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30 nov 2013

Días de frío


Aquí donde la ven, esta humilde chabola tiene una gran importancia para la Sanabria Central, y más en estos días en los que avanza el invierno: gracias a ella salimos una vez sí y otra también en los telediarios - y todos sabemos que no existes si no sales en la tele o en la primera página del Google. ¿No lo ven claro? Acerquémonos un poco más.


Sí, amigos: ésta es la célebre Estación Metereológica Puebla de Sanabria, donde a menudo se registran las temperaturas mínimas de toda España. Está localizada en las coordenadas 42° 4' 56'' N 6° 38' 24'' O; es decir, en el término municipal de Robleda-Cervantes - muy cerca de El Puente - a 935m de altura, en la umbría de una pequeña colina que recibe todo el relente del río Tera. No es el lugar ideal para montar un picnic, salvo en pleno verano y a ser posible, a mediodía.


En el momento en que se tomaron estas imágenes, la estación registraba unos confortables - 4,8ºC. Bastante mejor de los -9,7ºC de dos días antes, cuando pasé delante de ella y no la reconocí, aunque ya la estaba buscando. O de los -9,8ºC del día siguiente.




Los Vigilantes
El Anemómetro, listo para resistir cualquier ventisca


23 may 2010

Fotos Antiguas


Aprovecho que mi buen Enrique anda con sus quehaceres por esos mundos de Dios para, al más puro estilo del talentoso Mr. Ripley, suplantar su personalidad y traer algunas fotos de la Sanabria de finales de los 20. Lo siento, ignoro el nombre del autor o autores de las mismas.
De la que encabeza esta entrada desconozco hasta el lugar donde está tomada, aunque pienso que podría tratarse de Sotillo.


Sobre ésta no hay duda: el Balneario de Bouzas, con el Lago de Sanabria al fondo, tomada desde donde hoy se asienta el camping. En estas mismas fechas anduvo por aquí Miguel de Unamuno y éste es el paisaje que le rodeaba cuando escribió San Manuel Bueno, martir.


Y éste es el espectacular crucero de Castro de Sanabria, a muy poca distancia de la Autovía Rias Baixas pero sólo conocido por la gente de la comarca.


En la anterior entrada Kiko nos contaba que los portexos eran capaces de andar seis horas por la sierra para acudir al Mercado de los lunes en el Puente. Estas fotos nos muestran cómo era entonces. Hoy es poco más que un rastrillo igual a tantos otros, aunque el pueblo sigue siendo uno de los centros económicos de la comarca.


Desconozco el momento de su historia en que se encontraba el Castillo de los Pimentel de Puebla en esta época: tal vez depósito de agua o ya cárcel. La vista, con el Tera en primer plano, está tomada desde el llamado huerto de los curas.  Conviene fijarse en el pontón de madera que aparece junto al de piedra, cuyo uso no tengo muy claro.

Y es curioso también el contraste entre el elegante caballero del canotier con la mujer del burro en la  Costanilla de Puebla, junto a una de las casas que en la actualidad más llama la atención de los viajeros por sus adornos florales. No, aunque lo parezca no es un burka.


Y termino con una imágen, mucho más moderna -calculo finales de los 60- del Hostal Los Perales, que empezó como alojamiento de arrieros y viajantes a finales del S.XIX, quizás incluso ocupando el lugar de una venta aún más antigua, y que en aquellas fechas se encontraba al pie mismo del viejo camino real a Galicia (Carretera de Villacastín - Vigo). Las fotos que presentamos hoy pertenecen todas a su archivo.

