26 may 2009
Trevinca, el techo de Sanabria y Carballeda
Peña Trevinca, con sus dos mil y pocos metros en el límite de tres provincias, no es por supuesto ningún ochomil. Sin embargo, como todas las montañas, esconde su ración de aventura para quien quiera ir a buscarla. Mi corazoncito de chaval enamorado de las cumbres desde que conoció las andanzas de tipos como Mallory, Hillary y otros cuantos se enorgullece hoy en presentaros el maravilloso relato –y las fotos- de la ascensión a la cima de nuestros amigos Marina y Sergio. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.
28 de abril de 2009
Alojados en la Hospedería el Pico del Fraile, desayunamos temprano, cogiendo fuerzas para proponemos subir el techo conjunto de Zamora y Orense, en un día incierto en cuanto a meteorología se refiere. Subimos hacia San Martín de Castañeda y preguntamos en el centro de interpretación la predicción del tiempo de un modo más específico, confirmando sólo que hay nieve por encima de los 1300 metros. Dejamos constancia de nuestra partida (por si las moscas de un rescate previsible), pero el gentío de autobuses de jubilados que llegan y entran, parecen disipar la atención de la persona responsable y nos vamos con una sensación de “información no procesada”.
Subida hasta la Laguna de los Peces. Solo hay otro vehículo aparcado con excursionistas que no se alejan demasiado del entorno y que se marchan. Son las 11.00 cuando decidimos atacar la subida al monte. Tenemos un buen mapa detallado de la zona y otro más elemental de la obra “Techos de España”, más otros itinerarios y experiencias sacadas de la red.
Hacia el norte hay una ruta marcada con estacas azules y otra ligeramente divergente que acaban en el embalse de la Vega del Conde. La primera baja hasta su derecha y el comienzo del valle del Tera y la otra acaba en la presa, a su izquierda, debiendo continuar su orilla hasta dicho valle. Este trozo que comentamos, aparentemente fácil…se convierte en una primera pesadilla. Como supone una elevación respecto a la laguna de partida, la nieve está presente, la visión es de unos 20 metros y las estacas (muy pequeñas) se pierden, se vuelven a encontrar y se vuelven a perder en espacios abiertos cubiertos del blanco elemento, casi helado. Con brújula, cierta orientación topográfica (no se ven muchas referencias del terreno) y una dosis de intuición (que luego necesitaríamos mucho más a la vuelta) se avanza con un fuerte viento y un frío tolerable. El desánimo inicial (sabiendo lo que queda y con el clima en contra) se abre al optimismo al descubrir la vista del itinerario a seguir: el camino de descenso hacia el embalse mencionado, el valle del río Tera libre de nieve, y la cumbre que casi se intuye (cubierta de nubes) del Trevinca.
Bajamos raudos en zig-zag y pisamos el blando lecho del valle…con agua a raudales en forma de riachuelos, lagunillas, lodazales y vegetación. Vamos por el lado derecho, según se sube (en realidad las estacas azules van por el izquierdo y es más cómodo...como descubrimos a la vuelta). Se ve un puente que cruzaría hacia ese lado, pero lo obviamos por ver el camino “claro”. Tras unas 4 horas y algo desde el parking, con el paso de la maraña de afluentes con medios de fortuna llegamos a la base del pico.
La cima está cubierta de nubes y vuelve a aparecer la nieve. Reponemos fuerzas con algo de alimento y bebida y tras no pensarlo mucho…la cabezonería empuja a trepar. El camino se intuye y pensando que en época primaveral o verano sería otro tipo de excursión, en este momento, la propuesta empieza a convertirse en una dura empresa. La ventisca a medida que vas subiendo a las caras expuestas del camino, empujan hacia atrás; la nieve se hace espesa y te metes hasta la rodilla o bien está casi petrificada por lo que sin crampones hay que pegar “patadas” en la misma, para hacer una “escalera” ayudándote de los palos de travesía. La cosa se llega a poner complicada y las fuerzas merman. Finalmente se intuye un risco entre la mole blanca y parece ser la cumbre. Esperando no equivocarnos, la confirmación debe ser una cruz derribada en la misma. Llegamos a la zona rocosa y el hielo juega malas pasadas: todo resbala y algún tramo puede ser peligroso, pero con precaución y esfuerzo coronamos techo encontrando el citado símbolo. La vista no es posible..pero la sensación de soledad (no hay nadie más en la zona) a la par que la del triunfo extraño de “subir” y que la montaña te deje hacerlo, conmueve y congratula.
