En el principio fue el fuego y de él nació la roca en un parto desde el mismo corazón de la madre tierra. Dios hizo al hombre de barro, tal vez porque no encontró la piedra demasiado dúctil. En la roca buscó el hombre su primer refugio y después con piedra levantó sus primeras construcciones. Sin conseguir domarla, tal cual era, apenas arañada. Luego, a imagen y semejanza de Dios, trabajó el barro y con adobe hizo ladrillos para sus casas. Pero la piedra seguía ahí. Y aprendió que con cariño y sabiduría podía conquistarla. Los maestros canteros transmitieron de padres a hijos sus martillos y cinceles, sí, pero sobre todo los secretos, el punto donde golpear, la veta que mimar, las líneas de fuerza. Del barro, del ladrillo, germinaron palacios, mezquitas, hornos y arcos imposibles. La piedra floreció en manos de hombres como el inca, como el Maestro Mateo, como Miguel Ángel también. Alcanzaron logros con amor donde hubiesen fracasado por la fuerza. El barro es un perro fiel que acompaña y no falla durante su vida. La roca, pese a todo, sigue indómita y libre más allá de la provisionalidad de los humanos.
Mallory dio como razón para escalar el Everest porque esta ahí. Es el embrujo de la piedra. Está ahí y estará cuando nosotros hayamos sido olvidados. Piedras que fueron castillo son hoy pavimento y mañana quién lo sabe. Metáfora de la Creación, del Universo al fin. Existen piedras santas en numerosos lugares. No es extraño. Su embrujo, una vez más. Al polvo, al barro volvemos todos y con nosotros queda. La roca permanece y asombra y enamora.
Sanabria y Carballeda son piedra y barro y agua y madera. Están, viven, fluyen y se quedan. Amén. Así sea.
1,5: Portillas en Linarejos
2: Sierra de la Culebra
3: Ladrillos de Adobe
4: Peña del Castro, Sierra de la Culebra
6: Bodegas en Cubo de Benavente
7: Cama del Moro, tumbas antropomórficas en Fresno de la Carballeda
8, 10, 13: Molezuelas
9: Ermita, en el monte de Villardeciervos
11: Peña de las Brujas, Cobreros
12: Robledo
14: Triufé
15, 16:Hermisende
28 abr 2009
25 abr 2009
Retorno a Otero de Bodas
Estimada Milady:
Sólo unas apresuradas líneas, pues como sabéis, he de tomar la posta hacia Portugal y embarcar con premura. Mas deseo que recibáis este correo cuanto antes, ya que no he dejado sin cumplir el encargo que me hicisteis. Visité Otero de Bodas para verificar ciertas informaciones que os hicieron llegar y no, no os mintieron, mi señora. El monte que llaman El Muelo es en esta época de vivo color morado, pero no por cosa de alquimia, sino por un mar de brezo que rompe en sus laderas hacia la cumbre de roca viva cual acantilado. Allí encontré lo que dicen Huella del Caballo de Santiago, aunque yo pienso que no es más que una marca territorial de la Edad Media (1). Y también vi, sí, el extraño artilugio llamado Potro que usan los lugareños para herrar animales, aunque a mí, ante su forma, se me ocurrieron otras cuantas utilidades para quebrar la voluntad de nuestros enemigos…
No tuve noticia, por el contrario, del fantasma del tal Don Gil: se ve que al ser yo varón no me consideró digno de proposiciones matrimoniales. Es su problema.
He de partir ya. Me han llegado noticias que el enemigo, pese a nuestros desvelos, avanza sin cesar hacia Inglaterra. Si todo lo demás falla, yo he de estar allí para recibirles.
Siempre a vuestro servicio.
Rochefort.
