Mostrando entradas con la etiqueta Requejo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Requejo. Mostrar todas las entradas

16 ene 2013

Un General en la Alta Sanabria


En julio de 1936, el general Juan García Gómez Caminero ejercía la jefatura de la Inspección General del Ejercito. En razón de este cargo realizaba una gira por las distintas guarniciones de la VIII División Orgánica, acompañado por su jefe de Estado Mayor, el también general Rafael Rodríguez Ramirez y su auxiliar, el comandante Manuel Orbe Morales. Estando en Astorga, el día 17 recibieron alarmantes noticias sobre los movimientos de tropas en torno al Estrecho y decidieron trasladarse por carretera hasta León, al tiempo que ordenaban al general Salcedo que les enviase un avión desde La Coruña para acelerar su regreso a Madrid.


El día 18, ya en la capital leonesa, coincidieron con una columna de mineros asturianos, también en ruta hacia Madrid para defender la República (entre tres y cinco mil hombres, suficientes para detener el golpe en la ciudad). En una reunión con las autoridades militares sus dirigentes solicitaron ser armados, lo que Caminero acepta; pero el general Carlos Bosch y Bosch, comandante militar de la plaza, exige una orden por escrito desde el Cuartel General o el Ministerio de Gobernación. Cuando ésta por fin llega,  vía telegrama, Bosch hace entrega – en los alrededores de Onzonilla – de un armamento tan deteriorado que el maestro armero se niega a firmar la relación – en su informe refiere la falta de percutores y el lamentable estado de conservación de fusiles y mosquetones. Caminero, que es testigo de estos hechos, no hace nada: empieza a pensar que el general Aranda, el gobernador militar de Asturias, ha dejado salir a la columna minera para quitársela de encima y que Bosch está ocultando su condición íntima de sublevado. Telefonea de nuevo a La Coruña para pedir que su avión esté disponible para las siete de la mañana del día siguiente – a lo que le responden con evasivas – y esa misma noche, junto con sus auxiliares, parte por carretera en dirección a Benavente, con la intención de entrar en Portugal bien por los pasos fronterizos de Sanabria - la  primera opción, ya que mantenía cierta amistad con el gobernador de Bragança - o bien por Ciudad Rodrigo, en Salamanca.


El viaje se realizó sin mayor contratiempo hasta que alcanzaron la comarca sanabresa. Así lo narró el propio Gómez Caminero:

"Sin entrar en Puebla de Sanabria, donde el capitán de Carabineros se había puesto al frente de la Rebelión, llegamos a la frontera.
- Y pasaron al fin
- No. Al fin, no. Porque el suboficial, también sublevado, ni me guardó el respeto debido, ni me prestó el auxilio que le pedí, ni me dejó pasar, aunque le dije que el gobierno me llamaba a Madrid. En ese momento se presentó el director de la Aduana, que, tras decirnos que no dejaba pasar ni el coche ni a nosotros, y tratar groseramente a mi jefe de Estado Mayor, agregó que se iba a la Puebla de Sanabria para volver con el juez y policía a prendernos.


  En vista de las dificultades para pasar la frontera, acordamos trasladarnos a la citada población salmantina. Camino de ella íbamos, cuando a la vuelta de un recodo de la carretera, salieron a nuestro paso veinticuatro individuos, armados de escopetas y pistolas, que dispararon contra nosotros causando numerosos agujeros al coche. Dímosles gritos para que nos escuchasen y lo logramos, tras de grandes esfuerzos. Pero no logramos convencerles de nuestra condición de militares servidores del Gobierno de la República. Nos habían tomado por generales rebeldes y, sin hacer caso de nuestros documentos, que creían falsos, nos llevaron a Requejo, donde los habitantes - unos ochocientos trabajadores leales a la República - pretendieron lincharnos creyéndonos traidores. Gracias a la oportuna intervención del presidente de los sindicatos, que nos condujo a una casa, pudimos librarnos de las iras del pueblo, que seguía teniéndonos por generales sublevados. (1)


  A las tres y media de la mañana nos llevaron a Lubián, pueblo donde se repitió el espectáculo de Requejo. Entre Requejo y Lubián había un puesto de la Guardia Civil, compuesto de doce números, a la órdenes de un cabo, a quien le entregué, después de mostrarle los documentos acreditativos de nuestra personalidad, tres cartas dirigidas al ministro de la Gobernación, a Largo Caballero y al embajador de España en Portugal [Claudio Sánchez Albornoz]. De estas cartas sólo la última llegó a su destino. En Requejo había entregado también otra carta al cabo de la Guardia Civil, con el encargo de que la remitiese al ministro de la Gobernación. Pero, en lugar de hacerlo así, como me lo había prometido, la envió a los rebeldes.


