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13 abr 2013

Una experiencia: De lobos por Sanabria

 

El sol se eleva poco a poco sobre el bosque a nuestra espalda. En el valle, un grupo de ciervas ramonea junto al camino. De repente, un poco más allá, un corzo sale a la carrera de entre la espesura. Una cierva levanta la testuz: parece indecisa. Pronto rompe a correr también y el grupo la sigue. Algo está pasando. Sí: allí, justo en el límite donde empieza la vegetación, un lobo las sigue en posición de acecho. Las orejas de punta, la cola y la cabeza gachas, pasos cautelosos... Lo han descubierto antes de lo previsto. Corre hacia las ciervas, pero no parece muy convencido. Se para al poco en medio del camino. Ellas también, a una distancia prudente. No se pierden de vista. El uno y las otras parecen jugar al despiste, sólo el corzo ha puesto tierra por medio sin más contemplaciones.


Por fin las ciervas, sin apresuramientos, vuelven a internarse en la espesura. El lobo las mira, casi con melancolía. Valora sus posibilidades. Quizás hasta chasquee la lengua y se encoja de hombros con indiferencia. Sigue por el camino con ese correr sin correr tan suyo, ese trotecillo que a leguas lo diferencia. Justo en la cumbre se detiene. La luz perfila su pelaje con un halo dorado. Mira hacia atrás. Hacia donde estamos nosotros, aunque no pueda vernos – o sí. Después desaparece tras la ladera.


Nosotros, en nuestra atalaya, nos resistimos a apartar los ojos de los prismáticos. Sólo cuando estamos convencidos de su marcha definitiva nos miramos unos a otros y sonreímos. ¡El lobo, en su propio territorio, en su propia vida! Sin trampa ni cartón. Toda una experiencia.

_ o O o _


Esa misma noche nos reunimos junto al fuego de la chimenea. José Luis nos cuenta la historia del Litri, el Emperador de los Mastines de la Sierra de la Culebra(1). Durante años fue el más bravo defensor de los rebaños y tuvo ocasión de demostrarlo en multitud de enfrentamientos contra el lobo. Pero el lobo, amigos, es un animal que “las guarda” y el Litri, nuestro Emperador, también conoció sus Idus de Marzo.


Una tarde, cuando ya las ovejas enfilaban las calles de la aldea y los pastores barruntaban su merecido descanso, dos lobos se dejaron ver por la retaguardia del rebaño, buscando debilidades en la vigilancia. Enseguida los vio el Litri y una vez más, una entre tantas otras, se lanzó al ataque sin dudarlo ni un momento. Los lobos salieron escopeteados como alma que lleva el diablo y sacaron alguna ventaja, suficiente para que al llegar al cauce del Riguiriato uno de ellos pudiese emboscarse entre los matorrales antes de la llegada del mastín. Y así fue: el primer lobo continuó su escapada bien a la vista, el Litri saltó el riachuelo tras sus huellas y por último, el emboscado los siguió a los dos. Se llama La Tenaza Lobuna.


En un huerto de berzas los lobos se lanzaron contra el sorprendido Emperador, el uno de frente y el otro a sus espaldas. Fue una épica batalla que sólo acabó con la llegada de los vecinos: los lobos huyeron. En el campo, el Litri quedó herido de muerte y ya no tuvo salvación.

Incluso al calor de la chimenea es difícil no sentir un cierto estremecimiento con la historia.

_ o O o _


Durante largo tiempo en la guerra entre lobos y humanos ningún contendiente pidió ni obtuvo cuartel. En un lugar de Sanabria de cuyo nombre no quiero acordarme – y sé que más de un vecino lo agradecerá – hace años capturaron al lobo en una trampa. Era costumbre entonces pasear a la fiera por las calles del pueblo para que sufriera el escarnio de sus víctimas. En mala hora a alguien se le ocurrió despellejar al lobo vivo y soltarlo en una era, puesto a merced de los estacazos y las vejaciones. En el momento de la verdad, cuando debía empezar la “fiesta”, nadie levantó su mano contra un animal que moría de dolor simplemente con el roce del viento sobre la carne viva. Los vecinos se miraron unos a otros. Los estadullos, las tornadeiras cayeron al suelo. Una mujer dijo “pobre bicho”. Alguien fue a casa, trajo la escopeta y descerrajó un tiro en la cabeza del lobo.

En aquel pueblo nunca más se volvió a hacer escarnio del lobo.


No digo que hoy el lobo sea mirado con simpatía por todos; pero todos hoy asumen que su supervivencia es necesaria y la convivencia, posible. El lobo y el mundo rural siguen tan ligados como siempre. Como en tantos otros sistemas naturales, se ha demostrado que los dos antiguos enemigos necesitan uno del otro para sobrevivir.

