Ya hablamos en una
anterior entrada del trabajo que le costó a
Puebla conseguir un puente tras las riada de 1909. Pues bien, en aquellas mismas fechas,
Codesal y
La Carballeda estaban empeñados en una campaña similar... sólo que "
su" puente - reconozco que ésta es la primera referencia que tengo - parecía llevar bastante más tiempo derruido.

"En la provincia de Zamora, partido judicial de Puebla de Sanabria, hay una comarca que se llama Carballeda. El pueblo más importante de ella, Codesal,es uno de esos burgos que casi no figuran en el mapa, y que, aislados del resto de la provincia y de toda la Nación, viven una vida vegetativa y monótona, y sólo saben del Estado y de sus obras, gracias al sorteo de quintos y a la visita del recaudador de contribuciones. Carballeda encuéntrase separada de todo camino vecinal por un río, bastante ancho, y famoso en la provincia por sus desbordamientos. Este río es el Tera. Desde hace muchísimo tiempo, los carballedinos vienen solicitando que el Estado construya un puente sobre el citado río, frontera de la abandonada comarca. Lo han pedido a diputados y senadores y periódicos. Han dicho a estos últimos, en conmovedoras cartas, escritas por algún médico ó algún sacerdote, que es inicuo se condene a miles de españoles a un aislamiento embrutecedor, ya que sólo la comunicación, el intercambio de ideas y productos, puede civilizar a estas regiones sin ventura, donde un ruralismo salvaje impide todo progreso y toda solidaridad beneficiosa. Nadie les escuchó. Si acaso, algún diario provinciano dedicó a sus quejas una gacetilla inútil.

Llegaron las inundaciones. El Tera desbordóse, y las dos barcas de que servíanse ordinariamente los carballedinos fueron arrastradas muy lejos por sus aguas fangosas. Y cuando volvió la normalidad, y la inundación retiróse de los campos que cubriera de légamo, los habitantes de la aislada comarca se reunieron en la orilla del río y miraron con espanto a las tierras que se extendían tras aquel foso abierto entre ellos y España. Detrás no había un camino ni un sendero ni otra cosa que barrancos, matorrales y cerros. Delante estaba el río, ancho, rápido y profundo, ensoberbecido aún por su victoria sobre los diques naturales que fabricara en largos siglos de falsa mansedumbre. Ni puente ni barca. ¿Cómo pedir socorro? ¿Cómo decir al Gobierno, a España entera, que la inundación les había reducido a la miseria? Hicieron una balsa, y uno de ellos, el más atrevido o el más indignado, aventuróse sobre sus tablas y llegó a la otra orilla del río. Mientras volvía, algunos otros tantearon vados, plantaron estacas y emplearon los mismos medios que emplean los indios del Amazonas cuando se encuentran ante uno de los tributarios del río más grande del mundo y necesitan pasarlo para seguir su viaje. Si, amigos. Los carballedinos pueden haberse la ilusión de que viven en el corazón de la América española, o en las inmensas soledades de la Colombia británica. La civilización no ha llegado hasta ellos. Abandonados a sí mismos, han de oficiar de Robínsones en la isla. Sin embargo, figuran en el Censo y en el empadronamiento general, y contribuyen, sin enterarse probablemente, a la elección de un diputado provincial y de un mandatario con asiento en el Congreso. [...]

