Mamemede no tenía más que un libro; pero era un libro mágico lleno de historias siempre cambiantes que a veces, si andaba atareado, llegaban al final feliz en un suspiro y otras, cuando las tardes se hacían interminables allá en la sierra, se detenían en cada detalle por pequeño que fuera: los arabescos de la niebla en la ribera o el color de los hilos en el bordado del sayo de Carolina. El libro no tenía estampas, pero las pequeñas letras impresas se combinaban en imágenes tan vivas que Mamede se creía dentro de ellas. Nunca nadie le enseñó a leer.
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Los vecinos murmuraban que alguien tan feo y contrahecho no podía sino ser fruto del ayuntamiento entre una bruja y un íncubo escapado del infierno. Mamede no se llevaba con nadie. Vivía en un chozo construido por él mismo en los altos de la aldea, rodeado por doce mastines y cerca de los pastos donde apacentar su rebaño. Pocos recordaban que de recién nacido fue abandonado en los nichos de la Carballeda y que se hizo mozo de criado en la Venta de Touza Oscura.
Una noche de baile frenético Gelín el Cojo le dejó como propina una talega llena de duros de plata, agradecido por su presteza al rellenar las jarras. “Toma, rapaz: para que te compres una gaita y hagas sudar a las mujeres”- le dijo. Mamede salió por la puerta y nunca volvió.
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En aquel que después fue recordado como el año del hambre, en lo más crudo de su invierno, llegaron ante la puerta del chozo un viejo y una mujer, gesto de cansancio infinito, cada uno su fusil colgado al hombro. Le pidieron un sitio donde descansar y un mendrugo de pan, si acaso lo había. Mamede arrimó al llar unas brazadas de paja y compartió con ellos las gachas de la cena. Luego pasó la noche viendo dormir a la mujer. Olía como debe oler una madre: a ternura, a amparo.
A la mañana siguiente ella le regaló el libro. Adornaba su cubierta el dibujo de otra mujer, una poderosa pero amable guerrera con una balanza en la mano y un león sometido a sus pies. “Este libro cuenta cómo el mundo puede ser mejor para todos” - y sonrió antes de marchar. El viejo estrechó su mano sin decir nada y le miró a los ojos con tristeza.
Días más tarde llegó otra pareja: fusiles al hombro, gesto adusto, capote y tricornio. De malas maneras le preguntaron si había visto forasteros por los montes. Mamede puso su mejor sonrisa de bobalicón y lo negó todo.
Entremetido bajo el chaleco de lana, bien cercano al pecho, escondía el libro regalado.
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Al poco de instalarse en el chozo Mamede construyó una gaita. Se sabía en deuda con Gelín el Cojo y las deudas deben pagarse. La hizo a su libre dictado, con el vientre y los huesos de un lobo carnicero y la vistió con el pellejo del mastín que lo mató muriendo.
Había noches, sobre todo cuando la luna nueva, que a Mamede las gorjas se le llenaban de olor a ternura, a amparo, y entonces no le bastaba con la compañía de sus perros y subía por encima del Geijo a espantar su soledad. Nunca supo de bailes ni procesiones (1), pero era capaz de sacarse hasta el tuétano en cada tonada. La voz de la gaita de huesos era un grito de afirmación, de desafío, de melancolía por lo que nunca tuvo... y de temor ante lo venidero. Cuentan que en no pocas ocasiones los lobos respondían con aullidos al sentir el sonido de los vacíos de su compañero.
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Y cuentan también que aún hoy, cuando Mamede lleva ya muchos años enterrado junto a las puertas de lo que fue su chozo, allá por cima del Geijo en las noches de luna nueva se siente tocar la gaita de huesos y que los lobos siguen respondiendo con sus lamentos.
Aunque por seguro será sólo el sonido del viento entre los robles... o murmuraciones de la gente.
(1) Bailes y Procesiones son los dos grupos de tonadas básicos que un gaitero debe dominar si quiere ganarse la vida como profesional: lo profano y lo sacro.
Fotos: Cordel sanabrés a su paso por el Truchas.
Xibelius, si digo mucho lo estropeo. Es mágico.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, dlt.
EliminarEs una historieta que llevaba todo el verano dándome vueltas por la cabeza... y no veía como plasmar. Al final yo creo que he conseguido encajar las piezas (más o menos)
Un abrazo
Creo que me apunto al comentario anterior... :)))
ResponderEliminarPero de las fotos tengo que decir que sobre todo la segunda me tiene hipnotizada, que guaaay ese rayito de sol ahi arriba, y los verdes, ese lugar tiene que ser un encanto :)
Biquisss
Gracias, Merce. Era una foto complicadilla porque el río estaba muy oscuro y si abría el diafragma me entraba demasiado rayo de luz. Menos mal que llevaba en la bolsa un trípode de estos pequeños, de unos quince centímetros, que para las compactas van muy bien pero que con la Canon casi no hay forma de estabilizarlo. No tengo el exif a mano, pero creo recordar que pude disparar a 0,4" o más lento.
