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22 feb 2014

Jenaro, el hombre que nunca caminaba solo - por Inés Camaro

De nuevo contamos con la presencia en el blog de Inés Camaro, rememorando en esta ocasión la figura de Jenaro Rodríguez, que fue sastre en Triufé y en Puebla a mediados del siglo pasado. Advierto que la entrada ha quedado un poco larga para lo que son los estándares habituales: también les digo que, una vez que se hayan metido en la historia, es posible que se queden con ganas de más.


Oh, quisiera tanto que tú te acordaras/ de los días felices en que éramos amigos/ en aquel tiempo la vida era más bella/ y el sol más ardiente que hoy/ las hojas muertas se recogen a paladas/ tú ves, yo no he olvidado…/ las hojas muertas se recogen a paladas/ los recuerdos y los pesares también/ y el viento del norte los traslada/ hacia la noche fría del olvido/ tú ves, yo no he olvidado/ la canción que tú me cantabas. (Las Hojas Muertas, Prévert - Cosma)          
El otoño siempre me causa melancolía, añoranza por aquel tiempo de la infancia cuando vivíamos la vida sin complicaciones, los días transcurrían rápidos sin darte tiempo para aburrirte y siempre aprendiendo de nuestros mayores, ellos siempre tan atareados con el trabajo que nunca faltaba. Todas las estaciones eran ajetreadas, sólo allá en el invierno, cuando los días son mas cortos, ellos se tomaban su tiempo para jugar a las cartas durante unas horas.

Cuando al caminar sentía bajo mis pies el sonido de hojas secas, siempre pensaba en Jenaro. Cuando cada otoño el aire juntaba las hojas de los castaños en la varjonca de la Villara y las recogíamos con la carreta con engarillas y un cancillo delante y otro atrás y las llevábamos a la cuadra para que los cerdos tuvieran buen colchón y de paso se comieran las castañas que quedaran de los últimos días, entonces también pensaba en Jenaro. También cuando sobre mis hombros llevaba del medero el feige más grande de paja que mis fuerzas me permitían, caminaba sobre las hojas del camino de la Villara pegado a su casa y a veces, si él estaba en el corral y oía el ruido de las hojas, se asomaba y me hablaba. Él sabía que yo no quería encontrarme con Sofía y me avisaba si estaba en la puerta de su casa o no; pues ella siempre me decía que mi hermana llevaba los feiges más grandes que yo. “¡¡Claro!!, ella es mayor” - le decía yo, pero además me entretenía con la conversación y para entonces yo ya iba justa de fuerzas y tenia que dejarla con la palabra en la boca, y yo sabía que eso era de mala educación. Un día Jenaro me dijo que lo que le pasaba a Sofía era que no tenia hijas que le hicieran los recados como mi madre. En mi ánimo empezó a crecer las ganas de decirle: “Sofía, cásate y verás que bueno es tener quien te haga los recados”. Pero nunca se lo dije. Años mas tarde Sofía se casó con un buen hombre de Santa Cruz de Abranes que la ayudaba, y además tuvo un taxi con él que paseó a los sanabreses por toda la comarca - a las fiestas de los pueblos, al Puente, al Lago, a la estación... Sofía tuvo una hija, pero para entonces mi vida fue apartada de nuestro pueblo. Yo nunca dejé de relacionar las hojas del otoño con Jenaro. Tampoco olvidé nunca sus sabios consejos para enfrentarme a la vida.

Jenaro era esa persona entrañable y especial del que todos querían ser amigos, un sanabrés querido y respetado por todos los que tuvimos la fortuna de conocerle. Un ejemplo de superación para todos nosotros.

La Casa de Jenaro en La Villara
Los primeros años de nuestra vida nos limitamos a ser observadores de los mayores y, después, surge de pronto a quién nos queremos parecer o cómo nos gustaría ser. Pocas veces se logran esos deseos porque cada uno es lo que le toca vivir y sus circunstancias, y eso es irrepetible en cada persona. Según pasaba el tiempo, la niña que no debió ser admiraba a Jenaro, él no era tan serio como los padres ni tan serio como nuestras maestras, con él se podía hablar sin miedo a que se riera de tu ignorancia, o se mofara si llevabas las rodillas rotas o el vestido, que era casi siempre. Él tenía un año más que mamá y su madre y la familia de mamá eran parientes, pero yo no supe, hasta escribir sobre él, que éramos familia, más que de otros. Él te ayudaba a comprender lo que no entendías de los libros y nunca perdía la paciencia. Y yo siempre tuve claro que nuestra vida hubiera sido mucho mas pobre sin la presencia de Jenaro, porque él llenó nuestras vidas de interés por todo lo que sucedía mas allá de las montañas que rodeaban nuestra comarca; porque él era quién mas sabía y siempre estaba conectado con la radio. Pero, a la vez, nos hacía ver lo bueno que había en nuestra tierra y lo afortunados que éramos de estar allí y no en otro lugar.

Jenaro nunca caminaba solo, siempre iba rodeado de pequeños y grandes cuando recorría las calles, camino a la taberna o a la iglesia o a cualquier lugar que fuera. Todos querían ir a su paso y lo más cerca posible para no perderse una coma de lo que dijera - alguna voz siempre pedía: “Cuéntanos algo, Jenaro

La Escuela

Jenaro era hijo de José Rodríguez Prada y Avelina Losada Ramos, vecinos del pueblo de Triufé de Sanabria. Avelina tuvo ocho hijos de los cuales solo vivieron tres: Julia (1924), Victorina (1925) y Jenaro (1928). En aquellos tiempos, la media de hijos en un matrimonio era de ocho o diez, que se murieran tres o cuatro también era normal. Morían muchos niños, de meningitis o por unas simples anginas. Las mujeres se ayudaban unas a otras en esos trances de la maternidad y la madre naturaleza hacía el resto. Jenaro a los dos años sufrió de poliomielitis y, a causa de esto, una de sus piernas quedó prácticamente inutilizada - en el pié llevaba un zapato con un suplemento de algunos centímetros. Para moverse precisaba de una alcayata de madera en la que se apoyaba. Él tenía un carácter afable y nunca se quejaba de su situación, decía que no sirve de nada pasarse la vida lamiéndose las heridas y que había que tirar "p´alante". Su padre, José Rodríguez trabajó a comienzos del siglo XX en las minas de Rio Tinto, y cuando se construyó la escuela de Triufé sufrió un accidente, allá por 1931 -1933: le cayó una viga encima y a consecuencia de ello al poco tiempo murió. La situación para la familia fue tan mala que Avelina mandó a Victorina con un familiar a vivir en Chaguaceda, pero al poco tiempo la niña se escapó y regresó a casa - ella me confiesa que tenía necesidad de madre. Avelina no encontraba cómo salir de esa situación tan difícil y en 1935 tuvo que recurrir a llevarlos al hospicio de Zamora. Ella buscó trabajo en un pueblo cercano en Tierra de Campos, pero Victorina sólo aguantó allí unos meses. A Jenaro nunca le oí hablar del hospicio, salvo un comentario sobre una noche de lluvia y un patio muy frío. Sea como fuere, aprovechó muy bien el tiempo y allí aprendió el oficio de sastre. Cuando regresó a Sanabria, después de dejar el hospicio, puso una sastrería en Puebla, a medias con un primo de Robleda, en una casa de Mato.


