31 may 2010
Más Fotos Antiguas
Empezamos hoy en Mombuey, en plena Carballeda: la vieja atalaya militar del S.XIII, atribuida a los Templarios, que desde hace ya mucho tiempo cumple como campanario de la iglesia parroquial. Cuando la visitéis fijaos en el color de su piedra: no es del pueblo. La cantera está más lejos.
En estas fechas aún le faltaban algunos años para ser declarada Monumento Nacional.
La Plaza del Arrabal, en Puebla, tomada aproximadamente desde la actual oficina de Correos. Aquí sí se advierten cambios notables. Uno de ellos: las paredes enfoscadas. Hoy la piedra luce a la vista. Otros cambios no son tan afortunados.
En duro contraste con la Villa, las aldeas. Avedillo es una de las primeras de la comarca de la que se tiene constancia escrita. Esta casa ya había vivido unos cuantos años de historia en el momento de la foto.
Las imprescindibles parejas de vacas, fundamentales para el trabajo del campo. La primera de ellas, tomada en San Ciprián, nos muestra con claridad la característica raza alistano-sanabresa, preponderante entonces en la comarca. La segunda foto es en Santa Colomba.
Medeiro (montón de yerba o paja, tras separar el grano) y carro con sus estadullos en Sotillo. Los Medeiros eran omnipresentes en el paisaje de Sanabria Carballeda, y en su elaboración había que seguir cuidadosamente el proceso tradicional, so pena que el montón se viniese abajo a las primeras de cambio.
Y acabamos de nuevo en las orillas del Lago. Este pontón de madera tuvo un trágico papel en la ríada que destruyó el pueblo de Ribadelago en 1959: aquí se acumuló todo el material que venía arrastrando el agua (árboles, piedras) hasta que no pudo aguantar la presión y reventó.
Al igual que en la anterior entrada, las imágenes son de autor desconocido, de mediados de los años 20 y pertenecen al archivo de Hostal Los Perales. Los que tengáis curiosidad por conocer la visión actual de estos paisajes, permaneced atentos al blog "Volviendo la Vista Atrás". Irán saliendo cosas como ésta.
Pd. La entrada de hoy está dedicada a mi amiga alicia, ella sabe por qué :). Un abrazo.
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27 may 2010
Volviendo la vista atrás (Segunda Tentativa)
(...) - Mire usted, señor usia, si yo tenía mis pinitos hechos en esto de intentar recrear la vista actual de fotografías antiguas... Pero cuando vi el blog que habían creado doña Merce, don Amio y don Logio ¡uf! ¡Me entró un no se qué! Donde yo me quede parado, ellos dieron un paso de gigante: intentar repetir el mismo encuadre montones de años después, buscar el lugar exacto pisado por el pionero de antaño. ¡Ahí es nada! Y yo, he de confesar que me entusiasmé. ¡Quería viajar en el tiempo, ser un crononauta como ellos! Y así, llevado por mi natural impetuoso, en la primera colaboración prestada quizás retorcí una pizca -nada- las bases no escritas... ¿cómo?
La continuación, en el fantabuloso blog "Volviendo la Vista Atrás": aquí
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23 may 2010
Fotos Antiguas
Aprovecho que mi buen Enrique anda con sus quehaceres por esos mundos de Dios para, al más puro estilo del talentoso Mr. Ripley, suplantar su personalidad y traer algunas fotos de la Sanabria de finales de los 20. Lo siento, ignoro el nombre del autor o autores de las mismas.
De la que encabeza esta entrada desconozco hasta el lugar donde está tomada, aunque pienso que podría tratarse de Sotillo.
Sobre ésta no hay duda: el Balneario de Bouzas, con el Lago de Sanabria al fondo, tomada desde donde hoy se asienta el camping. En estas mismas fechas anduvo por aquí Miguel de Unamuno y éste es el paisaje que le rodeaba cuando escribió San Manuel Bueno, martir.