EliminarAbrazos
Debió aprender a tocar con el Ti Prada :)
ResponderEliminarYo lo voy a leer muchas veces, en voz alta, hasta que me lo aprenda bien. Es un cuento de lumbre y castañas asadas. Muchísimas gracias.
Abrazo
Jjejeje El Ti Prada fue el maestro de Gelín el Cojo, que ya sabes que se torció por las malas compañías - ese señor del cannotier...
EliminarSabiendo que Mamede se construyó la gaita a su libre albedrío y que no sabía nada de música, yo imagino un toque más visceral: algo así como el "A love supreme" de Coltrane :D
Un fuerte abrazo, alma
¡Vaya cuento más redondo! Me ha recordado tiempos fríos en Sanabria, sonidos de las gaitas en los días de fiesta, pero sobre todo me ha llenado de ternura pensar como la música y los libros pueden llegar a lo más profundo de las gentes.
ResponderEliminarMe ha parecido un relato superior.
Un fuerte abrazo.
Gracias, Valverde.
EliminarEsa era un poco la idea, el consuelo que pueden prestar la música y la literatura... si les das oportunidad.
Un abrazo
...Imposible de olvidar este gaitero,
ResponderEliminarpor el sigo aqui.
Besos.
¡Hola, Sanabria!
EliminarMe alegra hacerte "salir de detrás de la cortina" de vez en cuando, jejeje. Siempre es un placer tener notcicias tuyas.
Un abrazo
Yo también lo he leído unas cuantas veces y tampoco voy a decir nada por si lo estropeo., Me lo voy a imprimir para aprenderlo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Tejón. Un abrazo
EliminarUn cuento fantástico, con una carga de ternura enorme. Me ha encantado. Salud
ResponderEliminarGracias, Marce. Debo reconocer que me cuesta mucho reflejar la ternura en mis escritos, me da miedo caer en la sensibilería... y otras veces lo hago de modo tan difuminado que pocos se dan cuenta de lo que intentaba!
EliminarUn abrazo, Marcel
En todos los tiempos existen seres que viven ajenos al resto del mundo...Dichosos ellos .Alguien tan especial que sin saber leer ve historias en un libro o si saber música se fabrica una gaita ...Duele su soledad ,pero seguro nunca estuvo tan solo como algunos lo estan en las grandes ciudades...Magnífica historia.
ResponderEliminarÉl no sabía que no podía leer: sabía que el libro contaba historias y el las veía. Y con la música lo mismo: no sabía tocar, pero lo que tocaba le servía.
EliminarAsí deberíamos ser un poco todos: no fijarnos tanto en los límites y seguir adelante.
Saludos, Inés
Fue feliz a su manera...!! me gusta!!
ResponderEliminarUn abrazo, Xibeliuss
Sí, sí: a su manera fue feliz, contra viento y marea.
EliminarAbrazotes
Voy a comprar un libro... el que sea.
ResponderEliminar:D
EliminarGran idea, Logio
Hola Xibelius, seguro que la gaita sanabresa hecha de huesos sigue sonando en las noches de luna nueva y los lobos contestando. Pon el oído...
ResponderEliminarUn abrazo
Le decía a dlt más arriba que esta historieta la tenía "atrancada" desde hace un tiempo. Lo que me dio la idea para redondearla fue leer que posiblemente las primeras gaitas pastoriles estuvieran hechas así: de hueso y no de madera, porque el hueso es más facil de vaciar sin herramientas especializadas.
EliminarSeguro que alguna sigue sonando, aunque sea en modo fantasmal, jejeje
Un abrazo, Abi
Que belleza, que preciosidad, cuanta ternura. Me he quedado enganchada a Mamemede...
ResponderEliminarLeer un libro y escuchar música en el silencio del campo, es tocar el Olimpo.
Un abrazo Xibeliuss
Gracias, Soledad. Me costó, me costó dejarlo como lo tenía en la cabeza, pero creo que al final encajé todo lo que tenía que estar, las lecturas abiertas, los diferentes sentidos... Me imagino que a ti también te pasará alguna vez.
EliminarMe alegra que te guste. Un abrazo, Soledad
Un encanto el texto y las fotos.
ResponderEliminarSaludos.
Sill
Gracias, Sill. Me alegra verte por aquí.
ResponderEliminarSaludos
Un cuento misterioso, sorprendente y sugerente que da lugar a que cada cual ponga su propias notas a esa gaita. Las fotos bellísimas, pero la primera tiene algo especial.
ResponderEliminarUn abrazo y buena semana
Gracias, Katy: algo así intentaba, que de la misma historia cada uno pudiese sacar una idea con matices diferentes... y al mismo tiempo mantener una estructura de cuento de chimenea, como dice Alma más arriba.
ResponderEliminarAbrazos.
Historia llena de magia y belleza la de Mamede: increíble lo del libro y de la gaita. A veces, los buenos libros no necesitan de estampas o imágenes para visualizarse. Me gustó mucho la historia. Buena semana, Xibeliuss.
ResponderEliminar¡Gracias, Paco!
EliminarBuena semana también para tí. Abrazos