_ o O o _


Estas notas son fruto de mi asistencia al programa “De Lobos por Sanabria”, organizado por Llobu Ecoturismo y Medioambiente y Hospedería El Pico del Fraile. Yo vivo en Sanabria: mis caminos se han cruzado con los del lobo en más de una ocasión. Tampoco es la primera vez que acudo a un avistamiento organizado. He salido cargado con telescopios, prismáticos y objetivos prestados para volver a casa desilusionado porque no he visto al bicho, pero tampoco los guías se han esforzado en enseñar nada de lo que hay alrededor. También me han llevado a ver al lobo a los cebaderos cinegéticos, lo que no deja de ser una práctica perversa y, probablemente, perjudicial para la conservación de la especie tal y como es: salvaje.


La experiencia es muy distinta en este caso. Primero, porque te internas por completo en el entorno natural del lobo: puedes tener un encuentro y puede que no, pero en todo momento sabes que estás andando sobre sus huellas, viendo lo que él ve y percibiendo lo que él percibe cada día. Te sientes en sus zapatos. Estás en sus territorios, tratando de molestar lo menos posible – no en un espacio preparado, lo que puede ser poco mejor que un zoo. En segundo lugar, las esperas en sí no son más que una parte del programa: tan importantes como ellas son las charlas sobre la especie y su situación real, la historia de su relación con los humanos, las entrevistas con ganaderos que viven en primera línea los conflictos de la convivencia día a día, los recorridos interpretativos por caminos tradicionales... incluso los cuentos nocturnos junto al fuego, medio adormilados por la fatiga tras una jornada bien aprovechada.


La singularidad – y en mi opinión, también el acierto – de los programas ofrecidos por Llobu y Hospedería radica en haber sabido compatibilizar un escrupuloso respeto del animal salvaje y la riqueza del medio en el que vive con la importancia, tanto cultural como ecológica, de su relación con el hombre. Y esto es lo que marca la diferencia entre una excursión y un acercamiento, serio pero también ameno, a la realidad actual del lobo ibérico.


Y sí, la Hospedería patrocina este blog desde su nacimiento y yo acudí al programa como invitado... pero, de verdad, vale la pena ;)

(1) Historias recogidas por José Antonio García Díez en el imprescindible “El Lobo. Historias y Leyendas” 


24 feb 2013

Inés Camaro: Vivir y crecer en el entorno del Lobo (y 2)

Continuamos con las memorias de Inés Camaro Sánchez:


Un par de años después nos mudamos a otra casa en el barrio de arriba. Teníamos un prado en una zona hacia el norte, tras un monte, que no me gustaba nada, pero había que ir a conducir el agua para que se regase y diera buena hierba.

Pues un atardecer me fui con Chata a guiar el agua a este prado. Chata era nuestra perrita, no era muy grande y de pronto la noté muy nerviosa, ladraba y se ponía sobre las patas traseras intentando que yo la cogiera en brazos. Yo miré para ver que la asustaba pero no vi nada y de regreso a casa, subiendo el monte, empecé a notar una extraña sensación, como de frio en la nuca y como si el pelo se me erizara por la cabeza. Yo siempre llevaba el pelo cortito; mamá nos cortaba el pelo y ella decía que no podía dejárnoslo largo, porque casi siempre nos teníamos que peinar solas y el pelo largo daba mucho trabajo, así que nunca tuve coletas como otras chicas. Cuando estaba en lo alto del monte miré otra vez y entonces ya vi de lo que Chata se asustaba: saltando las paredes de el último prado como si fuera un caballo, venía hacia mí un lobo. Cogí en brazos a mi perrita, volví a mirar y ya eran dos los lobos que venían a toda velocidad. Como una ráfaga pasó por mi mente qué haría "él" si los lobos le persiguieran: un impulso me decía “¡corre,corre!”, pero las piernas no me obedecían y mi garganta no era capaz de gritar y pedir auxilio.


De pronto recordé cuánto era capaz de correr yo, aunque el vestido me estorbara  - entonces las niñas no llevábamos pantalones - y corrí monte abajo como yo sabía, saltando por encima de las escobas, los carpazos y las carqueixas, con mi perrita en un  brazo y la azada en el otro mientras mi corazón golpeaba fuerte en mi pecho y me faltaba el aire. Cuando llegué a la pared del callejón del corralón solté a la perrita y le dije “corre, que yo no puedo más”, me apoyé en la pared tosiendo para recuperar el resuello y miré hacia atrás. Allí los vi, se habían parado y en sus ojos la luz mortecina del atardecer me encandilaba como si fueran luciérnagas. Yo, un poco recuperada la voz, les grité: “¡queríais mi perrita? Pues si queréis cenar ir a cazar liebres” y seguí corriendo hasta casa. Al llegar tan acalorada mi madre me preguntó que porqué había corrido tanto. "Mírate" -  me decía - “con las piernas todas arañadas. ¿Crees que está bien que una niña tenga ese aspecto?” Yo le dije que me habían perseguido dos lobos y, como era de esperar, mi madre no me creyó, pensaba que me lo estaba inventando para que al día siguiente no me mandara ir otra vez. Yo sé que si hubiera sido "él" sí le habría creído y no pude dormir pensando en ello. Esa noche se oyó el aullido del lobo y algunos vecinos vieron sus huellas por la mañana en el camino de Robleda. Mi madre no se disculpó, yo sólo tenía ocho años y además era una niña torpe que no hacía nada bien, siempre tenía las rodillas y las piernas arañadas, tanto que mi padre a veces me decía que yo parecía la piedra del tope de la rueda del carro. La piedra del tope del carro cuando se deshacía por la presión de la rueda se sustituía por otra, pero mis rodillas no se podían sustituir, así que "cuídalas" me decía...


