6 jul 2009
Maquis. Hombres en la sierra
Nacieron juntos en casas vecinas y juntos se criaron. Juntos jugaron y trabajaron el campo. Cuando llegó la guerra, juntos partieron al servicio de armas. Fueron tiempos difíciles y ellos, campesinos después de todo, vivieron muchas batallas. Aprendieron el uso de los rifles y a matar cuando es preciso; los primeros duelos pesan, luego se vuelve rutina. Pedro y Pablo, casi hermanos, eran muy diferentes entrambos: Pedro, serio y meticuloso, no sonreía jamás. Pablo, alegre y fanfarrón, no escondía la cara ni en los lances más audaces.
Un día de abril les dijeron que la contienda había terminado y ellos no estaban en el bando ganador. Envueltos en harapos volvieron al pueblo, al fin y al cabo ¿cuál fue su pecado?, solo cumplieron con la ley que les dieron. Lo cierto es que no había pan, la hacienda menguaba, escucharon historias que no les gustaron y vieron miradas que miedo les dieran. Una noche, en la cantina, invitaron a un forastero pelirrojo, Antonio su nombre, a compartir el jarro con ellos. Les dijo que en la Cabrera había visto gente como ellos, de los que perdieron. Que habían vuelto a la aldea y no pudieron seguir. Ahora estaban huidos, armados y continuaban la guerra tal vez no para ganar pero sí para poder vivir. Pedro y Pablo se miraron de soslayo. En menos de una semana se echaron a la sierra.
Se unieron al grupo de Abelardo, donde encontraron viejos compañeros de milicia. En poco tiempo, Pedro se convirtió en la mano derecha del comandante: cauto como alimaña del monte, audaz como el que más. Y más que audaz, temerario era Pablo. Lanzaba operaciones que todos creían suicidas, ocupó pueblos enteros y buscaba encararse con los guardias, pero siempre volvía triunfante como un diablo burlón. No llevaba bien la vida en la sierra y muchas noches bajaba a las tabernas, peligroso y fanfarrón, con mujeres de moral dudosa y vino de Los Valles a tutiplé. Hubo peleas, historias de cuernos y esto, claro, trajo aún más peligro al grupo de la sierra y le costó a Pablo fuertes broncas con Abelardo, algunas pistola en mano. Pero era por cierto un buen soldado, y por ello escapó de castigos que otros sí hubiesen pagado.
No ha trascendido por qué asunto, pero una noche Pablo, sin órdenes de nadie y a espaldas del mando, montó una operación en el Mercado del Puente. En tres días arrasó el pueblo: tiroteos, fuego, robos, saqueo. Torturó al padre cura –dicen que le hizo comerse una corbata con tenedor y cuchillo y luego arrastrarse por un agujero que en la pared abrió a tiros- y a uno de los comerciantes más conocidos descerrajó un balazo en la frente sin más miramiento. Toda la gente de la comarca se sintió horrorizada y la partida de escapados perdió el apoyo que en los pueblos podía tener.
-Mátalo –le dijo Abelardo a Pedro- Está loco y acabará con nosotros.
Se sintió romper por dentro. Como militar entendió a la perfección la orden. Como Pedro, Pablo era su hermano, más que sangre de su sangre, el compañero de la trinchera, el amigo del corazón. El dilema le traía por la calle de la amargura y hasta por una vez el comandante le miró con recelo.
-¿Y entonces…?
-Ya está. Sólo busco el momento,
No tardó en llegar. Eran las fiestas del Corazón de Jesús en un pueblo cuyo nombre me guardo. Pablo anunció que aquella noche no podrían contar con él; para su sorpresa, Pedro dijo que bajaría a su lado. Fue un camino agradable: dos amigos, que durante mucho tiempo no tuvieron ocasión de charlar, encontraron el momento de hablar de sus cosas, sus casas, sus recuerdos. Como si el árbol de la amistad, tal vez un poco agostado por la vida de la sierra y los nuevos compañeros, reviviese tras una lluvia de primavera.
En llegando al pueblo, ante la puerta de la iglesia y su cementerio, descubrieron una pala abandonada quién sabe por qué. Pedro sacó la pistola.
-Cógela, Pablo. Vas a cavar una fosa.
Creyó que era una chanza, pero la negra ánima del arma le conminó a iniciar la tarea. Pedro le explicó porqué la ejecución.
-Y a partir de ahora estás muerto –sonó un disparo en el aire de la noche- Lárgate. Abandona la región, sal del país mejor. A todos los efectos, tú te has quedado en esta sepultura. No hemos de volver a vernos. Busca tus amiguitas en otros prados.