Y éste es el espectacular crucero de Castro de Sanabria, a muy poca distancia de la Autovía Rias Baixas pero sólo conocido por la gente de la comarca.
En la anterior entrada Kiko nos contaba que los portexos eran capaces de andar seis horas por la sierra para acudir al Mercado de los lunes en el Puente. Estas fotos nos muestran cómo era entonces. Hoy es poco más que un rastrillo igual a tantos otros, aunque el pueblo sigue siendo uno de los centros económicos de la comarca.
Desconozco el momento de su historia en que se encontraba el Castillo de los Pimentel de Puebla en esta época: tal vez depósito de agua o ya cárcel. La vista, con el Tera en primer plano, está tomada desde el llamado huerto de los curas. Conviene fijarse en el pontón de madera que aparece junto al de piedra, cuyo uso no tengo muy claro.
Y es curioso también el contraste entre el elegante caballero del canotier con la mujer del burro en la Costanilla de Puebla, junto a una de las casas que en la actualidad más llama la atención de los viajeros por sus adornos florales. No, aunque lo parezca no es un burka.
Y termino con una imágen, mucho más moderna -calculo finales de los 60- del Hostal Los Perales, que empezó como alojamiento de arrieros y viajantes a finales del S.XIX, quizás incluso ocupando el lugar de una venta aún más antigua, y que en aquellas fechas se encontraba al pie mismo del viejo camino real a Galicia (Carretera de Villacastín - Vigo). Las fotos que presentamos hoy pertenecen todas a su archivo.
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Xibeliuss
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16 may 2010
La Caravana del Mercado
En línea recta, Porto dista apenas veinte kilómetros de El Mercado del Puente. Por carretera son sesenta y cinco kilómetros: más de una hora en coche, si se da bien. Es una vieja aspiración de la comarca el trazado de un camino más directo, pero el problema es atravesar la sierra. Con cotas por encima de los mil seiscientos metros, es un territorio agreste y hostil -también de gran belleza- donde arrecia la nieve y el viento: en según que estación puede ser muy, muy complicado. Hoy tengo el gusto de presentaros un relato de mi paisano Kiko Blanco. Es una historia real de la Segundera. Posiblemente no sea la única de este tipo.
Ahora que estamos en invierno y por la crudeza del tiempo y las largas noches, nos aletargamos en algún fiadeiro de vecindario, es el momento propicio para contar alguna historia del pasado. Seguro que algún vecino recuerda aquella ocasión en que…
Era un día de otoño, oscuro y lloviznoso. Estaba co gao por la zona del Vidual y el agua se deslizaba por el capote como si por un louxao se tratase. Los pies, de momento estaban calientes en los zapatos de pao. Tenía una buena plantilla de palla, pero aun así tenía que estar zapalexando por el frio. Lo cierto es que estaba esperando por un vecino que venía un poco más abajo. Deberíamos quedar para preparar un viaje al mercado para acarrear suministro para sobrevivir al duro invierno que se avecinaba. Yo tenía que traer aceite y sal y un poco de azúcar…además de un pelexo de vino. Cuando llegó, después de quemar unos pitillos hechos con corteza de avellano que me dejaron el pulmón como si hubiese soportado un terremoto, acordamos en ir dos días más tarde. Yo ya había buscado una burra de un vecino, que estaba media bravía.
Salimos a eso de las seis de la mañana y nos vino la luz del día en Puenteporto, llevábamos un farol para alumbrarnos un poco hasta llegar a la altura del Campo, pero con el aire que hacía se apagaba y no había forma de encenderlo.
Ya cuando pasamos el puente de Puenteporto, en aquellas laderas empezó a nevar, caían unas flepas, como follas de rebolo. Doscientos metros más atrás nos seguían unos vecinos del pueblo que iban al mismo mercado. Por el frío que hacía nos tuvimos que bajar de los caballos, pues la experiencia me decía que había riesgo de congelación por falta de ejercicio.