La siguiente vez que vi el lobo estaba con el ganado con mi hermana mayor, también al atardecer. Ya cerca del pueblo lo vimos saltar la pared de las cortinas de La Devesa, y eso era muy extraño, porque el lobo estaba entre nosotras y el pueblo. No era lo lógico. Se ocultó tras unos árboles y nosotras arreamos el ganado hacia un paso que había en una zona llamada La Lavandera. Pues por un portillo caído apareció el lobo, con sus fauces agarró un cordero y salió corriendo. Yo me quedé paralizada, petrificada como una estatua, pero mi hermana corrió tras él con tan buena suerte que por el camino que el lobo se iba estrechaba y se reducía al paso de un carro, y por él venían dos mujeres con un carro de salgueras del rio. El lobo, al verse acorralado, soltó el cordero y trepó monte arriba. Mi hermana regresó al momento con el cordero en brazos. ¡Ella si que era valiente!. Cuando llegamos a entregar las ovejas a una señora le faltaba un cordero, contamos el ataque del lobo y dónde le vimos anteriormente. Nos dirigimos a las cortinas de La Devesa y al llegar vimos un pequeño cordero, medio enterrado bajo los repollos. El lobo lo había enterrado para regresar mas tarde a recogerlo. Ese día el lobo se burló de dos pastorcitas.


Llegó otro invierno y un domingo a media mañana nuestro padre se acercó a ver unos árboles en Santiago de la Requejada, a lomos de la burra. Al mediodía el tiempo tuvo un cambio muy brusco y se puso a nevar, llegó el atardecer y seguía nevando. Mi madre empezó a preocuparse, a eso de las diez de la noche escampó y se quedó una noche estrellada con una luna tan grande que parecía de día. Al ver que mi padre no llegaba, mi madre dijo que teníamos que salir a buscarlo, porque seguro que se habría caído de la burra y estaría con una pierna rota o quién sabe si la cabeza, o tal vez le hubiera atropellado un camión en la carretera entre Otero y Remesal. Me dijo que la acompañara yo. Nos abrigamos y nos pusimos las katiuskas y emprendimos la marcha por la carretera hacia Otero, que entonces era de tierra y guijarros. Era la noche más hermosa que yo hubiera visto; sólo otra noche recordaba tan hermosa y era la de aquella ocasión que regresé en tren de pasar unos días en Madrid con los tíos. También había nieve y el recorrido desde la estación hasta el pueblo lo hice andando, iba en compañía de dos vecinos del pueblo. A mí me pareció que la tierra se había cubierto de diamantes y esa noche brillaban tanto que parecía de día. Pues igual brillaba esa noche, la luna era enorme.


Esa noche la nieve crujía a nuestro paso pues estaba helando. Bajamos las Majadicas, llegamos a Vidoleo y emprendimos la cuesta hacia Otero. Mamá de cuando en cuando llamaba a voces a papá, pero no había respuesta. Cruzamos Otero ya por la carretera de asfalto y llegamos a Prinoy, mamá volvió a vocear, pero nada: miraba por las cunetas temiendo que algún camión le hubiera atropellado, así llegamos a la aserradora de Remesal, donde partía el camino para Santiago. Mamá pensó que si no le habíamos encontrado hasta allí, tal vez decidiera en el último momento quedarse a dormir en Santiago. Nos dimos la vuelta. Para entonces yo ya no sentía los pies, pues la nieve me había entrado por las  botas.

Desandamos el camino y al incorporarnos de nuevo a la carretera de Otero a Triufé, como a doscientos metros al lado derecho hay castaños. Yo llevaba la mano derecha en el bolsillo de mi madre agarrada a su mano y noté que mi madre la presionó con fuerza y dijo: “creo que llevamos compañía”. Yo miré hacia los castaños, donde miraba mi madre, y vi varios ojos brillantes que se movían sin cesar. Mi madre dio varios golpes en el suelo con la vara de la guillada que llevaba en la mano, pero con la nieve apenas sonó, así que nos apresuramos a caminar todo lo rápido que la nieve helada nos permitía. Yo sentía ese frio repentino en la nuca, mis piernas ya no me obedecían y mi garganta era incapaz de pronunciar palabra alguna. Mamá tampoco hablaba y de vez en cuando se paraba y escuchaba.


