Una vez más mi amigo y paisano Kiko Blanco, Tanxilde, honra este blog con una historia portexa, una historia de trabajos olvidados, de amistad y de iniciación con la Sierra y Trevinca como telón de fondo. Espero que la disfruten tanto como yo.
Joaquín tiene 14 años, su amigo Julio alguno menos. Estamos en la década de los 60, los americanos están pensando en ir a la luna en un caballo lleno de brío pero manso y dócil a la vez llamado Apolo.
En Porto, más modestos, han preparado otro viaje. Unos treinta kilómetros, pero para ellos es la aventura con la que soñaban desde el año pasado, desde que le hablaron de unos montes altos y unos valles muy profundos, allá por Trevinca, tanto que daban vértigo.
Están atemorizados, por lo que les han contado los mayores de la vereda por la que van a surcar estos días… viajes de ida y vuelta durante una semana. Les quita el sueño el dicho de que siempre se despeña un caballo hasta el fondo del valle, aunque los jamelgos que dispondrán son viejos, torpes y lentos, nada de bravura…
Joaquín, para dominar su temor y distraerse, piensa en una anécdota muy graciosa que hace unos años le hizo reír a carcajadas, pero ahora ni se inmutan las comisuras de sus labios… se acuerda de fulano… no sé el nombre. Que siendo niño como él iba de camino a la escuela. Era tiempo de matanzas y en esto que se topa con una de ellas, el cerdo tumbado en un banco, rodeado por media docena de mozos, berreaba como reo a muerte. Se le ocurre decir al niño.
- ¡Berra, berra cobarde porque te matan… anda que si tuvieses que ir a la escuela, que no harías!!!!
Lo de ir a la escuela es una broma comparado con lo que van a vivir estos días y este recuerdo que en otro tiempo le hizo reír a carcajada limpia, ni le perturba ni le aparta el pensamiento de la maldita vereda.
El viaje de ida hasta la cantera de pizarra durará seis ó siete horas, por lo que salieron durante la noche para que el amanecer les ilumine el camino a la altura de Moncouvo, donde empezará la subida más fuerte y al mismo tiempo hacerlo de mañana, cuando el sol todavía no calienta demasiado… será un tercio del camino.
Julio lleva un rato mirando a Joaquín, no entiende cómo puede mantenerse encima del caballo dormido y con las manos metidas en los bolsillos; claro que su padre que va caminando delante, lleva las riendas, (lo que no sabe es que solo lleva los ojos cerrados, pero sus sentidos van en vigilia). El sin embargo va cómodamente tumbado en los “feixes de palla” (manojos de paja) que utiliza como colchón, pero el traqueteo del carro y el sonido del roce del acero de las ruedas con la roca del camino le impide dar cabezada…aunque el choque de las herraduras de los caballos con las piedras del camino, (su padre también lleva en los zapatos “de pao” herraduras, para evitar el desgaste de la madera), que emiten el mismo sonido que los caballos, le hacen adormecer…
Al pasar a la altura de la “casa de la Cacheta”, casi le entra el pánico al ver la sombra de los caballos y la silueta de los que iban delante proyectadas por la luz del farol que les iluminaba sobre la pared de la cabaña de ganado. Le recordaba las historias de bruxas y apariciones de difuntos en las veredas al anochecer…sintió como se le erizaban los pelos y le penetró un frío gélido hasta los huesos. Pero… seguramente los lobos y jabalíes, también sentirán ese miedo y saldrán huyendo, por lo que dio por buenas aquellas sombras atemorizantes.
En total para la expedición iban dos carros arrastrados por tres parejas de vacas cada uno, en el que iba Julio tumbado, acarreaba la paja que serviría para amortiguar los golpes de la pizarra y no se rompa en el transporte - entre pizarra y pizarra se pone una fina capa de paja - también además llevaban los víveres para una semana de todos nosotros y en el carro de atrás iban los “mañizos” de hierba para dar de comer a los caballos y vacas.
Allí en la cantera de la Mortera, llevaban unos días tres vecinos más arrancando la pizarra de la roca, por lo que cuando llegasen estaría lista para cargar en los caballos.
Cuando llegaron a la altura de Foio Castaño, allí establecieron el campamento, dejaron los carros y almorzaron un frugal trozo de pan con tocino curado al humo y cocido. Para seguir a partir de allí la vereda que discurría como un filo de navaja por la loma de una montaña que descendía hacia la cantera. Todavía le quedaba una hora de camino con los caballos.
Las vacas quedaban a cargo de uno de los vecinos que las pastorearía a lo largo del día y evitaría que se perdiesen en la serranía. Durante la noche habían establecido un perímetro en una vaguada del que no saldrían porque les estarían vigilando a turnos. Y si lo hacían sería porque siempre hay alguna vaca que hace de líder y les incita a seguirle, a buscar más seguridad o alimento. (A estas vacas líderes es a las que se les pone un cencerro (chocallo en su idioma, el portexo) y siempre estarán localizadas.
