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25 may 2016

Un mapa para Sanabria y Carballeda

¡Hola, amigos!

Más de dos años después de la última entrada en el blog, regreso… para escribir su epílogo. O su sumario. Me explico:

En Hospedería El Pico del Fraile – con quienes, como muchos de ustedes ya saben, mantengo vínculos muy estrechos – llevan tiempo trabajando en la elaboración de un mapa interactivo que muestre, a partir de un único enlace, la mayor cantidad de información turística disponible sobre nuestras comarcas: puntos de interés, caminos, rutas de montaña, itinerarios culturales, etc. Un proyecto de este tipo es, por definición, un proyecto “vivo”: puede actualizarse y crecer constantemente y eso le permite servir de complemento a los múltiples mapas y guías impresos que ya existen sobre Sanabria y Carballeda.


LINK AL MAPA: https://goo.gl/7OYnFF

El proyecto se basa en la tecnología Google My Maps y su funcionamiento es muy sencillo, por caótica que pueda parecer la vista previa. Lo primero en que debemos fijarnos es la esquina inferior derecha: ahí están situados los controles del zoom que nos van a permitir acercar o alejar la imagen a voluntad y el botón (?) que da acceso a la ayuda de Google.


El zoom también se puede controlar con la ruedecita del ratón, mientras que el puntero, con forma de mano, nos permite desplazar el lugar del mapa que queremos ver simplemente pulsando y arrastrando.


En la parte izquierda de la pantalla aparece el menú de información del mapa. Lo primero, el título (“Sanabria y Carballeda”), una pequeña descripción del proyecto (se puede ver completa al pulsar en la flechita invertida a su izquierda) y un enlace por si queremos compartir el mapa a través de las redes sociales o el correo electrónico. Junto al título nos aparece también el icono de una lupa, que nos permite hacer búsquedas mediante texto.


Todavía junto a la lupa tenemos otro sub menú extensible: si pulsamos en esos tres puntos en vertical se abre una ventana que nos permite las opciones de “Ocultar la leyenda del mapa”, “Detalles del Mapa” (lo mismo que aparece en la descripción), “Imprimir mapa”, “Acercar la ventana gráfica”, “Insertar mapa” (nos facilita el código necesario para insertarlo en un blog o cualquier otro sitio web) y “Descargar KML”. Esta última es una opción muy útil que nos permite acceder a toda la información contenida en el mapa a través de Google Earth.


Y continuando con el menú principal, nos aparecen las “Capas” de información que componen el mapa. Cada una de ellas pueden ocultarse o hacerse visibles simplemente pulsando en el cuadradito de verificación situado junto al nombre de la capa. Así mismo, una flechita invertida justo debajo nos permite expandir o contraer el contenido de la capa. Actualmente el mapa dispone de nueve capas (desde lo más básico a los itinerarios del Quijote, desde los principales servicios a muchos de nuestros caminos tradicionales…) que se irán ampliando según avance el proyecto.



Al final del listado de capas, todavía Google My Maps nos permite una opción más: elegir entre un fondo de mapa clásico o tipo foto satelite.



¡Y ya está! ¡Ya estamos listos para “viajar” (virtualmente, eso sí) por toda Sanabria y Carballeda. Podemos buscar un sitio concreto a través del icono de la lupa, navegando por el mapa tanto con el zoom como con el puntero de la manita, expandiendo el contenido de cada capa en el menú… Una vez localizado el punto, ruta o camino que buscamos, pulsando sobre él se abre a la izquierda un pequeño menú con información, fotos, links de interés, etc.


El proyecto, completamente gratuito, está todavía en fase de construcción y la idea es que permanezca así siempre: siempre actualizándose, siempre recibiendo información, siempre teniendo nuevas cosas que mostrar de nuestras comarcas. Por ello, el proyecto también está abierto a todo tipo de colaboraciones: ¿Conoce usted algún punto emblemático que no ha sido recogido en el mapa? ¿Un camino que merece la pena recorrer? ¿Tiene usted un blog que ofrece información o historias sobre lugares de la comarca? ¿Quiere usted colaborar con sus fotos? ¿Se le ocurre cualquier manera de mejorar el funcionamiento del mapa, de hacerlo más accesible? Pues… ¡Bienvenido a bordo! Vamos a ver si entre todos somos capaces de mostrar al resto del mundo lo que se está perdiendo :) ¡Y seguro que nosotros mismos también aprendemos algo!

Contacto:
xibeliuss.jar@gmail.com
twitter xibeliuss

info@picodelfraile.com
Twitter Hospedería
Instagram Hospedería
El Blog del Pico del Fraile

Gracias todos. Nos vemos.






10 dic 2013

El Pozo del Prado del Boticario, por Inés Camaro

Nuestra común amiga - y ya colaboradora habitual - Inés Camaro ha continuado su investigación sobre la familia de D. Manuel Carbajo. Les dejo directamente con la historia:


    Quizás no eran más que unos matasiete de tres al cuarto, de esos a los que sólo el vino les da valor suficiente para acometer sus fechorías. Dicen que estuvieron en la Venta de Manzanal, jugando a las cartas y haciendo correr el jarro hasta que se les acabó el dinero y el dueño los puso en la calle con cajas destempladas. Caía ya la noche. En la Villacastín Vigo intentaron atracar a unos caminantes, pero el botín que reunieron fue tan escaso que sólo sirvió para azuzar sus ínfulas de valentones.

    Al poco de seguir la carretera divisaron a su derecha una casa de buen porte en medio de un prado, algo alejada del barrio más cercano. Pensaron que aquel sí sería un golpe fácil – y provechoso. Se fueron por ella.

    Y antes de cruzar la cerca, desde la ventana más alta una voz imponente les dio el alto y sonaron cuatro disparos. Una mujer pidió auxilio desde la parte trasera. Enseguida se encendieron luces en el barrio cercano. Alguien tocó la campana de la iglesia. Un grupo de vecinos, unos a medio vestir y otros sólo en camisa, se echaron a la calle con tornaderas y fachones ardiendo. Dicen que los matasiete no pararon de correr hasta más allá de Las Portillas.


    El hombre que desde la ventana realizó los disparos al aire era el teniente de la guardia civil D. Manuel Carbajo; la casa en medio del prado, la que él construyó para vivir en Triufé junto a su familia. Esa noche comprendió que podía contar con sus vecinos para lo que necesitase de ellos. Corría el primer tercio del S.XX.

    Como ya he contado, Don Manuel fue destinado a Cuba poco antes de la pérdida de ésta y estuvo preso. A su regreso conoció a Maria Oterino Sotillo, vecina de Triufé, y en 1900 se casó con ella en la iglesia de San Lázaro, en Zamora. El 13 de Diciembre de 1903 nació su primera hija, Lucía, que apenas dos años después murió de anginas, en el puesto Martínez de Avila, cercano a la Sierra de Gredos. El 10 de Enero de 1906 nació su hija Rosario en Tábara (Zamora) y el 6 de Mayo de 1908, también en Tábara, el primer varón: Manuel Alfonso, uno de los protagonistas de nuestra historia.

    Pero todavía la familia tuvo que pasar por otra dolorosa pérdida: el 30 de Enero de 1909, en la casa cuartel de Manganeses de la Lampreana, falleció su esposa María. D. Manuel quedó viudo con una niña de 3 años y un niño de 8 meses. Difícil situación. Maria Cruz Oterino, la hermana pequeña de la fallecida, se trasladó junto a ellos para ocuparse de los niños. Y no tardó en surgir algo más, porque el 9 de Septiembre de 1909,  la nueva pareja contrae matrimonio en la misma Iglesia de Manganeses.