Los carballedinos, en vista de que no les construyen un puente, ni les procuran barcas, ni les remedian en sus desgracias, pasan el río en balsas o por vados, pero no vuelven a la comarca donde nacieron. Se van a América, y sus pueblecillos quedan desiertos. Como nadie les compra las casuchas, las cierran con llave y las abandonan. Dicen por ahí que ahora van a cambiar las cosas, que tenemos un Gobierno deseoso de hacer obras buenas y perdurables, que la España rural se regenerará gracias a las iniciativas de los que empuñan el timón de la nave patria. Pues oigan esos bien intencionados, si es que los menesteres electorales de estos días les dejan tiempo para ocuparse de cuestiones serias: en España hay muchas, muchísimas Carballedas. Son, en el mapa, como negros borrones indicadores de nuestra nacional incuria. Hay que incorporarlas al siglo por medio de caminos, puentes y líneas férreas. Hay que hacerlas salir de sus rincones y demostrarlas que el Estado es otra cosa que un gigantesco cilindro exprimidor de contribuyentes. Y luego hay que limpiarlas, con agua y con escuelas. Limpiarlas con amorosa adustez, con severidad misericordiosa, ocultando, tras el gesto duro, el corazón compasivo y blando. Caminos, agua y escuelas. Sin esas tres cosas, escalonadas por el orden en que escribo sus nombres, España seguirá siendo una inmensa Carballeda"
Fabián Vidal.
La Correspondencia de España, 21 de Febrero de 1910
Menos de dos meses después el columnista vuelve a ocuparse del asunto con ocasión de un telegrama enviado al Gobierno ("que, probablemente, no atenderá" - escribe) por la asamblea de alcaldes de la zona. En su artículo transcribe varios párrafos de una "larga epístola de un carballedino":
"«Esta comarca - me escribe mi amigo - era antes rica y próspera. No se conocía la emigración en ella. Había fábricas de blanqueo y elaboración de cera, manufacturas de tejido de lino, comercios importantes que hacían muchos negocios con las poblaciones portuguesas. Pero todo este bienestar desapareció en pocos años. El río Tera se ha convertido en nuestra ruina. Sus aguas se llevaron el puente construido sobre él hace varios siglos, y todos los pueblos de Carballeda quedaron casi aislados del resto del mundo. El aislamiento mató las industrias, hizo quebrar los comercios y obligó a los carballedinos a reconcentrar todos sus esfuerzos en la agricultura y la ganadería. Mas entonces surgió otro problema ¿Dónde serían vendidas las cosechas y las lanas? Para vadear el Tera es preciso recorrer 23 kilómetros de un camino casi intransitable. Ni una carretera, ni un ferrocarril atraviesan la región. Desde que las aguas se llevaron el puente millares de familias vegetan en la miseria, sin más relación con España que la visita del recaudador de tributos y las comunicaciones de la zona relativas al sorteo de los mozos. Sucede con gran frecuencia que el recaudador, en un pueblo, no puede cobrar, porque nadie tiene dinero. Presenta su recibo y quieren pagárselo con unas fanegas de centeno. Falta el numerario casi en absoluto. ¿Y cómo no va a faltar si no hay industria ni comercio por la carencia de vías de comunicación?

Aquí, en los meses del invierno, las gentes se mueren sin asistencia facultativa, porque el médico más próximo está al otro lado del río y es imposible vadear éste cuando trae crecida. Aquí, el vecino que no amasa debe resignarse a la falta de pan en diez ó doce días, porque el panadero no se muestra propicio recorrer cinco leguas de pésimos senderos y a vadear después el río con peligro de su vida. Aquí, en los meses del invierno, ocho de cada año, no recibimos cartas ni periódicos durante semanas enteras y no nos enteramos, sino es por casualidad, de los cambios de política. Naturalmente, la miseria originada por la incomunicación en que vivimos obliga a emigrar a la juventud, que nos abandona en masa, dirigiéndose a los países americanos. Sólo van quedando los viejos y los niños, amén de las mujeres, y se morirían de hambre si no fuese porque de vez en cuando llegan a Zamora y a Puebla de Sanabria giros enviados por los emigrantes, que lejos de su patria encontraran pan y ambiente propicio para desarrollar sus iniciativas.

¿Es que no somos españoles los carballedinos? ¿No damos nuestros hijos al Ejército y nuestras pobres cosechas al fisco que viene periódicamente a embargarnos, inexorable? Muy cerca de nosotros está la frontera. Y el Gobierno portugués atiende a los moradores de los pueblos suyos que junto a la misma se alzan, abriendo caminos, construyendo escuelas y procediendo de un modo que contrasta dolorosamente con la desidia de quienes desde Madrid dicen que administran a España.»"
La Correspondencia de España, 16 de Abril de 1910
Esta vez las reclamaciones no fueron atendidas, o al menos no como hubiesen querido los
carballedinos: lo que llegó fue la construcción de los embalses de
Agavanzal,
Valparaíso y
Cernadilla, cuya presa es hoy el único paso habilitado sobre el Tera desde
Rionegro hasta
Puebla. A cambio quedaron sumergidos
Manzanal de Abajo,
Anta de Tera, la mitad de
Sandín y gran parte de los mejores terrenos de los pueblos ribereños.

Ps. Las vías de comunicación obsoletas han supuesto el estrangulamiento económico de distintos puntos de nuestras comarcas. ¿Otro ejemplo?
Porto, naturalmente. Con respecto a
La Carballeda recomiendo a los interesados el libro "
Villardeciervos de la Carballeda (Zamora): 1642-1857".
Elías Vega (natural de
Villanueva de Valrojo) refleja los años de expansión de la comarca durante el S.XIX, cuando a la pre existente tradición arriera se sumó el ímpetu de los veteranos de la
Guerra de Independencia para desarrollar un
auténtico foco de negocios, a menudo basados en el
contrabando con
Portugal. Pero este periodo de expansión traía en su propio éxito el germen del posterior declive: los principales magnates abrieron sucursales en Madrid o en Galicia para dirigir sus operaciones; sus hijos ya establecieron su residencia en esas sucursales y en la época de sus nietos se había perdido todo contacto con el que había sido el orígen de su negocio.
Actualización (13/03/2013)
La
Asociación Cultural Las Raíces de
Codesal (
¡más de 25 años funcionando!) ha publicado un artículo que profundiza significativamente en esta historia. Les recomiendo leerlo en
este enlace.