Tal vez Pablo quiso decir algo, abrazar a su amigo. Arrojó la pala, le miró con su media sonrisa triste y salió huyendo. Pedro se quedó, viendo cómo marchaba. Luego se escupió en las palmas y cubrió la fosa que Pablo había cavado. Las lágrimas corrían por su cara como si en realidad estuviese enterrando a su hermano.
Pasó algún tiempo. La vida de los huidos se hizo cada vez más dura: la guardia civil y el ejército los cazaban como alimañas, no recibían apoyo exterior y hasta los dirigentes políticos pensaban que la hora de las armas quizás ya había pasado. Los hombres de la montaña, algunos ya conscientes que su guerra solo tenía un final, afilaban los colmillos y sus acciones eran cada vez más sanguinarias, como de fieras que se encuentran acorraladas.
Así cuando el grupo de Abelardo recibió noticia de un cura recién llegado a la región, mujeriego y borrachín y que con sus denuncias había perjudicado a algún compañero, montaron una operación casi al descuido, entre traslado y traslado. Siendo pocos como ya eran, Pedro fue elegido para la misión.
Aquel domingo entró en la iglesia como un feligrés más. Fue ver al sacerdote y crujir los puños dentro del gabán. Aguantó el evangelio, el credo y el padrenuestro. Y llegada la comunión hizo fila con el resto y encarado ante Pablo, pues él era y no otro el cura nuevo, tiró de pistola y vació el cargador.
Pablo no había soportado la vida lejos de su tierra y de su gente. En cuanto pudo volvió. Suplantó la personalidad de un bisoño capellán y trató de pasar desapercibido. Pese a los disfraces, su ser salió pronto a la superficie y no pudo evitar ni las mujeres ni el vino. Su amigo le reconoció en cuanto le puso la vista encima. Murió con la sonrisa en los labios, tal como había vivido. “Estaba muerto desde el día que cavé mi fosa” –quizás fue su último pensamiento. Más que la herida, le dolió ver a caer al lado a su monaguillo Andrés, alcanzado por una bala perdida, con los ojos abiertos de par en par llenos de sueños perdidos. El Cristo de palo clavado en el altar, entre el grito y la sorpresa, agonizaba otra vez ante una historia mil veces vivida.
Pedro caminó hacia el atrio entre el griterío de los fieles. Una vez allí se giró, enfrentó la iglesia y cambió con toda calma el cargador de su alma.
-Ese hombre –dijo- tiene su tumba excavada tres pasos a la izquierda del ciprés del cementerio. La hizo con sus manos, justo es que la ocupe. Conmigo haced lo que queráis.
Y acto seguido se voló la cabeza de un disparo.
Pedro y Pablo no existieron. Sí Abelardo y su grupo, al que se cree originario de Puebla y que actuaron en Sanabria Carballeda, la Cabrera Baja y también en Viana do Bolo, La Gudiña, Villavieja y la Mezquita hasta finales de los 40, en ocasiones apoyados por otras partidas guerrilleras de Asturias, Galicia y León. Realizaron operaciones como la toma de de los pueblos de Santa Colomba o Trefacio y emboscadas a fuerzas desplazadas de la Guardia Civil. Al parecer fueron evacuados a través de la frontera portuguesa, al menos los mandos de filiación comunista. La ocupación del Mercado del Puente está contada tal como me la narró mi padre. El pelirrojo de la cantina que anima a los protagonistas a unirse a la partida podría tratarse de Antonio B. El Rojo, el leonés de la Cabrera que retrató Ramiro Pinilla en su novela del mismo nombre. Y a Rubén Blades le he robado una escena, que conste.
Fotos: 1. Puebla
2.Porto
3,6,7.Mercado del Puente
4.Camino de Santa Colomba
5.Barjacoba
8.Cementerio de Trefacio
9.Monte de Pías.
Publicado por
Xibeliuss
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La historia de los maquis es una historia de tristeza y de melancolía una lucha sin futuro abandonados por todos...
ResponderEliminarA quien no lo conozca le recomiendo que lea "luna de lobos" de Julio LLamazares, yo seguí esta misma recomendación y no me arrepiento es un libro corto y muy rápido de leer...
Saludos
Maravilloso relato, monsieur. Lo he disfrutado muchisimo. Hasta el final me tuvo usted convencida de que los personajes eran reales.
ResponderEliminarY sun fotos son siempre de concurso.