    Maria Cruz le dió su primera hija, Victorina, el 11 de Marzo de 1911, y el 10 de Agosto de 1913 nació Luís, el otro protagonista de esta historia. La familia estaba destinada entonces en Villardeciervos.

    María era Triufé, María era Sanabria, y creo que fue ella quién pidió el regreso a Triufé; pero el pueblo tenía que sufrir una transformación para que poder convertirse en el ideal, en el sueño de alguien, y D. Manuel emprendió con ganas el cambio que ya he contado en otra entrada.

    La casa se empezó a construir en los primeros años 20, pues a su llegada residieron antes en otra, propiedad de la familia de María, que resultaba muy pequeña para los cuatro hijos y el matrimonio. El lugar elegido fue el Prado del Boticario, con una situación magnífica pese a quedar un poco apartado.


    Desde el primer momento, los hijos varones se habían incorporado a la escuela de Triufé, que entonces era sólo para hombres. Las niñas debieron esperar hasta que entró en funcionamiento la nueva escuela mixta. Como tantos otros padres, la ilusión de D. Manuel era dar a los chicos estudios superiores, enviarlos a alguna academia militar para que siguieran sus pasos o alcanzaran mayor graduación; pero al cumplir los catorce años, Manuel, el hijo, se negó a seguir estudiando. El padre pensó que la forma de hacerle cambiar de idea era enseñarle lo que es un trabajo duro, y lo mandó a picar piedra en la cantera que les surtía para la casa. No contento con ello, también le colocó de aprendiz de carpintero en Paramio – probablemente con el maestro al que encargaron las puertas y ventanas. Entre tanto, Luís también terminó la escuela y tampoco quiso continuar los estudios, con lo que igualmente se incorporó a la obra.

    Cuando se acabó la construcción de la casa, D. Manuel preguntó a sus hijos si habían cambiado de parecer, pero ellos seguían en sus trece: de estudiar, nada de nada. Entonces D. Manuel subió la apuesta: tenían que construir un pozo.

    La nueva casa tenía mucho terreno donde hacerlo, era una gran finca llena de buenos árboles: nogales, manzanos, ciruelos, perales... todos ellos con buena sombra. Pero D. Manuel decidió que no habría de hacerse allí, si no en otra finca, a unos ciento cincuenta metros de la casa, donde no había sombras y, si algún día sacaban agua, tendrían que pedir permisos para llevar el agua hasta la casa. Y allí comenzaron Manuel y Luís a picar con pico y pala, que en aquellos tiempos era el modo de realizar ese trabajo. Cuando fueran profundizando algunos metros y ya no pudiesen tirar fuera la tierra con la pala, pondrían unos palos como soporte para colgar una roldana y con un cubo y una soga sacarían la tierra poco a poco. Con sólo un metro hubieran podido plantarse y decir a su padre que estaban dispuestos a complacerle aceptando su propuesta de ir a la academia, pero no fue así y siguieron picando. Las chicas les traerían agua de alguna fuente con el botijo para calmar la sed. Además de tierra, encontrarían piedra y tendrían que poner algún barreno para traspasarla.


    Mas de ocho metros tiene el pozo: no parece mucho, pero, para hacerlo con esos medios, es una barbaridad. Imagino sus manos llenas de llagas por el roce de los mangos de las herramientas y el roce de la soga al subir la tierra con el cubo, todo su cuerpo dolorido por el esfuerzo. Y, tal vez, un poco de amargura en el alma. Seguro que cuando sonaban los cohetes y las campanas repicaban por la fiesta de algún pueblo, a ellos no les quedarían fuerzas para ir y caerían rendidos al terminar el día. Y si alguna vez se acercaron un rato al baile de cualquier pueblo, seguro que por la mañana a la hora señalada tendrían que estar en el pozo picando, pues conociendo a D. Manuel seguro que les diría: “El que vale para ir de fiesta, también vale para trabajar” También tendrían que ayudar en las tareas de la siembra, la siega y la maja de la cosecha, que en aquellos tiempos aún se hacía a manal, y la siega de la hierba de los prados y la recogida de la fruta y las patatas y, como no, la matanza del cerdo. Los trabajos habituales cada temporada. La construcción del pozo les llevó mucho tiempo; pero, si no se rindieron en el primer metro, después ya era cuestión de amor propio.

    Por fin salió suficiente agua al encontrar una vía y se decidió no continuar más, entonces volvieron a la cantera a extraer piedra para antivar el pozo. Esa tarea la hicieron los profesionales de la construcción. Para cuando remataron el pozo los chicos ya habían comprendido que la vida que les esperaba en el pueblo era muy dura. Para entonces las niñas Rosario y Vitorina habían terminado en la escuela. D.Manuel no había previsto para ellas estudios superiores, porque tampoco podía permitirse pagar la carrera a los cuatro. Pero Dª Maria dijo que, si era necesario, vendería todas sus propiedades para que ellas tuvieran las mismas oportunidades.

    Y las niñas se fueron a estudiar. Rosario estudió farmacia y ejerció su profesión en el pueblo cercano de Mombuey. Victorina estudió Magisterio. En Febrero de 1928, Manuel partió para el Establecimiento industrial de Ingenieros de Guadalajara y en noviembre del mismo año Luis ingresó en el colegio de Guardias Jóvenes.

    Con el tiempo, Luis y Manuel alcanzaron cargos de alta responsabilidad en Vigo y Coruña, uno en la Policía y otro en las Aduanas Portuarias, ambos con el grado de capitán. Eran como su padre: rectos, honestos, inamovibles en lo que consideraban de justicia. Se dice que en muchas ocasiones trataron de sobornarlos para que hicieran la vista gorda ante la llegada de algún cargamento del que algo no se quería declarar; pero, por muy abultado que fuera el sobre, ellos les contestaban que si pensaban llevar a cabo semejante acción, pusieran cuidado de que ellos no los vieran, porque de ser así iban "p´alante". Supongo que esta actitud suya les haría crearse enemigos, pero eso no hizo variar ni un ápice su integridad moral.

    D.Manuel murió en Diciembre de 1937. Ese día llegaron a Triufé gentes de muchos lugares y se preguntaban entre ellos qué sería lo que había llevado a algunos hombres de mundo a terminar sus años en Sanabria. ¿Quién sabe? Tal vez el amor, tal vez esta tierra,  que te atrapa ¡¡Quizás!!


    Victorina murió joven. Su hija Carmina y dos gemelos más, acompañados por una nodriza, pasaron un tiempo en el pueblo, pero los gemelos también fallecieron y la incompatibilidad de caracteres entre abuela y nieta obligó a la niña a regresar con su padre. Dª. María murió en 1962, también en diciembre, a los 72 años de edad - su marido le llevaba 17 años. Dª. María vivió en esa casa veinticinco años sola. Algunas mujeres del pueblo me han contado como, cuando eran jovencitas, alguna noche iban a dormir a la casa para que ella no estuviera sola. Su hija Rosario, farmacéutica en el pueblo de Mombuey, alguna vez se la llevó con su familia, pero a Dª Maria no le gustaba estar en una casa con "servicio"... Decía que allí mandaban todos menos su hija y que eso no iba con ella. ¡¡Tenía bastante carácter!! Yo creo que el vivir sola se lo acentuó más.


