
Cuentan que, tiempo ha, un hojalatero novato en busca de nuevos mercados remontó el valle del Bibey hasta alcanzar un pueblo desconocido para él.
- Dígame, señora, el nombre de este lugar.
- Esto es Pías, no hay que dudar.
Continuó su camino el hojalatero y al llegar a otro grupo de casas, tras acabar sus comercios, volvió a preguntar:
- Dígame, señora ¿con qué nombre se conoce a este lugar?
- Esto es Pías, no hay que dudar.
El bisoño artesano rascó su cabezota, partió en camino de nuevo y llego una vez más hasta una plazuela en torno a la cual se agrupaban las casas. Con la mosca tras la oreja trabajó sus chamarilerías y aún antes de acabar, preguntó:
- Y entonces, señoras, ¿el nombre de este lugar es…?
- Esto es Pías, no hay que dudar.
- Pues buenas mujeres, nada les he de cobrar. Y ahora mismo ofrezco un duro de plata a quien me saque de este pueblo, más grande que la capital.
Viene a cuenta el chascarrillo ya que el pueblo de Pías, aunque no tan grande como una capital, consta de tres barrios – o cuatro, según quién cuente – esparcidos en la escarpada ribera del Bibey, en la misma raya que nos une con la vecina Galicia. Y tres son también – esta vez cuente quien cuente – los pueblos que conforman el municipio: Villanueva de la Sierra, Barjacoba y, claro, el propio Pías.
Como en otras zonas
fronterizas, los paisanos se empeñan en tender lazos que van más allá de las líneas trazadas en los mapas. Y en estos valles de la Alta Sanabria, donde la sierra Segundera se encara con los montes galaicos, el vecino orensano está a dos pasos y las comunicaciones con el otro lado de las Portillas no siempre son buenas. Y aquí se habla
senabrés, que no es del todo gallego, pero se le parece mucho. Tampoco los rebaños entienden de
fronteras administrativas, pero si les preguntáis por pastos os dirán que los de estos valles son muy buenos, señor. Es tierra húmeda y fértil, de ahí la tradición ganadera y también la vegetación exuberante: helechos, abedules, acebos y una de las manchas de robles mayores de Europa. Y abundantes fuentes, como las que enorgullecen a Villanueva, mezcla de pilón y abrevadero, donde las mujeres aún van a lavar las berzas del caldo sanabrés de toda la vida.
El paisaje es de media montaña, abrupto y suave a la vez. Sus caminos os depararán cuestas más exigentes que en la Baja Sanabria y la Carballeda, pero a cambio os ofrecerán vistas impresionantes de valles que juegan al escondite entre las cumbres, punteadas por embalses y aldeas de difícil filiación – entonces, la raya ¿por dónde va? Tierra de maquis en aquellos años, también de lobos, como nos recuerda el
Curro de Barjacoba. Este hermoso pueblo, agrupado en el valle del arroyo del mismo nombre, sintió desde antaño la necesidad de protegerse de los malos espíritus de la montaña mediante sortilegios de madera: la Cruz de Marta. No explico más; debéis visitarlo, buscar las cruces y luego me contáis lo que se ve desde cada una de ellas.

Y es que el hojalatero del cuento tenía razón. Es difícil llegar a Pías, pero más aún abandonar el municipio sin que tu corazón, tus sentidos, os exijan
un poco más, solo un poco más.