Ya bajando, casi en el puente de Vidoleo, nos paramos mirando hacia la sarrieta que queda a la derecha, temiendo que los lobos nos salieran al paso por allí. Mamá dijo que no oía nada, pero yo, en lo profundo de mis oídos, escuchaba a la manada de lobos corriendo, jadeando cuesta abajo y me pareció que en cualquier momento saltarían sobre nosotras. Apretamos el paso y mamá dijo que igual teníamos que correr porque esas fieras eran muy capaces de darnos un disgusto.

Cuando superamos la cuesta a las puertas de Triufé nos paramos intentando ver si nos seguían, y sí que lo hacían: por lo alto del monte que da al cementerio, a pesar del brillo de la nieve, sus cuerpos oscuros y sus ojos brillantes destacaban en la noche. Llegamos a casa y al momento todos los perros del pueblo ladraron impetuosamente, pues sintieron el enemigo cerca.

Papá llegó al día siguiente al mediodía. Dijo que no se atrevió a salir con la tarde que se puso.


Teníamos otro prado que en primavera y verano teníamos que ir a conducir el agua y nuestra vez comenzaba a las doce de la noche. Era bastante lejos, cerca del puente de Manzanal, en la antigua carretera a Galicia. Hasta allí íbamos mi hermana mayor y yo y llevábamos la burra. Mi hermana sólo tenía dos años más que yo. La burra a veces se paraba, ponía las orejas tiesas, daba golpes en el suelo con una pata delantera y no quería caminar. Eso no podía significar otra cosa más que el lobo andaba cerca. Nuestra burra era muy valiente cuando se trataba de llevar una carga grande o saltar las paredes mas altas, aunque siempre nos descabalgaba por las orejas, pero cuando presentía al lobo era una miedica. Las noches de luna llena no nos daba tanto miedo, pero cuando no había luna era como ir a tientas y cada carpazo y cada escoba nos parecían monstruosos lobos que nos atacaban.


Lo  que se dice verlo de cerca, al lobo no volví a verlo hasta los catorce años, que abandoné el pueblo; pero oírlo y presentirlo fueron muchas las veces que, quizás sin razón, sentía ese frio en la nuca y esa sensación en el pelo como que se erizaba. Cuando de mayor he leído sobre los lobos, no he encontrado que haya habido ataques de lobos a humanos. Pero el miedo es libre cuando tienes pocos años y, además, los mayores cuentan historias terribles que los pequeños hacíamos ciertas. Hoy, ya mayor, admiro el modo de vida de los lobos; porque viven en manadas, son fieles, respetan las jerarquías y todos cuidan del grupo. Forman una sociedad bastante parecida a la nuestra, sólo que ellos no necesitan leyes escritas para respetarlas. Y pensar que en aquellos años casi se extinguieron... Bueno, se los podía ver abrigando los cuerpos de los humanos.

Tal vez parezca que unas niñas no deberían hacer ciertos trabajos o andar a deshoras regando prados, pero es que, en el mundo rural, cuando empezabas a caminar y sabías llevar un palo en la mano ya te mandaban a pastorear, y en tiempos de siega nuestros padres andaban muy cansados y había que ayudar.

Inés Camaro Sánchez - La niña que no debió ser V


(N. de A.) Algunos ya habrán adivinado quién es "él", pero aún no puedo decirlo porque escribiré más cosas de esta niña, hasta que cumplió catorce años y se vio apartada de esta vida - que ella siempre tanto añoró, a pesar de esos momentos en los que el lobo fue protagonista de sus miedos. Vistos desde la distancia del tiempo transcurrido no son nada comparados con otros miedos que conoció.


Nota: Las ilustraciones de lobos se han realizado a partir de fotos recogidas en feedio.net (1) y en funny pictures images (2), catalogadas ambas como public domain.

16 feb 2013

Inés Camaro: Vivir y crecer en el entorno del Lobo (1)

 "No hay nada más universal, menos elitista, que el impulso humano primario de dejar constancia de nuestro paso por la vida, de dar forma a la experiencia a través de imágenes y relatos. Por eso conmueven tanto esas manos abiertas impresas en la pared de una cueva, hace decenas de miles de años, o esos cuentos que no han necesitado ser escritos para transmitirse como mensajes de ADN de una generación a otra. Queremos contar lo que nos ha pasado. [...] Pero las historias que se conservan casi nunca son las de los trabajadores, los pobres, los analfabetos. El archivo inmenso de esas vidas se borra casi sin rastro en el tránsito de cada generación"  
Antonio Muñoz Molina - Dejar constancia, 2012 

Quiero agradecer públicamente a Inés Camaro Sánchez que haya elegido este blog para dejar constancia de sus recuerdos.