Cuando yo conocí a Jenaro ya no tenia la sastrería en Puebla; seguía cosiendo, pero desde la casa de su madre en Triufé. Era un hombre soltero que vivía con su madre (la señora Avelina) en la casa de ésta. Jenaro tenía dos hermanas ausentes del pueblo:Victorina, casada con Pío, ambos ciegos, vivían en San Sebastián – Victorina, trabajando en Madrid, sufrió un golpe en la cabeza que poco a poco la fue dejando ciega, hasta aprendió braille esperando una posible ceguera. Julia era monja y enfermera, estaba en un convento.

Aún después de los años transcurridos me emociona hablar de Jenaro. Mis primeros recuerdos de él son de cuando yo era muy pequeña y vivíamos en la casa de las aventuras, en el barrio de Las Llamas. Él segaba otoño (hierba verde) para el burro con la guadaña, debajo de los manzanos en el Prado del Sancho, detrás de nuestra casa, y silbaba una canción entonces desconocida para mí: El puente sobre el rio Kwai. Yo le veía desde el balcón y me escondía cuando él miraba hasta que cogí confianza. Me sorprendía su habilidad para segar estando cojo y ademas hacia las güeras al prado con la azada y le rastrillaba las hojas secas en otoño, cuando caían después de coger las manzanas. 

Yo entonces era una rapaciña traviesa que caminaba subida por las paredes de los huertos, como las cabras, decía nuestra vecina Rufina – una mujer soltera que vivía cerca de nuestra casa con María Antonia y José, sus hermanos también solteros. Pero es que a ella no le gustaban las niñas traviesas, aunque fueran un poco tímidas como yo, y menos si silbaban como los chicos y echaban carreras en burra y a pelo. Eso no podía ser...

La Casa de las Aventuras

Desde el tejado de aquella casa veíamos a Jenaro cuando pasaba camino de la Puebla, al trote en su burro con las alforjas llenas de paquetes. Le gritábamos: ¿A dónde vas, Jenaro?. A la Villa, contestaba. Él vivía en el barrio de arriba y sabíamos que tenía una sastrería y una radio que escuchaban todos los vecinos, la tenía siempre puesta allí en su galería soleada y las mujeres que lavaban la ropa en el lavadero de la fuente seguían la programación y, a veces, a él se le oía cantar. En 1954,  cuando nació el primer hijo de Victorina, se fue con su madre a San Sebastián y allí estuvo haciendo ropa de trabajo y gabardinas para una tienda llamada "Pluviax". Pero Jenaro sintió pronto la llamada de Sanabria y los dos regresaron al pueblo.

Él tenía muchos clientes en Puebla y en Ungilde, hoy tal vez hubiera sido un sastre de renombre como los que presentan sus colecciones en Cibeles fashion week- Papá estaba muy guapo cuando se ponía las chaquetas que le hacía Jenaro. Bueno, papá era mas guapo que John Wayne y no era tan desgarbado. Cuando Jenaro regresaba de Ungilde, al llegar al bar Buenos Aires los amigos le decían que si mojaban la venta; Jenaro les decía que si y mientras ellos entraban a pedir la consumición, él picaba espuelas a su burro y salía a toda pastilla bajando la Peña el Letrero. Sabía que si se paraba cogería un pedal y sería día perdido, y faena siempre había. Pero que nadie vaya a pensar que Jenaro era tacaño.


Por la carretera, sin luz, Jenaro corría un gran peligro, pues el tráfico de camiones era constante, eso causaba gran preocupación a su madre. En la curva del Puente del Hospital mas de una vez las pasó canutas, pero su burro siempre le traía a casa; si no era erguido, era terciado como un saco. Recuerdo que alguna vez le preguntamos ¿Cómo haces  cuando te cruzas en el puente con dos camiones a la vez?. Él decía que no era cosa suya: el burro decidía, tal vez hasta se subía por las piedras del pretil. Cuando algún domingo en Puebla se prolongaba la velada, Jenaro por la mañana ya se iba directamente al Mercado del Puente a comprar telas, hilos y botones en el comercio de su tío Antonio Rodríguez, para los encargos de la semana, y de paso haber si surgía mas trabajo. Para subirse al burro lo aproximaba a una escalera para hacerlo más fácil; pero si no había escalera, Jenaro se subía trepando por el pescuezo del burro y después se daba la vuelta.


En aquel tiempo de mi niñez, creo que Jenaro era la persona mas intelectual que había en el pueblo: había estudiado en el hospicio y después siguió practicando la lectura. Me han dicho que el Decamerón y algunos ejemplares de Kung Fú formaban parte de sus lecturas,  y sobre todo escuchaba la radio, todo el día y parte de la noche, en su taller de costura. Él encontraba en su radio emisoras que contaban las noticias con otro enfoque. Cuando se reunían para jugar la partida de cartas discutían sobre lo ocurrido en la guerra de Vietnam. Él decía que las guerras sólo beneficiaban a los que hacían negocio con ellas y que siempre habría una guerra en cualquier parte del mundo aunque no hubiera motivos, porque si no los había, se inventaban. Esto a mi me asustaba pues era muy pequeña, y pasó un tiempo en que me daba miedo cruzar un camino por un campo de centeno por si venían a quemarlo con napalm como ocurría en Vietnam. Pero después de los años transcurridos y visto lo visto he podido comprobar que Jenaro tenia razón.

El Taller de Jenaro

Además de la costura, también ayudaba a su madre con el cuidado de los prados que daban hierba para el burro y cuidando de los huertos y cortinas que les proporcionaban alimentos. El centeno para la era y la hierba para el pajar se la traían familiares que les ayudaban, pues ellos no tenían carro ni vacas. Le recuerdo subido en la banqueta metiendo los manojos de centeno en la majadora, esta tarea la hacia siempre el dueño del centeno, pues se pagaba por tiempo de alquiler de la máquina y, salvo que se lo pidiera a otro, siempre el interesado hacía esa tarea.