15 abr 2010

Galende, Municipio: Notas para un Artículo

Ribadelago, de 1923 a 2010
¿Todos los caminos conducen al Puente o acaso el Mercado está en el cruce de todos los caminos? Es difícil saberlo. Kruger, en su estudio sobre la cultura sanabresa de principios del S.XX, ya referenciaba la feria de los lunes como uno de los momentos más importantes de la vida cotidiana de los pueblos. Es posible que la actual tenga poco que ver con la que conoció el filólogo alemán, pero, aún así, el mercado semanal sigue siendo un hervidero de paisanos y visitantes, sobre todo en los meses de verano. Además, El Puente se ha consolidado como uno de los centros económicos y de servicios de la comarca. Establecimientos de hostelería, comercio, industria y ocio; eventos como la Concentración de Motos -en Julio- o la Feria de Artesanía -en Agosto- y su situación en la carretera de acceso al Lago hacen que la visita sea inexcusable.
Mercado del Puente
El crecimiento del Puente lo ha llevado a unirse prácticamente con Ilanes, en la orilla del Truchas. Cuenta con un albergue juvenil situado en un bello paraje de robles y castaños, que también acoge una ermita de gran devoción. Un corto paseo por esa misma arboleda os acercará a Rabanillo, con su iglesia dedicada al Cristo de las Necesidades y estimables muestras de arquitectura popular. Cuenta la tradición que las tropas napoleónicas utilizaron el pueblo para abastecerse, e incluso hay quien dice que sigue en pie alguno de los establos donde recogieron sus caballerías. Yo lo intenté, pero no los he encontrado. En sus inmediaciones, en Monte Gándara, se sitúa la nueva Casa del Parque Natural, edificio de llamativa construcción que ha de convertirse en el espacio de referencia para la comprensión de la naturaleza en la comarca. Desde allí, siguiendo la carretera del Lago, llegáis hasta la ermita de Cubelo. El pueblo se extiende a vuestra derecha, bajando hacia el Tera. No penséis que es solamente la urbanización a la izquierda de la carretera.

Monte Gándara
Galende, la capital del municipio, fue posiblemente el pueblo pionero en el aprovechamiento turístico del Lago. Junto a los campings, las cabañas, los alojamientos de turismo rural, alberga innumerables segundas residencias y los servicios necesarios para la comodidad del visitante, pero también guarda rincones que nos muestran el ayer del pueblo y bellos caminos tradicionales, tanto junto a los ríos Tera y Trefacio como por los robledales que llevan a Ilanes, Quintana, Rabanillo…

Caminos en Galende
O hacia Pedrazales, que comparte con Galende el hecho de marcar el límite sudeste del Parque Natural. Pedrazales es un hermoso pueblo de intrincadas callejas y frondosos árboles, muy vinculado en la antigüedad al Monasterio de San Martín: allí mantuvieron los monjes una hacienda donde recaudar los tributos de la comarca, cuando el invierno complicaba el acceso a San Martín. Siguiendo el cauce del Forcadura hacia la sierra llegamos a Vigo (de Sanabria, por supuesto): os ofrecerá algunas estampas que parecenextraídasde un belén. Quizás el hecho de haberse incorporado más tarde al desarrollo le ha permitido mantener mejor el sabor tradicional.

Castaño en Pedrazales
San Martín de Castañeda es, posiblemente, el pueblo que ofrece unas vistas más espectaculares sobre el Lago. Su importancia en la historia de Sanabria y Carballeda es fundamental, no en vano su Monasterio, que hasta ahora ha albergado el Centro de Interpretación del Parque Natural, fue titular de propiedades y derechos en toda la comarca. El San Martín de hoy poco tiene que ver con el retratado por Unamuno o aquel que visitó Alejandro Casona con sus Misiones Pedagógicas; tampoco con la Casa de Reposo para tuberculosos, reconvertida en Albergue de Juventud. Siguiendo la misma carretera llegamos a la Laguna de los Peces, el lugar de mayor altura del Parque al que podemos acceder por carretera y, así, uno de los más visitados, tanto por sus frecuentes nevadas en invierno como por ser punto de partida de numerosos senderos de montaña. De allí, por ejemplo, parte la más conocida ruta a Trevinca, el techo conjunto de Galicia y Zamora.