Sólo unas apresuradas líneas, pues como sabéis, he de tomar la posta hacia Portugal y embarcar con premura. Mas deseo que recibáis este correo cuanto antes, ya que no he dejado sin cumplir el encargo que me hicisteis. Visité Otero de Bodas para verificar ciertas informaciones que os hicieron llegar y no, no os mintieron, mi señora. El monte que llaman El Muelo es en esta época de vivo color morado, pero no por cosa de alquimia, sino por un mar de brezo que rompe en sus laderas hacia la cumbre de roca viva cual acantilado. Allí encontré lo que dicen Huella del Caballo de Santiago, aunque yo pienso que no es más que una marca territorial de la Edad Media (1). Y también vi, sí, el extraño artilugio llamado Potro que usan los lugareños para herrar animales, aunque a mí, ante su forma, se me ocurrieron otras cuantas utilidades para quebrar la voluntad de nuestros enemigos…
No tuve noticia, por el contrario, del fantasma del tal Don Gil: se ve que al ser yo varón no me consideró digno de proposiciones matrimoniales. Es su problema.
He de partir ya. Me han llegado noticias que el enemigo, pese a nuestros desvelos, avanza sin cesar hacia Inglaterra. Si todo lo demás falla, yo he de estar allí para recibirles.
Siempre a vuestro servicio.
Rochefort.
(1) N. del T. Humm, otra versión más, aunque esta no me convence demasiado.
21 abr 2009
Sandín: De entre las aguas
Muchos años después, ya postrado en el lecho que habría de acogerle en su muerte, Aurelio Buenadicha aún recordaba la jornada en la que acabaron las obras del embalse de Cernadilla, el embalse que sepultó bajo las aguas para siempre la mayor parte de su pueblo natal: Sandín. Bajo las aguas quedaron los prados y los huertos más fértiles, los que asomaban al río, los molinos que aprovechaban su cauce. Quedaron los caminos más hermosos, los que recorrió de niño sin darles mayor importancia, quedaron casas enteras con su ajuar, sus cocinas y sus historias. Quedó la iglesia donde había sido bautizado y el cementerio donde pocos meses antes su madre quiso ser enterrada, aún sabiendo que el pantano ya estaba en marcha. Para la iglesia trajeron una bola de demolición y la tiraron a golpes.
Al cabo de los años, Aurelio Buenadicha pasó muchos ratos en las orillas del agua. Cuando el nivel andaba bajo era posible vislumbrar las piedras de la iglesia antigua, y aún las de las paredes de los huertos sumergidos. Le gustaba pasear por el barrio de las Casas Expropiadas, casas que la Compañía Eléctrica había comprado por su cercanía al embalse pero que rara vez resultaban anegadas. A Aurelio le parecía que ese barrio guardaba el espíritu de lo que Sandín había sido. Él no veía como las zarzas y la hiedra iban ganando terreno entre las piedras, sino que todavía era capaz de oír a la Tía Angelíca cantando mientras daba de comer a las gallinas, a Pedrín tranquilizando a su pareja de vacas antes de uncirlas al carro, a los niños persiguiéndose entre las callejas en los mismos juegos a los que él había jugado.
No lo consiguió.
Fue en los primeros setenta del siglo XX. Un día, cuando las aguas ya estaban alcanzando un nivel importante, Aurelio Buenadicha bajó con su amigo Tomás Prada hasta los riscos de lo que se había convertido en el final del pueblo, desde donde tenían una buena vista del embalse. Liaron con parsimonia un cigarro de picadura y lo fumaron en silencio. Después, Tomás Prada dejó escapar un suspiro, apagó despacio la colilla contra el suelo, le dio la mano y partió con la maleta bajo el brazo por el camino de la capital. Nunca volvió. Eran años en los que todos los pueblos de Sanabria y Carballeda estaban sufriendo un despoblamiento como nunca antes habían conocido, pero Sandín, pese al dinero de las expropiaciones, perdió entonces, además de población, un pedazo de su alma.
Aurelio Buenadicha nunca se fue. Junto a otro puñado de vecinos, a modo de homenaje, recuperaron de las aguas y de la rapiña el retablo y la pila bautismal de la vieja iglesia para colocarlos en la nueva. Arreglaron sus casas, construyeron otras nuevas e intentaron seguir con su vida. El embalse se convirtió en un enorme vecino absorbente que condicionaba todas y cada una de las horas del día.
Aurelio Buenadicha nunca se fue. Junto a otro puñado de vecinos, a modo de homenaje, recuperaron de las aguas y de la rapiña el retablo y la pila bautismal de la vieja iglesia para colocarlos en la nueva. Arreglaron sus casas, construyeron otras nuevas e intentaron seguir con su vida. El embalse se convirtió en un enorme vecino absorbente que condicionaba todas y cada una de las horas del día.