Sin mucha posibilidad de recrearnos y pensando ya en la vuelta, bajamos a toda prisa por los mismo escalones anteriores, incluso improvisando “un trineo corporal” por algunas pendientes por las que te dejas caer sin problemas. De vuelta al fondo del valle otro trago y con cierta sensación banal de superioridad (ya lo sabremos después) volvemos por el otro lado (el de estacas) en un atardecer precioso y un andar alegre y relajado. Cruzamos el puente y vemos el refugio que no vimos al bajar (debimos pasar justo por encima). Son las 18.30 y subimos en busca de nuestro coche (ahora un tonto vestigio de civilización que promete calor y ropa seca… las botas y calcetines son en estos momentos un pantano). La cuestión parece ir bien, siguiendo las estacas como migas de pan, pero intuyendo que volvemos a entrar en unas zonas de poca visibilidad, viento y frío. Efectivamente, en una de las llanuras nevadas no encontramos el siguiente hito y vamos tirando de intuición-brújula para buscar la salida. En teoría, en una hora y media deberíamos salir de allí pero lo que se ve no va más allá de 3 metros...mala cosa. Es uno de esos momentos de cohesión de grupo y de confianza mutua que te hace valorar el compañero/a que llevas a la montaña..y el que no te llevarías.
Pues bien, viendo el mapa decidimos tomar una orientación Sur-Oeste: se trata de un ángulo que dentro del “despiste” permite o bien salir al punto inicial o bien hacia alguna parte de la carretera de subida, evitando otras derivas que acabarían en tierra de nadie y en una situación de anochecer donde sería un suicidio quedarse quieto. En teoría todo debe salir bien, pero los silencios, las continuas consultas a la flecha magnética y el no tener ninguna referencia clara, generan cierta idea de poder salir en “sucesos”. En ocasiones pasamos por masas de nieve de varios metros de espesor, que han ocupado una depresión y por las que por debajo discurre agua, generando peligrosas oquedades que en ocasiones hacemos caer a nuestro paso. Poco a poco vamos viendo más matorral alto y bajando.. eso es bueno.. pero sigue sin haber elementos concretos. Llevamos en estas lides unas dos horas cuando de repente aparece una laguna, seguimos su borde esperando estar en uno de los márgenes y que aparezca el paradójicamente ansiado parking. Sin embargo tiene vegetación infiltrada y el tamaño y la forma de la misma no corresponde a la de los Peces; tanteamos el ya destrozado mapa por el viento, y parece ser la de las Yeguas. Si estamos en lo cierto, situados en uno de sus extremos y en dirección sur debería aparecer la salida de una aventura que está resultando alarmante, (la noche se echa encima). Seguimos la ruta y vemos otras estacas pero de un azul más claro (otra ruta marcada). Finalmente aparece una nueva superficie de agua pero con cierto nerviosismo (no puede ser otra cosa) y con la neblina, no se ve nada de la señalización, vallas o el final de la carretera que muere junto al aparcamiento. Con ansiedad, seguimos la orilla y de pronto, una línea recta llama la atención: es un camino acondicionado para ver el entorno, lo seguimos con alegría y por fin llegamos al comienzo de la ruta. Creo que pocas veces me he alegrado más de ver mi coche. Son las 21.30. Bajamos y en San Martín, un lugareño que tenía controlado nuestro coche nos pregunta por unas caballerizas que ha perdido por allá arriba y que definitivamente no hemos visto (suponemos que también se preocupara por nuestra posible pérdida). Satisfechos pero cansados, acabamos con nuestros huesos en un bar de Ribadelago tomando una manzanilla infusión con un chorrito de anís, bálsamo que hace reintegrar el sosiego al maltrecho cuerpo, mientras comentamos el capítulo vivido en la siempre gratificante tarea de andar los montes.