Nieve en Peces
Los monjes de San Martín utilizaban un intrincado camino, hoy conocido como Senda de los Monjes, para bajar hasta Ribadelago, tristemente famoso por la rotura de la presa de Vega de Tera que costó la vida de la mayor parte de su población en 1959. El pueblo se ha esforzado por honrar la memoria de las víctimas y también por demostrar que es posible sobrevivir a cualquier situación, por dura que sea. No penséis que desapareció todo: en lo que podemos llamar su casco antiguo hay casas que se mantienen inmutables en el tiempo. Su emplazamiento, en la misma embocadura del Cañón del Tera, es espectacular y en sus inmediaciones se sitúa uno de los bosques autóctonos mejor conservados de la comarca: la Beseda, en el camino que parte hacia Sotillo.
 
San Martín
Para dar cobijo a los supervivientes de la tragedia se erigió Ribadelago Nuevo, antes llamado de Franco. Su arquitectura se aleja de la tradicional de la zona y emparenta directamente con las casas del Plan Badajoz, no en vano dicen que fueron utilizados los mismos proyectos de construcción. Es el pueblo más cercano a las populares playas del Lago (Viquiella, Custa Llago) y así proliferan los bares, cafeterías, restaurantes y alojamientos donde descansar de nuestras jornadas de baño.

Ribadelago Viejo
Si visitáis Sanabria y Carballeda es difícil que no acabéis en alguno de los pueblos del municipio de Galende, de una manera u otra. Es cierto que su temprana explotación turística ha causado algunas actuaciones cuando menos conflictivas. Hay que recordar que, en los años 70, se publicitaba al Lago como “ El Mar de Castilla”, nada menos, como si fuésemos una sucursal del Torremolinos del landismo en la Sierra Segundera. Afortunadamente, la concepción ha cambiado radicalmente y hay una firme voluntad de cuidar tanto al viajero como al entorno, que deben ser complementarios y no excluyentes. Y no olvidemos que ese primer aprovechamiento turístico permitió al municipio el asentamiento de servicios y pequeñas industrias que, sumados a las tradicionales agricultura y ganadería, han mantenido su población en niveles razonables.

Rabanillo, llegando desde Ilanes
Ver Mapa


Fotos: Xibeliuss, excepto la nº1: F.Krüger

28 feb 2010

El flautista y los lobos (II)


La niebla matutina aún se enroscaba en los cuérragos del camino que sube desde los Infiernos cuando en llegando a Robledo se vio por primera vez a aquel petimetre. Vestía a la última moda de cortes lejanas, andaba como quien danza y portaba en su mano alzada una muy decorada flauta de urz. Con gracioso gesto golpeó su anillo contra una de las trancadas puertas de la aldea.
    -¿Alguien vive?
A la moza que a atenderle salió preguntole por la distancia hasta el castillo y si el edecán estaría allí, todo con encantadores modales que encandilaron a la muchacha. Después barrió el suelo con la pluma de su sombrero y continuó camino hacia la Puebla.

Durante algunas semanas también se vio por el Camino real una inusitada actividad de mensajeros al galope, mi señor, y no mucho después pregoneros del castillo recorrieron los pueblos de la comarca uno por uno: por orden del muy querido -y lejano- Señor Conde, el edecán convocaba en extraordinario concejo a todos sus vasallos para tratar el doloroso asunto de los lobos. La cita se fijaba para el lunes de mercado inmediatamente anterior a la fiesta de San José.

Imaginaos, mi príncipe, la explanada del mercado junto a la ermita en el día señalado. Es una mañana de esas en las que la primavera se asoma para ver con cuánta ansia se la espera. Y se encuentra con poco comercio, pero mucha gente: pastores, labradores que tratan de dejar atrás su gesto adusto ante la alegría de reunirse con viejos conocidos, mujeres sonriendo bajo negros pañuelos, zagales que corretean de un lado a otro presas de una excitación que no del todo comprenden. Hay pulpeiras removiendo sus cacharros de lustroso cobre, un gaitero que solicita monedas a cambio de notas chillonas como las ruedas de un carro al bajar de la sierra; un ciego narra truculentos romances mientras su lázaro pasa el cestillo, mozuelas de juventud olvidada guiñan el ojo a hombres solitarios y también, por supuesto, algún pícaro busca su pan en las bolsas de los demás. Es, en fin, la mejor feria que se ha visto en mucho tiempo.