Al cabo de los años, Aurelio Buenadicha pasó muchos ratos en las orillas del agua. Cuando el nivel andaba bajo era posible vislumbrar las piedras de la iglesia antigua, y aún las de las paredes de los huertos sumergidos. Le gustaba pasear por el barrio de las Casas Expropiadas, casas que la Compañía Eléctrica había comprado por su cercanía al embalse pero que rara vez resultaban anegadas. A Aurelio le parecía que ese barrio guardaba el espíritu de lo que Sandín había sido. Él no veía como las zarzas y la hiedra iban ganando terreno entre las piedras, sino que todavía era capaz de oír a la Tía Angelíca cantando mientras daba de comer a las gallinas, a Pedrín tranquilizando a su pareja de vacas antes de uncirlas al carro, a los niños persiguiéndose entre las callejas en los mismos juegos a los que él había jugado.
Muchos años después, ya postrado en el lecho que habría de acogerle en su muerte, Aurelio Buenadicha pensó que él lo que de verdad deseaba era descansar en el viejo cementerio bajo las aguas, junto a su madre y sus antepasados.
No lo consiguió.
16 abr 2009
El PORN de Sanabria II: Funcionarios y Vecinos
Quienes han redactado el borrador del PORN del Parque Natural del Lago de Sanabria y Alrededores son, naturalmente, funcionarios. Algunos viven aquí, entre nosotros, compartiendo nuestras dificultades y nuestro amor por la tierra. Otros, que me temo son los que han llevado el grueso de la redacción, viven lejos, en Valladolid o cualquier otra ciudad.
En su momento encargaron una encuesta-inventario para conocer sobre el papel la realidad de Sanabria. Luego se encerraron en su despacho y parieron el documento que va a regir el presente y el futuro de esta región. El periodo de tiempo desde la orden de la Junta de Castilla y León de iniciar la redacción del PORN y la presentación del borrador que ahora están promocionando ha sido de menos de doce meses. Qué bien nos conocen que no les ha hecho falta ni ver un ciclo de estaciones completo. Cuando esto acabe se irán a regular, desde sus despachos, cualquier otra comarca. Ops, ya está.
Los vecinos de Cobreros, Galende, Pías, Porto y Trefacio llevan aquí, literalmente, desde antes de Jesucristo. O ellos o sus padres. O han apostado su futuro a esta carta, o han venido aquí por amor, que también los hay. Durante siglos han vivido, cuidado y mantenido este trozo de Sanabria en toda su belleza, han luchado por aprovechar todo lo que esta tierra les ofrecía y, al mismo tiempo, han conseguido que todo esto no se agotase, aprendiendo a conciliar el desarrollo humano con la exhuberancia de la Naturaleza.
No les cabe en la cabeza el tema este de las competencias. Para ellos, para nosotros, nuestra tierra es un TODO y aunque agradecemos que la Administración se digne a hablar con nosotros - cosa inaudita hasta la fecha - no entendemos que para debatir una legislación que va a definir TODO el presente y el futuro de nuestros pueblos nos manden a funcionarios que solo son competentes en su área. Aún así, los vecinos hemos intentado explicar que este PORN no vale porque sus conceptos de base son erróneos. Nos hemos ofrecido a robar tiempo a nuestras ocupaciones, las que nos dan de comer, para sentarnos con ellos y redactar desde el principio un documento útil para todos. Los funcionarios han continuado con su pantomima de debatir aspectos puntuales de determinados artículos de su borrador, para intentar cumplir/devaluar el imperativo legal de consenso con la población. Quizás tengan ganas de pasar pronto esta página y volver a sus despachos para salvar otra región. Pero nosotros, los vecinos, seguiremos aquí.
¿Como acabará esto? Pues mucho me temo que en los tribunales, que, tras unos cuantos años y dinero gastado en vano, terminarán por reconocer a los vecinos la razón que ya tenemos ahora. La pena es que no disponemos de ese tiempo. O ponemos soluciones ahora o esta parte de Sanabria se va a la mierda.
