Un suspiro de alivio al ver parpadear la bombilla. Al menos, luz. Javier Gómez. Primer trabajo de campo como pasante de un abogado de Puebla de Sanabria. Una herencia envenenada. Una decena de pedazos de tierra, una casa humilde y cuatro hermanos, incapaces de llegar a un acuerdo. ¿Su tarea? Entrar en la casa, cerrada desde dos años antes, y buscar los papeles que justifican la propiedad.
Ha llegado por una tortuosa carretera entre robles y escobales. Telarañas en el pelo y en la chaqueta. Si la casa fuese más señorial y un siniestro noble saliera a agasajarle, podría pasar por un Jonathan Harker de pacotilla. La maleta está donde dicen las instrucciones: debajo de la cama, detrás del orinal -esto último es de su cosecha. La arrastra hasta un escaño. Una nube de polvo se columpia en los rayos de luz de la bombilla. ¿Papeles? Allí están. Todos. Partijas, contratos y también cartas personales, publicidades obsoletas, recibos caducados y estampas de todos los santos. Toca clasificar.
No puede evitar leer las cartas al tiempo de ir formando distintos montones -esto vale, esto es basura. La historia que se dibuja le absorbe, las partijas pierden interés. Amelia, aquella cuya herencia van a descuartizar, también formó parte de una familia de cuatro hermanos. Ella, la primogénita, casó con un maestro cantero gallego, de los que venían al pueblo en busca de jornal. Se quedó con ella. Pronto llegaron los críos.
Alicia no tuvo suerte nunca. Su marido, un mozo vecino, murió de joven, alcanzado por un rayo cuando intentaba llegar a casa con un carro cargado bajo la tormenta. A ella le tocó bregar con sus hermanos pequeños y, más adelante, con sus sobrinos. Pocos años después de la desgracia, otro rayo incendió su hogar. La viuda lo perdió todo. Amelia y su marido le cedieron una parte de su propio pajar, la ayudaron a acondicionarlo. Su vida quedó unida para siempre a la de su hermana. Una presencia enlutada que sobrevolaba por las cartas, siempre presente, nunca protagonista. Las relaciones no fueron fáciles.
A Martín, el primer varón, el tiempo se le pasó deprisa. Un buen chico, pensaban todos. No sacó manos para el oficio del padre y no hizo más -ni menos- que cuidar la hacienda hasta su alistamiento. La guerra le alcanzó de lleno. Dos meses de instrucción y al frente. Su compañía entró en combate en las cercanías de Madrid: Brunete. El joven abogado se estremece al leer las cartas que dan cuenta de su muerte. El capitán le retrata como aun héroe. Un compañero, un paisano de Limianos, cuenta que está seguro de haberle visto caer, pero que no pudo recuperar el cadáver por la gran cantidad de bajas que hubo aquellos días. La familia nunca llegó a saber si a Martín lo enterraron en una fosa común o quedó allí, en medio del monte. Costó que le dieran oficialmente por muerto.
El hijo pequeño, Juan Manuel, fue distinto. Travieso, espabilado, muy listo. La aldea se le quedó pronto pequeña y parece que se metió en problemas. “ El Señor Cura dice que es de la piel de Satanás, que es un nubeiro . El más que nadie debería saber que solo Nuestro Señor puede manejar las tormentas” -escribió su madre en una carta. Le mandaron a la capital, a servir en casa de unos conocidos acaudalados.
Estalló la guerra. La narración se vuelve confusa, cuesta seguir el hilo. Parece que aquellos conocidos se alinearon con el bando nacional e inmediatamente fueron represaliados por los milicianos. Juan Manuel se quedó al frente de la casa y se ocupó de que los sirvientes, sanabreses en su mayoría, pudiesen volver al pueblo sin problemas. Luego ingresó en el ejercito. Una carrera rápida, méritos de guerra. Se enteró de la muerte de su hermano, pero no pudo hacer nada. Después, un puesto más cómodo en el Cuartel General. Estrellas en la bocamanga. Pero Franco entró en Madrid y proclamó su Victoria. Cientos, miles de republicanos fueron encarcelados, exiliados, fusilados. Juan Manuel quedó bajo arresto domiciliario en la casa que vino a servir.