Por fin al coronar las montañas y bajar hasta la laguna de Sotillo, dejó de nevar, (ya que bajamos de altitud), pero atrás seguro que quedaba nevando, ahora a medida que bajábamos hacia Sotillo, la nieve se había convertido en aguanieve y posteriormente en una fina llovizna.
Llegamos al mercado del Puente sobre el medio día, eso si no nos engañaba el reloj de mi vecino. (Era el único del “barrio del cima” que poseía esa modernidad y lo había comprado en la mili… allá por Sidi Ifni a un moro). Después de un viaje por la sierra de unas seis horas, nos apetecía una jarra de vino en alguna taberna del mercado y para allá que fuimos. El mercado ya estaba en su apogeo, entonces eran unas cuatro casas lo que había por allí.
Muchos nos conocíamos de la feria de Porto, y otros de otros viajes. En el mercado nos encontramos con más gente del pueblo. (Eso era bueno porque el viaje de vuelta iba a ser muy duro como siguiese nevando). En invierno el peligro era el mal tiempo y en verano los “rojos”. En una ocasión en que íbamos cuatro por la zona de Peñas Blancas, nos salieron y robaron parte de la carga. (Quizá por compasión nos dejaron parte, ya que se sentían tan miserables como nosotros). Llegamos a casa casi tan vacios como habíamos salido. También otro peligro era la propia Guardia Civil, que con el pretexto del estraperlo se incautaban con algunos productos que de seguro no llegaban al cuartel, si no a sus propias viviendas. Te partían el alma cuando después de un viaje andando por la sierra de doce o más horas te dejaban sin nada (o los unos o los otros).
Nos juntamos los de Porto en una posada parea comer. Algunos determinamos volver ese mismo día ya que temíamos que el tiempo empeorase, otros decidieron esperar al siguiente día.
Después de pasar en el mercado unas tres horas, partimos a la sierra. El grupo estaba formado por unas cinco personas, entre ellas D. Martín, (abuelo de Martín Roquexo) y la tía Pepa “Curina”.
La primera parte del camino fue fácil, pero a medida que nos adentrábamos en la sierra, el tiempo se encrudecía y al encontrarnos de nuevo en la laguna de Sotillo, había unos cincuenta centímetros de nieve. ¡Eso no era nada!. Pero arreció el temporal y la cibrisca que caía era tan helada que nos hacía daño en la cara. Los pies y las manos ya empezaban a doler a causa de la congelación, pero no podíamos parar, sabíamos que de hacerlo nos moriríamos de frio y todavía quedaban unas cuatro horas de camino (en condiciones normales).
A medida que avanzábamos el frio se hacía irresistible. Yo para calentar las manos, metía los dedos en la boca y con el aliento se templaban un poco.
No había ningún refugio en lo que quedaba de camino. Recuerdo que mi abuelo me contó que había una ermita, llamada de San Pedro, en medio de la Vega de la Segundera. ( Hoy bajo las aguas del pantano de Puenteporto). Según él, iban los mozos de algunos pueblos de Sanabria de romería , pero ya solo estaban las ruinas.
Seguíamos caminando y de pronto la tía Pepa me dio un tirón del capote y me dijo que se quedaba atrás “para hacer sus necesidades”. Le dije que pararíamos a esperarla, pero ella me sonrió y me dijo…- "ya me quedé sola en otras ocasiones y terminé el viaje"-.Se lo comenté a algunos compañeros pero prefirieron no parar y acordaron que ella ya seguiría nuestras huellas. Ella asintió con la cabeza.- la vida en los momentos de extrema gravedad nos proporciona la suficiente sangre fría , o tal dosis de egoísmo para sobrevivir, que determinamos dejarla sola-.
