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14 abr 2009

La Leyenda del Roble de Codesal


En una esquina del cementerio de Codesal se yergue orgulloso un roble centenario. Dicen que tan imponente árbol solo se sustenta en dos raíces, que se hunden por separado en la tierra para acabar abrazadas muchos metros más abajo. Has de saber que este roble es el testigo que nos queda de una historia de amor desgraciado.
En tiempos del medievo salieron de Codesal tres arrieros a buscar nuevos mercados en las tierras de Galicia, y en el valle de Verín se les dio tan bien la venta que quedaron algunos días y hasta amigos hicieron entre los mozos del pueblo. Una noche, en la que quizás bebieran alguna jarra de más, los codesalinos criticaron que el Señor de Verín explotase a sus nuevos amigos con tributos y prebendas que en Sanabria no se usaban. Llegó esto a oídos del Señor, que no era muy receptivo a las críticas, y con las mismas les mandó prender y aún incautarles las mulas.
Tenía el carcelero del castillo una hija, mocita y bella, que le ayudaba en sus tareas: entre otras, llevarle la comida a los arrieros presos. Date que, con el paso de los días, primero tomó amistad con ellos y, poco a poco, llegó a enamorarse del más alto, el de los ojos castaños, y fue correspondida. Cuando llegaban las fiestas, la joven oyó decir que el día de Navidad los codesalinos serían azotados, expulsados de Galicia y sus mulas y mercancías requisadas por el Señor del castillo.
Del disgusto, la moza se puso enferma y pidió permiso a su padre para retirarse antes de finalizar la cena de Noche Buena. Mas lo que hizo fue hurtar el manojo de llaves y liberar a los tres arrieros, sus mulas y sus pertrechos. Antes de partir en la oscura noche, el de los ojos castaños besó la mano de su amada y le juró lealtad hasta más allá del camposanto.
Cuando se descubre la huida, el carcelero cae en desgracia y ha de abandonar Verín, buscando refugio en los montes que le vieron nacer más allá de Valdeorras. Aún con golpes y maltratos, nunca consiguió que su hija reconociese su participación en la fuga. Un día, harto ya, la maldijo y ella partió con una cuadrilla de segadores que bajaban hacia Castilla en busca de su jornal.
Hete aquí que los segadores encuentran trabajo en Codesal y se instalan por unas jornadas. Pero es tan dura la faena, y tan grande la pena de la joven carcelera, que a los tres días allí muerta se queda. Los gallegos han de partir, en Codesal no la conocen y, mientras deciden qué hacer, sólo una vieja se encarga de apartarle las moscas con una rama de roble. Al fin deciden sepultarla en una esquina del viejo cementerio, pero nadie se acuerda de llevarle flores y uno de los mozos, con un punto de chanza, clava sobre la tumba aquella ramita de roble.
A los pocos días, el arriero de los ojos castaños regresó a Codesal de uno de sus viajes de ventas. Cuando le cuentan la historia, conoce que hablan de su amada y, postrado sobre la tumba, la llora con amargas lágrimas. Después ingresó en un monasterio y llevó vida de santo hasta el momento de su muerte.
Pero sus lágrimas, amigo lector, fueron las que germinaron aquella rama y de ahí el imponente roble que no has de dejar de visitar cuando llegues a Codesal.

Me siento incapaz de transmitir siquiera una parte de la magia que supone escuchar esta leyenda versificada en la voz de Argimiro Crespo. Por eso me he permitido esta versión libre.
Toño Rodríguez
Fotos: El Roble de Codesal, hoy

5 abr 2009

Argimiro Crespo y el Museo Etnográfico de Codesal


Si vais al Museo Etnográfico de Codesal encontraréis una cuidada selección de los aperos utilizados en el ayer de Sanabria y Carballeda. Veréis capas, pardos y cholos; calabazas, barriles y jarras; andadores, cunas y pizarras. Desde peines de lino hasta ruecas y husos, y desde atizadores a fuelles de fragua. Una hermosa colección reunida por el esfuerzo de los vecinos, que se han preocupado de rescatar del olvido aquellos cachivaches que languidecían en los desvanes.

Pero si tenéis la suerte de ir al Museo y que vuestro guía sea Argimiro Crespo habréis cruzado la puerta de un reino casi olvidado. Argimiro, el Último de los Juglares, fue arriero en su juventud y recorrió nuestra tierra con una mula y dos baúles cargados de fe. Conoció sus gentes, las escuchó y de todos aprendió algo. Y su alma de poeta supo darle forma y hoy sus palabras tienen una sensibilidad pasmosa.

Con cada cacharro, Argimiro te explica, te cuenta y te canta si la oportunidad lo demanda. Y en sus manos una humilde tabla de lavar ya no es un trozo de madera inane, sino que ves a las mujeres junto al río, oyes sus risas y sus chismorreos y un trocito de aquel mundo cruza la frontera hacia el nuestro. Argimiro domina el tempo y narra como nadie: si oyes en su voz queda la leyenda del Roble de Codesal sentirás como el vello se enfría en tu espalda.

Argimiro, no nos deje nunca. Sé que son muchos los años y que pérdidas recientes quizás le hagan apetecer un descanso. Pero sin usted todos quedaríamos huérfanos y ese mundo, en el que vivieron nuestros abuelos, se alejaría un poquito más en el tiempo.

Foto: Argimiro Crespo, trabajando el lino en el Museo de Codesal