  Cuando llegamos a Lubián, y en atención a la actitud del pueblo, los dirigentes, convencidos ya de que éramos generales republicanos, nos llevaron a una casa situada a cuatro kilómetros del pueblo, en la que estuvimos dos días custodiados por una guardia permanente, y durante los cuales esperamos la llegada de un avión que había de aterrizar en un campo próximo a Lubián. Pero en este plazo de las cuarenta y ocho horas había sido descubierto nuestro refugio y quienes nos lo había proporcionado nos trasladaron de nuevo a Lubián, instalándonos en casa del médico [Manuel Fábrega Coello], donde fuimos tratados con toda clase de consideraciones [...]

  Los facciosos, conocedores por la carta [que había entregado al cabo de Requejo y éste había pasado a los rebeldes] de nuestra situación, enviaron una mañana un aparato de la base de León, que arrojó sobre nosotros seis bombas, ninguna de las cuales cayó sobre la casa. Otra: tropas rebeldes, procedentes de Orense, ocuparon el aeródromo donde esperábamos el avión, el pueblo de Gudiña y el inmediato de Villavieja. En vista de esto, y de que en los sindicatos se comenzaba a acusar a los dirigentes de protegernos - seguían creyéndonos rebeldes - éstos me propusieron, como única salida el paso de la frontera con ellos. [...] A las tres de la tarde salimos de Lubián y, después de recorrer cuarenta kilómetros a pie, entramos en terreno portugués a las cuatro de la mañana del día siguiente."
Entrevista publicada en ABC, 3 de Agosto de 1936


Los militares fueron detenidos en Moimenta, de allí trasladados primero a Vinhais y luego a Bragança, donde contaron con el apoyo del coronel Teixeira – el amigo de Caminero – y pudieron ponerse en contacto con los representantes diplomáticos españoles. Finalmente fueron autorizados a viajar hasta Lisboa para encontrarse con el diputado pacense De Miguel, que les acompañó en su retorno a Madrid.


La figura de Juan García Gómez Caminero ha sido cuestionada por diversos autores, sobre todo por los más comprensivos con el Alzamiento. Nacido en 1871, fue uno de los primeros oficiales ascendidos al generalato con la llegada de la República, miembro de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA) y posiblemente vinculado a la masonería, antes de los hechos referidos intentó sin éxito que los oficiales más propensos al golpismo fueran apartados de los puestos de mando. Tras su regreso a Madrid se incorporó de inmediato - por baja de un compañero -  al Tribunal que condenó a muerte al General Joaquín Fanjul. A principios de 1937 pasó a la reserva por haber cumplido la edad reglamentaria, falleciendo en los últimos días del citado año. Ignacio Estévez – gobernador civil de Orense en 1936 - estaba convencido de que la incapacidad de Caminero para controlar la situación en León fue decisiva en aquellos primeros días de guerra, ya que facilitó a los sublevados los accesos a Castilla por El Bierzo y Sanabria, dejaban aislado el frente de Asturias al norte de la provincia y, no así el sur y el oeste leonés, que permitió el paso de tropas de Galicia hacia Castilla para unirse a banderas de la Falange vallisoletana y las JONS de Onésimo Redondo en el Alto del León.


Unos cuantos años de todo esto, Caminero ya tuvo un controvertido papel durante la quema de conventos en Málaga, en los días de la proclamación de la República:

“Existen dudas razonables sobre la actitud y acciones del, por entonces, recientemente nombrado por el gobierno republicano, general José Gómez Caminero, gobernador militar de Málaga, que incluso pudo ser condescendiente para con las masas incendiarias de iglesias. El citado gobernador militar no sólo no reprimió a las masas anticlericales, anarquistas y a los radicales de izquierda pirómanos, sino que mandó retirar las fuerzas de la Guardia Civil durante los disturbios, y envió un telegrama a Azaña con el siguiente contenido: "Ha comenzado el incendio de iglesias. Mañana continuará". Dicho gobernador militar fue destituido a los pocos días, para al poco tiempo ser ascendido a General de División y posteriormente nombrado General Inspector del Ejército”


Ahora bien: ¿Y qué fue de Manuel Fábrega Coello, el médico de Lubián, y del grupo de sindicalistas que auxilió al general en su huída?