Allí se quedó detrás de una roca, refugiada del viento. Caminamos durante una hora más, perdidos por la niebla… y la nieve que lo transforma todo y el aspecto de todo lo cambia…muertos de frio y de cansancio. Yo no me quitaba de la mente a la pobre mujer que había quedado atrás. Se me partía el corazón, pensando en la elección de dejarla sola. Debatimos en volver a buscarla, pero nos dimos cuenta que la nieve que caía cubría rápidamente las huellas que dejábamos y si estábamos perdidos volver hacia atrás implicaba mas desorientación. Optamos por seguir caminando. Así, para salvarnos nosotros condenamos al más débil, ya que tenía pocas posibilidades de salvarse, pero era una elección, o ella sola o todos nosotros.
La niebla, empezó a emborracharnos y llegamos a sentirnos perdidos, pero no debíamos dejar de caminar si no queríamos morir congelados. Fue entonces cuando a alguien se le ocurrió la idea que nos salvó probablemente la vida, a él se la había contado un compañero de viaje en otra ocasión. Consistía en dejar los caballos solos y el instinto los llevaba a casa. Así no teníamos más que seguirles. Y fue lo que hicimos. Estuvimos todavía seis horas más de viaje y cuando llegamos. (Gracias a los caballos)… había sobre un metro de nieve en el pueblo.
Arriba, en la sierra probablemente mucho más… y allí se había quedado la tía Pepa. Fue su último viaje. Su última compra en el mercado.
Glosario de Porteixo:
Fiadeiro.- Reunión en la casa de uno de los vecinos por varios vecinos en las noches de invierno. Antiguamente se formaban por los quintos y quintas cada uno por su lado hasta los días previos al carnaval.
Gao.-Es el conjunto de vacas de un vecino.
Louxao.- Tejado.
Pao.- Madera, en los zapatos de pao la base era de madera y con herradura como los caballos.
Palla.- paja.
Zapalexando.-Zapatear los pies en el suelo.
Pelexo.- Era la piel de algún animal que se utilizaba como recipiente de líquidos, normalmente de vino y la piel de cabra.
Burra.- Existe la costumbre de llamar burras a las yeguas.
Flepas.- copos de nieve
Follas.- Hojas de árbol. (de rebolo: de roble)
Pousada.- posada.
Roquexo y Curina.- Motes de Porto.
Tía.- En Porto se suele llamar tías a todas las mujeres… (Vamos como ahora).
Cibrisca.- La nieve que cae batida por el viento.
Capote.- el mismo significado que en castellano, eran de hule y para el agua.
Texto y Fotos: Kiko Blanco
13 may 2010
Cagigas y Carballos
Desde La Cueva del Tasugo, mi amigo El Tejón nos envía este magnífico ejemplar de roble. Y, además, nos cuenta:
"Para los celtas, el respeto a la Madre Naturaleza se concretaba en la atribucion de caracter sagrado a los árboles, únicos seres vivos capaces de poner en contacto el cielo con la tierra a través de sus frondas, fortalecidas por la luz del sol, y de sus raíces, nutridas por la tierra. Rendían culto a los árboles y hay testimonios de la existencia de un calendario lunar en el que cada uno de los trece meses (cada uno de 28 días), se asociaba a un determinado árbol.
El árbol más venerado era la encina. Relacionada con el dios del rayo Taranis, con la diosa Birgit y con Dagda (cuya hacha de encina, de doble filo, abría a los vivos el umbral de la muerte y el del mundo a las almas difuntas), era considerada puerta de comunicacion entre espíritu y materia."
