Y aquel que llamaban Pincholo llegó a la taberna demudado, descompuesto:
-¡El lobo! ¡El lobo!
Sólo después de un buen ponche de vino y huevo fue capaz de contar su historia. Volvía de ciertos negocios en una cocina de Ribalago cuando notó movimientos furtivos a la vera del camino. Al principio fueron solo eso: rumor de salgueiras, hojarasca removida siempre más allá de su vista. Luego un ronquido profundo, salido de más allá de las gargantas del infierno y unos ojos como llamas clavados en sus pupilas. Sintió como el vello se le ponía de punta pelo a pelo, con una lentitud exasperante. Pincholo reconoció a su enemigo. No encontró otra salvación que trepar a lo más alto de un viejo roble. Allí pasó lo que para él fueron horas interminables oyendo discutir a la manada sobre la conveniencia o no de tirar abajo el árbol. Al cabo marcharon y él pudo llegar más mal que bien a la taberna.
-Ha sido horrible -dicen que decía.
Así empezó el invierno , mi señor. Fue poco después de los Santos y a partir de entonces llegaron las nieves y los desmanes del lobo, cada vez más audaz. Primero faltaron unas ovejas de la vela de Pedroso, de las que sólo se recuperaron pellones sanguinolentos. Luego se les vio vigilando a las vacadas y llegaron a matar cinco mastines a la puerta de un corralón alejado. El saqueo era continuo. Los hombres de Sanabria y Carballeda sacaron cayados y guadañas, subieron a las loberas conocidas, formaron batidas para empujarlos a las esperas de la Culebra, cebaron una y otra vez los cortellos de Barjacoba, de Lubián... nada. Apenas alguna vez, oh, príncipe, atisbaron el rastro de su huida siempre en el siguiente valle. Decían los alimañeros que habían de ser animales de más allá de la sierra, bajados porque la nieve estaba muy fuerte en la Cabrera Alta y era el hambre quien los hacía tan astutos. El lobo, mi señor, siempre fue un formidable adversario en aquellas tierras, mas ni los viejos recordaban una camada tan dañina como la de aquel invierno de necesidades y miedos, un invierno que los vecinos pasaron en sus casas cerradas a cal y canto, con un garrote nunca lejos de las manos y la mirada alerta ante cualquier susurro.
Fue la mañana de La Candelaria cuando el sacristán de Gusandanos, que había subido al campanario a destrabar la cadena que le impedía tocar desde abajo, intentando no resbalar en el hielo que cubría los precarios escalones divisó un grupo grande de lobos bajando desde La Cigarrosa hacia el río Conejos. Todo verlos, mi príncipe, y lanzarse a tocar a rebato como presa del baile de San Vito.
-¡El lobo! ¡El lobo!
Era tanta la tensión y el odio contenido que el sol apenas se movió en lo alto cuando ya respondían las campanas de Monterrubio, de Anta, de Villarejo, de Carbajalinos... Mozos y viejos, mujeres, niños, los hombres se echaron al monte con todas las armas que pudieron reunir. Como fieras contra fieras los acosaron por las cortinas del río y en el vado de la presa del Ti Llanudo abatieron a dos de los suyos. Aquellos animales murieron a palos, a pedradas, alanceados más allá de la sensatez humana. Andresín el de los Catujos vomitó hasta la primera papilla cuando alguien, no sé quién, alzó con su horca los sangrientos intestinos de uno de los lobos. Aún así Tinín el alimañero pudo ver que eran dos ejemplares viejos y flacos hasta la extenuación. Sacudió la cabeza y se apartó de las celebraciones. Habéis de saber, oh, príncipe, que de cualquier forma la fiesta acabó pronto y de súbito.
Hasta la partida de cazadores se llegó corriendo uno de los pocos rapaces que habían quedado en el lugar de Monterrubio: una lobada, aprovechando el abandono, había entrado en el pueblo y causado una espantosa mortandad en las cuadras y en los corrales. Los rebaños habían sido diezmados. El ánimo de aquella gente quedo arrastrado por el fango ante semejante desastre. Habían sido vencidos por una estrategia militar en toda regla.
No se puede subestimar al lobo, monsieur.