En su momento encargaron una encuesta-inventario para conocer sobre el papel la realidad de Sanabria. Luego se encerraron en su despacho y parieron el documento que va a regir el presente y el futuro de esta región. El periodo de tiempo desde la orden de la Junta de Castilla y León de iniciar la redacción del PORN y la presentación del borrador que ahora están promocionando ha sido de menos de doce meses. Qué bien nos conocen que no les ha hecho falta ni ver un ciclo de estaciones completo. Cuando esto acabe se irán a regular, desde sus despachos, cualquier otra comarca. Ops, ya está.
Los vecinos de Cobreros, Galende, Pías, Porto y Trefacio llevan aquí, literalmente, desde antes de Jesucristo. O ellos o sus padres. O han apostado su futuro a esta carta, o han venido aquí por amor, que también los hay. Durante siglos han vivido, cuidado y mantenido este trozo de Sanabria en toda su belleza, han luchado por aprovechar todo lo que esta tierra les ofrecía y, al mismo tiempo, han conseguido que todo esto no se agotase, aprendiendo a conciliar el desarrollo humano con la exhuberancia de la Naturaleza.
No les cabe en la cabeza el tema este de las competencias. Para ellos, para nosotros, nuestra tierra es un TODO y aunque agradecemos que la Administración se digne a hablar con nosotros - cosa inaudita hasta la fecha - no entendemos que para debatir una legislación que va a definir TODO el presente y el futuro de nuestros pueblos nos manden a funcionarios que solo son competentes en su área. Aún así, los vecinos hemos intentado explicar que este PORN no vale porque sus conceptos de base son erróneos. Nos hemos ofrecido a robar tiempo a nuestras ocupaciones, las que nos dan de comer, para sentarnos con ellos y redactar desde el principio un documento útil para todos. Los funcionarios han continuado con su pantomima de debatir aspectos puntuales de determinados artículos de su borrador, para intentar cumplir/devaluar el imperativo legal de consenso con la población. Quizás tengan ganas de pasar pronto esta página y volver a sus despachos para salvar otra región. Pero nosotros, los vecinos, seguiremos aquí.
¿Como acabará esto? Pues mucho me temo que en los tribunales, que, tras unos cuantos años y dinero gastado en vano, terminarán por reconocer a los vecinos la razón que ya tenemos ahora. La pena es que no disponemos de ese tiempo. O ponemos soluciones ahora o esta parte de Sanabria se va a la mierda.
Foto: No todo es baño en las playas del Lago
14 abr 2009
La Leyenda del Roble de Codesal
En una esquina del cementerio de Codesal se yergue orgulloso un roble centenario. Dicen que tan imponente árbol solo se sustenta en dos raíces, que se hunden por separado en la tierra para acabar abrazadas muchos metros más abajo. Has de saber que este roble es el testigo que nos queda de una historia de amor desgraciado.
En tiempos del medievo salieron de Codesal tres arrieros a buscar nuevos mercados en las tierras de Galicia, y en el valle de Verín se les dio tan bien la venta que quedaron algunos días y hasta amigos hicieron entre los mozos del pueblo. Una noche, en la que quizás bebieran alguna jarra de más, los codesalinos criticaron que el Señor de Verín explotase a sus nuevos amigos con tributos y prebendas que en Sanabria no se usaban. Llegó esto a oídos del Señor, que no era muy receptivo a las críticas, y con las mismas les mandó prender y aún incautarles las mulas.
Tenía el carcelero del castillo una hija, mocita y bella, que le ayudaba en sus tareas: entre otras, llevarle la comida a los arrieros presos. Date que, con el paso de los días, primero tomó amistad con ellos y, poco a poco, llegó a enamorarse del más alto, el de los ojos castaños, y fue correspondida. Cuando llegaban las fiestas, la joven oyó decir que el día de Navidad los codesalinos serían azotados, expulsados de Galicia y sus mulas y mercancías requisadas por el Señor del castillo.
Del disgusto, la moza se puso enferma y pidió permiso a su padre para retirarse antes de finalizar la cena de Noche Buena. Mas lo que hizo fue hurtar el manojo de llaves y liberar a los tres arrieros, sus mulas y sus pertrechos. Antes de partir en la oscura noche, el de los ojos castaños besó la mano de su amada y le juró lealtad hasta más allá del camposanto.