De repente suenan las trompetas y una tropa de piqueros avanza hacia la palestra levantada junto al Rebollo, allí donde ondea el estandarte del Conde. Con paso digno y pausado, aún diría majestuoso, se sientan a la mesa allí colocada el edecán del castillo, el abad de San Martín, el prior de la Orden de Lanseros y también el caballerete de la flauta de urz de sutil adorno. El edecán toma la palabra, hablando por boca del Conde, cuando todos los corrillos se reúnen en respetuoso silencio al pie de la tarima. Y cuenta al público cómo había llegado a la comarca aquel flautista, conocedor por casualidad del gravísimo problema de los lobos y portador de cartas de recomendación de muy altos señores. Y de cómo se ofrecía a solucionar el asunto para el bien de las buenas gentes y provecho del señor Conde, que tanto había visto mermar los tributos. Y que se comprometía a no pedir precio por ello hasta que los resultados no fueran por todos comprobados. Por ello les citaba de nuevo en la misma hora y en el mismo lugar el primer lunes después de la Virgen de Mayo. El abad dio su bendición y el prior pone los monjes caballeros a su disposición. El populacho estalla en vítores y aclamaciones.

Aquel concejo, mi señor, fue como una catarsis que la comarca necesitaba con empeño. Hasta Natura quiso unirse a la fiesta y, apenas pasado Pascua, los árboles se vistieron de hojas verdes de asombroso tono: primavera al fin. Si alguno de los cientos de pajarillos que entonces señorearon el cielo de Sanabria y Carballeda pudiese hablar, oh, príncipe, nos contaría de zarcillos compitiendo por doquier en loca carrera a las alturas, de frutos fraguándose en sus pistilos para una exuberante explosión de color, de amor nacido en corazones jóvenes apenas conscientes de su entorno...

Y nos hablaría, cómo no, de esa figura que se hizo familiar en los caminos de la comarca: el caballerete de corta capa y atildado aspecto, siempre con flores frescas en su pecho y un saludo amable para cualquiera con quién se cruzara. Se le vio subido a Peña Mira, al Cerro de San Juan, al Vidulante, a Bubela, a los Tres Burros... tocando en su flauta melodías evocadoras de tiempos sin pecado y tomando notas de las ideas que le dictaba el viento.

Según se acercaba la Virgen de Mayo, mi señor, pareció concentrarse en los altos de la Sierra del Sospacio.

Tal vez como si quisiera empujar a las lobadas hacia el norte.




Foto: El Rebollo del Puente. Tradicionalmente simboliza el derecho de la población a un mercado semanal libre de impuestos. Cuentan que los mozos de Puebla -que desde antiguo mantienen cierta competencia con los del Puente- secuestraron esta roca y la tiraron al rio. De ahí fue rescatada no hace mucho y colocada sobre el pedestal que se muestra.

14 feb 2010

Don Carnal Visita El Puente










Reconozco que no son tan interesantes como las imágenes que nos presenta Carlos González Ximénez...
Pero cómo nos lo pasamos!

Pd. Tenía intención de traeros algunas fotos del Carnaval de Villanueva de Valrojo, pero me temo que tendrán que esperar.

17 ene 2010

Piedras


Robledo

Requejo

San Román

Remesal

Muelas de los Caballeros

Sotillo

Porto


El Puente


Manzanal de Arriba

Sejas de Sanabria

Val de Santa María

Cerdillo

Rozas

Villardeciervos


piedra seremos, noche sin banderas,
amor inmóvil, fulgor infinito,
luz de la eternidad, fuego enterrado,
orgullo condenado a su energía,
única estrella que nos pertenece.

Pablo Neruda

6 jul 2009

Maquis. Hombres en la sierra



Nacieron juntos en casas vecinas y juntos se criaron. Juntos jugaron y trabajaron el campo. Cuando llegó la guerra, juntos partieron al servicio de armas. Fueron tiempos difíciles y ellos, campesinos después de todo, vivieron muchas batallas. Aprendieron el uso de los rifles y a matar cuando es preciso; los primeros duelos pesan, luego se vuelve rutina. Pedro y Pablo, casi hermanos, eran muy diferentes entrambos: Pedro, serio y meticuloso, no sonreía jamás. Pablo, alegre y fanfarrón, no escondía la cara ni en los lances más audaces.