ResponderEliminarAguardo la continuación de este prometedor relato en el que las fieras parecen ser los hombres.
Feliz dia
Bisous
Mira que me llama la atención este animal por el atractivo que tiene y lo astuto que es, mucho, sin restar importancia a los problemas y el miedo que causó en aquel entonces.Él es así.
ResponderEliminarUn abrazo Xibeliuss
Hola Xibelius, buen relato el que has contado y que me ha enganchado de principio a fin, así que a esperar tocan a el siguiente capitulo.
ResponderEliminarUn abrazo
el lio de Abi
¡Los hombres son muchas veces peores que las fieras salvajes! Mas permanezca atenta, Madame. Creo que el cuento nos deparará más de una sorpresa.
ResponderEliminarFeliz tarde
A no mucho tardar, Abi. Lo que todavía no sé si acabará en la siguiente entrega.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Es un magnífico animal! Por desgracia para él, demasiado parecido al hombre. Yo he intentado reflejar la visión que antes se tenía de él, que comprendo pero que hoy por hoy no comparto en absoluto. De cualquier forma, como digo más arriba, la continuación nos traerá sorpresas.
ResponderEliminarUn abrazo, Arena
Jamás subestimes a un lobo, ever. Suerte.
ResponderEliminarUn saludo y bienvenido, basurero usurero. te conozco a través de amigos comunes.
ResponderEliminarEs un depredador,defendiendose de otro mayor,habra que esperar a esa segunda parte,o tercera,o....
ResponderEliminarUn saludo.
Quedo absolutamente seducida por este texto, inquietante, brutal, maravillosamente bien escrito. Los lobos son muy listos y el hambre los hace aún más. Un abrazo admirado.
ResponderEliminarEl miedo de los miedos de las zonas serranas, el miedo inconfundible infundido por el lobo.
ResponderEliminarPor aquí ha habido historias también relacionadas con este animal, dueño y señor de los bosques. Por ejemplo existe un paraje con el nombre evocador de Fuente del Lobo. Y hasta no hace mucho había cacerías de lobos organizadas.
Ahora ya no queda ni uno (o son tan listos que no se dejan ver, lo cual dudo). Sin duda, el dueño y señor actual es el jabalí (por ahí imagino que hay muchos también)
Un besito
Un hermoso depredador, sin duda, un antagonista formidable, durante mucho tiempo casi a pie de igualdad.
ResponderEliminarVeremos por dónde sigue la fábula.
Un saludo, fosi.
Muchas gracias, Isabel. Me animan mucho tus palabras. ¡Te espero en la continuación!
ResponderEliminarQué buen relato, xibeliuss! Mi tía suele contar siempre como, de pequeña, un lobo la siguió durante más de dos kilómetros entre la nieve. Ella se paraba y el animal hacía lo mismo. La miraba fijamente con sus ojos de plata, quizá preguntándose quién era ella y cuáles eran sus intenciones. Había, sin duda, inteligencia en aquella mirada. Y decidió indultarla... Aguardo impaciente la continuación de esta historia. Abrazos
ResponderEliminar¡Ay, el jabalí! El lobo era un digno enemigo, el jabalí destroza todo. Y sí, tenemos a montones. Algunos dicen que introducidos con malas mañas.
ResponderEliminarUn abrazo, Carmen
Historias de lobos...
ResponderEliminarContaba mi padre que notó su presencia aquella noche, como su genética le enseño, la piel de gallina, los pelos de punto y el frío en el cogote... sabía que el lobo le seguía desde por el otro lado del río, paralelo a su camino a casa.
Apretó el paso cuando sintió en el agua el sonido de un golpe seco, algo había caído al río... o se había tirado.
Alcanzó el patio de casa, la del fondo de la aldea, la primera que te encuentras cuando subes por el camino del río cerró la puerta detrás de si y puso la tranca al tiempo que empezó a notar el olor a monte, ese que dicen que notas cuando lo tienes muy cerca, del otro lado de la puerta.
Subió a buscar la escopeta pero cuando regresó el olor ya no estaba.
Recordó que su madre había peleado con uno de ellos por un cordero, él tirando de un lado con sus colmillos clavados en su víctima y ella gritando del otro con sus manos en el otro extremo.