En iregua.net he encontrado más información: "El roble: El árbol del dios Dagda. Simboliza el poder y la fuerza de Hércules. Era el árbol real por excelencia y se empleaba como combustible en la cremación del cuerpo de los reyes, tras su muerte. Florecía en el solsticio estival y era símbolo de la resistencia y el triunfo. “Duir”, roble, significa “puerta” en irlandés, y los rituales relacionan el roble con el desmoche del muerdago, algo que tuvo un significado ceremonial muy importante en el mundo celta. El roble es el árbol-dios y el muérdago representaba el espíritu de ese dios. Era un vegetal que pendía entre el cielo y la tierra y al que se le llamaba “regalo del cielo”. Sobre roble y múerdago descendían permanentemente las energías de lo alto. El ritual del roble adquiría todo su significado si se realizaba el sexto día del creciente lunar, cuando la luna está más plena, y una vez reunida la asamblea bajo el roble, a ser posible en el centro de un nemeton. Se sacrificaban dos toros blancos que no hubieran sido nunca uncidos. El druída, con un atavío blanco, se encaramaba a las ramas más altas y cercanas al cielo y elegía una porción de muérdago parasitario del roble; lo cortaba con una hoz de oro y lo depositaba luego, con delicadeza, sobre un lienzo blanco. Si la planta llegaba a tomar contacto con la impureza del suelo, perdía su valor y contenido mágico-simbólico"
Y en cuanto a los druidas, nos dice la Wikipedia: "Los druidas estaban particularmente asociados al roble y al muérdago (hierba parasítica que normalmente crece en estos árboles); y se cree que ellos utilizaban a este último para preparar medicinas o pociones alucinógenas. Para ayudar a entender el significado, la palabra druida (galés derwydd ) se cree a menudo que viene de la raíz de la palabra que significa "roble" (galés derw), aunque probablemente esta raíz proto-indo-europea puede haber tenido el significado general de solidez."
No lo distingo bien, pero el Roble que nos manda El Tejón parece un Quercus Robur. Aquí en Sanabria Carballeda también tenemos esta especie, tanto en el Valle del Bibey como en el otro extremo: Justel, Vega del Castillo -donde existe un curioso Museo de la Madera, aunque esta es otra historia que ya se contará. Sin embargo, en la mayoría de nuestros robledales abunda el Quercus Pyrenaica. Dicen Blanco y Diez en la "Guía de Flora de Sanabria y Carballeda": "El Roble es sin duda el árbol de Sanabria, tanto por la superficie que ocupa como por su importancia en el paisaje. Tapiza amplias zonas del territorio y define la personalidad de estas tierras. País de robledal, que es como podemos denominar a Sanabria (...)"
Gracias al Tejón, hoy se hermanan las Cagigas cántabras con nuestros Carballos.
10 may 2010
El declive de los Losada ( y II )
(viene de aquí)
Pasaron algunos años. Martín tuvo varios hijos con su esposa portuguesa, pero no le sirvieron para atemperar su carácter. Por el contrario, una vez asegurada la descendencia abandonó sus deberes conyugales y cayó en la depravación más disoluta. El solar de los Losada menguaba a ojos vista ante el empuje de los Pimentel, que, jugando con tino sus bazas en la corte, medraban en su poder a costa de los antiguos rivales. Belarmina y su madre habitaban la casa como fantasmas: cumplían sus funciones con diligencia, pero buscaban siempre los rincones donde no ser vistas y evitaban la presencia de su señor. Esperaban su momento.
Belarmina trabó gran amistad con el anciano Sisebuto, un antiguo monje que cumplía las funciones de escribano de la familia. Sisebuto, que había conocido y apreciado grandemente a Tirso, trasladó el cariño del padre a la hija y se divertía enseñando a la joven las primeras letras, a lo que Belarmina atendía con afán. Un día, al entrar en la biblioteca, Belarmina encontró a su maestro inclinado sobre un libro lleno de incomprensibles símbolos, que cerró de inmediato al percatarse de su entrada. Era un volumen de gran tamaño, encuadernado en negra piel con grabados de oro.
“¿Qué leéis con tanta atención?” -preguntó ella- “Nunca había visto un libro como éste”
“Oh, nada importante” -dijo él, colocándole al tiempo en una estantería un punto aparte- “Un antiguo manuscrito de algún loco que jugó con cosas prohibidas entre los mortales. Pero ven, quiero ver cómo lees las Vidas de Santos...”
Belarmina hizo como que no le daba mayor importancia e inició las lecturas que les eran comunes. Mas esa misma noche, cuando todos dormían, volvió con un candil sordo en busca del libro oculto. Le costó mucho discernir que versaba sobre una ciencia llamada alquimia y la forma en la que es posible tratar y mezclar los elementos para obtener esencias diferentes.