Feliz comienzo de semana
Bisous
Cuántas historias se podrían contar similares en todo el territorio español. Decimos que esta que cuentas es ficticia, pero a mí no me lo ha parecido, porque relatos desperdigados, experiencias sueltas de hombres viviendo y muriendo en la sierra por un ideal incomprendido también se dan por mi tierra. Estremece pensar que personas vivían prácticamnte a la intemperie en los cortos, fríos y nevados días de invierno, a la sombra de una triste fogata mientras cualquier chasquido les alertaba.
ResponderEliminarUn saludo
Aún quedan algunos flecos de todo aquello; ayer domingo he hablado con un hombre que no tiene padrino porque el cura no quiso un rojo en su iglesia y el padre dijo que otro no tenía.
ResponderEliminarUn tio mío sufrió un paliza a manos de "los escapados" por no querer darle un escopeta de caza que no tenía y días mas tarde otra de la guardia civil, porque creyeron que se la había dado.
Lo que nunca me quiso contar es por que no tenía una escopeta que todos pensaban que tenía.
ResponderEliminarYo he oido a mi padre contar historias de los maquis, con mucho respeto y temor, de familiares que se tenian que esconder en los huecos de las chimeneas para ocultarse.
ResponderEliminarCuanta miedo, miseria y hambre pasada...
Un abrazo
José Luis: completamente de acuerdo contigo. He oído muy buenas cosas de "Luna de lobos", tengo ganas de leerlo.
ResponderEliminarMadame: La idea del cuento era incluir unos personajes ficticios en una historia real. No existieron, pero pudieron haberlo hecho.
Carmen: toda la razón. Estos días estoy recorriendo lugares por donde estuvieron los maquis y algunos estremecen. La vida en invierno en la sierra de Porto, por ejemplo, por encima de los 1700 metros de altura, con nevadas desde noviembre hasta bien entrado mayo y unas temperaturas siberianas tenía que ser un infierno.
Logio: gran historia. Tu tierra también fue mucho de maquis, algunas partidas eran las mismas que actuaban en Sanabria.
Arena: la de los topos es una historia distinta, pero paralela. Cuánto dolor se esconde tras ellas! Un abrazo.
Gracias a todos por los comentarios. Saludos.
Has contado una historia escalofriante, hasta que has dicho que era inventada, pensaba que podría haber sido cierta. Y tenía verosimilitud, porque las guerras destrozan muchas cosas, entre ellas la familia y la amistad. En este caso, la solución última está muy bien trabada, pues Pedro cumplió con su obligación y con su corazón. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Isabel. Seguro que hubo historias verídicas más trágicas que ésta. Fueron años terribles.
ResponderEliminarTambien me he comido el cebo que era una historia real; hasta Pablo impostor de cura. Realemnte por aqui tenemos mucha suerte de no saber lo que es una guerra, o de no querer saber que es distinto....
ResponderEliminarLa historia es estremecedora y es cierta. Quizás cambien nombres y hasta lugares, pero es cierta.
ResponderEliminarLos maquis, gente que vivía como alimañas sin esperanza, donde los mataban los dejaban, vivían acosados como zorros en cacería inglesa, Hombres normales se convirtieron en alimañas. Es lo que tienen la guerras fratricidas, se muere la compasión.
Un saludo, excelente post.
Alyxandria: Una guerra civil es, posiblemente, lo peor que le puede pasar a un pueblo. Las heridas son virulentas y tardan demasiado en cerrar.
ResponderEliminarLys: Completamente de acuerdo. La compasión es la primera víctima. Gracias por la visita.
Me ha gustado muchísimo.
ResponderEliminarGracias por la visita, Angus. Y me alegro que te guste.
ResponderEliminarUna historia dura.
ResponderEliminarA pesar de que los dos protagonistas, Pedro y Pablo, no existieran, estoy segura de que, en aquel momento, se vivirían historias, si no iguales, muy parecidas.
Me ha encantado el relato. Podría ser, perfectamente, el argumento de una película :)
Un saludo desde Murcia.
Gracias, llvllurciana. Este relato ha sido una cosa curiosa. Por un lado tenía la intención de escribir sobre los maquis, por otro esta historia ambientada en otra época. Ninguna de las dos funcionaban por separado, pero al combinarlas el relato se escribió prácticamente sólo.
