras encomendar su alma a Dios pero sin ningún arrepentimiento, fue descuartizada entre cuatro caballos salvajes. Otros, por el contrario, dicen que salió caminando de la sala con la cabeza bien alta y que, de inmediato, partió junto a su madre hacia el monasterio de Vime, donde vivieron en santidad hasta el final de sus días.
Lo único cierto, mi príncipe, fueron las palabras de Belarmina: le mostró al Losada en vida lo que otros sólo verán tras la muerte.
Y ella se alegró mucho de hacerlo por su propia mano.
Esplendido final para un gran relato. Me encantó Xibeliuss.
ResponderEliminarUn abrazo.
Nuestra más sincera en hora buena. Sin duda sabes escribir y describir haciendo posible que nos traslademos a esos haciendas de amos y vasallaje. Sin querer comparar ni encontrar similitudes, conforme te leíamos, rememoramos esa magnífica obra de la Pardo Bazán: "Los pazos de ulloa".
ResponderEliminarUn abrazo, y esperando ya la próxima lectura de tus relatos.
Muy buen relato, monsieur, y con el mejor de los finales. Como en las viejas historias, no se sabe qué fue de Belarmina, si murió descuartizada por los cuatro caballos o terminó sus días en el monasterio, que la tradición va introduciendo variantes.
ResponderEliminarFeliz tarde
Bisous
Pues ya tuvo paciencia....
ResponderEliminarBuen relato,si señor.
Saludos.
Prefiero pensar en que el final fue que Belarmina y su madre, si no les quedaba otra, partieran hacia el monasterio y pasar allí sus últimos días. En cuanto a Martin,que horror!!pero tuvo su merecido!!.
ResponderEliminarMe alegro de tu vuelta.
Un abrazo
Gracias, Tejón.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Logan, Lory.
ResponderEliminar¡Ponéis el listón muy alto!
Un abrazo
Merci, Madame
ResponderEliminarHe querido jugar con eso: el hecho real -aunque éste no lo sea- que se transforma en leyenda y va incorporando variaciones con el paso del tiempo.
Feliz tarde
Fosi, yo pienso que eso es lo que decidieron madre e hija ante la tumba de Tirso: paciencia y esperar el momento propicio para la venganza.
ResponderEliminarSaludos.
Siempre es un placer volver, Arena.
ResponderEliminarEn cuanto al final, ya sabes: cuanto más horrible era la muerte del "malo", más ejemplarizante el cuento.
Un abrazo, Arena
Una cruel pero dulce venganza.
ResponderEliminarComprendo a Belarmina, yo hubiera actuado igual.
Abrazos.
Muy buen relato, Xibeliuss, final entre aromas medievales y luz trepidante de chimenea sanabresa. Recuperas y recreas de manera espléndida la tradición oral. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Que, además, consume fria, como mandan los canones.
ResponderEliminarUn abrazo, Carolina
Gracias, Marisa. Es uno de mis objetivos, con lo cual me haces un gran elogio.
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué final . Me imagino al de Pimentel desapareciendo de la misma forma que el alemán aquel de la película "Indiana Jones y al última cruzada" (escena, por cierto, que me repugna bastante, jejej). Qué miedo.
ResponderEliminarAhora flata otra parte en la que el espíritu del muerto se aparece a los habitantes de la Torre y de sus alrededores....
Un saludo
Menos mal que prefiero la ducha si no me acordaría del caso toda la vida.
ResponderEliminarNo me esperaba este final, pero me ha gustado y ademas me pasa lo que a Logio, menos mal.
ResponderEliminarUn abrazo
el lio de Abi
Ay, Carmen: la vieja casa-palacio de los Losada es ahora un centro cultural y biblioteca que es uno de los orgullos de la comarca ¡no mentes fantasmas en sus pasillos!
ResponderEliminarUn abrazo
jajajajaja Ya te veo revisando el precinto y la composición de todos los geles de baño, Logio
ResponderEliminarMe gusta haberte sorprendido, Abi.
ResponderEliminarYo creo que la venganza estaba clara, la cuestión era el cómo.
Un abrazo, Abi.
Me ha gustado mucho, Xibeliuss.
ResponderEliminarMuy bien escrito y descrito. He "visto" como se consumía Martín en su baño. Muy cinematográfico.
Me quedo con el segundo final. El menos probable.
Abrazos.
Gracias, Enrique.
ResponderEliminarSí, yo también me temo que, en la vida real, fuese más posible la primera opción.
Un abrazo
La venganza es un plato que se sirve frío..
ResponderEliminarHola Xibeliuss, te concedo el título de "cuenta cuentos".
ResponderEliminarEs uno de mis preferidos, realmente un "cuenta cuentos" es esa persona que cuenta lo mismo que otra sin ninguna diferencia, la diferencia la pone el oyente con la apertura de su boca. Otro día te cuento cuales son sus atractivos, hoy ya tienes bastante. Como tengo la boca abierta podías invitarme a ese café pero lo dejaremos hasta que te visite.