Terminado el almuerzo empezaron a descender por la vereda, por la derecha se hundía la montaña y formaba un valle profundo y al fondo un bosque donde apenas distinguía los árboles. Dicen los mayores que son tejos y tan espesos que hace pocos años los utilizaban los “huidos “como refugio y santuario. A mitad del camino había un recodo con una roca que sobresalía y en el cual muchos caballos tropezaban lateralmente con la carga y se precipitaban al vacío. Era el punto más peligroso del camino. Ese día hicieron dos viajes de pizarra, el resto de los días harían cuatro, dos de mañana y dos de tarde.
Al llegar con el último del día, siempre poco antes de ponerse el sol, para poder recoger leña, (normalmente brezo seco o piorno) y poder mantener una lumbre para condimentar ciertos alimentos, normalmente asar carne y el lujo de un café de puchero, (eso sí para los mayores), descansaban al calor de la lumbre. No faltaba la bota de vino que se rellenaba de un pellejo de cabra. Y el agua que utilizaban la proporcionaba el nacimiento del rio Xares unos doscientos metros hacia Trevinca. Cuando las ultimas brasas e historias contadas por los mayores se apagaban, se metían enrollados en una manta entre los mallizos de hierba y los feixes de palla.
Pegados unos a otros para mantenerse calientes y poder dormir y recuperarse del arduo trabajo. El dormir pegados unos a otros también les daba seguridad ante los habitantes de la noche, fuesen bruxas, lobos o jabalíes, que seguro les acechaban desde la oscuridad. Podían oír las conversaciones entre ellos en forma de aullidos, berridos…El sueño llegaba sin apenas enterarse. Julio y Joaquín se quedaban hipnotizados al ver tantas estrellas brillar en el firmamento, y de vez en cuando surgía alguna de la nada y desaparecía de la misma manera, dejando un rastro, brillante y fugaz. (Por ese mismo camino de los cometas y los dioses, había tres viajeros, de los que estaba la humanidad pendiente, (Armstrong, Edwin y Collins.) Su camino era más largo que el de Joaquín y Julio, más peligroso y audaz, más excitante y grabado en nuestra historia. Pero el de estos dos niños que en estos días empezaron a cruzar la frontera de la adolescencia. Transformó para siempre su personalidad, entre bruxas, jabalíes, lobos y todos los habitantes de la noche.
Por la mañana ordeñaban una vaca del tío Francisco y comían unas sopas de leche muy calentitas para recuperarse del frio de la noche.
Así estuvieron durante una semana en el mes de septiembre. Julio y Joaquín vivieron la aventura que les hizo sentirse hombres, y sabían que durante los primeros días en la escuela serian la admiración y atracción de sus compañeros… seguramente también la envidia de algunos por este viaje que les ha transportado a otro mundo mágico. Porque habían vivido donde lo hacen los lobos, corzos, jabalíes y… todos esos seres que por las noches nos dan tanto pavor. Pero habían sobrevivido, no habían llegado a la luna… pero la habían tocado entre tantos, aullidos, bramidos y sonidos de las noches estrelladas en la montaña.
Texto y fotos: Kiko Blanco, Tanxilde
Estoy leyéndote mientras veo nevar por mi ventana. La sensación de tu primera noche en la montaña es única. Yo no la hice en Porto, sino cerca de Vega de Conde.
ResponderEliminarY por otros motivos, me ha encantado descubrir esa foto de la casa "Cacheta" a las orilla del Bibei, uno de mis rincones favoritos para pescar.
Un saludo desde "otra montaña"
La vida en las sierras son duras y no hace tantos años de aquello, nuestra visión dominguera del monte nos vela lo que era la vida allí no hace, como decía, tanto tiempo.
ResponderEliminarHola Xibelius, desde luego las fotos de la zona de Trevinca con sus paisajes, acompañan perfectamente al texto que se hace ameno de leer contando al ilusión de los niños por la "aventura".
ResponderEliminarUna buena colaboración de Tanxilde.
Un abrazo par ambos
Esos trabajos de antaño, en esas condiciones tan duras y con ese esfuerzo... uff, los que vivimos en ciudad no nos hacemos cargo de esas incomodidades y como debe ser la vida en terriotrios tan inhóspitos. Menos mal que la marcha fue en septiembre y no más metido en los rigores invernales. Preciosas fuentes y excelente relato del amigo Kiko Blanco. Saludos, Xibeliuss.