Cuando se descubre la huida, el carcelero cae en desgracia y ha de abandonar Verín, buscando refugio en los montes que le vieron nacer más allá de Valdeorras. Aún con golpes y maltratos, nunca consiguió que su hija reconociese su participación en la fuga. Un día, harto ya, la maldijo y ella partió con una cuadrilla de segadores que bajaban hacia Castilla en busca de su jornal.
Hete aquí que los segadores encuentran trabajo en Codesal y se instalan por unas jornadas. Pero es tan dura la faena, y tan grande la pena de la joven carcelera, que a los tres días allí muerta se queda. Los gallegos han de partir, en Codesal no la conocen y, mientras deciden qué hacer, sólo una vieja se encarga de apartarle las moscas con una rama de roble. Al fin deciden sepultarla en una esquina del viejo cementerio, pero nadie se acuerda de llevarle flores y uno de los mozos, con un punto de chanza, clava sobre la tumba aquella ramita de roble.
A los pocos días, el arriero de los ojos castaños regresó a Codesal de uno de sus viajes de ventas. Cuando le cuentan la historia, conoce que hablan de su amada y, postrado sobre la tumba, la llora con amargas lágrimas. Después ingresó en un monasterio y llevó vida de santo hasta el momento de su muerte.
Pero sus lágrimas, amigo lector, fueron las que germinaron aquella rama y de ahí el imponente roble que no has de dejar de visitar cuando llegues a Codesal.
Me siento incapaz de transmitir siquiera una parte de la magia que supone escuchar esta leyenda versificada en la voz de Argimiro Crespo. Por eso me he permitido esta versión libre.
Toño Rodríguez
Fotos: El Roble de Codesal, hoy
Fotos: El Roble de Codesal, hoy
11 abr 2009
Manzanal de Arriba esconde un secreto
Y no es sólo la espectacular celosía prerrománica incrustada en su iglesia. Hay que investigar.
Ver mapa
8 abr 2009
Leyenda del Lago de Sanabria: Villa Verde de Lucerna
¿Conocéis el dolor de cuando, trabajando la madera, una astilla se os inca entre la uña y la carne? Pues así, oh, señor, azotaba el granizo la faz de aquellos que, pocos días tras Reyes, se aventuraban a caminar en la intemperie del Valle Verde. Era aquella, creedme, tierra fértil cual vientre de buena mujer: rodeada de montañas que la protegían del frío, salpicada de arroyos y regatos que de agua la abastecían y en su mismo centro, en las orillas del río, altanera se erguía la ciudad de Villa Verde de Lucerna.
Villa orgullosa, sin duda, y sus vecinos prosperaban, pues a más de de lo que su tierra les daba eran de natural negociante y por todas las regiones sus mancebos y cuadrillas sus mercancías vendían. Jabatos, se nombraban, y no era mal puesto el nombre, pues eran de corazón duro y de pronta espada en la pelea. Muchos eran sus negocios y no todos, he de decirlo, del agrado de la autoridad ni aún del Dios de los cielos, que a todos nos juzgará. En aquellos días de tormenta, mi señor, ningún jabato andaba pues por las calles, sino más bien junto a la rica lumbre de sus cocinas esperando la escampa para mandar sus criados mundos adelante.
Cerca de vísperas la tempestad calmó como por ensalmo. Mas no trajo la paz, al contrario, semejaba que los demonios paganos de los vientos se reagrupaban, tomaban aliento y afilaban sus armas para el asalto final a la ciudad de Lucerna. Al fondo del valle un rayo de sol, quizás el postrero, logró abrirse paso entre las nubes circunspectas. Se vio entonces una encorvada figura renqueando en el camino de la villa. Vestía una especie de pardo que el tiempo y el mucho uso habían vuelto gris; gris era su lacia melena, sus barbas y aún su mirar, y todo en su figura mostraba un cansancio infinito al que su cayado, de curiosa madera labrada, apenas auxilio prestaba.