Recuerdo de cuando era muy pequeña ese cuento de "Pedro y el lobo" y que no era bueno decir mentiras.

Pues con esa idea crecías y tenías que demostrar ser valiente, además yo, especialmente, no podía permitir que nadie pensara que yo pudiera tener miedo a nada, tenía que ser valiente como lo hubiera sido "él"; Pedro no, "él".... Así que no daba un paso o tomaba una decisión sin pensar que haría "él" si estuviera en mi lugar. E intentaba que no se notara la diferencia, aunque ahora sé que era un vano intento. Cada uno es quién es y jamás, por mucho que lo intente, puede ser otro.

La  tierra donde nací y me crié, la comarca de Sanabria en el noroeste de Zamora, tiene un clima bastante riguroso en invierno, con intensas nevadas. En la segunda mitad del siglo pasado se daba caza al lobo, era frecuente escuchar sus aullidos en las largas noches del invierno cuando escaseaba la comida y bajaban de la sierra buscando alimento. Siempre oí hablar del lobo y del cuidado que los pastores de las ovejas tenían que tener, porque éstas o sus corderos eran su objetivo.


Los primeros momentos en los que el lobo influyó en mi vida se remontan a un invierno de nevadas muy fuertes. Por entonces vivíamos en una casa que casi era la última del barrio de abajo, allí vivíamos mis tres hermanas, nuestros padres y yo; yo era la segunda. Era una casa al abrigo de otras casas sin habitar y pajares donde se guardaba la hierba seca o los ramajos. La casa tenía forma de herradura en torno a un corral, en la parte baja había cuadras donde se cobijaban los animales: vacas, ovejas, gallinas, cerdos, una cabra y la burra, entonces todos los vecinos tenían burro o burra pues eran muy útiles para transportar carga. Cuando las nevadas eran intensas los animales no salían al campo, sólo hasta la poza mas cercana a beber agua, comían hierba seca, paja de las cuañeras y ramajos, grano de centeno, remolacha troceada, castañas, manzanas y berzas, que de esta verdura siempre había en invierno porque no se helaba. De ella se hacía también el escaldao para los cerdos, mezclándolas con patatas y harina. De todos esos alimentos se hacía acopio durante verano y otoño y se almacenaban en los pajares.


En uno de estos días de nevada, mientras cenábamos mi padre dijo “Se han visto pisadas de los lobos bien cerca y los perros del pueblo no dejan de ladrar. Hay que atrancar bien las puertas y guardar al perro”. No se equivocó: esa noche, al escuchar mugir a las vacas,  mi padre se levantó, salió al corredor y encendió un fachón de paja que siempre tenía preparado en un soporte de la pared. Cuando bajó las escaleras enseguida encontró las huellas de sus pezuñas: los lobos se habían paseado por nuestro corral.

Al día siguiente, hablando con otros vecinos, supimos que la perra del ti Juan y la ti Teresa había salido tras los lobos y aún no había regresado. Los lobos estuvieron aullando toda la noche. La perra se llamaba Loba y era tan grande como los ellos, era la guardiana del barrio de abajo y la ti Teresa era nuestra guardiana cuando mi madre nos dejaba solas. Loba muchas veces se venía con mis hermanas y conmigo cuando salíamos al campo con las ovejas y compartíamos con ella la merienda.

Pasaron varios días y Loba sin aparecer.


Por fin salió el sol y la nieve se deshizo un poco, se reanudaron las clases en la escuela. Era mi primer curso y vino el cartero con las cartas, pues cuando nevaba el cartero no venía, y los animales pudieron salir al campo. Cuando bajábamos de la escuela al mediodía, al pasar por un corral pequeño junto a una casa habitada oímos unos gemidos lastimeros y nos acercamos a ver qué sucedía. Allí, en un estado lamentable, estaba Loba con su piel hecha jirones; las orejas mordisqueadas, a su boca le faltaban pedazos de carne y parte de sus dientes quedaban al descubierto. Se lamía las patas, o lo que quedaba de ellas, y sus ojos estaban hundidos. Ella gemía y temblaba sin cesar, tenía un sufrimiento indescriptible que nadie sabía cómo aliviar. Creo que ya nadie esperaba encontrarla con vida y allí estaba... Debieron ser varios los lobos que la atacaron para dejarla así.

Nadie supo dónde estuvo ni cómo llegó allí; ni porqué se cobijó en aquella cuadra que estaba a cien metros de la casa de sus dueños. Parecía como si no quisiera que la vieran  tan maltrecha y herida. Todos nos volcamos en cuidarla, pero estaba tan débil que no parecía que pudiera sobrevivir. Con agua y leche se alimentó los primeros días y pasó mas de un mes antes de ponerse en pié. Hasta que no recuperó las fuerzas no regresó a la casa de sus dueños.


