(viene de aquí)
Javier no quiere irse. Observa cuidadosamente una foto de Juan Manuel en traje militar. Gorro de plato, casaca lustrosa. Una sonrisa apenas perfilada y unos ojos muy oscuros, profundos como una sima.
Javier no quiere irse. Observa cuidadosamente una foto de Juan Manuel en traje militar. Gorro de plato, casaca lustrosa. Una sonrisa apenas perfilada y unos ojos muy oscuros, profundos como una sima.
Despliega otra carta
y entonces
bucea en el tiempo.
Las paredes de la casa de Colón se le están cayendo encima. No puede más. Debe escapar. Gracias a sus contactos ha conseguido una documentación lo suficientemente buena como para ponerla a prueba. Quizás lo más lógico sería intentar salir por los Pirineos, como están haciendo todos. Pero él tiene asuntos que resolver en Sanabria: abrazar a su madre, a su hermana Amelia, también a Alicia. Recoger a Teresa en Santa Cruz, la chica a la que quiere desde que sirvió a su lado en esa misma casa. Y entonces huir. Cruzar hasta Oporto y embarcar hacia Méjico. No va a ser facil. Esta noche.
Un viaje en tren eterno, un sobresalto en cada estación. Manos firmes frente al revisor, manteniendo una confianza que no siente. Sin embargo, ya en Puebla, no se percata de unos ojos que le miran fijamente. Unos ojos que no le quieren. Los ojos de un pretendiente de Teresa que ha visto llegar a su enemigo. Juan Manuel no ha andado la mitad del sendero hacia su aldea cuando en el cuartelillo de la Guardia Civil ya se están cursando órdenes.
Javier Gómez es ahora Andrés, el maestro cantero casado con Amelia. Está sentado en un poyo a la puerta de casa, liando un cigarrillo de picadura. Sus pensamientos son sombríos. El trabajo está peor que nunca. Aunque hubiese dinero, no hay nada para comprar en el mercado. Otro hijo en camino y su cuñado se oculta en el desván. Sí, por poco tiempo. Lo justo para descansar y seguir camino, pero no se siente tranquilo. Puede pasar algo. Algo como que la pareja de la Guardia Civil se llegue ante él, tricornios calados, naranjeros al hombro. “ Venimos por Juan Manuel X”. “ No está aquí”. “Mira que nosotros lo sabemos todo, Andrés. Esto no va contigo. Venimos por Juan Manuel”. Amelia se ha asomado al dintel. Tiene los ojos llenos de lágrimas y retuerce las manos sobre su regazo de embarazada. Se muerde los labios. “ No puedo ayudarles, señores”. “ Ven con nosotros”. Allá van, Andrés delante, los capotes de los guardias revoloteando detrás. La mujer llora desesperada. Es su hombre, el padre de sus hijos. Pero el que duerme arriba es su hermano, su pequeño. Necesita una oportunidad.
El primer golpe no tarda en llegar, apenas perdida la casa de vista. El infame vergajo con punta de plomo le rasga la carne de la espalda. Esto va a ser duro. Le llevan a la taberna del pueblo de al lado, la que tiene trastienda. Los parroquianos salen en un silencio precipitado. Llueven vergazos, patadas, puñetazos, bofetadas. Una labor hecha a conciencia.
Juan Manuel se presenta en el cuartel de Puebla. “ Me llamo Juan Manuel X. Soy comandante de Estado Mayor del Ejercito de la República. Vengo a entregarme y exijo que se me de un trato acorde con mi rango”. Mantiene una posición altiva que impresiona a sus captores. El sargento le ofrece café y cigarrillos.
Javier Gómez se frota las sienes. Tantas horas descifrando las complicadas caligrafías le han levantado dolor de cabeza. Pero tiene que seguir. Tiene que saber.
El cantero gallego no se recuperó de la paliza. Se fue muriendo durante un año hasta que al fin expiró. Amelia quedó sola para sacar adelante a sus cuatro hijos. Juan Manuel sufrió condena en un campo de concentración de Alicante, desde donde escribió numerosas cartas a la familia que llegaban con el sello de “CENSURADO”. Cinco años después logró el indulto. Se casó con Teresa y se instalaron en Madrid, aunque volvían con frecuencia a Sanabria. Medró como constructor bajo el régimen franquista y construyó barrios enteros, que alquiló a sanabreses emigrados en la época del despoblamiento. Amelia le siguió viendo como su pequeño. Siempre reservó lo mejor de la exigua matanza para los paquetes que le mandaba por el coche de línea. Juan Manuel enviaba a sus sobrinos recortables y revistas, acompañados de cartas que Teresa mecanografiaba en la oficina.
El abogado cerró al fin la puerta tras de sí. Se llevaba en una carpeta los contratos y partijas que su jefe precisaba. Había leído todas las cartas, hasta la última de pocos meses antes de la muerte de Amelia. No encontró la respuesta que buscaba. La respuesta a la pregunta que Amelia nunca escribió.
¿Cuándo se entregó Juan Manuel en el cuartelillo? ¿Cuando se llevaron a su cuñado? ¿...O después de que volviese a casa, tras la paliza que acabó matándolo?.
El nubeiro. El que maneja las tormentas.
Esta es una historia real. Sólo se han cambiado nombres y algunos lugares y situaciones.
Curiosos las habilidades de ciertas personas en el mundo rural antiguo... al abuelo de mi novia todavía lo conocen en el pueblo "porque quitaba las verrugas"
ResponderEliminarMonsieur, me ha impresionado que sea una historia real. Pense que el relato procedia enteramente de su imaginacion. Valiosa labor, entonces, la que se suma a su redaccion, y que es la de investigacion.