ResponderEliminarMis felicitaciones a Kiko Blanco por estas imágenes y tan maravillosa historia. Yo soy del sur, otros parajes, otras tierras, pero he podido disfrutar letra a letra el viaje de Julio y Joaquín, y he podido ver a través de sus ojos la intensidad de sus costumbres y la inmensidad de la naturaleza.
ResponderEliminarUn abrazo
Salvo por el vocabulario utilizado, de cierto son gallego imagino, las experiencias aquí narradas me recuerdan a las histortias y relatos de los bejaranos de otros tiempos que subían a la sierra para recoger al ganado, traer leña para las casas o acopiar nieve para mantener frescos los alimentos en verano. Aquellas actividades quedan ya lejos.
ResponderEliminarSaludos
Gracias a todos por los comentarios, y a nuestro anfitrión que nos permite “utilizar su casa”, para expandir nuestra imaginación y narrar hechos que en si ya no se repetirán. Lo cierto es que la vida en la montaña es tan austera y dura en el sur como en el norte, en Sanabria como en Bejar. Y esa forma de vida salvo el lenguaje, se manifiesta muy similar. Lo único que he tratado es dejar ver que todo es relativo y hasta los hechos que nos parecen insignificantes, son inmensos en el sentir del que los vive haya, ido a la luna o a la vuelta de la esquina. Realmente podéis creer que esta experiencia y otras similares, la han vivido la gente de nuestros pueblos, esas personas que han modelado paisajes y que ahora tenemos olvidados y peor aun… perdidos. SALUDOS
ResponderEliminarMe gustaría conocer el lugar en el que nace el Xares.
ResponderEliminarMe puedo imaginar a estos dos chavales en esos paisajes agrestres corriendo la aventura de sus vidas. Las emociones no tienen que ser igual de espectaculares para unos y otros. Las vidas son paraleleas.
ResponderEliminarPreciosas fotos que ayudan a situarnos dentro de la historia. Enhorabuena al autor.
Un abrazo
Realmente una hazana tan a tener en cuenta como la llegada del Hombre a la Luna (que no llegó, por cierto). Llegar a esas minas de pizarra por Peña Trevinca y todos esos valles y montañas, bien merece ser contado de la manera tan épica, bella y soñadora como lo has hecho, Tanxilde. Me ha gustado muchísimo.
ResponderEliminarY no menos la transcripción de esos términos tan propios de Porto, donde el dialecto local que se tiene (corríjaseme si me equivoco) es único y huella viviente del contacto de lenguas y dialectos por razón geográfica. Cuando estudiaba Filología en Salamanca, en la materia de Dialectología siempre me propuse hacer un monográfico de esa mezcla lingüística tan peculiar de Porto(castellano-gallego-portugués-leonés). No lo hice nunca, pero las ganas aún no se han ido.
Las fotografías, maravillosas, buen objetivo, Tanxilde...;-)
Mi enhorabuena por el texto, las imágenes y todo lo que consiguen sugerir ambas cosas. Muy buen trabajo.
Un abrazo a los dos.
Me ha parecido una historia maravillosa, vista con los ojos de unos niños que no descubren la luna sino un mundo mágico, nuevo, comienzan a vivir el mundo de los hombres a vencer los miedos. En aquellos tiempos eran duros para casi todos, en aquella España rural que se sobrevivía con lo poco que se tenía.
ResponderEliminarUna colaboración que espero que se repita.
Marisa estas a tiempo aún, entra en este enlace y comprueba como estamos recuperando nuestro vocabulario, único por las causas que conoces.https://www.facebook.com/TANXILDE#!/groups/portexos/
ResponderEliminarLogia si has subido a Trevinca lo has tenido a tiro de piedra.
Tanxilde me gusta mucho tu historia y tus fotos. Yo en esta entrada veo lo fácil que es, en relativamente poco tiempo, pasar de la dureza en el vivir a la blandura de nuestros tiempos (en comparación). Este efecto también se nota en la hechura de los paisanos, nosotros con mayor cultura no valoramos el esfuerzo, ni su defensa, ni… y perdemos el contacto con los valores, ¿quién les quita a estos una pizarra?. Bueno perdona el rollo y gracias por tu entrada, me ha recordado otros tiempos (las fotos).
ResponderEliminarPor la zona donde vivo es la teja la reina de los tejados, pero he visto también mucha pizarra en los tejados del norte y en adelante cuando los vuelva a ver seguro que recordaré que alguno de ellos supuso grandes penalidades a los arrieros que los llevaron hasta el pie de obra. Un saludo Xibelius, y también al autor del texto, recuerdo de tiempos pasados, pero aún no tan lejanos.
ResponderEliminarGracias por el enlace, Tanxilde, muy amable.
ResponderEliminar¡Saludos a todos! El tiempo se hace cada vez más pequeño, pero sigo intentándolo :)
ResponderEliminarAlfonso, yo diría más todavía: ¡la primera noche al raso tampoco se olvida!