También un día se puso a hacer un pozo en una parte del corral, pero encontró piedra cuando llevaba cuatro metros y hubo de pedir ayuda para terminarlo. Sus sobrinos, los hijos de Victorina la de San Sebastián, le ayudaron y le pusieron un motor a 125, como era entonces la potencia de la luz en nuestro pueblo, y Felipe y Pacote le ayudaron a antivarlo. También le llamaban para arreglar los fusibles de la luz si a alguien se le fundían; la luz era algo novedoso pues la gente aún estaba acostumbrada al candil. Y se le daba bien poner inyecciones, eso era muy apreciado por todos pues no había practicante y el médico vivía en otro pueblo.

Él era muy inteligente, sociable, audaz, ocurrente, un poco irónico, generoso y muy independiente; algunos dicen que era muy juerguista, yo diría que era de carácter alegre o al menos intentaba dar esa imagen, aunque a veces, tenía días malos con su pierna, pero lo disimulaba. Era muy popular, no he conocido a nadie con más amigos. Gente que se llegaban hasta el pueblo incluso con mal tiempo, sólo por charlar un rato o pedirle consejos, o jugar una partida de cartas como hacían Eulogio, Lauro y Timo, los chicos de la Venta Pichiricha (donde hoy está el hotel Enrimary)


Jenaro, en invierno, llevaba una gorra con orejeras vueltas hacia arriba y los rizos de su pelo rubio le asomaban por debajo. Tenía una mirada clara y serena que daba confianza y su nariz aguileña le otorgaba aspecto de caballero importante; desde luego, él no se sentía para nada desdichado. A mi me parecía que Jenaro era nuestro segundo Quijote de Sanabria, sólo que él no llevaba un caballo ni una lanza, tampoco un yelmo: él se apoyaba en una alcayata y sus batallas eran con la vida que le tocaba vivir, y lo hacía con tal valentía que era un ejemplo para todos nosotros. Nunca se le conocieron amores con Dulcineas, pero, por su habilidad ganándose la vida, bien hubiera podido tener una familia, aunque alguna moza soltera dijera que un hombre lisiado no era un buen partido para una labradora. Su vida amorosa, si la tuvo, no se conoció, pero le gustaba tener calendarios que le alegraran la vista.

Los niños de los vecinos mas cercanos a su casa, y casi todos los jóvenes, pasaban muchas horas en su taller de costura, sobre todo cuando su madre le acompañaba sobrehilando las costuras o haciendo los ojales a las prendas que tenía que entregar al día siguiente. Sus bromas y sus chistes eran inagotables. Un día de bromas, Jenaro nos dijo que sabía como huele un muerto y, cuando le porfiamos con que eso no era cierto, se puso a frotarse una mano con la palma de la otra y al rato nos la dio a oler:  aquella peste es de lo peor que yo he olido en mi vida. A partir de entonces, todos los críos anduvimos con esa tontería. Él tenia unas manos muy expresivas, recuerdo dos de sus dedos totalmente amarillos del humo del cigarro y dos uñas muy largas, el pulgar y el meñique de la mano derecha, de las que se ayudaba para los dobleces de la tela.

En verano venían a visitarle su familia de San Sebastián y entonces presumía de sobrinos, tenía una familia ejemplar y estupenda. Su hermana Victorina, cuando pasaba a saludarnos, le decía a nuestra madre que tenia unas hijas muy guapas; yo pensaba que eso se lo decía a todo el mundo, porque solo con tocarnos la cara ¿cómo podía ella saber si éramos guapas?. Yo no me veía guapa, pero tal vez ella se refería a otra belleza que nosotros no sabemos ver. Lo que sí era cierto es que ella llevaba a sus hijos y marido siempre perfectos y eso si que me causaba admiración.

El camino hacia La Puebla

Cuando Jenaro dejaba la aguja, bajaba a la cocina de mis padres a jugar la partida. Para entonces ya nos habíamos mudado al barrio de arriba, a la casa que habían hecho nuestros padres y la cuadrilla de obreros - ¡por fin teníamos nuestra casa!. A veces me hacían jugar con ellos para completar el grupo. Él me enseñó a dar las señas que había que dar con disimulo y, a cambio, me ayudaba con los deberes, él sabía mas de lo que ponía en la enciclopedia y eso me ayudaba a estar de las primeras de la fila al tomarnos la lección - espero que mi admirada maestra Ana, que leerá esto, no me baje la nota ahora. Sobre todo me ayudó aquel invierno en el que un día, haciendo la comida temprano para ir todo el día con el "ganao" para el monte, me quemé en una pierna con la manteca caliente. Se me volcó la sartén y el chorro cayo sobre mi pierna izquierda, por encima de la rodilla, ya que estaba sentada delante de la cocina de hierro para ahuyentar el frío. Grité tanto que me oyeron desde el pueblo de al lado. La quemadura fue muy profunda porque llevaba unos leotardos de lana que conservaron el calor y cuando al momento mi madre, que no se encontraba bien, bajó a ayudarme, la piel a borbotones salia por entre los dibujos de la lana. Al intentar quitármelos la piel salió pegada a ellos y mi herida creó una corteza que después no se curaba. Todo el día lloré y lloré y solo el hielo de la charca que mis hermanas traían a cada rato me aliviaba el dolor. Al otro día vino el médico y mandó que me curaran con unos apósitos impregnados con una crema; pero pasaron dos meses y no había mejoría, y yo empecé a tener fiebre. Un día mi madre desinfectó unas tijeras y por un borde tiró de aquella corteza y salió todo en un trozo con un olor pestilente. Después de lavar bien aquel hoyo infecto dijo que se me veía el hueso y que ojalá que no estuviera perjudicado. Los tres meses que duró ese calvario mi vida fue muy limitada, a duras penas podía ir a la escuela a la pata coja y el mínimo roce con el pupitre me hacía ver las estrellas; mis hermanas tenían que hacer todas mis tareas. Yo le decía a Jenaro que me diera consejos sobre cómo vive un cojo, pues yo también lo seria. Él me animaba y decía que no me preocupara, que me quedaría una señal para toda la vida y que eso sólo seria un mal recuerdo. A pesar del miedo que sentía, quise creerle porque ya había en mi familia una coja, mi tía Antonia, y mi abuelo José había muerto por una herida en una pierna construyendo la casa que no pudo terminar.