Volvió la noche siguiente y la otra y la otra, fascinada por unos conocimientos crípticos que sólo con gran trabajo conseguía asimilar. Luego se ofreció para las tareas que le permitían salir lejos de los muros de la fortaleza y hay quien dice que entonces buscó ensimismada plantas, hierbas y minerales como las reflejadas en el libro. Ni siquiera a su madre puso al corriente de sus quehaceres.
Y cuentan, oh, príncipe, que una tarde de otoño martín de Losada volvió a casa tras una montería, ahíto de vino y juergas, solicitando de inmediato un baño para aliviar su abotargamiento. Y Belarmina, que como sabemos llevaba ya un tiempo evitando a su señor, se unió al grupo de servidores que prepararon la tina de agua caliente, los lienzos y los aceites. Y dicen que aún ahuecó su escote e incluso le dedicó miradas intencionadas mientras Martín se despojaba de sus ropajes, y que él fue sensible a sus encantos.
“Me resultáis conocida, mujer” -dijo, entrando en el agua- “Y me están dando ganas de darle un vistazo a eso que escondes a duras penas bajo la camisa”
“Sabéis que estoy aquí para serviros, mi señor” -dijo ella, con prometedora sonrisa “Permitidme que os regale con estas sales que harán vuestro baño más... vigorizante”
Y cuentan quienes lo vieron que Belarmina sacó entonces de su regazo un pequeño atado, del que vertió en el agua así como unos cristales amarillos que parecían brillar como el oro. Y que el agua de inmediato borboteó y humeó, y el Losada daba gritos pavorosos “¡Me quemo, me quemo!” y trataba de salir de la tina, pero la carne se le caía a trozos y crepitaba y borboteaba y humeaba... hasta que, en pocos minutos, sólo quedaron los huesos. Y Belarmina contempló la horrorosa agonía de su violador sin separar la vista ni un instante, y al final dijo, con voz clara y firme: “Este felón ha visto en vida lo que otras sólo veremos tras la muerte”
El final de la historia, mi señor, es, como tantas otras veces, incierto. Hay quien asegura que al amanecer siguiente, Belarmina, tras encomendar su alma a Dios pero sin ningún arrepentimiento, fue descuartizada entre cuatro caballos salvajes. Otros, por el contrario, dicen que salió caminando de la sala con la cabeza bien alta y que, de inmediato, partió junto a su madre hacia el monasterio de Vime, donde vivieron en santidad hasta el final de sus días.
Lo único cierto, mi príncipe, fueron las palabras de Belarmina: le mostró al Losada en vida lo que otros sólo verán tras la muerte.
Y ella se alegró mucho de hacerlo por su propia mano.
Pasaron algunos años. Martín tuvo varios hijos con su esposa portuguesa, pero no le sirvieron para atemperar su carácter. Por el contrario, una vez asegurada la descendencia abandonó sus deberes conyugales y cayó en la depravación más disoluta. El solar de los Losada menguaba a ojos vista ante el empuje de los Pimentel, que, jugando con tino sus bazas en la corte, medraban en su poder a costa de los antiguos rivales. Belarmina y su madre habitaban la casa como fantasmas: cumplían sus funciones con diligencia, pero buscaban siempre los rincones donde no ser vistas y evitaban la presencia de su señor. Esperaban su momento.
Belarmina trabó gran amistad con el anciano Sisebuto, un antiguo monje que cumplía las funciones de escribano de la familia. Sisebuto, que había conocido y apreciado grandemente a Tirso, trasladó el cariño del padre a la hija y se divertía enseñando a la joven las primeras letras, a lo que Belarmina atendía con afán. Un día, al entrar en la biblioteca, Belarmina encontró a su maestro inclinado sobre un libro lleno de incomprensibles símbolos, que cerró de inmediato al percatarse de su entrada. Era un volumen de gran tamaño, encuadernado en negra piel con grabados de oro.