El abogado enciende un cigarrillo y aprovecha para estirar las piernas. El tapiz de la historia de la familia se está tejiendo ante sus ojos, entre las apretadas líneas de esas cartas. Ha perdido la noción del tiempo, tal vez ya sea de noche.
Monsieur, muy interesante el comienzo de este relato! Muy bien presentado. Aguardo la continuacion.
ResponderEliminarY que fotos nos deja usted!
Feliz comienzo de semana
Bisous
Merci, Madame. Espero que la conclusión no la decepcione.
ResponderEliminarFeliz lunes.
Yo la aguardo impaciente.
ResponderEliminarYo quedo expectante,vaya fotos !!!
ResponderEliminarUn abrazo Xibeliuss
La cosa empieza interesante... espero que no tardes mucho en continuarla...
ResponderEliminarEstá ya escrita, Logio. Pero quedaba una entrada demasiado larga.
ResponderEliminarSaludos.
Las fotos son de hace ya unos días, Arena. Ahora que la nieve está en todos los telediarios, aquí tenemos un sol do carallo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
En pocos días, José Luis.
ResponderEliminarUn abrazo
Me ha sorprendido el título, Nubeiro. En mi tierra natal, Asturias, estamos acostumbrados a ver al Nuberu sobrevolar caprichoso los campos y descargar su furia sobre el valle. No sabía que este personaje mitológico había alcanzado la tierra de mis mayores cambiando ligeramente su nombre (la cercanía de Galicia influye en el término, supongo). Sigo con expectación la continuación de este relato mientras contemplo la belleza de la nieve en tus fotografías. Un abrazo grande
ResponderEliminarSí, conozco al Nuberu asturiano. Aquí ha llegado creo más a través de León que de Galicia, aunque hoy está prácticamente olvidado.
ResponderEliminarUn abrazo, alicia
mmmmm entre las fotos, la trama de la carta y ese abogado extraño, estamos expectante con ese "continuará".
ResponderEliminarVamos, no pares...
Abrazos
De pequeño leía los tebeos de Bruguera -Pulgarcito, DDT, Mortadelo - Había historias de una o dos páginas y normalmente una serie larga (El Sheriff King, Bob Morane...) que venían con el continuará. No he podido resistir darme el gustazo.
ResponderEliminarSaludos, Logan y Lory
QUE BIEN, UNA HISTORIA INTERESANTE, QUE BIEN!!
ResponderEliminarLAS FOTOS, SON DE CUENTO DE HADAS.
UN BESITO
perdon por la expresion es un reportaje cojonudo con unas fotos cojonudas, para no variar
ResponderEliminarbuen trabajo si señor¡¡
Sí, es verdad, Reme. La primera foto, que es un molino, parece la casita de Hansel y Gretel.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Tu si que sabes! (jejejejej)
ResponderEliminarSaludos, cuentosbrujos
Pero que historia tan interesante!
ResponderEliminarEspero ansiosa la continuación, besos!!
Pronto la conclusión. Un abrazo, Carolina, el halcón.
ResponderEliminarInteresantísima historia de esta familia, que has dibujado en unas pocas líneas. Quedo gratamente asombrada. Y espero la continuación. Saludos cordiales.
ResponderEliminarIsabel, es todo un elogio y más viniendo de una maestra. Muchas gracias y espero no decepcionar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me has metido en el relato de lleno, Xibelius. Estaba en la casa, junto al abogado que llegaba su humilde casucha, llena de telarañas, con la maleta bajo la cama, junto al orinal. Oía crepitar el fuego de la chimenea, respirar sacando vaho por la boca debido al frío, el polvo que salía de las cartas y el crujido que hacían al desdoblarlas.
ResponderEliminarEstoy impaciente a ver qué pasa.
Un beso
¡Carmen, tú estabas allí! ;-)
ResponderEliminarUn abrazo.
Pd. La solución, mañana.
que buenas fotos!! me gustan las dos pero la ultima especialmente y, esperando el desenlace tambien. bsos.
ResponderEliminarUn abrazo, cruz
ResponderEliminar