No podía ser tanta mala suerte, me gustaba mucho la música y ya no podría bailar - Jenaro nunca bailaba -, tampoco podría correr ni subirme a los árboles, ni tantas cosas que quería hacer. ¿Qué mierda de vida iba a tener?. Ahora sí que mi padre pensaría que yo era algo inútil que no serviría ni para piedra del tope del carro. Ese invierno Jenaro me ayudó mucho con los estudios y empezó a bromear con la forma de mi quemadura, “se parece al mapa de África” - decía, incluso veía lagos y ríos en sus formas, y así, poco a poco, yo también fui advirtiendo el parecido de mi herida con el continente africano – y a día de hoy todavía lo sigo viendo, pero entonces era difícil imaginarse el Kilimanjaro en ese agujero. Durante mucho tiempo pedía a mi madre que me hiciera los vestidos más largos para ocultarla, pero Jenaro me ayudó a comprender que las cicatrices nos hacen mas fuertes, porque si vivimos para verlas es que hemos vencido.


Cuando Jenaro contaba historias te quedabas embobada escuchando, daba igual que hablara de los viajes de Marco Polo o de las aventuras de Emilio Salgari, dejabas volar la imaginación y te transportaba a lugares lejanos. Pero él decía que como la tierra de uno no hay nada; claro está que para saber eso le hizo falta irse lejos. Él siempre te decía cosas para que tuvieras confianza en el potencial que cada uno llevamos dentro: esto no se dice, esto no se hace, esto es lo correcto. ¡¡El era como un maestro!!. Nunca se cansaba de contestar cualquier pregunta, ¡El lo sabía todo! Yo, lamento no haber guardado alguno de los dibujos y caricaturas que hacía en el cartón o cuartilla donde apuntaban los juegos de la partida, tenia una gran habilidad dibujando con números, ponía un 6 y un 4 debajo y decía, la cara de un retrato, y hacía unos trazos y te dibujaba a Luky Luke, o a él mismo con su gorra de orejeras y el cigarro en la comisura de los labios.  ¡¡ Era genial!!. Yo siempre pensé que Jenaro dejó dibujos y escritos de sus noches de  insomnio. Ojalá fuera cierto.

A veces, durante la partidas de cartas en casa de mis padres, la cocina parecía una lata de sardinas; en torno a la mesa camilla jugaban seis u ocho a la brisca o al tute y después estaban los que miraban y mi madre, en un rincón haciendo punto o cosiendo, y llegábamos nosotras, con frio de la calle después de guardar las ovejas o cualquier otra tarea, y no nos podíamos ni acercar a la lumbre. A veces entre ellos surgían conversaciones de mayores, y solía ser Jenaro quién hacía notar a los demás que había "ropa tendida", refiriéndose a los pequeños que andábamos por allí, porque la conversación podía tomar derroteros un poco pícaros para oídos de niños. Entonces decía: vamos a cambiar el agua a los garbanzos y salían todos de la cocina a la calle y nosotras aprovechábamos para acercarnos a la lumbre un momentito. Nunca he olvidado el olor de aquella cocina, una mezcla de humo de tabaco, de leña en el hogar, brasero y castañas asadas; pero sobre todo el olor de las personas: entre semana olían a hierba seca si venían del pajar, pero los domingos olían a camisas planchadas, cada mujer cuidaba de que su marido fuera mas aparente y entre ellos se picaban; jopé compadre hoy vamos de fiesta, hoy se te fue la mano con la colonia.... Cuando terminaba la partida, unos y otros se marchaban a casa y mi madre ponía la cena en la mesa y le decía a Jenaro si quería cenar con nosotros, pero él se quedaba sentado en su rinconcito bebiendo tranquilamente otro botellín o un cuartillo de vino, hablando con mi padre de las cosas que les preocupaban. Jenaro disfrutaba de la vida que tenía, siempre me pareció que, a su modo, era feliz. Mas ¿Cómo puede una niña juzgar eso? Yo lo veía en su semblante y, quisiera no haberme equivocado.

El tiempo pasó muy deprisa, los meses corrían tanto como yo al hacer los recados de mi madre, muchas veces la engañaba cuando, enfrascada en la costura, no se daba cuenta de que al repetirme que fuera por paja al medero o por berzas al huerto, yo ya había ido y vuelto sin que ella se diera cuenta. Las estaciones se sucedían, apenas acababa el invierno y ya llegaban las golondrinas a sus nidos de los aleros de los tejados o las vigas de las cuadras, criaban y volvían a partir y así llegó el tiempo de mi partida.

La Carretera

No pude despedirme de Jenaro. Al cumplir los catorce años, mis padres me enviaron a Madrid a trabajar y ya no le vi más tal y como lo guardo en mi recuerdo. Porque el siguiente año volví de vacaciones pocos días, a los dos años regresé enferma con anemia y todo aquello de las partidas de cartas y el baile de los domingos se había terminado y perdimos ese trato tan cercano. Cuando me recuperé me volvieron a mandar a Madrid y después mis padres también se fueron.

Su madre murió el 13 de Febrero 1975 en Triufé. Cuando él enfermó lo llevaron al Clínico de Zamora y le operaron, pero no pudieron hacer nada, el cáncer que padecía estaba muy avanzado. Se recuperó un poco y regresó al pueblo por poco tiempo, después le llevaron al hospital de Toro y allí murió el 2 de Mayo de 1977. Esa maldita enfermedad llamada cáncer se lo llevó. Por poco llegó a estar junto a él, en sus últimos momentos, su hermana monja Julia, destinada por su congregación en Puerto Rico: en esas fechas hubo un huracán en la isla y estuvo a punto de no poder venir. Jenaro ya no regresó a su pueblo, a nuestro pueblo, para descansar cerca de los vecinos que le trataron y disfrutaron de su compañía.
Julia murió en 2002, en la casa de su hermana en San Sebastián. De los tres ya sólo queda Victorina, con sus hijos Lourdes, José Mari y Javier; ella, en su mundo sin imágenes, ha sabido ser la luz que ha guiado a la familia. Siguen visitando la casa en Triufé, muy bien conservada, y el espíritu de Jenaro está sin duda en ella.