“¿Qué leéis con tanta atención?” -preguntó ella- “Nunca había visto un libro como éste”
“Oh, nada importante” -dijo él, colocándole al tiempo en una estantería un punto aparte- “Un antiguo manuscrito de algún loco que jugó con cosas prohibidas entre los mortales. Pero ven, quiero ver cómo lees las Vidas de Santos...”
Belarmina hizo como que no le daba mayor importancia e inició las lecturas que les eran comunes. Mas esa misma noche, cuando todos dormían, volvió con un candil sordo en busca del libro oculto. Le costó mucho discernir que versaba sobre una ciencia llamada alquimia y la forma en la que es posible tratar y mezclar los elementos para obtener esencias diferentes.
Volvió la noche siguiente y la otra y la otra, fascinada por unos conocimientos crípticos que sólo con gran trabajo conseguía asimilar. Luego se ofreció para las tareas que le permitían salir lejos de los muros de la fortaleza y hay quien dice que entonces buscó ensimismada plantas, hierbas y minerales como las reflejadas en el libro. Ni siquiera a su madre puso al corriente de sus quehaceres.
Y cuentan, oh, príncipe, que una tarde de otoño martín de Losada volvió a casa tras una montería, ahíto de vino y juergas, solicitando de inmediato un baño para aliviar su abotargamiento. Y Belarmina, que como sabemos llevaba ya un tiempo evitando a su señor, se unió al grupo de servidores que prepararon la tina de agua caliente, los lienzos y los aceites. Y dicen que aún ahuecó su escote e incluso le dedicó miradas intencionadas mientras Martín se despojaba de sus ropajes, y que él fue sensible a sus encantos.
“Me resultáis conocida, mujer” -dijo, entrando en el agua- “Y me están dando ganas de darle un vistazo a eso que escondes a duras penas bajo la camisa”
“Sabéis que estoy aquí para serviros, mi señor” -dijo ella, con prometedora sonrisa “Permitidme que os regale con estas sales que harán vuestro baño más... vigorizante”
Y cuentan quienes lo vieron que Belarmina sacó entonces de su regazo un pequeño atado, del que vertió en el agua así como unos cristales amarillos que parecían brillar como el oro. Y que el agua de inmediato borboteó y humeó, y el Losada daba gritos pavorosos “¡Me quemo, me quemo!” y trataba de salir de la tina, pero la carne se le caía a trozos y crepitaba y borboteaba y humeaba... hasta que, en pocos minutos, sólo quedaron los huesos. Y Belarmina contempló la horrorosa agonía de su violador sin separar la vista ni un instante, y al final dijo, con voz clara y firme: “Este felón ha visto en vida lo que otras sólo veremos tras la muerte”
El final de la historia, mi señor, es, como tantas otras veces, incierto. Hay quien asegura que al amanecer siguiente, Belarmina, tras encomendar su alma a Dios pero sin ningún arrepentimiento, fue descuartizada entre cuatro caballos salvajes. Otros, por el contrario, dicen que salió caminando de la sala con la cabeza bien alta y que, de inmediato, partió junto a su madre hacia el monasterio de Vime, donde vivieron en santidad hasta el final de sus días.
Lo único cierto, mi príncipe, fueron las palabras de Belarmina: le mostró al Losada en vida lo que otros sólo verán tras la muerte.
Y ella se alegró mucho de hacerlo por su propia mano.
6 may 2010
El declive de los Losada ( I )
Cuentan quienes lo conocieron que Tirso el de Garrapatas fue el mejor soldado de la casa de los Losada. Un rapaz crecido cuidando ovejas al que una leva de su señor puso la espada en las manos y así descubrió su talento natural. ¡Oh, que buen capitán hubiera sido de nacer noble! Supo verlo Don Diego el Viejo y convirtiole en su mano derecha, aquel en quien confiar incluso en las situaciones más negras. Por desgracia, también los Pimentel lo vieron, aún a costa de muchos daños recibidos en las reyertas sin fin que enfrentaban a las dos familias. Y no tanto en venganza por hechos ya acaecidos, si no como previsión de otros futuros, dieron en preparar una celada en donde darle muerte a traición y no en noble lucha, como hubiera de ser.