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Yo nací en A Veiga, al otro lado de Trevinca.
ResponderEliminarPreciosa entrada.
La verdad que con el calor que estoy pasando, es muy reconfortable leer esta aventura con buen final, y ver esas caras sonrientes aunque la cosa se pusiera pelin fea jeje.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encantó la entrada. Me ha hecho recordar la marcha de tres dias que hicimos hace 11 años, a finales de noviembre, subiendo al Moncalvo y Peña Trevinca. Y como dice el relato, no es un ocho mil, pero a la montaña jamás hay que perderle el respeto. Perderte allí arriba, sin referencías y con temperaturas de -20ºC es tener muchos boletos para quedarte muy tieso y que te encuentren en primavera.
ResponderEliminarSolo añadir que allí arriba hay varios refugios de pastores (dificiles de encontrar) y al menos dos refugios, en buen estado y con posibilidades de pasar la noche y hacer fuego, uno es en el embalse de vega de conde y el otro en el de vega de tera, fáciles de encontrar al estar cerca del cauce del Tera.
Ya me entraron ganas de volver allí arriba, a ese techo de Zamora lleno de torberas, manantiales y soledad.
Saludos
preciosa entrada...ojalá fuera tan aventurera y hacer esos viajes que ayudan tanto a despejar la mente...cosa que necesito!!!
ResponderEliminarBicos enormes...
Estoy entusiasmado con esta entrada y no puedo dejar de agradecer a Marina y a Sergio que me hayan permitido colgarla en este blog. Yo tengo dos experiencias con Trevinca: la primera, un fracaso total. Planeamos una marcha subiendo desde Ribadelago, todo el Cañón del Tera hasta Vega del Conde y luego atacar la cima. Pleno mes de agosto, en tres días con dos noches de vivac. Fracasamos de la manera más lamentable, desde que abandonamos el Lago nos cayó tormenta tras tormenta. Tres días después de la salida todavía estábamos en el refugio de Vega del Conde -el que tu comentas, Alfonso- y renunciamos. La otra vez si coroné la cima, saliendo de Peces y guiado por un buen conocedor. Fue satisfactorio, pero no tuvo ni un gramo de épica. Habrá que volver, claro.
ResponderEliminarNuestra ascensión con tiendas y demás la hicimos desde peces, pero el descenso fue por todo el cañon del Tera, con vadeo de río incluido a 28 de noviembre y en calzoncillos, que es mejor pasar frío 10min que no mojarte la ropa y las botas y estar helado todo el día.
ResponderEliminarRespecto a la aventura de la entrada, comentar una cosa que antes se me olvidó. Si en el descenso, cuando llegaron a la lagua de Yeguas, se hubieran equivocado de camino, hubieran acabado en un valle que llega hasta el valle del Forcadura, se les hubiera hecho de noche y estarían metidos en un cañón con barrancos de miedo y dificil de descender a oscuras. Lo dicho, en principio una excursión sin dificultad, pero que se puede complicar y darte un buen susto o algo más.
Saludos de nuevo
Muchas gracias por la visita, monsieur.
ResponderEliminarSabe, resulta que parte de mi familia tambien vivio en tierras de zamora durante generaciones.
Feliz tarde
Muy cumplido, Madame. El mundo es pequeño...
ResponderEliminarSigo pensando que es una entrada preciosa.
ResponderEliminarYo también, Logio. Me ha resultado curioso leer los comentarios al cabo del tiempo
ResponderEliminar· Habrá que volver, claro. eso dices, eso digo yo. Estuve dos veces, una desde la laguna de los Peces, y otra desde Ribadelago. Esta última se convirtió en una aventura, llegando al parador a las 3 y pico de la mañana, después de retroceder todo lel 'cañón' (impracticable), y subir a la Laguna, para bajar a San Martín... etc... y el coche en Ribadelago...
Pero queda un grato recuerdo de la zona.
· Salud·os
CristalRasgado & LaMiradaAusente
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Jjejeje Ñoco, si te sirve de consuelo, ya ves que desde Ribadelago me pasó lo mismo. ¿El Cañón? Hay guías que lo marcan como de dificultad media... y es un peligro.
ResponderEliminarSaludos y gracias por pasar