    Cuando era niña, mi madre me mandaba a llevarle alimentos de nuestra pequeña tienda, y tengo bonitos recuerdos de mi estancia en aquella cocina al amor de la lumbre, cuando Dª María me mostraba una estampa del Buen Pastor que sacaba de debajo de la toquilla, al lado del corazón, y me decía: "Mira que guapa es mi Carminica", esto ya era en sus últimos años. Me gustaba el olor a manzanas y harina que había en la casa, y ella siempre nos daba caramelos - Si la encontraba en cama mamá bajaba a asearla. Mamá nos dijo que siempre que pasáramos por su puerta le preguntásemos cómo estaba, creo que todos nos preocupábamos por ella. También estaba un hombre llamado Manuel "el portugués", que por encargo de sus hijos le segaba la hierba de los prados y le hacía algunos trabajos. Fue Manuel el que un día se la encontró muerta. 


    Yo era pequeña y no entendía porqué D. Manuel había obligado a sus hijos a hacer esos trabajos tan duros. En aquel tiempo, los maestros y padres decían que “la letra con sangre entra”, pero D. Manuel utilizó este método para convencerlos -" El trabajo duro" - Entonces la autoridad de los padres era incuestionable, y a ningún hijo se le ocurría pensar en irse de casa. Con el tiempo yo he comprendido que, cuando somos jóvenes, solemos pensar que ya lo sabemos todo, y no es así: a esa edad la firmeza de los padres es necesaria, pues ellos por su experiencia saben que pasamos toda la vida aprendiendo y aún así muy poco es lo que aprendemos. Discrepo si a veces los medios que se utilizan para convencer son justos. Lo que Manuel y Luís hicieron se convirtió en un reto para todos los que somos de Triufé, pues siempre que nos asignaban una tarea difícil de realizar, alguien venía a decirte: "Si tuvieras que hacer un pozo como los hijos del teniente, sabrías lo que es trabajar". Esto nos llevó a estar siempre intentando superar ese reto. Por eso yo digo que ese fue el pozo que todos hicimos de una manera u otra. Y el pozo sólo fue un medio para un fin. Allí se forjó el carácter de aquellos jóvenes, de los que su padre llegó a sentirse orgulloso.

   
    Algunas veces, cuando miro la casa y el pozo, pienso lo que supuso de esfuerzo y sacrificio para ellos; no sé si no será por eso que volvieron poco por el pueblo. O tal vez es que cuando echas raíces en otro lugar es difícil volver.

    Al morir Dª Maria la casa se la quedó Luís, acordando una cantidad a compensar con sus hermanos. La reparó un poco y a ella venia con sus hijos en los veranos. Un calendario de 1985 que pude ver en una visita reciente me hace pensar que ese fue el último año que vinieron.


    Cuando era niña soñaba con encontrar una lámpara maravillosa a la que le pediría un único deseo: que aquella casa volviera a tener vida, niños corriendo por el prado, algunas ovejas con sus corderillos diseminadas aquí y allá, las gallinas escarbando bajo los nogales y la cabra saltando por las paredes, las cuerdas llenas de ropa secándose al sol y el humo saliendo por la chimenea. Esa era la casa de los sueños de Manuel y Maria y, de algún modo, de los míos - pero es que yo soy una soñadora, y en la vida hay dos clases de personas: unos son los que crean sueños y otros cuentan dinero persiguiendo sus sueños.

La niña que no debió ser III - de Inés Camaro Sánchez.

P.D. Mi agradecimiento a Víctor López, Julián, Juno, Delfina Sotillo Sotillo, Marcelino, Antonia y Áurea Ramos Losada. Y, sobre todo, a Manuel Ramón Carbajo, Emilio Jose, Maria Cristina y Ana Marta, sin cuya ayuda este relato no habría sido posible.




      
         
         

24 feb 2013

Inés Camaro: Vivir y crecer en el entorno del Lobo (y 2)

Continuamos con las memorias de Inés Camaro Sánchez:


Un par de años después nos mudamos a otra casa en el barrio de arriba. Teníamos un prado en una zona hacia el norte, tras un monte, que no me gustaba nada, pero había que ir a conducir el agua para que se regase y diera buena hierba.

Pues un atardecer me fui con Chata a guiar el agua a este prado. Chata era nuestra perrita, no era muy grande y de pronto la noté muy nerviosa, ladraba y se ponía sobre las patas traseras intentando que yo la cogiera en brazos. Yo miré para ver que la asustaba pero no vi nada y de regreso a casa, subiendo el monte, empecé a notar una extraña sensación, como de frio en la nuca y como si el pelo se me erizara por la cabeza. Yo siempre llevaba el pelo cortito; mamá nos cortaba el pelo y ella decía que no podía dejárnoslo largo, porque casi siempre nos teníamos que peinar solas y el pelo largo daba mucho trabajo, así que nunca tuve coletas como otras chicas. Cuando estaba en lo alto del monte miré otra vez y entonces ya vi de lo que Chata se asustaba: saltando las paredes de el último prado como si fuera un caballo, venía hacia mí un lobo. Cogí en brazos a mi perrita, volví a mirar y ya eran dos los lobos que venían a toda velocidad. Como una ráfaga pasó por mi mente qué haría "él" si los lobos le persiguieran: un impulso me decía “¡corre,corre!”, pero las piernas no me obedecían y mi garganta no era capaz de gritar y pedir auxilio.


De pronto recordé cuánto era capaz de correr yo, aunque el vestido me estorbara  - entonces las niñas no llevábamos pantalones - y corrí monte abajo como yo sabía, saltando por encima de las escobas, los carpazos y las carqueixas, con mi perrita en un  brazo y la azada en el otro mientras mi corazón golpeaba fuerte en mi pecho y me faltaba el aire. Cuando llegué a la pared del callejón del corralón solté a la perrita y le dije “corre, que yo no puedo más”, me apoyé en la pared tosiendo para recuperar el resuello y miré hacia atrás. Allí los vi, se habían parado y en sus ojos la luz mortecina del atardecer me encandilaba como si fueran luciérnagas. Yo, un poco recuperada la voz, les grité: “¡queríais mi perrita? Pues si queréis cenar ir a cazar liebres” y seguí corriendo hasta casa. Al llegar tan acalorada mi madre me preguntó que porqué había corrido tanto. "Mírate" -  me decía - “con las piernas todas arañadas. ¿Crees que está bien que una niña tenga ese aspecto?” Yo le dije que me habían perseguido dos lobos y, como era de esperar, mi madre no me creyó, pensaba que me lo estaba inventando para que al día siguiente no me mandara ir otra vez. Yo sé que si hubiera sido "él" sí le habría creído y no pude dormir pensando en ello. Esa noche se oyó el aullido del lobo y algunos vecinos vieron sus huellas por la mañana en el camino de Robleda. Mi madre no se disculpó, yo sólo tenía ocho años y además era una niña torpe que no hacía nada bien, siempre tenía las rodillas y las piernas arañadas, tanto que mi padre a veces me decía que yo parecía la piedra del tope de la rueda del carro. La piedra del tope del carro cuando se deshacía por la presión de la rueda se sustituía por otra, pero mis rodillas no se podían sustituir, así que "cuídalas" me decía...