Cuenta quien lo sabe, oh, príncipe, que aquella gélida noche el romero recorrió, una por una, todas las casas de la Villa Verde. Que en todas pidió cobijo y en todas le fue negado y ni siquiera un plato de caldo le fue ofertado. Cuando ya con pesadumbre casi abandonaba la villa, en el camino de la montaña, en una humilde choza, apenas una cabaña, le abrieron la puerta y le dieron posada: “Pasad, pasad, buen peregrino. Aunque somos pobres en tierra de ricos, compartid con nosotros siquiera un vino”. Y así le asentaron en su escaño, en el mejor sitio junto al fuego y en un momento le prepararon un ponche de vino y huevo. El romero, todo cuitado y pequeño, por encima la escudilla atisbaba sus movimientos. Eran los dueños un matrimonio ya viejo y en sus prendas se veían las penurias que sufrían. El gris apreció, sin embargo, que pese a todo no eran desgraciados y se afanaban en la cocina como mozos enamorados. Habían preparado para hornear una hogaza de pan negro y era pequeña, por cierto, pues a aquellas alturas de invierno ya escaseaba el centeno. En el horno ardiente la pusieron y junto al romero sentaron, hablando de todo y nada, dejando pasar el tiempo.
En el momento de sacar el bollo uno a otro se miran con maravilla: con tan poca harina había y el pan por la puerta no salía. Y ya no era negro, señor, sino blanco de pureza celestial. El romero les mira y sonríe asintiendo: “Pobres sois, buenos abuelos, pero en vuestro pecho el corazón sincero tié más valor que el dinero”. “Habéis de partir ahora y no parad hasta más allá del alto la Viquiella. Está viniendo un gran agua que se ha de llevar esta tierra.” Y apenas pasada la medianoche le vieron bajar hacia las piedras que del Borrego llamaban y contaron, señor, que cada vara que andaba su figura crecía una cuarta, que sus ropas grises de blanco brillaban y su melena al viento aura de santo le daba. Junto a las rocas se detuvo y miró en torno suyo con gesto fiero. Era su estampa digna de los caballeros de cuento: alto, blanco y poderoso como un mago de otro tiempo: “Aquí clavo mi bordón, aquí nazca un gargallón”.
Desde el fondo de la tierra se inicia un ronco rugido que las entrañas embelesa –bramaba la sierra, contaron después. Al punto, el cielo responde con un sonido como de trompetas. Rompe a llover como no se ha visto en esta era y allí donde el romero ha clavado el bastón brota un manantial de agua negra y horrible. Brota y brota agua del suelo, pero más aún cae desde el cielo. Los jabatos se tiran de sus jergones entre gritos de espanto. Los primeros mueren pronto, aplastados entre los sillares de sus casas que el agua derrumba como arena en la ribera. Otros corren hacia los campos, mas la riada asesina no deja ni uno sano. Los últimos, en fin, fueron los que buscaron socorro en los altos: vieron como el agua anegó toda su villa, sus huertas y sus haciendas. Murieron ahogados y el agua siguió subiendo hasta que de Villa Verde de Lucerna tan solo quedó el recuerdo.
Así, señor, y no como otros la cuentan, fue la Caída de Lucerna y el origen del Lago que vuestras tierras alimenta. Sólo los dos abuelos fueron salvos y gracias a ellos sabemos del cuento. Que no acaba aquí, por cierto: al cabo de pocos años vecinos que habían sido del Valle Verde se juramentaron para salvar de las aguas las campanas de la iglesia, que sabían de bronce bueno. El concejo encargó a una casa la crianza de dos bueyes hermanos, Bragado el uno, Redondo el otro, con serio aviso que no habían de ser ordeñados; esto es, que toda la leche de la vaca para ellos fuera. Mas he de contar, oh, señor, que tras la horrible catástrofe había hambruna en la región y la señora de la casa, que criaturitas tenía, una noche, buscando la escondida, ordeño una jarra de la vaca prohibida. Sorprendiola en estas el marido y, tras grande bronca y desconsuelo, acabó arrojando la leche sobre el ternero elegido.
