En línea recta, Porto dista apenas veinte kilómetros de El Mercado del Puente. Por carretera son sesenta y cinco kilómetros: más de una hora en coche, si se da bien. Es una vieja aspiración de la comarca el trazado de un camino más directo, pero el problema es atravesar la sierra. Con cotas por encima de los mil seiscientos metros, es un territorio agreste y hostil -también de gran belleza- donde arrecia la nieve y el viento: en según que estación puede ser muy, muy complicado. Hoy tengo el gusto de presentaros un relato de mi paisano Kiko Blanco. Es una historia real de la Segundera. Posiblemente no sea la única de este tipo.
Ahora que estamos en invierno y por la crudeza del tiempo y las largas noches, nos aletargamos en algún
fiadeiro de vecindario, es el momento propicio para contar alguna historia del pasado. Seguro que algún vecino recuerda aquella ocasión en que…
Era un día de otoño, oscuro y lloviznoso. Estaba
co gao por la zona del
Vidual y el agua se deslizaba por el capote como si por un
louxao se tratase. Los pies, de momento estaban calientes en los zapatos de
pao. Tenía una buena plantilla de
palla, pero aun así tenía que estar
zapalexando por el frio. Lo cierto es que estaba esperando por un vecino que venía un poco más abajo. Deberíamos quedar para preparar un viaje al mercado para acarrear suministro para sobrevivir al duro invierno que se avecinaba. Yo tenía que traer aceite y sal y un poco de azúcar…además de un
pelexo de vino. Cuando llegó, después de quemar unos pitillos hechos con corteza de avellano que me dejaron el pulmón como si hubiese soportado un terremoto, acordamos en ir dos días más tarde. Yo ya había
buscado una
burra de un vecino, que estaba media bravía.
Salimos a eso de las seis de la mañana y nos vino la luz del día en
Puenteporto, llevábamos un farol para alumbrarnos un poco hasta llegar a la altura del
Campo, pero con el aire que hacía se apagaba y no había forma de encenderlo.
Ya cuando pasamos el puente de
Puenteporto, en aquellas laderas empezó a nevar, caían unas
flepas, como
follas de rebolo. Doscientos metros más atrás nos seguían unos vecinos del pueblo que iban al mismo mercado. Por el frío que hacía nos tuvimos que bajar de los caballos, pues la experiencia me decía que había riesgo de congelación por falta de ejercicio.
Por fin al coronar las montañas y bajar hasta la laguna de
Sotillo, dejó de nevar, (ya que bajamos de altitud), pero atrás seguro que quedaba nevando, ahora a medida que bajábamos hacia
Sotillo, la nieve se había convertido en aguanieve y posteriormente en una fina llovizna.
Llegamos al mercado del
Puente sobre el medio día, eso si no nos engañaba el reloj de mi vecino. (Era el único del “
barrio del cima” que poseía esa modernidad y lo había comprado en la mili… allá por Sidi Ifni a un moro). Después de un viaje por la sierra de unas seis horas, nos apetecía una jarra de vino en alguna taberna del mercado y para allá que fuimos. El mercado ya estaba en su apogeo, entonces eran unas cuatro casas lo que había por allí.
Muchos nos conocíamos de la feria de
Porto, y otros de otros viajes. En el mercado nos encontramos con más gente del pueblo. (Eso era bueno porque el viaje de vuelta iba a ser muy duro como siguiese nevando). En invierno el peligro era el mal tiempo y en verano los “
rojos”. En una ocasión en que íbamos cuatro por la zona de
Peñas Blancas, nos salieron y robaron parte de la carga. (Quizá por compasión nos dejaron parte, ya que se sentían tan miserables como nosotros). Llegamos a casa casi tan vacios como habíamos salido. También otro peligro era la propia Guardia Civil, que con el pretexto del estraperlo se incautaban con algunos productos que de seguro no llegaban al cuartel, si no a sus propias viviendas. Te partían el alma cuando después de un viaje andando por la sierra de doce o más horas te dejaban sin nada (o los unos o los otros).
Nos juntamos los de
Porto en una posada parea comer. Algunos determinamos volver ese mismo día ya que temíamos que el tiempo empeorase, otros decidieron esperar al siguiente día.
Después de pasar en el mercado unas tres horas, partimos a la sierra. El grupo estaba formado por unas cinco personas, entre ellas D. Martín, (abuelo de Martín Roquexo) y la tía Pepa “
Curina”.