La siguiente vez que vi el lobo estaba con el ganado con mi hermana mayor, también al atardecer. Ya cerca del pueblo lo vimos saltar la pared de las cortinas de La Devesa, y eso era muy extraño, porque el lobo estaba entre nosotras y el pueblo. No era lo lógico. Se ocultó tras unos árboles y nosotras arreamos el ganado hacia un paso que había en una zona llamada La Lavandera. Pues por un portillo caído apareció el lobo, con sus fauces agarró un cordero y salió corriendo. Yo me quedé paralizada, petrificada como una estatua, pero mi hermana corrió tras él con tan buena suerte que por el camino que el lobo se iba estrechaba y se reducía al paso de un carro, y por él venían dos mujeres con un carro de salgueras del rio. El lobo, al verse acorralado, soltó el cordero y trepó monte arriba. Mi hermana regresó al momento con el cordero en brazos. ¡Ella si que era valiente!. Cuando llegamos a entregar las ovejas a una señora le faltaba un cordero, contamos el ataque del lobo y dónde le vimos anteriormente. Nos dirigimos a las cortinas de La Devesa y al llegar vimos un pequeño cordero, medio enterrado bajo los repollos. El lobo lo había enterrado para regresar mas tarde a recogerlo. Ese día el lobo se burló de dos pastorcitas.


Llegó otro invierno y un domingo a media mañana nuestro padre se acercó a ver unos árboles en Santiago de la Requejada, a lomos de la burra. Al mediodía el tiempo tuvo un cambio muy brusco y se puso a nevar, llegó el atardecer y seguía nevando. Mi madre empezó a preocuparse, a eso de las diez de la noche escampó y se quedó una noche estrellada con una luna tan grande que parecía de día. Al ver que mi padre no llegaba, mi madre dijo que teníamos que salir a buscarlo, porque seguro que se habría caído de la burra y estaría con una pierna rota o quién sabe si la cabeza, o tal vez le hubiera atropellado un camión en la carretera entre Otero y Remesal. Me dijo que la acompañara yo. Nos abrigamos y nos pusimos las katiuskas y emprendimos la marcha por la carretera hacia Otero, que entonces era de tierra y guijarros. Era la noche más hermosa que yo hubiera visto; sólo otra noche recordaba tan hermosa y era la de aquella ocasión que regresé en tren de pasar unos días en Madrid con los tíos. También había nieve y el recorrido desde la estación hasta el pueblo lo hice andando, iba en compañía de dos vecinos del pueblo. A mí me pareció que la tierra se había cubierto de diamantes y esa noche brillaban tanto que parecía de día. Pues igual brillaba esa noche, la luna era enorme.


Esa noche la nieve crujía a nuestro paso pues estaba helando. Bajamos las Majadicas, llegamos a Vidoleo y emprendimos la cuesta hacia Otero. Mamá de cuando en cuando llamaba a voces a papá, pero no había respuesta. Cruzamos Otero ya por la carretera de asfalto y llegamos a Prinoy, mamá volvió a vocear, pero nada: miraba por las cunetas temiendo que algún camión le hubiera atropellado, así llegamos a la aserradora de Remesal, donde partía el camino para Santiago. Mamá pensó que si no le habíamos encontrado hasta allí, tal vez decidiera en el último momento quedarse a dormir en Santiago. Nos dimos la vuelta. Para entonces yo ya no sentía los pies, pues la nieve me había entrado por las  botas.

Desandamos el camino y al incorporarnos de nuevo a la carretera de Otero a Triufé, como a doscientos metros al lado derecho hay castaños. Yo llevaba la mano derecha en el bolsillo de mi madre agarrada a su mano y noté que mi madre la presionó con fuerza y dijo: “creo que llevamos compañía”. Yo miré hacia los castaños, donde miraba mi madre, y vi varios ojos brillantes que se movían sin cesar. Mi madre dio varios golpes en el suelo con la vara de la guillada que llevaba en la mano, pero con la nieve apenas sonó, así que nos apresuramos a caminar todo lo rápido que la nieve helada nos permitía. Yo sentía ese frio repentino en la nuca, mis piernas ya no me obedecían y mi garganta era incapaz de pronunciar palabra alguna. Mamá tampoco hablaba y de vez en cuando se paraba y escuchaba.


Ya bajando, casi en el puente de Vidoleo, nos paramos mirando hacia la sarrieta que queda a la derecha, temiendo que los lobos nos salieran al paso por allí. Mamá dijo que no oía nada, pero yo, en lo profundo de mis oídos, escuchaba a la manada de lobos corriendo, jadeando cuesta abajo y me pareció que en cualquier momento saltarían sobre nosotras. Apretamos el paso y mamá dijo que igual teníamos que correr porque esas fieras eran muy capaces de darnos un disgusto.

Cuando superamos la cuesta a las puertas de Triufé nos paramos intentando ver si nos seguían, y sí que lo hacían: por lo alto del monte que da al cementerio, a pesar del brillo de la nieve, sus cuerpos oscuros y sus ojos brillantes destacaban en la noche. Llegamos a casa y al momento todos los perros del pueblo ladraron impetuosamente, pues sintieron el enemigo cerca.

Papá llegó al día siguiente al mediodía. Dijo que no se atrevió a salir con la tarde que se puso.


Teníamos otro prado que en primavera y verano teníamos que ir a conducir el agua y nuestra vez comenzaba a las doce de la noche. Era bastante lejos, cerca del puente de Manzanal, en la antigua carretera a Galicia. Hasta allí íbamos mi hermana mayor y yo y llevábamos la burra. Mi hermana sólo tenía dos años más que yo. La burra a veces se paraba, ponía las orejas tiesas, daba golpes en el suelo con una pata delantera y no quería caminar. Eso no podía significar otra cosa más que el lobo andaba cerca. Nuestra burra era muy valiente cuando se trataba de llevar una carga grande o saltar las paredes mas altas, aunque siempre nos descabalgaba por las orejas, pero cuando presentía al lobo era una miedica. Las noches de luna llena no nos daba tanto miedo, pero cuando no había luna era como ir a tientas y cada carpazo y cada escoba nos parecían monstruosos lobos que nos atacaban.


Lo  que se dice verlo de cerca, al lobo no volví a verlo hasta los catorce años, que abandoné el pueblo; pero oírlo y presentirlo fueron muchas las veces que, quizás sin razón, sentía ese frio en la nuca y esa sensación en el pelo como que se erizaba. Cuando de mayor he leído sobre los lobos, no he encontrado que haya habido ataques de lobos a humanos. Pero el miedo es libre cuando tienes pocos años y, además, los mayores cuentan historias terribles que los pequeños hacíamos ciertas. Hoy, ya mayor, admiro el modo de vida de los lobos; porque viven en manadas, son fieles, respetan las jerarquías y todos cuidan del grupo. Forman una sociedad bastante parecida a la nuestra, sólo que ellos no necesitan leyes escritas para respetarlas. Y pensar que en aquellos años casi se extinguieron... Bueno, se los podía ver abrigando los cuerpos de los humanos.

Tal vez parezca que unas niñas no deberían hacer ciertos trabajos o andar a deshoras regando prados, pero es que, en el mundo rural, cuando empezabas a caminar y sabías llevar un palo en la mano ya te mandaban a pastorear, y en tiempos de siega nuestros padres andaban muy cansados y había que ayudar.

Inés Camaro Sánchez - La niña que no debió ser V


(N. de A.) Algunos ya habrán adivinado quién es "él", pero aún no puedo decirlo porque escribiré más cosas de esta niña, hasta que cumplió catorce años y se vio apartada de esta vida - que ella siempre tanto añoró, a pesar de esos momentos en los que el lobo fue protagonista de sus miedos. Vistos desde la distancia del tiempo transcurrido no son nada comparados con otros miedos que conoció.