Un día de abril les dijeron que la contienda había terminado y ellos no estaban en el bando ganador. Envueltos en harapos volvieron al pueblo, al fin y al cabo ¿cuál fue su pecado?, solo cumplieron con la ley que les dieron. Lo cierto es que no había pan, la hacienda menguaba, escucharon historias que no les gustaron y vieron miradas que miedo les dieran. Una noche, en la cantina, invitaron a un forastero pelirrojo, Antonio su nombre, a compartir el jarro con ellos. Les dijo que en la Cabrera había visto gente como ellos, de los que perdieron. Que habían vuelto a la aldea y no pudieron seguir. Ahora estaban huidos, armados y continuaban la guerra tal vez no para ganar pero sí para poder vivir. Pedro y Pablo se miraron de soslayo. En menos de una semana se echaron a la sierra.



Se unieron al grupo de Abelardo, donde encontraron viejos compañeros de milicia. En poco tiempo, Pedro se convirtió en la mano derecha del comandante: cauto como alimaña del monte, audaz como el que más. Y más que audaz, temerario era Pablo. Lanzaba operaciones que todos creían suicidas, ocupó pueblos enteros y buscaba encararse con los guardias, pero siempre volvía triunfante como un diablo burlón. No llevaba bien la vida en la sierra y muchas noches bajaba a las tabernas, peligroso y fanfarrón, con mujeres de moral dudosa y vino de Los Valles a tutiplé. Hubo peleas, historias de cuernos y esto, claro, trajo aún más peligro al grupo de la sierra y le costó a Pablo fuertes broncas con Abelardo, algunas pistola en mano. Pero era por cierto un buen soldado, y por ello escapó de castigos que otros sí hubiesen pagado.
No ha trascendido por qué asunto, pero una noche Pablo, sin órdenes de nadie y a espaldas del mando, montó una operación en el Mercado del Puente. En tres días arrasó el pueblo: tiroteos, fuego, robos, saqueo. Torturó al padre cura –dicen que le hizo comerse una corbata con tenedor y cuchillo y luego arrastrarse por un agujero que en la pared abrió a tiros- y a uno de los comerciantes más conocidos descerrajó un balazo en la frente sin más miramiento. Toda la gente de la comarca se sintió horrorizada y la partida de escapados perdió el apoyo que en los pueblos podía tener.


-Mátalo –le dijo Abelardo a Pedro- Está loco y acabará con nosotros.
Se sintió romper por dentro. Como militar entendió a la perfección la orden. Como Pedro, Pablo era su hermano, más que sangre de su sangre, el compañero de la trinchera, el amigo del corazón. El dilema le traía por la calle de la amargura y hasta por una vez el comandante le miró con recelo.
-¿Y entonces…?
-Ya está. Sólo busco el momento,
No tardó en llegar. Eran las fiestas del Corazón de Jesús en un pueblo cuyo nombre me guardo. Pablo anunció que aquella noche no podrían contar con él; para su sorpresa, Pedro dijo que bajaría a su lado. Fue un camino agradable: dos amigos, que durante mucho tiempo no tuvieron ocasión de charlar, encontraron el momento de hablar de sus cosas, sus casas, sus recuerdos. Como si el árbol de la amistad, tal vez un poco agostado por la vida de la sierra y los nuevos compañeros, reviviese tras una lluvia de primavera.
En llegando al pueblo, ante la puerta de la iglesia y su cementerio, descubrieron una pala abandonada quién sabe por qué. Pedro sacó la pistola.
-Cógela, Pablo. Vas a cavar una fosa.
Creyó que era una chanza, pero la negra ánima del arma le conminó a iniciar la tarea. Pedro le explicó porqué la ejecución.
-Y a partir de ahora estás muerto –sonó un disparo en el aire de la noche- Lárgate. Abandona la región, sal del país mejor. A todos los efectos, tú te has quedado en esta sepultura. No hemos de volver a vernos. Busca tus amiguitas en otros prados.
Tal vez Pablo quiso decir algo, abrazar a su amigo. Arrojó la pala, le miró con su media sonrisa triste y salió huyendo. Pedro se quedó, viendo cómo marchaba. Luego se escupió en las palmas y cubrió la fosa que Pablo había cavado. Las lágrimas corrían por su cara como si en realidad estuviese enterrando a su hermano.