Al finalizar ese invierno los cazadores pasaron por el pueblo y llevaban expuestas varias pieles de los lobos que habían abatido. Era costumbre que fueran por los pueblos y la gente les daba obsequios, porque se suponía que la eliminación de los lobos beneficiaba a los propietarios de ganado. Yo pasé la mano por la suave piel y sentí algo extraño que no sé cómo explicar: yo quería mucho a Loba y lo pasé mal al ver lo que sufrió, pero no entendía que tuvieran que morir los lobos.

Aunque fuera mi primer curso en la escuela y no supiera de lo que enseñan los libros, yo ya había aprendido que los animales debían estar bajo el dominio del hombre; por lo menos desde aquel día que me escondí bajo la cama porque no quería oír ni ver matar a los cerdos, aunque no me sirvió de nada porque me encontraron y me obligaron a sujetar el cubo para recoger la sangre. Nunca he podido olvidar el olor dulzón de la sangre caliente chorreando hacia el cubo, tampoco el vapor que desprendía por el frío invernal. Comprendí que de aquello dependía nuestro sustento para el resto del año, al igual que del resto de animales que teníamos. Me enseñaron a tratarlos bien, aunque el final fuera que tuvieran que morir. No era bueno encariñarse con un pollo, o con un cordero, porque desde que nacía ya estaba sentenciado para una fecha. Las gallinas y las corderas servían para aumentar el gallinero o el rebaño. Esto era una de las cosas más crueles del mundo rural, yo reconozco, y no me avergüenzo, haber llorado por algún cordero o un cabritillo al que le había dado besos y abrazos.


Pero los lobos no nos pertenecían, eran animales del bosque y de las montañas y sólo cazaban para alimentarse. ¿Porque éramos sus depredadores? Al preguntarle a mamá por esto ella me dijo que lobo muerto era oveja o cordero que se salvaba. Entonces no había compensaciones para los que perdían ovejas por culpa de los lobos y esto podía causar estragos en la pequeña economía rural, no había seguros que protegieran cuando una vaca se despeñaba en el monte o un cerdo moría del mal rojo etc.etc. Cuando se despeñaba una vaca solía ser en lugares de difícil acceso, entonces la desangraban, la troceaban y se daba carne a todos los vecinos. Si un cerdo u otro animal moría extrañamente se le enterraba al pie de un castaño, bien profundo para que no le desenterraran las alimañas.

A menudo mi hermana mayor y yo nos subíamos al tejado de nuestra casa, a escondidas, para comer uvas de las parras; sobre todo los lunes, cuando nuestros padres se iban al Mercado del Puente. Nos tumbábamos sobre las pizarras y a veces nos quedábamos dormidas, con el peligro de rodar hasta la calle o el corral y caer sobre el tajo de cortar leña o sobre la macheta. Nosotras no advertíamos el peligro: entrecerrando los ojos veíamos  miles de telarañas que se deslizaban con el viento y soñábamos con lo que haríamos cuando fuéramos mayores. Allí nos sentíamos seguras y si venían lobos de cuatro patas - o de dos - nunca nos verían. De los de dos patas nos avisó mamá que eran los peores y que tuviéramos mucho cuidado. Cuando fui más mayor comprendí lo que mamá quería decir con eso y agradecí esos sabios consejos. Supe que sí, que hay lobos de dos patas y que siempre están al acecho. En los últimos años me parece que las mujeres han bajado la guardia.

Nosotras pasábamos muchos días totalmente solas, pues nuestra madre acompañaba a nuestro padre a realizar trabajos muy duros cortando árboles. La madera era parte de la economía de la gente, pues cuando llegaba la siega o la matanza quien más quien menos necesitaba dinero para comprar pimentón o pagar a los segadores, y era entonces cuando recurrían a vender un árbol. El que vendía un árbol sabía que debía que plantar otros tres para que Sanabria siempre tuviera árboles.


Nuestras aventuras en el tejado finalizaron el día en que la tabla donde nos apoyábamos para subir cedió bajo el peso de mi hermana: los clavos se le hincaron en el costado y ella quedó colgando, suspendida del corredor y la sangre chorreando por una de sus piernas. Menos mal que mamá estaba en casa en esa ocasión. No fue fácil rescatarla, pues mamá no la alcanzaba desde abajo. Al final pudo bajarla arrimando el carro para cogerla. Mamá estaba furiosa y creo que tenía un ataque de nervios. Gritaba: ¡Me vais a matar a disgustos!. Fue mamá quien curó a mi hermana. Cuando le apartó el vestido se podía ver como se movían los tejidos internos por entre las costillas abiertas al respirar. Mamá desinfectó la herida y le dio puntos como ella hacía siempre, tenía un valor difícil de definir. A mí también una vez me cosió una ceja, que me rompí patinando en el hielo de la poza. Cuando le contaron como había sido, primero me dio unas chuletas en el culo y después me curó. Mamá nos cosía como cuando cosía la ropa que nos hacía, pulcra y segura, con una aguja de coser normal e hilo normal, agua y jabón casero para limpiar. Entonces no era fácil encontrar un médico urgentemente. Vivía en otro pueblo y el transporte más rápido era la burra.