Nota: Las ilustraciones de lobos se han realizado a partir de fotos recogidas en feedio.net (1) y en funny pictures images (2), catalogadas ambas como public domain.

16 feb 2013

Inés Camaro: Vivir y crecer en el entorno del Lobo (1)

 "No hay nada más universal, menos elitista, que el impulso humano primario de dejar constancia de nuestro paso por la vida, de dar forma a la experiencia a través de imágenes y relatos. Por eso conmueven tanto esas manos abiertas impresas en la pared de una cueva, hace decenas de miles de años, o esos cuentos que no han necesitado ser escritos para transmitirse como mensajes de ADN de una generación a otra. Queremos contar lo que nos ha pasado. [...] Pero las historias que se conservan casi nunca son las de los trabajadores, los pobres, los analfabetos. El archivo inmenso de esas vidas se borra casi sin rastro en el tránsito de cada generación"  
Antonio Muñoz Molina - Dejar constancia, 2012 

Quiero agradecer públicamente a Inés Camaro Sánchez que haya elegido este blog para dejar constancia de sus recuerdos.


Recuerdo de cuando era muy pequeña ese cuento de "Pedro y el lobo" y que no era bueno decir mentiras.

Pues con esa idea crecías y tenías que demostrar ser valiente, además yo, especialmente, no podía permitir que nadie pensara que yo pudiera tener miedo a nada, tenía que ser valiente como lo hubiera sido "él"; Pedro no, "él".... Así que no daba un paso o tomaba una decisión sin pensar que haría "él" si estuviera en mi lugar. E intentaba que no se notara la diferencia, aunque ahora sé que era un vano intento. Cada uno es quién es y jamás, por mucho que lo intente, puede ser otro.

La  tierra donde nací y me crié, la comarca de Sanabria en el noroeste de Zamora, tiene un clima bastante riguroso en invierno, con intensas nevadas. En la segunda mitad del siglo pasado se daba caza al lobo, era frecuente escuchar sus aullidos en las largas noches del invierno cuando escaseaba la comida y bajaban de la sierra buscando alimento. Siempre oí hablar del lobo y del cuidado que los pastores de las ovejas tenían que tener, porque éstas o sus corderos eran su objetivo.


Los primeros momentos en los que el lobo influyó en mi vida se remontan a un invierno de nevadas muy fuertes. Por entonces vivíamos en una casa que casi era la última del barrio de abajo, allí vivíamos mis tres hermanas, nuestros padres y yo; yo era la segunda. Era una casa al abrigo de otras casas sin habitar y pajares donde se guardaba la hierba seca o los ramajos. La casa tenía forma de herradura en torno a un corral, en la parte baja había cuadras donde se cobijaban los animales: vacas, ovejas, gallinas, cerdos, una cabra y la burra, entonces todos los vecinos tenían burro o burra pues eran muy útiles para transportar carga. Cuando las nevadas eran intensas los animales no salían al campo, sólo hasta la poza mas cercana a beber agua, comían hierba seca, paja de las cuañeras y ramajos, grano de centeno, remolacha troceada, castañas, manzanas y berzas, que de esta verdura siempre había en invierno porque no se helaba. De ella se hacía también el escaldao para los cerdos, mezclándolas con patatas y harina. De todos esos alimentos se hacía acopio durante verano y otoño y se almacenaban en los pajares.


En uno de estos días de nevada, mientras cenábamos mi padre dijo “Se han visto pisadas de los lobos bien cerca y los perros del pueblo no dejan de ladrar. Hay que atrancar bien las puertas y guardar al perro”. No se equivocó: esa noche, al escuchar mugir a las vacas,  mi padre se levantó, salió al corredor y encendió un fachón de paja que siempre tenía preparado en un soporte de la pared. Cuando bajó las escaleras enseguida encontró las huellas de sus pezuñas: los lobos se habían paseado por nuestro corral.

Al día siguiente, hablando con otros vecinos, supimos que la perra del ti Juan y la ti Teresa había salido tras los lobos y aún no había regresado. Los lobos estuvieron aullando toda la noche. La perra se llamaba Loba y era tan grande como los ellos, era la guardiana del barrio de abajo y la ti Teresa era nuestra guardiana cuando mi madre nos dejaba solas. Loba muchas veces se venía con mis hermanas y conmigo cuando salíamos al campo con las ovejas y compartíamos con ella la merienda.

Pasaron varios días y Loba sin aparecer.


Por fin salió el sol y la nieve se deshizo un poco, se reanudaron las clases en la escuela. Era mi primer curso y vino el cartero con las cartas, pues cuando nevaba el cartero no venía, y los animales pudieron salir al campo. Cuando bajábamos de la escuela al mediodía, al pasar por un corral pequeño junto a una casa habitada oímos unos gemidos lastimeros y nos acercamos a ver qué sucedía. Allí, en un estado lamentable, estaba Loba con su piel hecha jirones; las orejas mordisqueadas, a su boca le faltaban pedazos de carne y parte de sus dientes quedaban al descubierto. Se lamía las patas, o lo que quedaba de ellas, y sus ojos estaban hundidos. Ella gemía y temblaba sin cesar, tenía un sufrimiento indescriptible que nadie sabía cómo aliviar. Creo que ya nadie esperaba encontrarla con vida y allí estaba... Debieron ser varios los lobos que la atacaron para dejarla así.

Nadie supo dónde estuvo ni cómo llegó allí; ni porqué se cobijó en aquella cuadra que estaba a cien metros de la casa de sus dueños. Parecía como si no quisiera que la vieran  tan maltrecha y herida. Todos nos volcamos en cuidarla, pero estaba tan débil que no parecía que pudiera sobrevivir. Con agua y leche se alimentó los primeros días y pasó mas de un mes antes de ponerse en pié. Hasta que no recuperó las fuerzas no regresó a la casa de sus dueños.


Al finalizar ese invierno los cazadores pasaron por el pueblo y llevaban expuestas varias pieles de los lobos que habían abatido. Era costumbre que fueran por los pueblos y la gente les daba obsequios, porque se suponía que la eliminación de los lobos beneficiaba a los propietarios de ganado. Yo pasé la mano por la suave piel y sentí algo extraño que no sé cómo explicar: yo quería mucho a Loba y lo pasé mal al ver lo que sufrió, pero no entendía que tuvieran que morir los lobos.

Aunque fuera mi primer curso en la escuela y no supiera de lo que enseñan los libros, yo ya había aprendido que los animales debían estar bajo el dominio del hombre; por lo menos desde aquel día que me escondí bajo la cama porque no quería oír ni ver matar a los cerdos, aunque no me sirvió de nada porque me encontraron y me obligaron a sujetar el cubo para recoger la sangre. Nunca he podido olvidar el olor dulzón de la sangre caliente chorreando hacia el cubo, tampoco el vapor que desprendía por el frío invernal. Comprendí que de aquello dependía nuestro sustento para el resto del año, al igual que del resto de animales que teníamos. Me enseñaron a tratarlos bien, aunque el final fuera que tuvieran que morir. No era bueno encariñarse con un pollo, o con un cordero, porque desde que nacía ya estaba sentenciado para una fecha. Las gallinas y las corderas servían para aumentar el gallinero o el rebaño. Esto era una de las cosas más crueles del mundo rural, yo reconozco, y no me avergüenzo, haber llorado por algún cordero o un cabritillo al que le había dado besos y abrazos.