La primera parte del camino fue fácil, pero a medida que nos adentrábamos en la sierra, el tiempo se encrudecía y al encontrarnos de nuevo en la
laguna de Sotillo, había unos cincuenta centímetros de nieve. ¡Eso no era nada!. Pero arreció el temporal y la
cibrisca que caía era tan helada que nos hacía daño en la cara. Los pies y las manos ya empezaban a doler a causa de la congelación, pero no podíamos parar, sabíamos que de hacerlo nos moriríamos de frio y todavía quedaban unas cuatro horas de camino (en condiciones normales).
A medida que avanzábamos el frio se hacía irresistible. Yo para calentar las manos, metía los dedos en la boca y con el aliento se templaban un poco.
No había ningún refugio en lo que quedaba de camino. Recuerdo que mi abuelo me contó que había una ermita, llamada de
San Pedro, en medio de la
Vega de la Segundera. ( Hoy bajo las aguas del pantano de
Puenteporto). Según él, iban los mozos de algunos pueblos de Sanabria de romería , pero ya solo estaban las ruinas.
Seguíamos caminando y de pronto la tía Pepa me dio un tirón del capote y me dijo que se quedaba atrás “
para hacer sus necesidades”. Le dije que pararíamos a esperarla, pero ella me sonrió y me dijo…-
"ya me quedé sola en otras ocasiones y terminé el viaje"-.Se lo comenté a algunos compañeros pero prefirieron no parar y acordaron que ella ya seguiría nuestras huellas. Ella asintió con la cabeza.- la vida en los momentos de extrema gravedad nos proporciona la suficiente sangre fría , o tal dosis de egoísmo para sobrevivir, que determinamos dejarla sola-.
Allí se quedó detrás de una roca, refugiada del viento. Caminamos durante una hora más, perdidos por la niebla… y la nieve que lo transforma todo y el aspecto de todo lo cambia…muertos de frio y de cansancio. Yo no me quitaba de la mente a la pobre mujer que había quedado atrás. Se me partía el corazón, pensando en la elección de dejarla sola. Debatimos en volver a buscarla, pero nos dimos cuenta que la nieve que caía cubría rápidamente las huellas que dejábamos y si estábamos perdidos volver hacia atrás implicaba mas desorientación. Optamos por seguir caminando. Así, para salvarnos nosotros condenamos al más débil, ya que tenía pocas posibilidades de salvarse, pero era una elección, o ella sola o todos nosotros.
La niebla, empezó a emborracharnos y llegamos a sentirnos perdidos, pero no debíamos dejar de caminar si no queríamos morir congelados. Fue entonces cuando a alguien se le ocurrió la idea que nos salvó probablemente la vida, a él se la había contado un compañero de viaje en otra ocasión. Consistía en dejar los caballos solos y el instinto los llevaba a casa. Así no teníamos más que seguirles. Y fue lo que hicimos. Estuvimos todavía seis horas más de viaje y cuando llegamos. (Gracias a los caballos)… había sobre un metro de nieve en el pueblo.
Arriba, en la sierra probablemente mucho más… y allí se había quedado la tía Pepa. Fue su último viaje. Su última compra en el mercado.
Glosario de Porteixo:
Fiadeiro.- Reunión en la casa de uno de los vecinos por varios vecinos en las noches de invierno. Antiguamente se formaban por los quintos y quintas cada uno por su lado hasta los días previos al carnaval.
Gao.-Es el conjunto de vacas de un vecino.
Louxao.- Tejado.
Pao.- Madera, en los zapatos de pao la base era de madera y con herradura como los caballos.
Palla.- paja.
Zapalexando.-Zapatear los pies en el suelo.
Pelexo.- Era la piel de algún animal que se utilizaba como recipiente de líquidos, normalmente de vino y la piel de cabra.
Burra.- Existe la costumbre de llamar burras a las yeguas.
Flepas.- copos de nieve
Follas.- Hojas de árbol. (de rebolo: de roble)
Pousada.- posada.
Roquexo y Curina.- Motes de Porto.
Tía.- En Porto se suele llamar tías a todas las mujeres… (Vamos como ahora).
Cibrisca.- La nieve que cae batida por el viento.
Capote.- el mismo significado que en castellano, eran de hule y para el agua.
Texto y Fotos: Kiko Blanco