Puede parecer que nosotras éramos unas pequeñas salvajes y que nos arriesgábamos más de lo que nuestra madre pudiera controlar, pero así era la vida de todos los niños en aquellos tiempos. Las que decían que éramos salvajes eran nuestras tías, cuando venían al pueblo de vacaciones, y es que ellas se habían hecho muy finas: eso de subirse a los tejados o a los árboles ya no las parecía bien. ¿Por qué? Si ellas habían hecho lo mismo...

Inés Camaro Sánchez - La niña que no debió ser V



Nota: Las ilustraciones de lobos se han realizado a partir de fotos recogidas en Beautiful free pictures (1) y en All about wolves(2), catalogadas ambas como public domain.

26 abr 2010

Caballos


"Los días corren como caballos salvajes sobre las colinas"
Ch. Bukowski.
... y otras veces pastan plácidos en eternos herbazales.

17 oct 2009

El Lobo



Hay una generación que, cuando se nombra al lobo, escucha una música característica y ve desfilar ante sus ojos una imponente manada, corriendo montaña abajo, a la caza de una presa que garantice su subsistencia unos días más. Félix Rodríguez de la Fuente, que le dedicó sus programas de divulgación más memorables, nos mostró como nadie lo había hecho la vida del lobo ibérico.

Otra generación, sin embargo, que ha vivido en propia carne o escuchado de sus antepasados los enfrentamientos con el lobo, le asocian con historias y leyendas, siempre en el papel del malo por antonomasia: Caperucita, Los Tres Cerditos… Cuentos narrados al amor de la lumbre que han trasmitido un antagonismo casi genético.

El lobo es un animal contradictorio: carnívoro que consume abundante vegetal (le encantan las uvas), cazador que también come carroña, salvaje con fuerte organización social, al sur del Duero es especie protegida pero objetivo de caza al norte… temido y admirado a la vez. Es su parecido al hombre, su competencia directa con él, lo que le ha causado la mayor parte de sus problemas. En Sanabria y Carballeda, el hombre y el lobo han vivido frente a frente a lo largo de los tiempos. Aparte de los cuentos y leyendas, nos quedan muestras de esta pelea inmemorial en construcciones tan llamativas como los cortellos (Lubián, Barjacoba), las esperas (Otero de Bodas) o los corralones de piedra (Ferreras de Arriba, Sierra de la Culebra). Hoy, ganaderos y cazadores lo siguen mirando con recelo por los daños causados, pero también existe un creciente interés turístico en su observación y el seguimiento de sus rastros. El ejemplo más claro es el Proyecto del Centro Temático del Lobo, en Robledo, y la organización de cada vez más actividades centradas en su figura.

El lobo tiene en nuestras tierras uno de sus últimos reductos, con la mayor densidad de población en el sur de Europa. Nuestro lobo (Canis Lupus Signatus) es quizás más pequeño que sus otros primos, pero no por ello menos impresionante. Se caracteriza por sus bigoteras blancas en los belfos y una mancha más oscura en el pelaje sobre la cruz, conocida como silla de montar.

Si algún día os encontráis con uno, os llamará la atención la fuerza que desprende su figura: su cabeza, sus patas, sus ojos oblicuos y amarillentos le definen como auténtico Señor del Monte, y entenderéis mejor la mezcla de fascinación y miedo que han marcado su relación con el hombre.

Para más información:

La Página del Lobo Ibérico
Wikipedia
Félix Rodríguez de la Fuente
Junta de Castilla y León

17 sept 2009

La Berrea del Ciervo

















Tiempos de ajetreo para los ciervos. Dice el artículo de la Wikipedia : "Se conoce comúnmente como berrea al periodo de celo del ciervo rojo, debido al sonido gutural que emiten los machos. Este período se inicia a comienzos del otoño boreal, normalmente a fines de septiembre. Los machos se encuentran en su máximo esplendor al comenzar la temporada, e intentan adueñarse de un territorio. Las demostraciones de poder de los machos incluyen los berreos y luchas rituales, en las que utilizan su cornamenta. Los territorios preferidos son en los que las hembras deban beber o alimentarse. Los machos ganadores reúnen harenes de hasta 50 hembras. Normalmente después de un par de intentos, el macho monta a la hembra, durando el coito fracciones de segundo. De no haber fecundación, la hembra vuelve a ovular luego de unos 18 días. La gestación dura unos 235 días, tras la cual nace un único cervatillo. Las astas, la principal arma del macho, caen en marzo, y vuelven a crecer, proceso que se repite anualmente."
Las fotos no pertenecen a la berrea propiamente dicha, un fenómeno principalmente nocturno difícil de ver, pero fácil de oír. Y amigos, os aseguro que acercarse a los caminos de la Carballeda en el final del día y escuchar el ruido de los cuernos en sus batallas, el bramido profundo de los ciervos, es una experiencia que pone los pelos de punta.

