Ésta que ustedes ven es la iglesia parroquial de Puebla de Sanabria, Nuestra Señora del Azogue. Sus orígenes se remontan al siglo XII: imaginen la cantidad de ceremonias que han cobijado sus antiguas piedras. Hoy, entre tantas, centraremos nuestra atención en una boda de mediados del S.XIX.
En lo alto de la torre las campanas repican en honor del nuevo matrimonio. Los invitados, gente de copete, se ven entremezclados con los paisanos de la Villa y sus alrededores, que abarrotan la plaza en espera de la granada que ha de ofrecer el padrino. Por fin, bajo los soportales de la iglesia, hacen su aparición los novios, ya marido y mujer ante los ojos de Dios y de los hombres. Ella es una niña de apenas quince años cumplidos, vestida de un blanco tan inmaculado como la palidez que pinta sus mejillas; él, un gallardo oficial que la dobla en edad, parece sentirse perdido ante los vítores de la multitud.
Pero ¡Hola! ¿Qué alboroto es éste? Por el extremo contrario de la plaza, venido de la calle que sube desde la puerta vieja, un carruaje sin señas se abre paso a punta de látigo entre las protestas del gentío. Ha llegado ante los recién casados, se abre una de las puertas y ¡la novia salta dentro! Los caballos inician una carrera suicida por la Costanilla abajo. El padrino, también militar, desenfunda su sable de gala y corre tras los raptores, pero a los pocos metros su avanzada edad le hace rodar sobre los adoquines. Todo ha sucedido en un suspiro y los asistentes se preguntan unos a otros, incapaces de reaccionar. El marido ha contemplado la escena en absoluta inmovilidad: como si supiese de una catástrofe anunciada y, aún así, no pudiera plantarle cara.
Ésta de la fotografía es, hoy, la Posada Real La Pascasia; en las fechas que nos ocupan era una casa de hospedaje en la que estableció su residencia un joven y ambicioso ingeniero riojano, destinado desde poco tiempo atrás en la Jefatura de Obras Públicas de Zamora y con el encargo de dirigir las obras de la carretera Villacastín-Vigo. Aquí en Puebla se enamoró a primera vista – y fue correspondido – de la señorita Ángela Vidal Herrero; mas Pedro, el padre, un militar carlistón muy chapado a la antigua, no aprobó esos amores y preparó a toda prisa el matrimonio de Ángela con uno de sus subordinados, Nicolás Abad, hombre acostumbrado a cumplir órdenes sin rechistar. Ni la hija ni el ingeniero, que además tenía aspiraciones de revolucionario, podían permitir semejante componenda y entre los dos organizaron el espectacular rapto.
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Ángela Vidal (Hemeroteca La Opinión) |
En 1854 la pareja se trasladó a Madrid. El revolucionario había sido elegido diputado en las Cortes Constituyentes y ése fue el inicio de una carrera política que le acabó llevando, nada menos, a la presidencia del Consejo de Ministros. Cuentan las lenguas viperinas que una de sus primeras medidas como gobernante fue ordenar los destinos más lejanos – e incómodos – para Pedro Vidal y Nicolás Abad, pues la venganza es un plato que se debe comer frío.
Nuestra pareja de raptores ya nunca se separó: incluso en 1885, un mes después de la muerte de Nicolás, pudieron contraer matrimonio cuando ambos rondaban los 60 años. Ángela falleció en 1897. Él, aquel ingeniero reconvertido en una de las más importantes figuras políticas del S.XIX, envejecido y enfermo terminó sus días la noche de Reyes de 1903. Se llamaba – algunos entre ustedes ya lo habrán adivinado - Práxedes Mateo Sagasta.
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Sagasta, caricatura de la época |
La historia me la transmitió un viejo sanabrés de la emigración, orgulloso de sus raíces. Pero tiene un problema: en su mayor parte no es cierta. Sagasta se la contó a su biógrafo Natalio Rivas, localizando la boda en la iglesia de Santiago del Burgo, en Zamora capital, y el momento del rapto en pleno banquete nupcial. Tampoco era cierto.
Investigadores actuales como Miguel Ángel Mateos o Alberto José Llamas han logrado plasmar un retrato fidedigno de esta inusual relación. Nicolás Abad y Ángela Vidal se casaron en la capilla castrense del Batallón provincial de Salamanca el 4 de marzo de 1844 – cuatro años antes de la llegada de Sagasta a Zamora. Sí es cierto que la novia tenía quince años y que fue una boda organizada a toda prisa; posiblemente por un desliz prematrimonial... o la mera sospecha del mismo. Esta precipitación impidió a Nicolás solicitar el preceptivo permiso y fue castigado con destinos lejanos. El matrimonio no llegó a convivir y, según el testamento de Ángela, tampoco a consumarse. Pero la Iglesia nunca decretó su anulación y así se han hallado documentos notariales en los que ella requiere a su marido oficial competencias para administrar sus bienes privativos.
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Santiago del Burgo |
Pedro Vidal, el carlistón del cuento, era en realidad un acaudalado criollo que había decidido regresar a la tierra de sus antepasados. Simpatizante del Círculo Progresista de la capital, también hizo sus pinitos en política y ocupó el cargo de Teniente de Alcalde bajo el mandato de Ramón Luelmo. Sí es verídico el rechazo a la relación de nuestros protagonistas, pero no por motivos ideológicos sino morales: él siempre consideró válido el matrimonio con Nicolás y su ruptura un escándalo social. Murió antes de la elección de Sagasta como diputado. Durante su vida política, éste escogió a varios miembros de la familia Vidal para puestos de responsabilidad.
Y después del cúmulo de medias verdades y mitos desmantelados ¿Por qué traer la historia a un blog como Desde Sanabria? Pues, aparte de la especial vinculación de Sagasta con toda la provincia zamorana, uno de sus viveros de votos y donde quizás aprendió a desarrollar la técnica de, ejem, las negociaciones pre electorales; del tiempo que realmente pasó en Sanabria y Carballeda tanto en el estudio de los diferentes proyectos como en la dirección de la Villacastín-Vigo; de que, y esto parece contrastado, la antigua Pascasia mantuvo hasta su cierre una habitación conocida como “la del ministro”, la que fue su favorita para alojarse; aparte, decíamos, la culpa de esta entrada la tiene un niño nacido en la Puebla el 28 de marzo de 1851. Su madre fue, naturalmente, Ángela Vidal y dio a luz en una casa propiedad de la familia. El niño recibió el bautismo dos días después en Santo Tirso, la iglesia parroquial de Cervantes, y su padrino fue un vecino de dicha aldea: José Prada.
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La pila bautismal continúa a la derecha del altar de San Tirso |
Una vez pasado el riesgo de una muerte prematura, Sagasta lo reconoció como su primogénito mediante escritura notarial:
“[...] que a consecuencia del trato y las relaciones amorosas que ha mantenido con una señorita que no cree oportuno decir su nombre y apellido, tuvo un niño […] y con el objeto de que en todos los tiempos sea tenido por hijo suyo y no se le perjudique en sus derechos […] otorga que el referido niño, llamado José, es hijo suyo, lo reconoce y lo declara como tal”.
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Sagasta y su hijo José (Hemeroteca La Opinión) |
Fuentes: "Sagasta y Zamora", Alberto José Llamas IEZ Florián de Ocampo, 2009
"Por el amor de un liberal", Marisol López La Opinión de Zamora