ResponderEliminarSaludos
En Trefacio, la casa que hay pasada la puente, dirección a El Puente de Sanabria, era la del Tí Pepe López, comerciante del pueblo. Esa casa la intentaron asaltar los maquis, y el asalto fue repelido por los ocupantes con colchones ne la puerta y a tiros. Hasta no hace mucho se podían ver algunas muescas en la antigua puerta y en las paredes.
ResponderEliminarY hay otra historia, esta ocurrió por San Martín y alrededores: un grupo de personas, entre tres y cinco, no lo sé, aparecieron un día en el pueblo, con aspecto de haber pasado mucho a la intemperie. Pidieron ayuda, en forma de algo de comida y cobijo, y un hombre del pueblo, creo que el que era el alcalde, los metió en un pajar. Cuando se cercioró que estaban dormidos, atrancó la puerta y bajó corriendo a dar aviso ala Guardia Civil, pues sospechaba que eran maquis de la sierra. Al poco se personó un destacamento de civiles que los detuvo. El destino que tuvieron no lo conozco, pero he oido que los fusilaron.
Al cabo de los años, este hombre estaba en la sierra, cuidando del ganado, acompañado por dos rapaces del pueblo. Aparecieron dos hombres, que venían desde Porto, dijeron, y le preguntaron por la forma de bajar a Trefacio. En agradecimiento por las señas dadas, invitaron al hombre y alos rapaces a tomar café que traían en un saco (el hombre sospechaba que podían ser estraperlistas, así que el café sería bueno). Así que pasaron al chozo, y prepararon la cafetera. Mientras esperaban, comenzaron a preguntarle al hombre si recordaba un incidente ocurrido en la sierra hacía unos años, de unos caminantes perdidos, como ellos, que habían buscado ayuda en un pueblo cercano. Al escucharlo y recordar, el hombre se empezó a poner nervioso, y comenzó a sudar más al darse cuenta de la mirada fija y penetrante de lso dos viajeros, sobre todo de uno, que le recordaba a alguien vagamente. Éste hizo una seña a su acompañante, que invitó a los rapaces a salir con él. Fuera les dió a cada uno un par de onzas de chocolate, y les dijo que no se preocuparan que a ellos no les iba a pasar nada, y que bajaran corriendo al pueblo.
Los rapaces bajaron como alma que lleva el diablo, y cuando volvieron con más gente encontraron el cadáver del hombre, al que le faltaba una oreja, acaso para demostrar que se había cumplido venganza.
Muchísimas gracias, Attaronyo. Una gran aportación. Qué años, qué historias...
ResponderEliminarAttaronyo, mi familia es de Peque y esa historia, tanto sea leyenda o verdad, siempre la he oído. Y recuerdo que me emocionaba cada vez que la oía.
ResponderEliminarGracias por recordarmela y un saludo.
Xibeliuss, un gran blog, pronto intentare ponerme en contacto contigo, para (molestarte un poco) hacerte unos comentarios y pedirte unos consejos. Gracias anticipadas por todas las molestias.
Gracias por la visita, visitante anónimo. Quedo a tu disposición si te puedo ayudar.
ResponderEliminarSaludos.
Frente a tu relato literario, me permito aportar un hecho real, escueto, simple: 1941, mi abuelo pasea de la mano con su hijo mayor de 5 años por un pueblo de Sanabria. Unos maquis de la sierra le pegan dos tiros. Entran en casa, roban lo que pueden, amenazan a mi abuela. Sin darse cuenta se ha quedado viuda con cinco niños, el pequeño de unos meses. Mi abuelo, que pasó la guerra como ayudante de un coronel médico, nunca mató a nadie.
ResponderEliminarNunca es tarde si la dicha es buena. ME HA ENCANTADO TU RELATO...Nostalgico,cercano y tan cruel y real como como la vida misna.SALUDOS
ResponderEliminarNunca es tarde si la dicha es buena. acabo dce leer tu relato Y ME ANCANTADO...tan cruel y real como la vida misma. SALUDOS
ResponderEliminarDuro el desenlace del relato de ficción y duro el desenlace de los maquis, derrotados en la guerra y en la postguerra, abandonados y muertos a tiros como la historia que cuenta Attanroyo, que la oí en Sanabria, así como el asalto al Mercado del Puente, uno de los que querían matar consiguió escapar, me lo contó su hermano hace unos años. Todavía quedan heridas, todavía quedan supervivientes de aquellos horrores. Espero que el futuro permita afrontar y contar lo que sucedió durante esos años con una cierta objetividad, para que esos hechos y esas situaciones no porque se lleguen a repetir sino para que veamos hasta donde conduce la violencia.
ResponderEliminarUn abrazo.