En fin, historias de ayer, unas mas difíciles de creer que otras.
jejeje He oído unas cuantas historias como la de tu tía. El propio Argimiro Crespo también cuenta una parecida de sus tiempos de arriero.
ResponderEliminarEl testimonio del tal Pincholo al principio está tomado de conversaciones reales. El hombre aseguraba haber escuchado a los lobos discutir sobre si tirar el roble o no.
Un abrazo, alicia.
¡Vaya regalo que nos dejas, Logio! El lobo es el personaje esencial de la mitología de estos pueblos y es lo que he intentado plasmar en el cuento. Yo sólo lo he visto vivo de lejos, a bastante distancia. Pero recién muerto también es un animal imponente. Sí, huelen a monte.
ResponderEliminarUn abrazo.
Enhorabuena por ese relato. Me ha encantado. Me recordaba a esas historias que se contaban antes al calor de un hogar.
ResponderEliminarTermínalo, por favor.
Varo.
Quizás si no hubieran acabado con las víctimas tradicionales de los lobos estos no hubieran atacado tanto al ganado...
ResponderEliminarMi abuelo recorría Carballeda, Sanabria y Aliste en carro, tirado por un "macho". Los desplazamientos se hacían casi siempre de noche y cuenta, aunque creo que exagerando, un montón de historias acerca de los lobos. La más llamativa es una en la que asegura haber tenido que encaramarse a un árbol hasta el amanecer acosado por toda una manada, igual que "En busca del fuego".
ResponderEliminarEl lobo es el omnipresente protagonista de miles de historias de Carballeda-Sanabria, casi siempre representando el papel de villano, es lógico. Las cosas parece que están cambiando y eso me alegra. Un saludo.
Sí, sí. No te preocupes que tiene final. Y espero que os resulte sorprendente.
ResponderEliminarSaludos, Varo
Así es, José Luis. Yo sigo pensando que aparte de odio también había mucha admiración por el lobo. Cuando cesa el choque entre intereses y necesidades es mas fácil la convivencia.
ResponderEliminarUn saludo.
Jjejeje: yo pienso que todas las historias de encuentros con lobos son exageradas. Pero no por mala fe, sino por la impresión que causa el animal y su mitologia.
ResponderEliminarSi, las cosas afortunadamente están cambiando. Entre otras cosas porque los intereses del lobo y del hombre ya no son tan contrapuestos. Por lo menos se va por buen camino.
Saludos, Desbrozador.
El lobo no te pone los pelos de punta, nihormigueo en la nuca,ni huele a monte a no ser que lo tengas justo delante de ti, ni te adormece las piernas, ni parlamentan si tiran un arbol o no, ni soplara y soplara y la casa derribara.Lo unico que conozco con esos sintomas es el miedo. LASKER
ResponderEliminar...el miedo que te daba si te lo encontrabas por la noche en un camino o en el monte atacando tu rebaño. Miedo y respeto, por supuesto. Y huele a monte desde cerca, a mí por lo menos. Y en las fábulas hablan y derriban casas a base de soplidos.
ResponderEliminarSaludos, Lasker
MUY BUENA HISTORIA, XIBELIUSS.
ResponderEliminarPOR DONDE YO VIVO NO HAY LOBOS, LO QUE TENEMOS SON MUCHOS TOROS.
ESPERARÉ LA SEGUNDA ENTREGA.
UN BESO.
Yo entiendo todos los estragos que la manada hacía entre la población, pero no podido impedir setir dolor por los animales. De acuerdo en que siempre ha habido que erradicarlos para evitar los males que producían, pero, tampoco ensañanrse con ellos.
ResponderEliminarHabrá tantas historias sobre éso...
Un abrazo
Jjejejeje. Notardará, Reme. A la vuelta de la esquina, ya.
ResponderEliminarUn abrazo
Son historias de dolor y miedo en los dos bandos, verdial, como las historias de guerra.
ResponderEliminarAfortunadamente todo ha cambiado mucho.
Un abrazo
Por cierto, que el tal Pincholo no era mal gaitero.
ResponderEliminar... y muy cuidadoso en el vestir. ¡Tú sí que sabes, Attaronyo!
ResponderEliminarSaludos