Por una vez debo añadir un mensaje de nuestro patrocinador: Hospedería El Pico del Fraile ha lanzado una oferta que incluye alojamiento y rutas a caballo al acecho de la berrea. Naturaleza en estado puro. Podéis poneros en contacto con ellos en la dirección del banner de arriba a la derecha. Decidle que vais de mi parte, a ver si hay suerte y aumentan su mecenazgo ;-)

28 may 2009

Francisco en Sanabria





Y en la noche de San Juan, Francisco bajó al Lago nuevo huyendo del monasterio y se llegó a la isla en una barquichuela que cogió sin permiso de su dueño. Tres días llevaba sin ingerir más que agua y algunas migajas de pan en la oscuridad completa de su celda. Amarró la barca en los arbustos de la orilla, desnudose por entero y en un claro a la luna llena realizó un así como acto de contrición, pero más profundo que otras veces y no dirigido a un Dios Persona con el rostro del abad, como hiciera siempre, sino a un dios desconocido y herético que da fuerza a las piedras y a las aguas y a las bestias y las almas, velando por que el equilibrio se mantenga.



Y poco después la campana del monasterio dio las doce y allí reinó el silencio, como si el viento no corriera entre las ramas ni el agua se estrellase ante las piedras de la playa, ni el moucho volase en la noche ni el grillo cantase en su ausencia. Francisco, oh, Príncipe, tensó sus orejas como un lince en la arboleda. La duda, la pena, el ayuno y la noche clara tal vez le hicieron buena presa para el Maligno que siempre acecha; pues a lo mejor fue él quien llevó a sus oídos un tenue rumor de palabras y pisadas. Supo que no estaba solo en la isla y miró en torno suyo con creciente alarma: a nadie vio, nadie le habló, mas la presencia estaba. Francisco se alzó con gran temblor en sus miembros y su figura se enmarcó en la luna plena: "¡Madama!"- gritó- "Sé que aquí estás: ¡Levántate y habla!". Oyó entonces fuertes voces y carcajadas y luego un siseo que callar mandaba. Reinó de nuevo el silencio durante cinco minutos al menos. Francisco no pudo más y la tensión se le desbordó en llanto, las lágrimas cayeron de su cara como la lluvia de abril en los campos.



Una suave niebla deslizose entre la hierba y fluyó poco a poco tomando consistencia. Nada se oía. Como cuando en una vuelta del camino el sol nos deslumbra y no somos capaces de fijar la vista hasta que lentamente volvemos a percibir las formas, aquella figura se formó en el claro, junto a Francisco. Éste, postrada la frente en el suelo, apenas pudo levantar la cabeza.
- ¿Quién sois? ¿Cuál es vuestra procedencia?
- Soy… este momento. Soy arena, viento y fuego. Soy lo que importa ahora y lo demás queda fuera. –ella sonrió.



Y así encontraron a Francisco en la mañana siguiente, tirado en la playa con sonrisa de oreja a oreja. Nadie supo lo que pasó aquella noche, pero el monjico había cambiado. Hablaba con las plantas y a los pajarillos trataba de hermanos. La gente de los pueblos vecinos se acostumbraron a verle siempre la risa en los labios vagando por los caminos. Y le hablaba a la gente de paz y bien, y del ser uno con el todo y del todos a una, y el padre abad no llevaba que muchas noches en su celda oración no respetase, y al preguntarle decía “tal vez la Virgen María”. Y el padre abad por supuesto con esto no andaba contento, pidió auxilio al obispo para ver que hacer con el alunado. Ya a Francisco me trasladan, hacia Italia lo llevaron y esas locuras que él tiene con el viaje cesaran.



Mas no fue así, oh, príncipe, y Francisco siguió encontrándose con quien llamaba Señora del Lago, que no era más que el espíritu de las cosas que son, han sido y serán. Y por ello pudo ver los hilos que mantienen unido al mundo, y como el dolor de uno el de todos debe haber sido y la alegría de otro los demás la compartían. Y por donde fue la cosecha era buena y los campos revivieran, mas el decía no ser cosa suya sino del tiempo en la arena, que fluye quiera o no quiera hasta el destino que espera.



Con mis disculpas por la frase robada ;-)
Fotos: Los otros vecinos de Sanabria y Carballeda