El Horno de Jenaro

Siempre le recordé con cariño y admiración, pues era buena persona - el pueblo ya no era lo mismo sin él. Yo no he sabido hasta este verano, (agosto de 2013), por boca de su sobrino Javier (que es muy parecido físicamente a él), que el padre murió a consecuencia del accidente en la construcción de la escuela; nadie me contó eso, es como si nadie quisiera recordarlo. Yo estaba orgullosa de esa escuela que habían hecho nuestros abuelos en días de concejo, pero este accidente dejó a unos niños sin padre y condenados a un hospicio. Pienso que alguien con autoridad tenia que haber protegido a esa familia, pero en los años 30 poca o ninguna ayuda se daban a los pobres. Pero, ¿Y después? Algo se tenia que haber hecho, (es de justicia). No puedo comprender de donde sacaba Jenaro ese buen humor y alegría que siempre tenía.

A veces, cuando camino por nuestra calle, pienso que vienes por la curva de la poza y que me voy a encontrar con tus ojos claros y tu amplia sonrisa, y me preguntas  ¿Cómo te va? Y yo te digo: ya lo ves, peino canas pero conservo las dos piernas, a veces he vivido peligrosamente y he tenido días de furia; pero eso sólo era como un relámpago, enseguida volvía a mi la paciencia, la perseverancia y la constancia que aprendí de ti. - Pero no jugaste a la lotería, exclamas . Y ¿Para que? - te contesto. La mejor lotería fue nacer en esta tierra y haberte conocido. Ya sé que te dije que cuando me tocara la lotería pondría en marcha mis proyectos en Triufé, pero en la distancia perdí las energías. Y quiero pedirte perdón por todas las veces que perdiste a las cartas jugando conmigo y te tocó pagar las consumiciones de los compañeros de juego. Me diriges una sonrisa y te vas silbando El puente sobre el rio Kwai apoyado en tu alcayata. Te llamo, ¡¡¡Jenaro!!! - tú me contestas, ¿Qué?... No, nada. Que siempre me acordé de ti. Gracias, Jenaro, por ese tiempo que compartimos, aunque algunas veces me llamaras "ropa tendida": yo ya sé que a la ropa tendida hay que tratarla con mimo, esmero y delicadeza. 

Adiós, Jenaro.

La niña que no debió ser- VII  de Inés Camaro Sánchez.

N.A. - Uno no muere cuando la vida le abandona, muere cuando los demás dejan de recordarle. Mi agradecimiento a las personas que me han ayudado a la recopilación de datos: Delfina Sotillo, Antonia y Marcelino Ramos, José Prada, José Rodríguez, Remedios Rodríguez, Conchi Rodríguez, Javier Pérez Rodríguez y sobre todo a Victorina Rodríguez Losada.


30 ene 2014

Un Pantano sobre el Lago. 1: Los Proyectos

Si se prescinde de algunos pastores y cazadores sanabreses, me atrevo a asegurar que desde la primera [Vega de Tera] al segundo [El Lago de Sanabria] por el fondo del barranco por donde se despeña el río Tera hemos bajado, hasta la fecha, tres personas únicamente, los ayudantes de Obras Públicas D. Antonio Franganillo y D. José de la Guesti y yo, durante el verano del año 1917. Una prueba de mi afirmación la constituye el hecho de que hasta finales del año 1912 no se ha establecido con exactitud la situación relativa del río Tera y de la laguna de Lacillo. Hasta entonces en todos los mapas, incluso en el de Coello, se dibujaba al primero como si cruzara a la segunda. Desde el alto de Ventosa se ve ya que el río Tera no entra en la laguna de Lacillo.[...]
Este río tiene su origen en el Portillo de Puertas, cerca de la elevada peña Trevinca, y después de aumentar su caudal con las aguas de la laguna de Lacillo y de las numerosas fuentes de la Cuesta de la Cuchilla, de correr tranquilo en dirección norte-sur, cerca de 12 kilómetros por un llano a altitud de 1.700 metros y regar el sitio denominado Vega de Tera, abundante en buenos pastos, se precipita formando vistosas cascadas en el profundo valle llamado La Cueva, cuya descripción hace el P. Flórez (España Sagrada, tomo XVI), diciendo: »Cercado por todas partes de unas peñas muy altas, es como un Hortus conclusus, y una especie de paraíso abreviado, cubierto de alfombras naturales, tejidas de verdes praderías, matizadas por la misma naturaleza como si fuera con arte, con varios boscajes de árboles, manzanos, perales, avellanos, cerezos, acebos, tejos y otras especies que forman un país útil y deleitable»”

Este fragmento forma parte de una serie de artículos escritos por el ingeniero de caminos Bienvenido Oliver y Román y publicados simultáneamente en la “Revista de Obras Públicas” y en “La Energía Eléctrica”, en la tan temprana fecha de 1919. Presentaba el ingeniero un proyecto, para el que aseguraba tener ya las concesiones ministeriales pertinentes, donde demostraba que “es posible establecer en esta región del Tera un aprovechamiento hidroeléctrico bastante importante, económico, y de aplicación inmediata, sin duda alguna, por ser factible transportar la energía eléctrica producida a zonas ricas y pobladas de las provincias de Zamora, Palencia, León y Valladolid, insuficientemente dotadas en la actualidad"; y añadía: “Esta descripción se limita a dar a conocer en forma muy concisa, pero lo más clara posible, todos los elementos de dicho aprovechamiento necesarios para adquirir una idea de él, tanto desde el punto de vista técnico como desde el industrial, demostrando al mismo tiempo la posibilidad y conveniencia de su realización." El proyecto se dividía en dos partes, denominadas Salto Ribadelago y Salto Cobreros. Ninguno de ellos llegó a realizarse... entonces.


El Salto Ribadelago se centraba en una “presa de derivación un poco aguas abajo de la confluencia de arroyo de Lacillo con el río Tera, punto donde empieza a tener pendiente fuerte el cauce del segundo. De la presa arranca el canal, el cual termina a un kilómetro de distancia, en dirección SE, del Alto del Campo; su longitud es 6.360 metros, de los cuales 5.850 constituyen un túnel”. La casa de máquinas se establecía “en la zona oeste de la margen norte del lago de Sanabria, próxima a los Picos de Royan" Con respecto a la presa “de poca altura y muy corta”,  especificaba del lugar de su emplazamiento: “su altitud es cerca de 1.650 metros y reúne condiciones excelentes para aquel objeto, porque tanto las márgenes como el fondo del río son de granito y hay la seguridad, por lo tanto, de que los cimientos de la presa tendrán muy poca importancia y se construirán sin dificultad alguna”.