Pero los lobos no nos pertenecían, eran animales del bosque y de las montañas y sólo cazaban para alimentarse. ¿Porque éramos sus depredadores? Al preguntarle a mamá por esto ella me dijo que lobo muerto era oveja o cordero que se salvaba. Entonces no había compensaciones para los que perdían ovejas por culpa de los lobos y esto podía causar estragos en la pequeña economía rural, no había seguros que protegieran cuando una vaca se despeñaba en el monte o un cerdo moría del mal rojo etc.etc. Cuando se despeñaba una vaca solía ser en lugares de difícil acceso, entonces la desangraban, la troceaban y se daba carne a todos los vecinos. Si un cerdo u otro animal moría extrañamente se le enterraba al pie de un castaño, bien profundo para que no le desenterraran las alimañas.

A menudo mi hermana mayor y yo nos subíamos al tejado de nuestra casa, a escondidas, para comer uvas de las parras; sobre todo los lunes, cuando nuestros padres se iban al Mercado del Puente. Nos tumbábamos sobre las pizarras y a veces nos quedábamos dormidas, con el peligro de rodar hasta la calle o el corral y caer sobre el tajo de cortar leña o sobre la macheta. Nosotras no advertíamos el peligro: entrecerrando los ojos veíamos  miles de telarañas que se deslizaban con el viento y soñábamos con lo que haríamos cuando fuéramos mayores. Allí nos sentíamos seguras y si venían lobos de cuatro patas - o de dos - nunca nos verían. De los de dos patas nos avisó mamá que eran los peores y que tuviéramos mucho cuidado. Cuando fui más mayor comprendí lo que mamá quería decir con eso y agradecí esos sabios consejos. Supe que sí, que hay lobos de dos patas y que siempre están al acecho. En los últimos años me parece que las mujeres han bajado la guardia.

Nosotras pasábamos muchos días totalmente solas, pues nuestra madre acompañaba a nuestro padre a realizar trabajos muy duros cortando árboles. La madera era parte de la economía de la gente, pues cuando llegaba la siega o la matanza quien más quien menos necesitaba dinero para comprar pimentón o pagar a los segadores, y era entonces cuando recurrían a vender un árbol. El que vendía un árbol sabía que debía que plantar otros tres para que Sanabria siempre tuviera árboles.


Nuestras aventuras en el tejado finalizaron el día en que la tabla donde nos apoyábamos para subir cedió bajo el peso de mi hermana: los clavos se le hincaron en el costado y ella quedó colgando, suspendida del corredor y la sangre chorreando por una de sus piernas. Menos mal que mamá estaba en casa en esa ocasión. No fue fácil rescatarla, pues mamá no la alcanzaba desde abajo. Al final pudo bajarla arrimando el carro para cogerla. Mamá estaba furiosa y creo que tenía un ataque de nervios. Gritaba: ¡Me vais a matar a disgustos!. Fue mamá quien curó a mi hermana. Cuando le apartó el vestido se podía ver como se movían los tejidos internos por entre las costillas abiertas al respirar. Mamá desinfectó la herida y le dio puntos como ella hacía siempre, tenía un valor difícil de definir. A mí también una vez me cosió una ceja, que me rompí patinando en el hielo de la poza. Cuando le contaron como había sido, primero me dio unas chuletas en el culo y después me curó. Mamá nos cosía como cuando cosía la ropa que nos hacía, pulcra y segura, con una aguja de coser normal e hilo normal, agua y jabón casero para limpiar. Entonces no era fácil encontrar un médico urgentemente. Vivía en otro pueblo y el transporte más rápido era la burra.


Puede parecer que nosotras éramos unas pequeñas salvajes y que nos arriesgábamos más de lo que nuestra madre pudiera controlar, pero así era la vida de todos los niños en aquellos tiempos. Las que decían que éramos salvajes eran nuestras tías, cuando venían al pueblo de vacaciones, y es que ellas se habían hecho muy finas: eso de subirse a los tejados o a los árboles ya no las parecía bien. ¿Por qué? Si ellas habían hecho lo mismo...

Inés Camaro Sánchez - La niña que no debió ser V



Nota: Las ilustraciones de lobos se han realizado a partir de fotos recogidas en Beautiful free pictures (1) y en All about wolves(2), catalogadas ambas como public domain.

8 ene 2013

Don Manuel Carbajo, por Inés Camaro

Después de unas cuantas entradas dedicadas a recoger textos sobre Sanabria, llega el momento de presentar uno escrito desde Sanabria. Recuperamos así nuestra sección de Colaboraciones, para mí la más querida del blog: los lectores habituales ya conocen a Inés Camaro Sánchez


A D.Manuel Carbajo Prada,un buen hombre.

  La niña que no debió ser,  desde su mas tierna infancia, sintió curiosidad por conocer quién había sido ese hombre, aquel que hizo posible todas esas cosas que tanto habían mejorado la vida de las gentes de su pueblo. Un hombre al que nunca conoció, porque su tiempo comenzó cuando él ya se había ido - todo cuanto supo de él fue por boca de sus padres, también fallecidos. Un hombre que vivió en su propio pueblo, donde formó familia con dos mujeres, aunque él – le contaron – pudo haber nacido en Trefacio.



  Siempre estuvo orgullosa de ese hombre: Don Manuel Carbajo Prada, alcalde mayor del Ayuntamiento de Robleda-Cervantes en el que está integrado su pueblo, Triufé de Sanabria. En su época – principios del S.XX – ni Triufé ni el resto de la comarca existían para los gobernantes: por aquí no venía nadie, la gente se las arreglaba como podía y su calidad de vida era muy, muy humilde. Se vivía de la agricultura y algo del ganado, se cebaba algún cerdo para luego hacer la matanza y tener algo que echar al puchero durante todo el año; con unas cuantas gallinas y verduras en el huerto la gente sobrevivía. Algunos hombres aprendían oficios que les ayudaban a mejorar la economía: unos en la construcción, pues aquí la gente se hacia su propia casa; otros aprendieron a trabajar la madera, desde cortar, modificar y reducir árboles a construir muebles. Sabían extraer la piedra de las canteras y la pizarra de las loseras, también trabajar el barro que se utilizaba con la piedra en la construcción de la casas.


  Manuel Carbajo fue teniente de la guardia civil. Ingresó en el cuerpo con el tiempo justo para ser destinado a Cuba, en el nefasto año de 1898. Cuentan que cayó prisionero de los insurrectos y que su familia tuvo que trabajar muy duro para poder traerlo de regreso. Se sabe que tuvo otros destinos en la península antes de volver a establecerse en Sanabria, posiblemente en la segunda década del S.XX.


  Don Manuel llegó con ideas innovadoras y le costó entender que en Sanabria todo siguiera igual. Cuando fue nombrado alcalde decidió que lo más prioritario era mejorar las condiciones de vida en los pueblos y que para ello sólo contaba con dos herramientas: la mano de obra y la sabiduría de los propios vecinos. Pero tenía que convencerlos de que aportasen días de trabajo para la comunidad y esto, que parece fácil, no lo fue: se convocaron plenos para tratar de llegar a un consenso, pero aunque todos estaban de acuerdo en que lo propuesto era necesario, no pudo alcanzarse el acuerdo.