Llega el día, como todo llega, de intentar el rescate de las campanas, pues los bueyes se han convertido ya en orgullo de la raza de esta tierra. Entre los mozos, los dos mejores nadadores agarran sendos rejos y a la profundidad se lanzan como almas a santidad. ¡Las han enganchado! Raudos, bajan la pareja hasta la playa y aún dentro de las aguas y los ponen a tirar. Pero uno de ellos, por más que intenta no puede y el peso de la campana le hace resbalar. Su hermano gira la testuz y dice: “Tira, tira, buey Bragado, que la leche que ordeñaron por el lomo te la echaron”. Mas no fue capaz y el peso de la campana lo arrastró hasta el fondo y allí se quedó.
Y allí, en lo más hondo del Lago, quedó también la campana Bamba, que hasta el final de los tiempos no será salva. Solo aquellos que en gracia de Dios se acercan a las aguas en la noche de San Juan han podido volverla a escuchar. Y así llegó a lo alto de nuestra iglesia la campana Verdosa, que como sabéis es capaz de parar las tormentas cuando acechan, y en su torre la acompaña la escultura del buen buey Redondo, que con su fuerza la salvó de las aguas.
Mas, ay, príncipe, hay quien dice que la riada no lavó el pecado de Lucerna, que la maldición era más luenga: que hasta por tres veces el agua negra se llevará a la villa que junto al Lago se pusiera. Ojalá gracias a nuestro Señor, ni vuestros ojos ni los míos lo vieran.
5 abr 2009
Argimiro Crespo y el Museo Etnográfico de Codesal
Si vais al Museo Etnográfico de Codesal encontraréis una cuidada selección de los aperos utilizados en el ayer de Sanabria y Carballeda. Veréis capas, pardos y cholos; calabazas, barriles y jarras; andadores, cunas y pizarras. Desde peines de lino hasta ruecas y husos, y desde atizadores a fuelles de fragua. Una hermosa colección reunida por el esfuerzo de los vecinos, que se han preocupado de rescatar del olvido aquellos cachivaches que languidecían en los desvanes.
Pero si tenéis la suerte de ir al Museo y que vuestro guía sea Argimiro Crespo habréis cruzado la puerta de un reino casi olvidado. Argimiro, el Último de los Juglares, fue arriero en su juventud y recorrió nuestra tierra con una mula y dos baúles cargados de fe. Conoció sus gentes, las escuchó y de todos aprendió algo. Y su alma de poeta supo darle forma y hoy sus palabras tienen una sensibilidad pasmosa.
Con cada cacharro, Argimiro te explica, te cuenta y te canta si la oportunidad lo demanda. Y en sus manos una humilde tabla de lavar ya no es un trozo de madera inane, sino que ves a las mujeres junto al río, oyes sus risas y sus chismorreos y un trocito de aquel mundo cruza la frontera hacia el nuestro. Argimiro domina el tempo y narra como nadie: si oyes en su voz queda la leyenda del Roble de Codesal sentirás como el vello se enfría en tu espalda.
Argimiro, no nos deje nunca. Sé que son muchos los años y que pérdidas recientes quizás le hagan apetecer un descanso. Pero sin usted todos quedaríamos huérfanos y ese mundo, en el que vivieron nuestros abuelos, se alejaría un poquito más en el tiempo.
Foto: Argimiro Crespo, trabajando el lino en el Museo de Codesal
1 abr 2009
Cobreros: trece pueblos, mil caminos
Desplegad, si es vuestro gusto, un mapa de la región sobre la mesa y marcad cada uno de los pueblos que conforman el municipio de Cobreros: Terroso, San Martín, Santa Colomba, Avedillo, San Román, Sotillo, Limianos, Quintana, Castro, Barrio, Riego y San Miguel de Lomba, además del propio Cobreros. ¡Trece, ni uno menos! Ahora trazad, al buen tuntún, cuantas líneas se os ocurran uniendo todos esos puntos. ¿Qué obtenéis? Aparte de un garabato más o menos artístico, un maravilloso conjunto de caminos donde perderse y disfrutar de los escondidos encantos de esta tierra sanabresa.