Croquis de Oliver (Revista de Obras Públicas)
Muchos entre ustedes ya habrán descubierto que don Bienvenido estaba describiendo el esqueleto básico del posterior proyecto de la empresa Moncabril (hablamos de ello aquí). Pese a lo rudimentario del croquis publicado y la breve descripción del lugar donde debía construirse, puede comprobarse que no difiere demasiado de la localización final de la presa Vega de Tera, de trágico recuerdo.



El proyecto del Salto Cobreros preveía la construcción de otra presa “inmediatamente aguas abajo de la salida del río Tera del Lago de Sanabria, sitio cuya altitud es 1.020 metros y que reúne condiciones excelentes para aquel objeto […] La coronación de la presa se coloca en la altitud 1.026 metros, y así su altura máxima será 6 metros, y como la longitud es unos 50, se comprende que la influencia del coste de esta obra en el presupuesto general no ha de ser muy grande. Se propone una presa-vertedero porque su altura y la naturaleza del fondo del río lo permiten” El sistema se complementaba con un sistema de canales que no detalla en profundidad, pero incluía uno con “origen en la ensenada que forma el lago al E. del Balneario [de Bouzas] y termina al E. del Alto del Castro en la divisoria del arroyo de las Truchas y del río Castro o Requejo; su longitud total es 6.950 metros, de los cuales 2.350 están en túnel”; otro en la orilla izquierda del Tera con objeto de “recoger, con presas de derivación, las aguas de los ríos Vecilla, Trefacio y Forcadura y las del arroyo Valdearca para verterlas en el Lago de Sanabria, ampliando así la cuenca de éste” y, finalmente, un tercer canal para “la toma de las aguas del arroyo de las Truchas, un poco aguas abajo del pueblo de Sotillo”. La casa de máquinas se hubiera situado “entre la carretera de Villacastín a Vigo y [la margen izquierda de] el río Requejo muy cerca de la Venta de Guerra”. En resumen: un tajo en pleno corazón de la Sanabria Central.


El proyecto completo estuvo en hibernación hasta la década de los 40, cuando al poco de terminar la Guerra Civil otras compañías se muestran también interesadas en el aprovechamiento hidrológico del Tera. Así, en 1943 Ideam, S.A. planteaba la construcción de tres saltos sucesivos desde "la Laguna hasta por debajo del pueblo de Sandín”:
  • El primero consistía en un recrecimiento del Lago mediante un azud de dos metros de altura, un túnel de 1.501 metros a modo de sifón y una conducción de 3,4 kilómetros de la que arrancaba una tubería hasta la central.
  • El segundo se situaría “inmediatamente aguas abajo” del desagüe de la central del primer salto. Otro azud derivaría el agua a través de un canal a cielo abierto de 23,9 kilómetros, proyectado por la margen izquierda del río. La tubería de presión se emplazaba tres kilómetros cauce abajo de Otero de Sanabria.
  • Y el tercer salto iniciaba su azud de derivación a 2,2 kilómetros del desagüe de la anterior. El canal recorría un trayecto de 10,9 kilómetros, también a cielo abierto, y la tubería de presión estaba situada a 1.700 metros más allá de Sandín. La energía anual de salida de los tres saltos quedaba cifrada en un total de 70.800.000 kilovatios hora.


Inmediatamente apareció en escena la sociedad hispano-portuguesa Saltos del Duero, S. A., de gran prestigio ya que venía de construir el macro embalse de Ricobayo sobre el río Esla. Se da la circunstancia que su fundador y alma mater, José Orbegozo, había fallecido pocos años antes tras una grave depresión, al parecer provocada por la muerte de nueve operarios en las obras del mencionado embalse. El proyecto de la sociedad, firmado por el ingeniero Pedro Martínez Artola, preveía cinco saltos, denominados Trefacio, Puebla de Sanabria, Sandín, Anta de Tera y Puente de Tera.
  • El primero de los embalses, Trefacio, afectaba de lleno al Lago de Sanabria, a cuya salida construían un muro de escollera de 18 metros de alturaque produce una elevación del nivel de 16 metros”. El recrecimiento anegaba por completo al pueblo de Ribadelago y sus fincas de cultivo. Se incluía también una galería de presión de 3.470, 66 metros y una tubería de presión de 234 metros que salvaba un desnivel de 39,50 metros. La central se ubicaba en el río Trefacio con desagüe, a través de desviaciones, a los arroyos de Vigo y Trefacio.
  • El segundo salto, de Puebla, disponía de la presa de derivación a 120 metros del desagüe de la central anterior. El canal discurría a cielo abierto por un tramo de más de 7 kilómetros, que conducía el agua hasta la cámara de carga, situada aproximadamente a un kilómetro de la villa. De la referida cámara partía la tubería metálica de presión, con una longitud de 154 metros y 2,10 metros de diámetro, salvando un salto de 53 metros.
  • El salto de Sandín llevaba ubicada la presa de gravedad, de casi 50 metros de altura, aguas arriba del puente de Sandín. La central se emplazaba adosada a la presa y la parte central de la misma hacía de vertedero de las aguas rebosantes. Este pantano inundaba una extensión de 780 hectáreas y la cola del embalse llegaba hasta Puebla de Sanabria.
  • El salto de Anta de Tera, con unas trazas bastante parecidas al anterior, contaba con una planta de presa recta, con la central emplazada en la margen derecha y con una turbina de 11.000 kilovatios. La cota superior del embalse se sitúa a 31 metros del lecho del río y la cola del pantano llegaría hasta el puente de Sandín. La superficie inundada por la obra alcanzaba las 42 hectáreas.
  • El salto de Puente de Tera emplazaba su presa a unos tres kilómetros aguas arriba de la carretera Villacastín-Vigo; una presa de planta circular de unos 300 metros de radio, cuya parte central serviría como vertedero con dos vanos. La cota máxima del embalse alcanzaba los 36 metros sobre el lecho del río y, entre los daños colaterales, se contaba con la inundación de parte del pueblo de Manzanal de Abajo.
El proyecto de Martínez Artola contemplaba aún la posibilidad de otro salto en Villar de Farfón, con una presa de 25 metros de altura. Esta última ejecución quedaba pendiente de la definición de los canales de riego que indicara la Confederación Hidrográfica del Duero.