  Don Manuel fijó entonces una multa para los que no acudiesen a los trabajos comunales. Sólo así pudo llevar adelante la construcción del cementerio, de fuentes y pilones para lavar la ropa – cinco de ellas en Triufé – y de la escuela, su proyecto más querido. Él quiso  que hombres y mujeres recibieran igual formación, pues, hasta entonces, si venía algún maestro por estos lares sólo los hombres asistían a sus clases. A las mujeres les daba clase el abuelo de la niña y todas aprendieron, por lo menos, a escribir cartas, para poder comunicarse  cuando sus maridos o hijos se iban a trabajar fuera. La única que no quiso aprender fue precisamente su abuela y después, cuando su abuelo murió joven, ella lamentó no haber aprendido y cuando su hijo se fue a la guerra tenía que pedir que le escribieran y leyeran las cartas.


  Todas las construcciones se realizaron por igual en los pueblos del Ayuntamiento y tienen un estilo diferente al que se solía utilizar por aquí. Sobre 1930 ya estaba todo construido.

  La niña que no debió ser no sabe la cuantía de la sanción impuesta a los que no acudían a la obra comunal, pero sabe que es una herida que aún escuece - hay que recordar que algunos vecinos con su cuadrilla construían casas y tenían compromisos adquiridos. Hace algún tiempo se elevó una propuesta para hacer un homenaje a este alcalde y colocar una placa en algún sitio, pero hubo quien se negó pues después de tanto tiempo aquellas viejas multas seguían presentes en su memoria. Puede haber quien considere un dictador a Don Manuel, pero la mayoría de los vecinos reconocen hoy que el pueblo mejoró mucho gracias a aquellos días de concejo – la única forma de sobrevivir frente al desamparo institucional.


  Por todo esto y más cosas que se contarán, La niña que no debió ser admira a este hombre y cuando va al cementerio se detiene ante su tumba, lee su nombre y dice: “Bendito tú que mejoraste la vida de nuestra gente”. A su sepultura nadie lleva flores, pues su familia se fue lejos; pero no las necesita, pues todos los que le recuerdan tienen un hueco para él en su corazón y nuestra tierra siempre ofrece flores para gente como él.

   (  La niña que no debió ser - II ) a través de Inés Camaro.



Notas:

1. Robleda-Cervantes es un municipio y localidad de la comarca de Sanabria, en la provincia de Zamora, Castilla y León, España. Cabeza de ayuntamiento, pertenece a la jurisdicción de Puebla de Sanabria. En el municipio se encuentran las localidades de: Cervantes, Ferreros, Paramio, Robleda, Sampil, San Juan de la Cuesta, Triufé y Valdespino, así como tres pequeños núcleos urbanos: La Gafa (en las afueras de El Puente), Chaguaceda (incluido en Robleda y actualmente desploblado) y Lagarejos (incluido en Valdespino). Hasta 1978, pertenecía a este ayuntamiento Robleda el pueblo de Castellanos, fecha en la que se desanexionó y pasó a formar parte del ayuntamiento de Puebla de Sanabria. (wikipedia)(mapa)

2. El Concejo sanabrés, en su doble acepción de órgano asambleario para la toma de decisiones y también como jornadas de trabajo comunales, es una institución con orígenes en el Reino de León medieval, aunque otros autores lo remontan al derecho germánico de los visigodos. Todavía continúa en vigor, pese a encontrarse muy disminuido por el poder de los ayuntamientos y la despoblación. Juan Manuel Rodríguez Iglesias le dedica una muy completa entrada – como es habitual – en su blog Lenguajesculturales's

27 mar 2012

Gabino García Vega y El Relojero de La Cabrera


Hace unos días me acerqué a Vega del Castillo, un hermoso pueblo carballés en las puertas mismas de la Sierra de la Cabrera, famoso, entre otras cosas, por su Concentración de Gaiteros anual, que ya ha alcanzado las veinticinco ediciones. Allí tuve la suerte de conocer a D. Gabino García Vega, un auténtico Narrador de Historias en la mejor tradición de nuestros filandones. Durante el poco tiempo que pasé a su lado me transmitió una cantidad ingente de cuentos, historias, vivencias y ocurrencias con las que podría llenar de contenido este blog hasta el final de la interné; todo con una vitalidad y un dominio del hecho narrativo - perdón, pero no se me ocurre mejor manera de explicarlo - impresionantes. También me mostró el manuscrito de sus Memorias, publicadas hace tiempo gracias a la perseverancia – como en tantas otras ocasiones – de Eusebio Rodríguez, de Rionegro del Puente, y hoy me temo ya descatalogadas.

De entre todas esas historias hoy quiero compartir con ustedes una, contada con sus propias palabras: “El Relojero de La Cabrera

“ Quizás el emigrante más famoso de la Comarca de La Cabrera fue el relojero Losada, que su nombre era José Rodríguez Conejero, que nació en Iruela (León) siendo bautizado el 3 de mayo de 1797. A los dieciocho años se va de su casa a consecuencia de una paliza que le da su padre por dejar perder una ternera de las que cuidaba. Me comentan en su pueblo Iruela que no le pegó su padre, sino que lo estaba esperando para sacudirle el señor C... D... , que no digo su nombre, que la ternera que le comieron los lobos era de él, y se acobardó y se fue de casa.

“ Anda por Sanabria, Extremadura y a los pocos años lo hayan en Madrid como oficial del ejercito. Según la historia, debido a sus ideas liberales tuvo que huir a Inglaterra. Una vez en Londres entra a trabajar como mozo de limpieza en el taller de un relojero, interesándose por esta industria ha llegado a ser el mejor fabricante de relojes de su época, fue nombrado cronometrista de la Marina española y de la Casa Real y es el autor del reloj de la Puerta del Sol de Madrid.

“ Me comentan en su pueblo Iruela que no se marchó de España por liberal sino por otros motivos que pasaron en la Casa Real siendo reina Isabel II, hija de Fernando VII y casada con Francisco de Asís que según la historia tuvo ocho hijos y... y... (1) Lo iban a ahorcar y sus compañeros con caballos lo acompañaron hasta Francia. También me comentan que muriendo su jefe se casó con la viuda y siguió con el negocio.

“En 1860 viaja a su pueblo Iruela regalando a la parroquia un altar del Santo Cristo y un reloj para la torre de la iglesia que no llegó a su destino por las malas combinaciones y la inexistencia de carreteras. En Iruela me comentan que después de estar casi dos años en la Estación del Ferrocarril de Astorga el reloj se quedó en Astorga.

“Muere en Londres el día 6 de marzo de 1870. En Iruela tiene un monumento más pobre de lo merecido.(2)


(1) Aquí Gabino me cuenta lo que se decía en Iruela sobre la vida matrimonial de Isabel, Francisco y el papel del relojero, pero si él ha preferido no plasmarlo por escrito... no seré yo quién lo haga.

(2) Por si queda alguna duda, la historia es real (ver entrada en wikipedia)

1 feb 2012

A Verea da Louxa, por Tanxilde

Una vez más mi amigo y paisano Kiko Blanco, Tanxilde, honra este blog con  una historia portexa, una historia de trabajos olvidados, de amistad y de iniciación con la Sierra y Trevinca como telón de fondo. Espero que la disfruten tanto como yo.