Siguiendo con el mapa, vemos que el municipio se define por los ríos y arroyos que lo cruzan, señalando unos límites no exactos: regato de Escaldón, Castro, Tera, Truchas y la Mondeira. Es una tierra rica en agua y los caños de regadío, con su música constante, nos acompañarán en todos los pueblos. Ya en los diccionarios geográficos de los siglos XVII y XVIII se mencionaba la riqueza de sus fuentes, con ejemplos de manantiales sulfurosos en Santa Colomba y Cobreros (aguas cheironas) que, en su momento, propiciaron casas de baños en las que los pacientes “llegaban en angarillas y partían bailando”. También hemos de fijarnos en cómo, por el norte y el oeste, el municipio se encarama en las laderas de los montes y se desenvuelve hacia zonas más llanas en el sur y este. Es un municipio con tradición serrana: la vida de antaño estaba ligada al aprovechamiento de la sierra, ya sea para leña, para hierbas aromáticas y medicinales, para frutos silvestres, ya para el pastoreo. Los lugares donde entonces se subía el ganado en los meses de calor nos ofrecen corrales naturales de impresionante paisaje: El Cabril, Cubello, Peña Cueva, los prados de Limianos… También caminos hacia Porto, con su importante feria ganadera, y a Galicia, cuando el tren aún no llegaba a Sanabria. Hoy esta parte del municipio está enclavada en el Parque Natural del Lago de Sanabria y alrededores.
Uno de los puntos más visitados de este Parque Natural es la ruta de las Cascadas de Sotillo ,
y los caminos que llevan al Lago pasando por la Laguna, o bien por Limianos o Quintana, coincidiendo en este caso con parte del Cordel Sanabrés por donde las ovejas castellanas y extremeñas subían hacia la sierra.
En Sotillo hay una casa de “Pobres y Peregrinos” fechada en 1619, aunque el trazado más conocido del Camino de Santiago Sanabrés atraviesa el municipio por su parte sur, siguiendo casi en paralelo a la N-525. También hollaron estos caminos, si hemos de fiarnos, el Rucio y su amigo Rocinante, soportando con paciencia las disquisiciones de sus amos. Lo creas o no, no deja de ser una excusa más para bajar al terreno.
Ea, pues, plegad el mapa y echad la merienda en el morral. Hay que recorrer los pueblos uno a uno y descubrir sus secretos: el “castiello” de Avedillo, posiblemente el primer núcleo de población, con casas que en sus piedras esconden miliarios. Cobreros, cuna de ilustres antepasados, sus casas blasonadas, sus aguas y su peculiar iglesia, tal vez de origen civil. Los centenarios castaños de San Román o Sotillo; Limianos, un pueblo en cuesta o Quintana, cantera que abasteció de piedras a la comarca y que hoy ofrece al visitante “La Calella”, una casa tradicional detenida en el tiempo. Castro, de significativo nombre, que se asoma hacia la Puebla con la importante área de servicios de la N-525. Riego, Barrio, San Miguel de Lomba, con ermitas perdidas y molinos restaurados. Santa Colomba, la de las muchas fuentes, cuyos barrios se encaraman hacia el alto de la iglesia. San Martín, Terroso, de tradición jacobea y destino inevitable para cualquier buscador de setas que se precie…
En el censo de Floridablanca, de 1787, nada menos que el 92% de los habitantes de Cobreros se declaraban hidalgos. Dado que además se definían como labradores, mucho me temo que esta nobleza se vinculaba más a la exención de tributos que a la holganza en sus caminos. Ahora pagamos impuestos, claro, pero al menos nos queda el placer de seguir sus huellas en el tiempo.
Fotos: 1. Pastizal en Cobreros 2.Iglesia de Sta. Colomba 3.Musgo sobre pared de piedra 4.Balconada en S.Román 5.Pontón en Avedillo 6.Arroyo de La Mondeira 7 y 8.Peña Cueva 9.Cordél Sanabrés en Quintana 10.Sotillo 11 y 12.Limianos 13.La Vaguira 14.Torre de la iglesia de Cobreros 15.Chopera 16.La luna sobre la sierra 17.Amanecer rosa en Barrio 18.Cobreros 19.Barrio de la Iglesia, Sta. Colomba 20.Casa Blasonada, Cobreros 21.La Peña de las Brujas 22.La Mondeira en S.Miguel.
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