(Continuará)

15 ene 2014

La Reacción: Algaradas en la Sanabria del S.XIX

"Era el mes de Marzo de 1873 : cinco años hacia que la [Gloriosa] revolución se había desencadenado sobre España y cinco años hacía que empleaba en combatirla, desde las columnas de un diario político, las escasas fuerzas de mi intelîgencia. La monarquia democratica acababa de desaparecer con la abdicación de don Amadeo de Saboya, y la [] República, proclamada en las Cortes, se enseñoreaba por primera vez de España. El terror que su solo nombre causaba, los horrores que recordaba su historia en paises vecinos y la fundada y triste creencia de que esta forma de gobierno iba a aumentar los graves desordenes en que la patria se veía envuelta, traían inquietos y desasosegados los animos de todos los españoles, aún los de aquellos en quienes largos años de revolución mansa habían amortiguado los sentimientos monárquicos. Los hombres que por tener algunos bienes de fortuna se adornan con el nombre de conservadores, eran los que más se dolían de la situación a que sus propios errores les habían traido y los que más desconsolados contemplaban el oscuro horizonte que a los albores de la república aparecía [...]

"Los carlistas se lanzaron a la guerra por defender las dos grandes ideas de Religion y Monarquía, tan arraigadas todavia en España y tan combatidas ahora en todo el mundo, dando así clara prueba de que aún vive en nuestra patria aquel espíritu ardientemente católico, que movió a los españoles del siglo XVI a combatir contra la reforma protestante y contra las doctrinas que a su sombra nacieron y se desparramaron por Europa. Estudiando de cerca a los carlistas vése tan de bulto su semejanza con los españoles del siglo XVI, que no puede negarse son los primeros legítimos descendientes y herederos de los segundos. La misma fuerza de creencias, la misma exaltación de sentimientos, la misma firmeza de caracter hay en unos que en otros, como hijos todos de una misma madre y criados y educados en los mismos principios."
Recuerdos de la Guerra Carlista. Francisco Hernando 


Cuentan los libros de historia que La Tercera Guerra Carlista (1872-1876) se desarrolló entre los partidarios del llamado Carlos VII y los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII. Los frentes más activos se localizaron en el País Vasco y Navarra, con levantamientos menores en Cataluña, Valencia y Aragón. Pero también hubo agitación y partidas en el resto del territorio peninsular, especialmente en áreas montañosas donde practicaban un tipo de combate a medio camino entre la guerrilla y el bandolerismo.

Como ya hemos comentado en otras ocasiones, Sanabria y Carballeda no fueron ajenas, en su pequeña escala, a los hechos del convulso S.XIX español. Si en la reciente entrada sobre Sagasta vimos, siquiera de refilón, algo de la actividad de los liberales en la provincia, hoy toca fijar la mirada en el otro bando: los conservadores más exacerbados, la Reacción.


Ya en 1868 encontramos una curiosa sentencia administrativa que refleja el enfrentamiento vivido entre las fuerzas de algunos pueblos:
"En el expediente en que el Gobernador de la provincia de Zamora ha negado la autorización para procesar a D. Santiago Tostón, Alcalde; Don Juan Santiago, Regidor, y D. Tomás Santiago, Secretario del Ayuntamiento de Rionegro del Puente, del cual resulta:
- Que el Alcalde mandó comparecer en la casa de Ayuntamiento a Don Francisco González, Párroco de Garrapatas [hoy Santa Eulalia del Río Negro], y a otros vecinos para exigirles cierta contribución con destino al pago del Maestro de instruccion primaria:

- Que el Párroco se negó a pagar, manifestando que el reparto no estaba autorizado, y que dicho servicio debia atenderse con los fondos municipales:

- Que incomodado el Alcalde con esta respuesta, dijo al Párroco que le constaban las reuniones sediciosas que se celebran en su casa para conspirar contra la corona, y las cuentas que a este objeto se destinaban, de las cuales era depositario, lo cual confirmaron el Regidor y Secretario que se hallaban presentes [...]"

Jurisprudencia administrativa - Revista General de Legislación y Jurisprudencia


De la "Narración militar de la guerra carlista de 1869 a 1876", publicada por Cuerpo del Estado Mayor del Ejercito en 1889, extractamos algunos fragmentos descriptivos de la situación en la provincia:
"Por la misma época se alarmaron los habitantes de la zona meridional de Salamanca, a causa de la presencia en ella durante unos días de una facción procedente de Cáceres; y para que esto no volviera a suceder se acantonaron algunos carabineros en el límite de ambas provincias. 
En la de Zamora anduvieron a mediados de Agosto por el partido de Puebla de Sanabria tratando de reclutar gente, varios carlistas de León, que viendo lo infructuoso de sus trabajos, regresaron al territorio de donde habían salido; y durante el mes de Septiembre, unos 60 individuos se apoderaron en Cobreros, de los fondos de la recaudación de contribuciones, y trataron de alterar el orden; pero salieron de Puebla de Sanabria tres secciones de carabineros, las cuales los avistaron y batieron el día 24 en el monte de los Charcos, disolviendo a la partida, haciendo algunos prisioneros y cogiendo varios efectos [...]
"En la [provincia] de Zamora, hacia el 17 del indicado mes, apareció en Galende, con algunos sediciosos, el cabecilla Bernardino Carrera; saliendo en su seguimiento los carabineros de Puebla de Sanabria, y de la capital dos secciones del mismo instituto con cuyos movimientos se consiguió la aprehensión del jefe y la disolución de la partida [que había atacado también Trefacio, San Ciprián y Rábano]. Más adelante, en marzo, el titulado Comandante general, D. Pedro Alvarez, publicó una alocución llamando a las armas a los zamoranos, y organizó un núcleo de 45 infantes y 20 caballos, que, perseguido por guardias civiles y carabineros, sufrió, el 26, en los llanos de Tábara, una derrota en que murieron dos carlistas, quedaron prisioneros otros y se diseminaron los restantes para ganar la frontera de Portugal, donde fueron capturados el cabecilla y algunos otros [...]
"El 16 de Julio el cabecilla Bernardino de Ambasaguas, con 50 individuos, pasó desde Zamora a Orense, por las Portillas de Sanabria; pero apercibidas ya para hacerle frente las columnas de esta provincia, por avisos del Capitán general de Castilla la Vieja, le salieron al encuentro, precisándole a correrse por las vertientes de Sierra Cabrera Alta y a volver sobre sus pasos. Siete días más tarde aparecieron cerca de Portugal 40 hombres armados, al mando de un tal Suárez, y puestos en movimiento para obrar combinadamente los destacamentos de Ginzo de Limia y Bande, consiguió el segundo encontrarlos el 26 en Salgueiros, cayendo sobre ellos con tal acierto, que al cabo de dos horas de fuego los dispersó y les hizo varios muertos, heridos y prisioneros. El destacamento de Ginzo de Limia, que se hallaba próximo, contribuyó al buen éxito de la operación y evitó que los fugitivos ganasen la frontera."