ResponderEliminarUn abrazo y disfruta de la nieve: aquí llevamos camino de no verla este año.
Cierto, José Luis: a la gente que le tocó lidiar con la sierra por necesidad les cuesta entender - estoy generalizando - la visión dominguera. Pueden amarla, pero con mucho respeto. Me imagino que algo parecido les debe pasar a los marineros.
ResponderEliminarSaludos
Un abrazo, Abi!
ResponderEliminarPaco, una expedición de éstas sería imposible en invierno: el riesgo es muy alto y las temperaturas muy por debajo de cero (sin hablar de la nieve, claro)
ResponderEliminarAbrazos
Verdial, lo que tenemos por aquí no es alta montaña (la cúspide, Trevinca, ronda los 2.200m), pero si estamos rodeados de/metidos entre sierras y hasta no hace mucho eran fundamentales en la vida de los pueblos: pastos, agua, losa y piedra...
ResponderEliminarUn abrazo
Carmen, como cuenta Tanxilde en sus comentarios, el portexo es una mezcla única debida a la situación tan particular del pueblo. Tiene algo de gallego, algo de castellano y, para mí, mucho del astur leonés que en un tiempo pasado se extendió por estas comarcas.
ResponderEliminarSaludos
Tanxilde, Kiko: para mí siempre es un placer publicar tus historias en el blog. Ya sabes que tienes las puertas abiertas para cuando quieras.
ResponderEliminarNuestras tierras han quedado la mayoría de las veces alejadas de la Historia con mayúsculas, pero aquí han vivido gentes cuya historia merece ser contada.
Un fuerte abrazo
Marisa, un día tienes que liarte la manta a la cabeza y retomar ese monográfico, antes que se haga tarde.
ResponderEliminar:) Ya te veo cruzando las sierras como Krüger.
Un fuerte abrazo
Valverde, ésta es ya la tercera colaboración de Tanxilde - y yo también espero que no sea la última.
ResponderEliminarEn el lateral derecho, en la ventana "Te apetece colaborar...?" están los enlaces a las anteriores historias.
Abrazos
Juno, todos somos hijos de nuestro tiempo...
ResponderEliminary, cuando nos dejan, padres del futuro :)
Abrazos
No tan lejanos, no.
ResponderEliminarGracias y un abrazo, dlt.
Logio, Katy: me he liado al contestar.
ResponderEliminarGracias por comentar.
Un abrazo
Que experiencia tan tremenda, para unos niños, pero que bonita. Me has hecho transportarme, imaginar, que no es poco, no creo que lo olviden en sus vidas. Imagino una sonrisa ordeñando la vaca.
ResponderEliminarNada, que hay que retomar a los Valles, recoger la belleza que nos brinda la naturaleza y llenarnos de ella y más teniéndola tan cerca.
Kiko,Tanxilde, muchas gracias por dejarnos esta preciosa aventura y unas fotos tan sumamente bellas, Xibeliuss, tanto de lo mismo por dejar que lleguemos hasta ellas.
Un abrazo
¡Enhorabuena Kiko, excelente relato e impresionantes fotografías...! (Aún estoy emocionada...) ¡Cuanto contenido!
ResponderEliminarGracias Xibeliuss por traernos paisajes y costumbres tan ricas!
(En mis paseos por los montes sanabreses he visto innumerables vetas de pizarra y habeis conseguido hacerme un poco partícipe...)
Por cierto, yo recomendaría este "viaje" a nuestros adolescentes (por supuesto sin móvil), les vendría de perlas!
Este relato me ha dejado un delicioso sabor de boca, gracias.
Un abrazote..
Preciosas fotos.
ResponderEliminarMi hijo tiene ganas de hacer esa ruta, el año pasado fuimos al Lago, subimos a la laguna de los peces y nos dimos un paseo hasta un poco más allá de la laguna de las Yeguas, no teniamos más tiempo para seguir.
Magnificas las fotos de la montaña que se ve agreste por demas, y toda una experiencia la de los muchachos que definitivamente dejaron de ser muchachos.
ResponderEliminarHola Xibeliuss.
ResponderEliminar¡Menuda experiencia!,te queda grabado para toda la vida.
Un abrazo para los dos.
Se parece a dos lugares que conozco, la cuesta 'del filo' que con sus 4000 mts. divide dos provincias aunque parece mucho mas bajo, la cosa es cuando se lo ve de arriba; y la otra es Tafi del Valle si bien no es tan agreste, duro y con tanta piedra al menos en lo verde.
ResponderEliminarLa cuesta del Filo, si tiene piedras, derrumbes y en una hondonada me encontre con el antiquisimo corral de pircas o piedras hecho por algun desconocido indigena hace tiempo.