Prácticamente, lo único que Tirso heredó de su padre fue su puesto entre los Falifos, la muy honorable Cofradía, con largos años de historia ya en aquellos tiempos, que tantos y tan buenos servicios ha prestado a los que viajan hacia la tumba de nuestro Señor Santiago. Y cuenta quien sabe, oh, príncipe, que fue otro Falifo, cuyo nombre no ha perdurado, el que en una noche sin luna llamó a la puerta de Tirso, demandando ayuda para unos peregrinos que, al cruzar el río, habían roto una rueda de su carreta y no eran capaces de llegar a resguardo. Sin un momento de duda, Tirso el de Garrapatas abandonó el calor del lecho conyugal y partió tras su cofrade: en las quebradas de antes de llegar a Villar de Farfón fue alanceado sin piedad hasta la muerte.
Cuando se halló el cadáver, Don Diego el Viejo lloró la pérdida de su servidor casi como la de un hijo. Trató, sin éxito, de encontrar a los ejecutores materiales de la traición y acogió en su casa a la viuda y a la pequeña hija de Tirso. Fueron, en lo que cabe, felices para ellas los años que aún vivió el viejo señor: aunque sirvientas, siempre las trató con consideración y estima. Más de una vez Don Diego tomó en sus brazos a la pequeña Belarmina, que tal era el nombre de la niña, y le contó las hazañas en las que su padre luchó junto a él. Pero los años pasan sin que nadie pueda frenarlos y así llegó el día de la muerte de Don Diego y entonces su primogénito, Don Martín, se situó al frente de la casa de los Losada.
Hay quien dice, mi señor, que con Martín se inició el imparable declive del antaño orgulloso apellido; no seré yo quien lo niegue. Cierto es que aún brotaron del viejo tronco verdes ramas que lucharon por mantener su gloria, pero no fueron si no cantos de cisne del poder de la familia. En vida del padre, el heredero fue un perro zalamero que agitaba el rabo ante la mínima insinuación, mas fue montar por primera vez el caballo del señorío y sacar a relucir entonces su verdadero ser: impío, jugador, pusilánime y aficionado al jarro... también lascivo mujeriego, por si algo le faltase. ¡Ay, que pena de linaje que tanta honra dio a esta tierra nuestra!
Cuando Belarmina la de Tirso llegó a la mocedad, su cuerpo mostró tanta belleza como su alma; y eso no pasó desapercibido para nadie: tampoco para Martín, aún recién casado con una dama de alta alcurnia al otro lado de la Raya. Espiaba sus movimientos al servir la mesa, seguía sus pasos en el patio de caballerías, vigilaba sus faldas al limpiar el polvo de la biblioteca, aquella reunida con tanto afán por antepasados más sabios que él... Hasta que una tarde, embriagado de vino y lujuria, mancilló su honor por la fuerza viva.
Belarmina, apenas más que una niña al fin, buscó el consuelo en brazos de su madre. Díjole que le era imposible volver a mirar al señor sin sentir la necesidad de atravesar sus entrañas con hierro templado, que no podía comer el pan que él hubiese tocado con sus manos; que debía abandonar la casa antes de clarear la mañana. La madre lloró junto a ella y le mesó el cabello con ternura. “Qué sería de nosotras solas por el mundo adelante” -dijo- “Guardas en tu corazón el recuerdo y la bravura de tu padre, al que apenas conociste. Hemos de pedirle consejo” Y en la noche salieron a orar ante la tumba de Tirso, una humilde cruz de madera en la esquina del cementerio, por detrás de la iglesia. No diré yo, mi señor, que el difunto les diese respuesta; mas cuando al alba regresaron a su cuarto ambas llevaban la misma idea.
(Continuará)
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