Pese al descontento con las contribuciones y los alistamientos ordenados desde el Gobierno Central, en ningún momento los carlistas lograron un significativo apoyo popular en nuestras comarcas, y menos tras la Restauración Borbónica - con la que muchos conservadores consideraron alcanzados la mayor parte de sus objetivos.


Tal vez les resulte familiar la retórica de Francisco Hernando, el historiador carlista que inicia esta entrada; incluso propia de momentos más cercanos en el tiempo. Siempre he pensado que, en general, desconocemos demasiado del S.XIX español y que esto es un gran error, porque en él se encuentran las semillas directas de nuestra evolución posterior. Sobre el tema me permito recomendarles el blog amigo "Desde la terraza", que desde hace tiempo le dedica una serie de artículos tan amenos como bien documentados. Seguro que les gusta.

Periódico "El Imparcial", 1872

Pd. He abierto un nuevo saloncito en esta gran mansión de la blogsfera: se llama Casos y Cosas y pueden encontrarlo aquí. Como siempre, están todos invitados, pero sin compromiso ninguno. Trata de... no sé, todo lo que no cabe aquí. Igual les interesa.

30 nov 2013

Días de frío


Aquí donde la ven, esta humilde chabola tiene una gran importancia para la Sanabria Central, y más en estos días en los que avanza el invierno: gracias a ella salimos una vez sí y otra también en los telediarios - y todos sabemos que no existes si no sales en la tele o en la primera página del Google. ¿No lo ven claro? Acerquémonos un poco más.


Sí, amigos: ésta es la célebre Estación Metereológica Puebla de Sanabria, donde a menudo se registran las temperaturas mínimas de toda España. Está localizada en las coordenadas 42° 4' 56'' N 6° 38' 24'' O; es decir, en el término municipal de Robleda-Cervantes - muy cerca de El Puente - a 935m de altura, en la umbría de una pequeña colina que recibe todo el relente del río Tera. No es el lugar ideal para montar un picnic, salvo en pleno verano y a ser posible, a mediodía.


En el momento en que se tomaron estas imágenes, la estación registraba unos confortables - 4,8ºC. Bastante mejor de los -9,7ºC de dos días antes, cuando pasé delante de ella y no la reconocí, aunque ya la estaba buscando. O de los -9,8ºC del día siguiente.




Los Vigilantes
El Anemómetro, listo para resistir cualquier ventisca


6 nov 2013

Un paseo de 270 años: La Puebla, 1741-2013

Durante el S.XVIII, después de la ocupación portuguesa y antes de la francesa, la monarquía española se preocupó, al menos, de conocer el estado de las defensas de Puebla de Sanabria. Varios miembros del cuerpo de Ingenieros del ejercito visitaron la Villa desde 1724 hasta 1800, realizando misiones de inspección y cartografía. Hoy vamos a seguir los pasos de uno de ellos. ¿Se vienen con nosotros?

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"Plano de la Plaza de la Puebla de Sanabria. Que sirve para demostrar los jardines y sembrados del contorno de sus fortificaciônes, y entrellos el Dn. Pablo Gonzales vezino de dha Plaza que ha labrado desde el Parapeto del camino cub.to en toda la extencion del Glacis contralo prevenido en las Rs. ordenanzas, z en 2. ordenes de la corte de 24 de marzo de 1738. z.20 de febrero de 1741. afin devigilar en ello; Ciudad Rodrigo a 7.de D.bre 1743. Dn Pedro moreau"


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1.Castillo antiguo cuyo torreon sirve de almazen de artilleria 
2.alojamiento del Govern.or


Tras una larga y agitada existencia, el Castillo se gana hoy la vida honradamente como Casa de Cultura, Biblioteca, Oficina de Turismo, Sala de Exposiciones... Está abierto al público.



3.Reducto 
El Fuerte de San Carlos. Vista desde el foso 


4.Baluarte de Sn. Matheo,
Debió estar por aquí, cerca de la carretera que hoy baja al Camping Municipal


5.Baluarte del chambergo
Quizás se situó en la esquina donde hoy está La Caixa y el H. Carlos V. Antes de la glorieta de Calabor y Ungilde.


6.Puerta del arrabal


7.Puerta de Sn. francisco.
Se entraba más o menos por las escaleras que salen enfrente del bar Buenos Aires. La garita de la foto es moderna.


8.Baluarte de Sn. Juan
La plazuela también es moderna.


9.Puerta del medio


10.Baluarte nuevo que hizieron los Portugueses
Impresionante en su altura sobre el Tera

 

11.Baluarte del Rastrillo;
En algún lugar de la Plaza de Armas. Quizás tras el Restaurante o en el solar que ocupa el antiguo cine.


12.Baluarte de mosabixto;
Mi localización más dudosa. Tal vez estuviese más al oeste, un "escalón" por debajo en la colina.


13.Puerta de Sanabria
Durante siglos fue la entrada principal de la Villa. Tras cruzarla, la vista no sería muy diferente a la actual.


14.Tenaza
La única de las antiguas puertas que conserva restos reconocibles a primera vista. Probablemente estuvo abovedada. Seguro que todos los visitantes ocasionales de Puebla la conocen.
¿O no?



15.Jardines al pie del es(...) canpam.to de las fortificaciônes, que por su gran altura de penâscos [ver punto 2] no hazen perjuicio alg.o â la fortificación y son de grande alivio a la Guarnicion
Creo que Moreau se refiere a huertos más que a jardines como hoy los entendemos. Marca así varios puntos a la orilla del Tera: la mayoría se han convertido en espléndido bosque de ribera.


16.Jardines y sembrados de Dn. Pablo Gonzales desde el Parapeto del cam.o cubierto...
Sin embargo, los "ilegales" de maese Pablo han sobrevivido bastante mejor hasta nuestros días. El ingeniero los marca desde la izquierda de esta foto hasta los pies del punto 5.


Nota: Algunas de estas localizaciones pueden no ser exactas: como siempre, todas las opiniones serán bienvenidas.

Pd. Espero no revelar ningún secreto:  Una fuente muy bien informada me ha contado que el Castillo de Puebla prepara una exposición sobre la cartografía de Pedro Moreau y los otros ingenieros militares del S.XVIII. ¡Para no perdersela cuando llegue el momento!

PD.2 Debo excusarme por mi escasa presencia en el mundillo durante los últimos días: como la mayoría de ustedes, mantengo varios frentes abiertos y el tiempo parece contraerse. Me iré poniendo al día con la mayor brevedad.