Pasó algún tiempo. La vida de los huidos se hizo cada vez más dura: la guardia civil y el ejército los cazaban como alimañas, no recibían apoyo exterior y hasta los dirigentes políticos pensaban que la hora de las armas quizás ya había pasado. Los hombres de la montaña, algunos ya conscientes que su guerra solo tenía un final, afilaban los colmillos y sus acciones eran cada vez más sanguinarias, como de fieras que se encuentran acorraladas.
Así cuando el grupo de Abelardo recibió noticia de un cura recién llegado a la región, mujeriego y borrachín y que con sus denuncias había perjudicado a algún compañero, montaron una operación casi al descuido, entre traslado y traslado. Siendo pocos como ya eran, Pedro fue elegido para la misión.
Aquel domingo entró en la iglesia como un feligrés más. Fue ver al sacerdote y crujir los puños dentro del gabán. Aguantó el evangelio, el credo y el padrenuestro. Y llegada la comunión hizo fila con el resto y encarado ante Pablo, pues él era y no otro el cura nuevo, tiró de pistola y vació el cargador.
Pablo no había soportado la vida lejos de su tierra y de su gente. En cuanto pudo volvió. Suplantó la personalidad de un bisoño capellán y trató de pasar desapercibido. Pese a los disfraces, su ser salió pronto a la superficie y no pudo evitar ni las mujeres ni el vino. Su amigo le reconoció en cuanto le puso la vista encima. Murió con la sonrisa en los labios, tal como había vivido. “Estaba muerto desde el día que cavé mi fosa” –quizás fue su último pensamiento. Más que la herida, le dolió ver a caer al lado a su monaguillo Andrés, alcanzado por una bala perdida, con los ojos abiertos de par en par llenos de sueños perdidos. El Cristo de palo clavado en el altar, entre el grito y la sorpresa, agonizaba otra vez ante una historia mil veces vivida.
Pedro caminó hacia el atrio entre el griterío de los fieles. Una vez allí se giró, enfrentó la iglesia y cambió con toda calma el cargador de su alma.
-Ese hombre –dijo- tiene su tumba excavada tres pasos a la izquierda del ciprés del cementerio. La hizo con sus manos, justo es que la ocupe. Conmigo haced lo que queráis.
Y acto seguido se voló la cabeza de un disparo.



Pedro y Pablo no existieron. Sí Abelardo y su grupo, al que se cree originario de Puebla y que actuaron en Sanabria Carballeda, la Cabrera Baja y también en Viana do Bolo, La Gudiña, Villavieja y la Mezquita hasta finales de los 40, en ocasiones apoyados por otras partidas guerrilleras de Asturias, Galicia y León. Realizaron operaciones como la toma de de los pueblos de Santa Colomba o Trefacio y emboscadas a fuerzas desplazadas de la Guardia Civil. Al parecer fueron evacuados a través de la frontera portuguesa, al menos los mandos de filiación comunista. La ocupación del Mercado del Puente está contada tal como me la narró mi padre. El pelirrojo de la cantina que anima a los protagonistas a unirse a la partida podría tratarse de Antonio B. El Rojo, el leonés de la Cabrera que retrató Ramiro Pinilla en su novela del mismo nombre. Y a Rubén Blades le he robado una escena, que conste.

Fotos: 1. Puebla
2.Porto
3,6,7.Mercado del Puente
4.Camino de Santa Colomba
5.Barjacoba
8.Cementerio de Trefacio
9.Monte de Pías.