Joaquín tiene 14 años, su amigo Julio  alguno menos. Estamos en la década de los 60, los americanos están pensando en ir a la luna en un caballo lleno de brío pero manso y dócil a la vez llamado Apolo.
En Porto, más modestos, han preparado otro viaje. Unos treinta kilómetros, pero para ellos es la aventura con la que soñaban desde el año pasado, desde que le hablaron de unos montes altos y unos valles muy profundos, allá por Trevinca, tanto que daban vértigo.
Están atemorizados, por lo que les han contado los mayores de la vereda por la que van a surcar estos días… viajes de ida y vuelta durante una semana. Les quita el sueño el dicho de que siempre se despeña un caballo hasta el fondo del valle, aunque los jamelgos que dispondrán son viejos, torpes y lentos, nada de bravura…
Joaquín, para dominar su temor y distraerse, piensa en una anécdota muy graciosa que hace unos años le hizo reír a carcajadas,  pero ahora ni se inmutan las comisuras de sus labios… se acuerda de fulano… no sé el nombre. Que siendo niño como él iba de camino a la escuela. Era tiempo de matanzas y en esto que se topa con una de ellas, el cerdo tumbado en un banco, rodeado por media docena de mozos, berreaba como reo a muerte. Se le ocurre decir al niño.

- ¡Berra, berra cobarde porque te matan… anda que si tuvieses que ir a la escuela, que no harías!!!!


Lo de ir a la escuela es una broma comparado con lo que van a vivir estos días y este recuerdo que en otro tiempo le hizo reír a carcajada limpia, ni le perturba ni le aparta el pensamiento de la maldita vereda.
El viaje de ida hasta la cantera de pizarra durará seis ó siete horas, por lo que salieron durante la noche para que el amanecer les ilumine el camino a la altura de Moncouvo, donde empezará la subida más fuerte y al mismo tiempo hacerlo de mañana, cuando el sol todavía no calienta demasiado… será un tercio del camino.
Julio lleva un rato mirando  a Joaquín, no entiende cómo puede mantenerse encima del caballo dormido y con las manos metidas en los bolsillos; claro que su padre que va caminando delante, lleva las riendas, (lo que no sabe es que solo lleva los ojos cerrados, pero sus sentidos van en vigilia). El sin embargo va cómodamente tumbado en los “feixes de palla” (manojos de paja) que utiliza como colchón, pero  el traqueteo del carro y el sonido del roce del acero de las ruedas con la  roca del camino le impide dar cabezada…aunque  el choque de las herraduras de los caballos con las piedras del camino, (su padre también lleva en los zapatos “de pao” herraduras, para evitar el desgaste de la madera), que emiten el mismo sonido que los caballos,  le hacen  adormecer…


Al pasar a la altura de la “casa de la Cacheta”, casi le entra el pánico al ver la sombra de los caballos y la silueta de los que iban delante proyectadas por la luz del farol que les iluminaba sobre la pared de la cabaña de ganado. Le recordaba las historias de bruxas y apariciones de difuntos en las veredas al anochecer…sintió como se le erizaban los pelos y le penetró un frío gélido hasta los huesos. Pero… seguramente los lobos y jabalíes, también sentirán ese miedo y saldrán huyendo, por lo que dio por buenas aquellas sombras atemorizantes.
En total para la expedición iban dos carros arrastrados por tres parejas de vacas cada uno, en el que iba Julio tumbado, acarreaba la paja que serviría para amortiguar los golpes de la pizarra y no se rompa en el transporte - entre pizarra y pizarra se pone una fina capa de paja - también además llevaban los víveres para una semana de todos nosotros y en el carro de atrás iban los “mañizos” de hierba para dar de comer a los caballos y vacas.
Allí en la cantera de la Mortera, llevaban unos días tres vecinos más arrancando la pizarra de la roca, por lo que cuando llegasen estaría lista para cargar en los caballos.
Cuando llegaron a la altura de Foio Castaño, allí establecieron el campamento, dejaron los carros y almorzaron un frugal trozo de pan con tocino curado al humo y cocido. Para seguir a partir de allí la vereda que discurría como un filo de navaja por la loma de una  montaña que descendía  hacia la cantera. Todavía le quedaba una hora de camino con los caballos.
Las vacas quedaban a cargo de uno de los vecinos que las pastorearía a lo largo del día y evitaría que se perdiesen en la serranía. Durante la noche habían establecido un perímetro en una vaguada del que no saldrían porque les estarían vigilando a turnos. Y si lo hacían sería porque siempre hay alguna vaca que hace de líder y les incita a seguirle, a buscar más seguridad o alimento. (A estas vacas líderes es a las que se les pone un cencerro (chocallo en su idioma, el portexo) y siempre estarán localizadas.
Terminado el almuerzo empezaron a descender por la vereda, por la derecha se hundía la montaña y formaba un valle profundo y al fondo un bosque donde apenas distinguía los árboles. Dicen los mayores que son tejos y tan espesos que hace pocos años los utilizaban los “huidos “como refugio y santuario. A mitad del camino había un recodo con una roca que sobresalía y en el cual muchos caballos tropezaban lateralmente con la carga y se precipitaban al vacío. Era el punto más peligroso del camino. Ese día hicieron dos viajes de pizarra, el resto de los días harían cuatro, dos de mañana y dos de tarde.


Al llegar con el último del día, siempre poco antes de ponerse el sol, para poder recoger leña, (normalmente brezo seco o piorno) y poder mantener una lumbre para condimentar ciertos alimentos, normalmente asar carne y el lujo de un café de puchero, (eso sí para los mayores), descansaban al calor de la lumbre. No faltaba  la bota de vino que se rellenaba de un pellejo de cabra. Y el agua que utilizaban la proporcionaba el nacimiento del rio Xares unos doscientos metros hacia Trevinca. Cuando las ultimas brasas e historias contadas por los mayores se apagaban, se metían enrollados en una manta entre los mallizos de hierba y los feixes de palla.


 Pegados unos a otros para mantenerse calientes y poder dormir y recuperarse del arduo trabajo. El dormir pegados unos a otros también les daba seguridad ante los habitantes de la noche, fuesen bruxas, lobos o jabalíes, que seguro les acechaban desde la oscuridad. Podían oír las conversaciones entre ellos en forma de aullidos, berridos…El sueño llegaba sin apenas enterarse. Julio y Joaquín se quedaban hipnotizados al ver tantas estrellas brillar en el firmamento, y de vez en cuando surgía alguna de la nada y desaparecía de la misma manera, dejando un rastro, brillante y fugaz. (Por ese mismo camino de los cometas y los dioses, había tres viajeros, de los que estaba la humanidad pendiente, (Armstrong, Edwin y Collins.) Su camino era más largo que el de Joaquín  y Julio, más peligroso y audaz, más excitante y grabado en nuestra historia. Pero el de estos dos niños que en estos días empezaron a cruzar la frontera de la adolescencia. Transformó para siempre su personalidad, entre bruxas, jabalíes, lobos y todos los habitantes de la noche.
Por la mañana ordeñaban una vaca del tío Francisco y comían unas sopas de leche muy calentitas para recuperarse del frio de la noche.


Así estuvieron durante una semana en el mes de septiembre. Julio y Joaquín vivieron la aventura que les hizo sentirse hombres, y sabían que durante los primeros días en la escuela serian la admiración y atracción de sus compañeros… seguramente también la envidia de algunos por este viaje que les ha transportado a otro mundo mágico. Porque habían vivido donde lo hacen los lobos, corzos, jabalíes y… todos esos seres que por las noches nos dan tanto pavor. Pero habían sobrevivido, no habían llegado a la luna… pero la habían tocado entre tantos, aullidos, bramidos y sonidos de las noches estrelladas en la montaña.

Texto y fotos: Kiko Blanco, Tanxilde