ResponderEliminarFeliz dia
Bisous
La habilidad de este nubeiro parecía ser la de navegar en aguas procelosas salvando siempre las posaderas. Lo de las verrugas es mucho más util para la comunidad, donde va a parar.
ResponderEliminarUn saludo, José Luis
Completamente real. El único personaje ficticio es el abogado. En lugar de una novela histórica, me ha salido un cuento histórico
ResponderEliminarFeliz día, Madame, que le sea leve.
AINSS, QUE ME AHOGO DE PENA!!!
ResponderEliminarSI, MI MADRE AHORA ANTES MI ABUELA ME CONTABAN HISTORIAS DE AQUELLOS AÑOS, VIVO EN UN PUEBLO, Y SON MUCHAS LAS FAMILIAR QUE PADECIERON.
ESPERO LA PRÓXIMA ENTREGA.
Que curioso el mombre de "El Nubeiro" y el significado, y cuantos secretos se llevó Amelia..
ResponderEliminarMe ha encantado esta historia
Un abrazo Xibeliuss
Reme, de momento no habrá más entregas. Así se acaba.
ResponderEliminarUn abrazo.
Los descendientes aún se hacen la misma pregunta.
ResponderEliminarUn abrazo, Arena
Hola Xibelius.
ResponderEliminarUn saludo, by tu blog en el de una amiga, y al llegar a curiosear, me gusto, por lo que me hice tu seguidor.
Ya leeré tus escritos más despacio. Pues parece que mis amigos y amigas se encuentran hoy bastante inspirados.
Mira Xibelius te dejo los links de lis blogs por si deseas echarlos un vistazo.
SALU2.
http://esperandoqueescampe.blogspot.com/
http://amaneceramanana.blogspot.com/
Bienvenid@ al blog, makistakis. Me paso a ver los blogs que nos recomiendas, seguro que muy interesantes.
ResponderEliminarSaludos.
Yo intuí que era cierto, espero no haber errado.
ResponderEliminar"Malditas sean las guerras y malditos los que las promueven". J.Anguita.
En el caso de las guerras "civiles" es aún peor. Sí, la historia es cierta. No contrastada en todos los detalles, pero sí las líneas generales.
ResponderEliminarSaludos, Logio
Hemos coincidido, por fortuna!
ResponderEliminarEs hermoso tu relato, de verdad.
Saludos!
¡Las ideas están en el aire! Un saludo, Uthegal
ResponderEliminarQué asco de guerras!!! Y el problema es que nuestra Guerra Civil o Incivil a veces me da la impresión de que hno se ha acabado, ni con el paso de las generaciones. Todavía hay la misma división en dos bandos, surge el rencor de vez en cuando, nos echamos mierda unos a otros por algo que pasó hace ya muchos añois. Olvidar no, recordar, pero no aplicando los mismos parámetros de enconces a nuestra cotidaneidad política.
ResponderEliminarEnhorabuena por este relato tan bien narrado. Te sumerges en la historia plenamente, buceando en el pasado, reconstruyéndolo y mimándolo.
Un abrazo
Completamente de acuerdo. Hay que recordar para no volver en los mismos errores. Afortunadamente, las circunstancias son muy distintas. Uno de los objetivos del cuento era recordar que hubo todo tipo de gente en los dos bandos... y entre los que intentaron mantenerse al margen.
ResponderEliminarUn abrazo, Carmen
Y al final el cuento resulto ser real.Cuántas historias sepultadas bajo la tierra, en la memoria de los que se fueron, en montañas de papeles deslabazados, llenos de incógnitas! Gracias por recuperar este fragmento de vida que ahora todos los que te hemos leído llevamos dentro. Como ves, la historia se ha multiplicado... Un abrazo sin olvido
ResponderEliminarLa historia no debe repetirse, y, por lo tanto, en ningún caso olvidarse.
ResponderEliminarUn abrazo, alicia
Gente recia que tuvo que lidiar un destino hostil y cruel que se cebó en ellos y en la vida de sus familias. Vidas anónimas, intensas y reales que supiero buscar todas las salidas a la subsistencia.
ResponderEliminarTus fotos, como siempre, son preciosas.
Un abrazo.
Gente condenada a un destino muy hostil, sí, incluso aunque la guerra no hubiese llegado a suceder. Estas fueron comarcas sin Historia, pero llenas de vidas.
ResponderEliminarUn abrazo, Logan, Lory
llevo pegado al teclado desde que publicaste la primera entrega sin saber muy bien que decir... alguna vez me ha tocado bucear en partillas y "viejas carpetas de los papeles" y me he sentido plenamente identificado con el pasante...
ResponderEliminarque historia mas conmovedora y que bien contada. Si. Si.
Gracias, Amio
ResponderEliminarPreciosa historia, me ha conmovido hasta el alma, y me ha llevado a recordar las viejas historias sobre la guerra que me contaba mi abuela.
ResponderEliminarPor cierto, eres muy bueno escribiendo relatos.
Besos!!
¡Muchas gracias, Carolina! Viniendo de quien escribe tan bellos cuentos como los tuyos, me siento muy halagado.
ResponderEliminarMe gusta mucho el formato corto, el concentrar mucha información en poco espacio, lo que te hace sugerir más que detallar.
Completamente de acuerdo, querido, por lo que te invito a un nuevo relato en Karyûkai...
ResponderEliminarUn relato que te dedico a tí, samurái de Sanabria...
Muy agradecido. Paso de inmediato, Carolina
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