Saludos
mmm... sustancia amarillenta... proceso "corrosivo" que desprende calor...
ResponderEliminar¿Usó Belarmina óxido de azufre (IV) que con agua Ácido Sulfurico?
"Los alquimistas de la Europa medieval conocían al ácido sulfúrico como aceite de vitriolo, licor de vitriolo, o simplemente vitriolo, entre otros nombres.
El vitriolo era considerado la sustancia química más importante, y se intentó utilizar como piedra filosofal."
Vaya muerte tan terrible. Estoy convencida de que "salió caminando de la sala con la cabeza bien alta"
ResponderEliminarTe ha quedado como un romance de otro tiempo, una de esas leyendas para contar y cantar junto al fuego, rodeado de amigos.
Estupendo relato con ecos legendarios
Cierto, José Luis...
ResponderEliminarhum, aunque viendo el comentario de Amio, la reacción también aportó su calor, jejeje
Saludos
Juno, no sé si merecido, pero es un título que me encanta.
ResponderEliminarSaludos
Amio, siempre es un placer recibir tus documentados comentarios.
ResponderEliminarHe de reconocer que sí, pensaba en el azufre y en el ácido sulfúrico al narrar la escena.
Ahora, no me pidas que describa cómo logró la síntesis Belarmina. No he llegado tan lejos en mi documentación ;)
Muchas gracias, Mª Antonia. Era la idea.
ResponderEliminarSeguiremos, pues, escribiendo en servilletas y por la parte de atrás de las facturas.
Un abrazo
:)
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la historia, Xibeliuss.
Siempre me gustan mucho tus historias. Me gustan en si mismas y me gusta casi todavía más como están contadas porque me llevan de viaje.
He estado en la estación de Chamberí, he corrido delante del vampiro y he cosido un amuleto para Pajarito.
En esta de los Losada he estado directamente allí, sentada en un escaño de madera al lado de la lumbre, oyendo a un juglar que cuenta como si el mismo hubiera visto, he rumiado la venganza con Belarmina y he gritado tooooooooma cuando la consumó y luego me que he quedado mirando fijo al juglar que me parecie que si que sabe que fue de Belarmina pero prefiere guardárselo para él para seguir manteniéndola a salvo :)
Por eso me gusta tanto lo que haces. Porque siempre me llevas allí.
Un abrazo enorme.
Eres un cielo, almalaire.
ResponderEliminarY aprovecho para recomendar, a los pocos que aún no lo conozcan, que pasen cuanto antes por http://cuevalagua.blogspot.com/ No saldrán decepcionados.
Un fuerte abrazo
Hola Xibelius. Jo, debo ser muy torpe o muy novata en esto de la blogosfera, porque he seguido tus relatos, pero no encontraba forma de hacerte un comentario, jeje. Hoy por fin veo la pestañita y me alegra poder decirte que me ha encantado la historia de los Losada ;-)
ResponderEliminarCualquiera de los dos finales para mi es valido y no desmejoran para nada tan fantastico relato, te felicito, en tu narrar he visto todo lo que describias con ojos de admiracion.
ResponderEliminarun abrazo.♥
Carzum, bienvenida por este rincón también. Novatos hemos sido todos en la blogsfera: como dijo el otro, se pasa con el tiempo
ResponderEliminarUn abrazo, Afrodita. Muchas gracias por tus palabras
ResponderEliminarAcojonaito me ha dejado este final, oiga!!!...
ResponderEliminarTe preguntaba por la veracidad de la historia en un anterior comentario porque actualmente estoy recopilando datos (no muchos la verdad) pq la próxima vez que desayune fiyuelas me gustaría encontrarme con Diego Losada, el que dices que "emigró"... Hace años encontré, en un libro serio, la posibilidad de que éste hubiera sido un hijo "bastardo" del Señor de Rionegro, apuntando incluso la posibilidad de que hubiera nacido en Garrapatas... como ves, la historia tiene puntos en común con la tuya... incluso tu cuento podría tener su poso de verdad y Diego ser el hijo que mostraba Belarmina antes de llevar a cabo su venganza....
Por cierto, no sé si será casualidad o qué pero mi abuela solía meter en los cuentos que me contaba de pequeño el nombre se Sisibuto (creo que así lo dice ella), tpoco sé si tiene relación con el personaje de tu relato....
Un abrazo.
En internet hay bastante información de Diego de Losada. Empieza directamente por la Wikipedia y te va llevando a distintos enlaces. Como te digo, mi idea no era ceñirme a una historia verdadera, más bien usar escenarios reales (incluida la familia) para contar una ficción pura y dura.
ResponderEliminarAhora, me ha encantado coincidir con tu abuela en el nombre de Sisebuto!
Un abrazo, desbrozador