Pues tendremos que verlo en una próxima entrada, porque ya se me ha agotado el espacio :)


Notas:
(1) Los trabajadores que construían los túneles del ferrocarril Zamora – Orense, en posesión de abundante dinamita y – más o menos – organizados en sindicatos, constituyeron el único núcleo de resistencia digno de tal nombre en la provincia durante los primeros días del alzamiento. En poco más de una semana fueron neutralizados por las tropas del Regimiento Toledo enviadas desde la capital, además de la presión efectuada por las procedentes de Ourense – las que, por cierto, exhibieron en Verín como trofeo de guerra el coche de Caminero cosido a balazos.



Fuentes:
Cando o xeneral Caminero, de paso por Brumoso, salvou a vida e recuperou o olfacto Javier López Rodríguez (Autor de la novela "Amigo Medo", que recoge este episodio)

Entre las fuentes citadas existen importantes diferencias en los detalles de esta aventura. He preferido ceñirme a las palabras de Caminero, aún siendo consciente de las posibles inexactitudes y omisiones del general  – más o menos intencionadas.
El General Caminero, a su llegada a Madrid (Agosto, 1936) Hemeroteca ABC


6 jun 2012

Las Estaciones de Sanabria y Carballeda

Lubián


“De pronto, el autobús se ha parado, en medio de la carretera, en despoblado. Detrás del cristal aparece un paisaje esplendido. Hay un fondo de montañas de un perfil muy alargado y lento, suavísimo, tocado por un azul verdoso amoratado. Una leve neblina, vaporosa y sutil, flota aérea, sobre la tierra. El campo está cultivado con una exquisita delicadeza. Unas grandes masas arbóreas, de elegante pompa, encuadran el paisaje. A primer termino...
—¡Qué magnífico paisaje! —dice con la nariz en el cristal mi compañero de viaje—. Qué ordenación perfecta, qué ternura, qué delicadeza...
Mi amigo, ha pronunciado estas palabras con fuerza suficiente para que las oyeran las siete u ocho personas sentadas a nuestro alrededor. Sin embargo, nadie se ha movido. La belleza de la tierra deja, al menos en apariencia, a todo el mundo indiferente. Trato de comprobar la afirmación de mi compañero y mis ojos quedan como suspendidos en las líneas del fondo, en la sutileza con reflejos de absintio de la niebla vespertina, en los primeros términos. Los primeros términos, sobre todo, son bellísimos.
—Mire usted estos campos de primer término, estos campos de patatas... ¡Qué riqueza de verdes profundos y mojados! ¡Qué poesía!

Linarejos - Pedroso
Al oír la palabra patatas, se ha producido, entre los viajeros del autobús un movimiento de curiosidad vivísima. Oigo decir por todos lados a los viajeros: ¡patatas!, ¡patatas! La gente se levanta de los asientos. Hay un desplazamiento general sobre las ventanillas. Los enamorados de los bancos delanteros liquidan raudos sus inocentes juegos amorosos y después de una mirada profundamente significativa quedan como arrobados ante la naturaleza. Ante la mirada de ternura que un hombre o una mujer vierten sobre la naturaleza, ¡cómo no inducir un aumento notorio, seguro, importante, de la sensibilidad de las gentes?  ¡Patatas! ¡Patatas! El autobús de suyo tan monótono y opaco queda como envuelto en un torbellino vital. En el aire de su atmósfera flotan los más apetitosos tópicos geórgicos. Los ojos de los viajeros despiden una luz encendida. De pronto veo a un señor que no puede contenerse. Se levanta brusco de su asiento, da unos pasos rápidos en dirección a mí por el pasillo central —que por una rara casualidad está despejado de bultos y maletas— y me dice con una voz que me parece ligeramente engolada y muy nerviosa, los ojos un poco fuera de las órbitas:
—Pero oiga usted... ha dicho usted patatas, ¿no es cierto?
—Sí, señor, he dicho patatas... —le contesto tímidamente.
—¿Pero dónde están esas patatas? Me lo quiere usted decir?
—Pues ahí, ya las ve usted, en el campo de primer término, salvada la cuneta...
El caballero se dirige rápido y fogoso a la portezuela del coche... Pero llega tarde. El autobús echa a andar después de producirse en sus hierros y aceros un golpe de hipo que nos sacude a todos las entendederas. Los campos de patatas quedan atrás, en la vaguedad de la niebla.
Y yo me pregunto: si el caballero hubiera podido descender del coche, qué hubiera hecho? A qué excesos o quizá a qué arrobos se hubiera entregado su alma apasionada? Por las trazas aquel señor sentía un amor al paisaje frenético. Si el horario nos hubiera dado tiempo hubiéramos visto probablemente repetido lo que cuentan los libros antiguos de ciertos poetas bucólicos y silvestres los cuales sintieron un tal amor a la tierra y a las especies vegetales que crecen en ella que llegaron a comer la tierna hierba y los pastosos tubérculos. ¿Era aquel buen señor un enamorado tan decidido de la corteza terrestre para llegar en sus movimientos sentimentales a ser un herbívoro? O era quizá un poeta silvánico y rústico de esos que al conjuro de las formas de la tierra entran ni contacte báquico y dionisíaco con su musa predilecta?

Pedralba
—Ha visto usted —le digo a mi amigo con una emoción que apenas puedo contener—, ha visto usted cómo aumenta la sensibilidad de las gentes? La contemplación de estas escenas es un espectáculo realmente satisfactorio. Para mi gusto es quizá ya ligeramente excesivo y morboso. En todo caso piense usted el síntoma de salud moral y material que representa este retorno activo, irresistible a la bucólica y al silvanismo. Nuestra existencia terrestre se ha simplificado considerablemente. Este retorno a la naturaleza corregirá sin duda los crecientes embates materialistas de la época.
Mi compañero de viaje asiente con dos o tres profundas inclinaciones de cabeza.
—Realmente yo no sé cómo terminará todo eso —le digo para acabar—. Es muy posible que eso termine con una apoteosis de las verduras, de las legumbres, de los tubérculos y de las frutas y en general de lo que tiene de más agradable y confortador, el paisaje y la naturaleza. No creo que eso sea un mal final. Al contrario. Ese es un final sentimental, matizado de exquisiteces finísimas”

Josep PlaViajes en autobús (1942)

Puebla
Para bien o para mal, las obras del AVE avanzan por Sanabria y Carballeda sin pausa, también sin prisa porque todo en este país parece haberse convertido en titubeante. Para bien o para mal, la línea de Alta Velocidad hará que las estaciones aquí retratadas ya nunca vuelvan a ser las mismas: a fecha de hoy algunas de ellas ya están de hecho semi abandonadas – y cualquier deseable proyecto para su futuro será sustancialmente distinto de su objetivo original. Sirva pues esta colección de fotos – que, algunos ya lo saben, han sido publicadas con anterioridad en xibeliuss sólo fotos - como homenaje a su pasado, como testimonio de su presente y como deseo de porvenir.


El gran Josep Pla viajó en autobús, no en tren, por el nordeste y no por el noroeste, a mediados del S.XX y no en la segunda década del XXI. Y, sin embargo, el paralelismo es evidente.


Hasta en el apoteosis silvánico de las verduras, los tubérculos y las frutas.


Requejo
Música: David Michael Moritz The Water Journey

18 sept 2010

Lluvia de Otoño en el Tejedelo

Vuelvo al Tejedelo. Lo hago a menudo: es la magia que te atrapa, como decía el bueno de Von Patto. Esta vez voy buscando los colores del otoño, pero todavía es pronto. Aunque los arroyos bajan bastante secos, el verde sigue predominando.


Nos sorprende la lluvia. Los colores se intensifican aún más: la tierra está seca y recibe el agua casi con ansia.

 

El chaparrón arrecia cuando llegamos al Mirador. Pero un objetivo empapado no es bastante para hacerme desistir del experimento preparado: esto es lo que se puede ver desde lo alto del bosque.



Y hablando de experimentos. Agus, de Cernadilla, ha tomado como inspiración una de las fotos de esta entrada y se ha lanzado a ofrecernos su propia versión: 

Foto: Xibeliuss / Procesado: Agus
Ha quedado tremenda. ¿Alguien más se anima?

17 ene 2010

Piedras


Robledo

Requejo

San Román

Remesal

Muelas de los Caballeros

Sotillo

Porto


El Puente


Manzanal de Arriba

Sejas de Sanabria

Val de Santa María

Cerdillo

Rozas

Villardeciervos


piedra seremos, noche sin banderas,
amor inmóvil, fulgor infinito,
luz de la eternidad, fuego enterrado,
orgullo condenado a su energía,
única estrella que nos pertenece.

Pablo Neruda

5 ago 2009

El Bosque del Tejedelo, una vez más.

Hablando de árboles centenarios, no he podido evitar volver...


La primera vez que subí al bosque del Tejedelo me pasé todo el camino buscando a los duendes. Mira que había preparado la excursión de manera científica: Los tejos, coníferos de la familia Taxaceae, género Taxus, propios de las zonas montañosas con ambientes frescos y húmedos. Que pueden alcanzar una altura de hasta 20 metros con tronco grueso y corteza delgada de tiras pequeñas. Son muy longevos, pudiendo superar los 1.500 años de vida, pero de crecimiento muy lento. Maduran en otoño y cada seis o siete años el árbol tiene una producción abundante de frutos. Y también su relación con los hombres: los celtas lo veneraban, los romanos lo usaron para curar y también como veneno, los bretones hicieron con su madera sus más preciados arcos y en el propio Requejo sus ramas engalanaban el pueblo el Domingo de Ramos. Son muy escasos, por lo que este Bosque del Tejedelo me pareció el más adecuado para su estudio.


No descuidé tampoco la información sobre el resto de especies que comparten las 139 Has. del bosque: robles melojos, abedules, acebos, narcisos silvestres… así que al principio fue bien. En la subida me sobrecogió la belleza del brezo de las laderas, pero logré conservar el temperamento científico incluso en el hermoso robledal que anuncia la entrada al bosque. Ya subiendo hacia el Mirador del Veladero me sentí observado. “Serán corzos” –pensé. Casi siempre en el límite de mi ángulo de visión adivinaba movimientos furtivos. Consulté mi libreta: claro que serían zorros o martas, siempre esquivos, o si no carboneros, petirrojos o zorzales. Pero apenas fui capaz de distinguir alguno de estos pajarillos entre el ramaje.

Pero amigos, lo peor estaba por llegar: cuando alcancé la zona de los tejos milenarios perdí la cabeza por completo. No sé si sería el especial color que toma la luz entre sus hojas, la sensación de majestuosidad que desprenden los ejemplares más ancianos, las mil tonalidades que pueden alcanzar el verde y el bronce. No pude resistir la tentación de acariciar la textura pulida de sus nudos, abrazarme a sus troncos. Tal vez no fue más que la música cantarina de los regatos, que causara en mí el mismo efecto que el canto de las sirenas homéricas. Olvidé mi cámara, mis libros y mi grabadora. Estaba en un bosque de cuento de hadas donde yo era el príncipe protagonista, no había ni ogros ni brujas y el lobo bueno ayudaba a Caperucita a encontrar la casa de su anciana abuela. Por allí pasaron Pulgarcito y el Gato con botas, Blancanieves me aceptó una cita y los siete enanitos me parecieron gente en extremo agradable. Me despedí de Asurancetúrix, que recogía bayas por allí, y bajé hacia el pueblo. Eso sí, no pude ver ningún duende, aunque me dijeron que no andaban lejos.

Entré en el bar estupefacto. El camarero, al ver mi estado, me pregunto qué sucedía y se lo conté con pelos y señales.


-Ah, profesor –me dijo- Ha caído usted bajo el hechizo del Tejedelo. Y eso no tiene cura.
Y así fue. Desde entonces no puedo resistir la tentación de volver al Bosque. Lo he visitado en todo tiempo y estación y siempre, siempre causa en mí el mismo efecto. No tengo remedio.



Más, aquí
Profesor Von Patto
Universidad de Disneylandia.

Las últimas tres fotos son (c) de Tere y Mario, con quienes estoy enfadado porque este año han decidido irse a no se qué paradisíaca isla en vez de venir aquí, a que les explote.